18 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo- Oslo (y 10ª Jornada): Premios


Ganadores del Festival Internacional de Cine de Estocolmo 2018:

Sección Oficial 

Mejor Película: 
Firecrackers (Jasmin Mozaffari, 2018)

Mejor Directora: 
Eva Trobisch por Alles ist gut 

Mejor Debut: 
Skate Kitchen (Crystal Moselle, 2018)

Mejor Guión: 
Nadine Labaki, Jihad Hojeily, Michelle Keserwany, Georges Kabbaz y Khaled Mouzanar por Capharnaüm (Nadine Labaki, 2018)

Mejor Actor: 
Victor Polster por Girl (Lukas Dhont, 2018)

Mejor Actriz: 
Michaela Kurimsky por Firecrackers (Jasmin Mozzaffari, 2018)

Mejor Fotografía:
Hiroshi Okuyama por Jesus (Hiroshi Okuyama, 2018)

Mejor Documental:
Putin’s Witnesses (Vitaly Mansky, 2018)

Mejor Cortometraje:
Judgement (Raymund Ribas Gutiérrez, 2018)

Impact Award: 
Los Silencios (Beatriz Seigner, 2018)

Premio FIPRESCI
Cold War (Pawel Pawlikowski, 2018)

Premio del Público
Capharnaüm (Nadine Labaki, 2018)


Ganadores del Festival Film fra Sør

Espejo de Plata Mejor Película:
Burning (Lee Chang-Dong, 2018)

Mejor Documental Dok:Sør
Makala (Emmanuel Gras, 2017)

Mejor Película Nuevas Voces:
Ayka (Sergej Dvortsevoj, 2018)

Premio del Público:
Shoplifters (Hirokazu Koreeda, 2018)





Skate kitchen se puede ver en Filmin
Shoplifters (Un asunto de familia) se estrena en España el 21 de diciembre
Cafarnaúm se estrena en España el 15 de febrero 



17 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo (Jornada 9ª): Conflictos

Cuando ya llegamos al final de una semana en la que hemos visto parte de la producción cinematográfica más destacada de estos últimos meses, las historias se recrudecen y nos acercan a ese contexto tenebroso que lleva al ser humano a enfrentarse entre sí. El cine siempre ha sido reflejo y ha servido como reflexión en torno a los conflictos que han jalonado la Historia, bien sea como contexto o como escenario. Pero el conflicto no tiene por qué ser estrictamente físico, sino que también puede reposar en el interior, sirviendo como forjado de nuestra personalidad. 

En Cold war (Pawel Pawlikowski, 2018), el director polaco construye un clásico con los resortes del cine clásico. En este caso la guerra es un recuerdo que sin embargo permanece en el alma de quienes protagonizan esta intensa historia sobre un amor imposible que se desarrolla a lo largo de varias décadas, comenzando en la Polonia de una posguerra mundial que dejó muchas heridas abiertas. El hecho de que Cold war, ganadora del Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes y representante polaca de cara a los Oscar, se presente en un más que significativo blanco y negro no se debe entender como una continuidad respecto a la anterior película, Ida (Pawel Pawlikowski, 2013), también rodada en blanco y negro, ya que en principio el director pretendía realizarla en color. Pero sí le da un cierto aire de estilo que la acerca aún más a ese cine de antaño que rezuma verosimilitud. Cold war es posiblemente la mejor película de este año, tan sobria y tan académica en su estilo, pero tan intensa y tan romántica en su descripción de estos dos personajes que se necesitan pero al mismo tiempo no pueden estar juntos. Presentada en la sección Open Zone del Festival de Estocolmo, Cold war ha logrado en este festival el Premio FIPRESCI, uno más de una larga lista que consolidan a Pawel Pawlikowski como uno de los directores más notables del actual panorama cinematográfico. 


En Donbass (Sergey Loznitsa, 2018), la presencia de la guerra es explícita, porque su sinrazón es el principal leitmotiv de la película. El realizador ucraniano nos acerca en esta ocasión a la guerra que tuvo lugar entre 2014 y 2015 en la zona este de Ucrania, un conflicto poblado de soldados que no eran soldados, sino pendencieros aprovechados de la llamada a las armas para robar y asesinar. La película está estructurada en torno a 13 episodios que conforman un retrato brutal y sórdido de la guerra, que a lo largo del metraje se va haciendo cada vez más despiadado, pero sin mostrar escenas especialmente violentas, porque la violencia es más psicológica, más profunda que el simple golpe físico. Pero no por ello se evita que algunos momentos sean especialmente perturbadores, sobre todo cuando se sabe que la mayor parte de os fragmentos están extraídos de escenas que fueron recopiladas de redes sociales. Donbass, que representa a Ucrania de cara a los Oscar, es una película incómoda, pero esa incomodidad es lo que la hace más reveladora. 


Genèse (Philippe Lesage, 2018) es también una película sobre conflictos, pero en este caso conflictos interiores. Fue la gran vencedora de la pasada SEMINCI de Valladolid, ganadora de la Espiga de Oro a Mejor Película y los Premios a Mejor Director y Mejor Actor, no sin cierta polémica, porque muchos consideraban que era excesivo reconocimiento para una película que ciertamente resulta imperfecta en su desarrollo. El director desgrana a través de tres adolescentes el conflicto interior que experimentan en torno al amor y la sexualidad, describiendo momentos que están sacados muchos de ellos de su experiencia propia en la juventud. En este sentido, Genèse es una película que explora con astucia y cierto sentido del humor esta etapa difícil de descubrimiento de sentimientos, de luchas interiores por entender determinadas sensaciones que a veces sucumben a la razón. Es interesante el trabajo de los actores en esta descarnada exposición interior, aunque haya decisiones de dirección que resultan poco comprensibles, sobre todo es estructura en dos partes que parece presentarnos dos películas diferentes cuya conexión temática no resulta especialmente lograda. 



En el Festival Film fra Sør, que también llega al final de una semana intensa, se presentó la película coproducción hispano-uruguaya La noche de 12 años (Álvaro Brechner, 2018), que aborda los difíciles años de la dictadura militar en Uruguay. Presentada en la pasada Mostra de Venecia, la película se centra en tres prisioneros que pasaron esos doce años encarcelados a pesar de cierta apertura a la democracia que finalmente se produjo en el país. Entre ellos, el que más tarde sería presidente de Uruguay, José Mujica, al que aquí interpreta el español Antonio de la Torre. Aunque para muchos espectadores la primera parte de la película es la mas intensa, aquella que trata de reflejar la desolación y el recorrido hacia la locura que amenaza a los protagonistas, personalmente me resulta cansina y exagerada esa acumulación de imágenes y sonidos, de montaje frenético y superposición de imágenes que trata de adentrarse en las mentes de los personajes principales. Secuencias que incluyen algunas obviedades como una referencia a Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975), una película que sí refleja con acierto el estado de locura, pero sin necesidad de recurrir a grandes efectismos visuales. Solo cuando el pulso del director se tranquiliza y la película adquiere un tono de cine clásico cuando comienza a adquirir una textura y un contenido que resultan atractivos y están bien urdidos desde el punto de vista narrativo. Apoyada eso sí en un buen trabajo de actores, entre los que curiosamente solo Alfonso Tort es uruguayo, acompañado por el argentino Chino daría y el español Antonio de la Torre. A pesar de tratarse de una coproducción con España, esta es la película que representa a Uruguay para las nominaciones al Oscar a Mejor Película Extranjera. 


Por su parte, el documental Les tombeaux sans noms (Rithy Pahn, 2018), es una especie de catarsis personal y artística de su director, que se acerca a una zona en la que aparentemente están enterrados familiares suyos, víctimas del genocidio que provocaron los jemeres rojos en Camboya. En este viaje hacia los recuerdos de un niño de 13 años que perdió a buena parte de su familia en la masacre, Rithy Pahn se reencuentra con un país aún marcado por las heridas de aquella cruenta guerra civil. Y se convierte él mismo en protagonista de ceremonias religiosas en las que las ancianas del lugar tratan de conectarse con sus familiares muertos, mientras a través de entrevistas con algunos campesinos encontramos de nuevo esos relatos terroríficos de una época en la que la muerte y la desolación fueron protagonistas. Pero resulta especialmente conmovedora la forma que tiene Rithy Pahn de representar a aquellos seres cercanos que desaparecieron para no dejar rastro, ni siquiera tumbas en las que colocar sus nombres. Es así Les tombeaux sans noms, presentada en la Mostra de Venecia y representante de Camboya para el Oscar, una película llena de poesía, que conecta con esas otras incursiones del director camboyano afincado en Francia, en torno al genocidio de su país, como S-21, la machine de mort Khmère Rouge (Rithy Phan, 2003) o la más reciente La imagen perdida (Rithy Pahn, 2013),  que se adhieren a los recuerdos de la mayor dosis de crueldad que el ser humano ha protagonizado en la era moderna. 


Cold War se estrenó 5 de octubre
La noche de 12 años se estrena el 23 de noviembre


16 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo (8ª Jornada): El ser humano

El cine suele es, en la mayoría de las ocasiones, una representación de la condición humana. Decía Carl T. Dreyer que las expresiones de sus actores "reflejan los sentimientos inconscientes del personaje, los secretos que reposan en las profundidades de su alma". En esta representación "del alma" se apoyan historias protagonizadas por personajes que, aunque en general traspasan la pantalla para establecer una conexión con el espectador, no tienen por qué ser necesariamente empáticos, sino que en ocasiones encontramos cierta fascinación por aquellos protagonistas cuyos secretos se van desvelando a lo largo de la narración. 

Esta dicotomía de la personalidad del ser humano está bien reflejada en las películas que se acercan a la trayectoria vital de asesinos en serie, como ocurre con El ángel (Luis Ortega, 2018), la traslación a la pantalla de lavada de Carlos Robledo Puch, considerado uno de los más insensibles asesinos de la historia de Argentina, y condenado a cadena perpetua por cometer once asesinatos cuando no había pasado ni la veintena. Llamado "El ángel de la muerte" porque su aspecto de joven de cara angelical no transmitía la frialdad que escondía su oscura personalidad. Convertida en el gran éxito del cine argentino de este año, y seleccionada para representar a su país en la próxima edición de los Oscar, El ángel compite en la Sección Oficial del Festival Film fra Sør y es una película singular porque su director aborda la historia desde una perspectiva irónica, salpicándola de ciertos toques de humor que resultan a veces chocantes, pero que acaban componiendo un acercamiento poco habitual a la trayectoria de un ladrón y asesino. Podría achacarse al director que le de ese aire de ligereza a una historia de crimen y muerte, y en cierto modo hay una cierta tendencia en la planificación a una "tarantinización" de una trama basada en hechos que ocurrieron realmente. Pero también es cierto que es esta decisión creativa la que confiere a la película una cierta envoltura de mordacidad que permiten acercarse al personaje sin quedar atrapado por su frialdad. Desafección que está bien reflejada en el trabajo del joven Lorenzo Ferro, hijo del conocido actor Rafael ferró, pero debutante en esta película, aquí bien secundado por un Chino Darín, otro hijo de actor, en este caso Ricardo Darín, que conforman una química especial entre sus personajes. Con sus defectos (y sus excesos), El ángel es sin duda una de las películas de la temporada. 


Uno de los directores que mejor ha reflejado esta oscuridad del alma humana es el mexicano Amat Escalante, controvertido realizador de títulos que habitualmente han estado rodeados de cierta polémica, bien sea por la explicitud de sus imágenes, como el caso de Heli (Amat Escalante, 2013), o bien por la singularidad de su planteamiento, como en La región salvaje (Amat Escalante, 2016), la que es su última película hasta el momento. Como no todo van a ser películas recientes, hemos recordado uno de los títulos que forman parte de la sección retrospectiva Film fra Før (Películas de antes), que incluye algunos de los títulos que ha pasado por el festival noruego a lo largo de estos casi 30 años de existencia, que celebrará en 2020. Realizada en colaboración con la Cinemateca de Oslo, una filmoteca de amplia y constante programación de cine en el centro de la ciudad, esta sección incluye películas tan conocidas como Ciudad De Dios (Fernando Meirelles, 2002), Yol (El camino) (Serif Gören,  Yilmaz Güney, 1982), La boda del monzón (Mira Nair, 2001) o Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001). Pero nos interesa especialmente La región salvaje como reflejo de esta representación del alma humana desde su perspectiva más oscura. La incursión de Amat Escalante en una cierta forma de cine fantástico, presente en ese "monstruo" que se alimenta del placer sexual del ser humano, y cuya forma tentacular recuerda en buena medida a los monstruos de H.P. Lovecraft. Pero sobre todo, La región salvaje es una película tremendamente sensual, en la que la cotidianidad más o menos trastocada por los secretos convive con la anormal presencia de este ser extraterrestre que da y se alimenta de erotismo. 


En esta representación de la imperfección humana está el interés de las historias. Es lo que ocurre con la película Thunder Road (Jim Cummings, 2018), que se presenta dentro de la Sección American Independents del Festival de Estocolmo. El proyecto surge de un cortometraje de gran resonancia internacional que dirigió y protagonizó el propio Jim Cummings. En esta comedia, rodada en un un único plano secuencia veíamos al protagonista llegando al momento más absurdo del patetismo cuando pretende dar un discurso en el funeral de su madre. La personalidad del protagonista de Thunder Road (Jim Cummings, 2016) era tan singular que muchos se preguntaban qué podía haber detrás de un tipo tan inconscientemente patético. Y la respuesta la ofrece Jim Cummings, de nuevo dirigiendo, escribiendo y protagonizando este largometraje que comienza precisamente con el mismo plano secuencia del cortometraje. A partir de ahí, asistimos a la desequilibrada vida de un personaje al que acabamos entendiendo en su desquiciado temperamento, quizás no tan alocado como pudiera parecer. Aunque hay que decir que a veces la interpretación de Jim Cummings resulta algo histriónica, también por la misma representación del personaje, en general Thunder Road es una comedia realizada con talento y, sobre todo, un inteligente estudio de personaje que tiene más profundidad de lo que se ve en la superficie. Y que complementa con acierto una historia corta que, ésta sí, daba para desarrollar una trama más compleja. 


En la sección American Independents también se incluye la película Puzzle (Marc Turtletaub, 2018), versión norteamericana del film argentino Rompecabezas (Natalia Smirnoff, 2009). Esta historia sobre una tradicional ama de casa que descubre un mundo nuevo cuando comienza a interesarse por la elaboración de rompecabezas y tiene la posibilidad de acceder a la competición nacional. Como en la argentina, la versión norteamericana se centra en el personaje principal, allí interpretada de forma sensible por la actriz María Onetto, aquí en la piel de una excelente Kelly MacDonald, que encuentra en el pasatiempo de los puzzles una forma de salir de su atribulada vida junto a una familia formada básicamente por varones que abusan de ella, aunque sea de forma inconsciente, confundiendo amor maternal con actitud servicial. Es lo más interesante de una película que en su versión original no trascendía especialmente, aunque hay que reconocer que la relación entre la protagonista y su partenaire de juego resultaba mucho más profunda que en esta nueva versión. Por otra parte, en la propuesta de este año el personaje principal acelera su rebeldía frente a su familia, estimulando con ello esa descomposición familiar que actúa en el sentido contrario a la composición de los puzzles.  

Pero, a pesar de su mayor positivismo frente a la protagonista, mucho más liberada en ciertos momentos, aquí se pierde una oportunidad de oro para haber podido  desarrollar con mayor complejidad unos personajes que podrían haber compuesto una película no solo con cierto aire conmovedor, sino mucho más rica en matices. En todo caso, Puzzle es un drama con ciertos toques de humor que funciona en su condición de retrato de la opresión de un machismo soterrado. 




El ángel se estrenó en España el 31 de octubre


15 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo: Ryuichi Sakamoto

Aunque no es especialmente grande, y tampoco tan efervescente como muchas otras capitales europeas, Oslo mantiene a lo largo del año una constante actividad cultural que se despliega especialmente a lo largo de finales de verano y otoño. Y esconde algunos rincones de especial sensibilidad artística que muchas veces no están en las guías turísticas, pero que resulta interesante descubrir. Es el caso de la Jakob Kirke, una iglesia situada en el centro de la ciudad, junto al río Akerselva, que es el único espacio de origen religioso dedicado a actividades culturales en toda Noruega. Construida en 1880, sirvió como lugar de culto luterano hasta que la escasez de feligreses por la diversificación religiosa de la zona acabó obligando a su cierre en 1985, junto a peligrosos desperfectos ocasionados en las paredes, en buena medida provocados por la modificación de las aguas subterráneas en la zona. Y no sería hasta el año 2000 que, tras una rehabilitación que costó 15 millones de coronas noruegas al gobierno y el Ayuntamiento, Jakob Kirke reabrió sus puertas, esta vez dedicando su espacio a actividades culturales de todo tipo.

Interior de la Jakob Kirke antes del comienzo de la proyección
En este singular emplazamiento, el Festival Film fra Sør ha dedicado una proyección especial del documental Ryuichi Sakamoto: Coda (Stephen Nomura Schible, 2017), un largometraje centrado en la figura de uno de los grandes genios de la música contemporánea, y en nuestro especial interés, de la composición de bandas sonoras. Presentada en la Mostra de Venecia, esta película forma parte de los numerosos trabajos en los que se ha embarcado el compositor después de haber recibido tratamiento contra un cáncer de garganta y haber permanecido durante varios años apartado de la actividad profesional y artística. Son precisamente estos momentos finales de su tratamiento y su regreso a la composición, con su trabajo para la película El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) y su búsqueda de sonidos nuevos para su más reciente album de estudio, el absorbente async (2017, Commons), los que recoge la cámara del director, acercándose al proceso creativo que vive el compositor desde su casa en Nueva York. 

Hace unos meses contaba el periodista Ben Ratliff en el New York Times una anécdota que le había contado un amigo, y que define bien el carácter de Ryuichi Sakamoto. El músico, que vive actualmente en el West Village de Nueva York, suele ir a un restaurante japonés situado en la zona, llamado Kajitsu. Sin embargo, aunque la experiencia gastronómica siempre era de su agrado, no lo era tanto la música de ambiente que sonaba en el restaurante. Así que un día, cuando regresó a su casa, envió un email al chef de Kajitsu: "Me encanta su comida, respeto su trabajo y su restaurante, pero odio la música que suena. ¿Quién la ha elegido? ¿Quién ha tomado la decisión de elaborar esta terrible mezcla? Déjeme hacerlo a mi. Porque su comida es tan buena como la belleza de Katsura Rikyu. Pero la música en su restaurante es como la Torre Trump". De esta forma, Ryuichi Sakamoto elaboró una serie de playlists con música seleccionada por él mismo, sin cobrar nada, y por cierto sin incluir ningún tema propio. Y esta es la música que suena ahora en el restaurante Kajitsu de Nueva York. 


Es una anécdota que explica en buena medida el retrato del compositor que se hace en Ryuichi Sakamoto: Coda. Él mismo explica que, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas, percibió una realidad chocante para él: durante dos semanas no escuchó nada de música, lo cual para un creador que encuentra la cadencia sonora en cualquier tipo de sonido que le rodea, resulta impactante. En el documental vemos al creador pero también a un personaje que siempre ha estado comprometido. Hay por supuesto referencias a su primera etapa como músico en la Yellow Magic Orchestra, una banda pionera en la utilización de los sintetizadores en la música pop, y por supuesto algunas jugosas anécdotas de su experiencia como compositor para películas como Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Nagisa Oshima, 1983), El último Emperador (Bernardo Bertolucci, 1987) o El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990), pero es especialmente interesante el acercamiento a facetas poco conocidas del músico, especialmente su activismo ecologista y en cierto modo también político. 

La película, de hecho, comienza con imágenes de Fukushima, o más bien de lo que queda de ella, una ciudad fantasmal de la que Sakamoto recupera un piano que sobrevivió al terremoto y el tsunami que acabaron provocando el accidente de la planta nuclear en marzo de 2011. Y extrae de él una serie de sonidos que acabará utilizando en su más reciente album, async (2017, Commons). Es esta búsqueda de la particularidad de un sonido determinado, ya sea el correr del agua en el Ártico o la caída de la lluvia en el patio de su casa en Nueva York, lo que revela a Ryuichi Sakamoto como un creador que encuentra en la naturaleza su principal inspiración. Y en este sentido, el documental que nos ocupa capta con singular eficacia, y casi con un sentimiento íntimo, la personalidad de un compositor total. Y resulta especialmente cautivador poder disfrutar de este retrato cinematográfico en un espacio tan particular como una iglesia que mantiene su aspecto eclesiástico. 

La programación de Film fra Sør incorpora también, como un buen complemento a este documental, otra pieza cinematográfica titulada Ryuichi Sakamoto: async Live at the Park Avenue Armory (Stephen Nomura Schible, 2018), la grabación de un concierto íntimo y minimalista que ofreció el compositor en Nueva York para estrenar su álbum async. Considerado por las principales revistas especializadas como uno de los mejores discos de 2017, async supone el regreso de Ryuichi Sakamoto a la experimentación sonora, en parte inspirada en el mundo del cine, especialmente en la utilización de los sonidos en la película Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), que tiene su representación en el tema "solari". La actuación, en la que el músico es el único intérprete, con la generación de sonidos programados en un ordenador, junto a la incorporación de "instrumentos" que no son nada comunes, representa en buena medida a un compositor al que su experiencia con el cáncer ha removido su forma de crear. La música de Ryuichi Sakamoto es ahora más íntima, pero al mismo tiempo más rompedora, y sobre todo es una música reflexiva que parece preguntarse constantemente por la mortalidad. No en vano, en uno de sus temas, "fullmoon", Ryuichi Sakamoto recupera un poema que el propio Paul Bowles recitaba en la película El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990), y cuyas palabras son más que significativas: 

"Because we don't know when we will die, we get to think of life as an inexhaustible well, yet everything happens only a certain number of times, and a very small number, really. How many more times will you remember a certain afternoon of your childhood, some afternoon that's so deeply a part of your being that you can't even conceive of your life without it? Perhaps four or five times more, perhaps not even that. How many more times ill you watch the full moon rise? Perhaps twenty. And yet it all seems limitless."

"Dado que no sabemos cuándo moriremos, podemos pensar en la vida como un pozo inagotable, sin embargo todo ocurre solo un cierto número de veces, y un número muy pequeño en realidad. ¿Cuántas veces recordarás un cierto atardecer de tu infancia, una tarde  que es tan profundamente parte de tu ser que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella? Tal vez cinco o seis veces más, tal vez ni siquiera eso. ¿Cuántas veces más verás salir la luna llena? Tal vez veinte. Y, sin embargo, todo parece ilimitado". 




Ryuichi Sakamoto: Coda y Ryuichi Sakamoto: async Live at the Park Avenue Armory se pueden ver en MUBI


14 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo (6ª Jornada)

La construcción cinematográfica no siempre sigue una narración estructurada a la manera usual. Hay cineastas de los sentidos, más interesados en trasladar a imágenes la sensibilidad artística que en elaborar un discurso contado a la manera de una estructura convencional. Es el caso del mexicano Carlos Reygadas, un director en cuyas principales películas se desprende una sensualidad que va más allá de la necesidad de contar una historia con principio y final. El realizador presentó en Film fra Sør su última película, Nuestro tiempo (Carlos Reygadas, 2018), que compitió en la pasada edición de la Mostra de Venecia y aquí también se encuentra en la Sección Oficial. Reygadas, habituado a ofrecer un cine de mirada pausada pero de elaboración técnica impecable, ahonda en su particular visión cinematográfica con una historia que analiza las relaciones de pareja a través de la crisis que se produce en un matrimonio en el que aparentemente las reglas emocionales están perfectamente equilibradas pero que en realidad zozobra en en la delimitación de las libertades de cada uno. Ambientada en un criadero de toros en el México central y protagonizada por el propio Carlos Reygadas y su mujer, Natalia López, en Nuestro tiempo el director plantea la masculinidad como un estado emocional primitivo y animal, por lo que la presencia de los toros en imágenes de gran belleza pero también de intensa ferocidad, actúa como elemento metafórico de cierta condición viril que en realidad esconde una profunda debilidad. Como suele suceder en su cine, la película se toma su tiempo para elaborar el discurso, casi tres horas de duración, pero contiene esos planos secuencia de gran precisión técnica que tan característicos son de su autor, y algunos momentos de especial belleza que sin duda marcan uno de los títulos más accesibles, pero no por ello menos complejos, del director mexicano. 


Este cine de los sentidos del que hablamos en nuestra crónica de hoy tiene también ramificaciones que le permiten construir un universo misterioso y violento a través de una historia policíaca que sin embargo tampoco recurre a la estructura lineal a la que estamos acostumbrados. Hablamos de la producción china Ash (Li Xiaofeng, 2017), que se presenta en la Sección Thrills & Chills. La película se centra en dos asesinatos que tienen lugar con diez años de diferencia, pero que están relacionados entre sí. El director apuesta por una puesta en escena que elabora un interesante planteamiento visual, en el que la utilización de la iluminación funciona como un recurso que describe a los personajes no solo desde un punto de vista corporal, sino también desde una propuesta emocional y psicológica. Sin duda esto es lo mejor de una película que, sin embargo, zozobra en su desarrollo narrativo, tan desestructurado que  resulta a veces confuso, y que se alimenta de determinados puntos de inflexión que sin embargo resultan para nosotros algo insustanciales. 

Este alegato de los sentidos también está presente en la ganadora del Premio Fipresci en la pasada edición del Festival de Cannes, la coreana Burning (Lee Chang-Dong, 2018), que representa a su país de cara al Oscar de Hollywood. Estamos ante un thriller que sin embargo está contado con la cadencia de una historia de amor triangular en la que la creación de una atmósfera asfixiante pero al mismo tiempo con cierto aire poético compensa en buena medida la ausencia de una narración que ofrezca respuestas o literalidad. Esto no es un defecto, sino todo lo contrario, porque el director aquí prefiere elaborar la historia más desde la confección sensorial y el desarrollo de unos personajes cuyas acciones se van gestando a fuego lento. Y eso le confiere una solidez narrativa incluso más compleja que si hubiera optado por un camino más tradicional.


En el Festival de Estocolmo también encontramos títulos que tienen en la presentación emocional su principal virtud, y no solo en el terreno del largometraje. La Sección Oficial de cortometrajes incluye algunos interesantes muestras en este sentido, especialmente el extraordinario corto australiano All these creatures  (Charles Williams, 2018), ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. De gran belleza formal, el corto se adentra en la aparición de una enfermedad mental en una familia, contada desde la perspectiva de un joven adolescente que convive con la desestabilización emocional que comienza a experimentar su padre. Es un cortometraje que ahonda más en la perspectiva de su protagonista, que nos traslada sus sensaciones a través de una voz en off, pero sobre todo contiene imágenes poderosas que están entre lo mejor que hemos visto recientemente en el cine. Y es esta envoltura visual la que confluye en una historia que resulta dura y compleja. 


En la película serbia que compite dentro de la Sección Oficial, Teret (The load) (Ognjen Glavonic, 2018), el director también está especialmente interesado en la contemplación y la descripción de un paisaje desolador, más que en la confección de una narración más o menos formal. Ambientada en el final de la guerra de los Balcanes, la película acompaña a un transportista que acepta el encargo de llevar una carga misteriosa (que no terminaremos de saber exactamente en qué consiste) entre Kosovo y Belgrado. Y en realidad esta road-movie de post-guerra sirve al director para mostrar las consecuencias de un conflicto que desembocó en genocidio y en crímenes humanitarios, algo que ya afrontó en su documental Depth Two (Ognjen Glavonic, 2016), quizás más certero en el fondo del genocidio que esta primera incursión en la ficción. En todo caso, hay elementos de interés en la película, especialmente cuando se trata de mostrar ese paisaje de fondo que recorre el protagonista. Hay momentos en los que la cámara abandona por un instante a sus protagonistas para ofrecernos una panorámica del ese escenario de destrucción que provocó la guerra, y son esos momentos los que describen de una forma más precisa las intenciones de su director. Presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, no estamos ante una película del todo lograda, pero funciona bien como reflejo de las consecuencias de la guerra y las cicatrices, físicas y psicológicas, que deja tras sí.  




13 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo (5ª Jornada)

La presencia de la mujer en el mundo del cine, especialmente en apartados relevantes, sigue siendo una asignatura pendiente. En el pasado Festival de Cannes, la presidenta del Jurado, la actriz Cate Blanchett, encabezó una protesta sobre la alfombra roja que pretendía visibilizar la escasa importancia de la mirada femenina a lo largo de la historia del festival, con solo 82 películas dirigidas por mujeres en su Sección Oficial, frente a las 1.688 de directores masculinos. Este año, de hecho, la selección oficial tampoco destacó especialmente por cambiar la tendencia habitual de una directora por cada siete directores. 

En los países escandinavos, sin embargo, suele haber un compromiso más palpable con la presencia de mujeres en puestos directivos y relevantes en las empresas. En Noruega, por ejemplo, existen varias productoras audiovisuales influyentes que cuentan en sus filas prácticamente solo con mujeres, tanto en los puestos empresariales como técnicos. Y representantes del festival Film fra Sør se enorgullecen de destacar que este año el 80% de su programación completa está formada por películas dirigidas por mujeres. También el Festival de Estocolmo destacó ayer en una de sus notas de prensa que 19 de las 22 películas a concurso de este año tienen a personajes femeninos como principales protagonistas, lo que s una muestra también de la mayor presencia de directoras en su programación. 

De esta forma, 2018 se ha convertido en algunos relevantes festivales de cines el momento de la reivindicación de la igualdad de oportunidades para ambos sexos. Y precisamente en la quinta jornada que hemos vivido entre Estocolmo y Oslo, hemos podido ver cuatro retratos destacados del universo femenino. 

En el Festival de Estocolmo destacamos la presencia de la película marroquí Sofia (Meryem Benm'Barek, 2018), dentro de su Sección Discovery. Ganadora del Premio al Mejor Guión en la Un Certain Regard, en Cannes, se centra en una adolescente que, cuando descubre que está embarazada, debe enfrentarse al rechazo de una sociedad en cuyas leyes está penado con hasta un año de cárcel las relaciones sexuales fuera del matrimonio. la directora, también actriz en un pequeño personaje, muestra con acierto las contradicciones de la sociedad marroquí, aparentemente más abierta que la de otros países árabes, pero aún aferrada a determinadas posturas frente al matrimonio y el papel de las mujeres. Es una película sencilla, bien interpretada por la actriz protagonista, la debutante Maha Alemi, que va construyendo lentamente su condición de catalizadora de las acciones que se irán sucediendo entre dos familias, representando también una cierta lucha de clases. En una de las escenas, cuatro mujeres discuten en un balcón las consecuencias de este embarazo, y esta imagen de cielo poder femenino que resulta inconcebible en una sociedad como la marroquí es también el retrato de un país en el que las mujeres se esfuerzan por desempeñar un cometido importante en los cambios que son necesarios y posiblemente inevitables. 


Por otro lado, la Sección American Independents presentaba la producción norteamericana Nancy (Christina Choe, 2018) que ciertamente, poco de independiente tiene ya que en la producción se encuentra Barbara Broccoli, la responsable de las últimas películas de James Bond. En todo caso, se trata de una película que también es pequeña en su forma, pero que contiene grandes dosis de talento, reflejada en el Premio al Mejor Guión del Festival de Sundance. Nancy, debut en el largometraje de la cortometrajista Christina Choe, es un retrato amargo de su protagonista, una mujer algo alienada cuya vida cambia radicalmente en el momento que se plantea que podría ser una niña secuestrada hace treinta años. La historia, bien contada y estructurada, se sostiene en un excelente trabajo de la actriz Andrea Riseborough, que consiguió el Premio a Mejor Actriz en el Festival de Sitges, secundada por excelentes actores veteranos como J. Smith-Cameron y Steve Buscemi. La evolución de un personaje que se nos antoja casi psicótico, en su elaboración de la mentira como forma de integrarse en una sociedad frente a la que siente rechazo, está perfectamente dosificada, mientras el suspense por saber si finalmente es la hija que fue arrebatada de sus padres, funciona con precisión aunque no sea realmente nomás importante de la película. Nancy, el personaje, no busca la empatía del espectador, y en ocasiones resulta especialmente antipática, pero hay un poso de amargura en su existencia que acaba resultando conmovedor. 


Pero el retrato certero del universo femenino no es exclusivo de la dirección de una mujer. Realizadores masculinos han sabido ofrecer una visión completa y compleja de esta particular esfera de una condición femenina que en muchas ocasiones está enfrentada a la propia sociedad. El director de Las herederas (Marcelo Martinessi, 2018), cuenta en los encuentros con el público en el festival Film fra Sør que su película refleja la incomprensión y el conservadurismo de la sociedad paraguaya frente a las mujeres que mantienen una posición marcada por una vida al margen del status quo familiar. Y especialmente el rechazo que existe aún en su país por las relaciones homosexuales. Pero la relevancia de la protagonista, interpretada por una excelente Ana Brun que construye un personaje íntegro a base de silencios y de gestos casi imperceptibles, no está en su condición de mujer homosexual, sino en la complejidad de una personalidad perturbada por el rechazo constante. Las herederas, Premio del Jurado y Mejor Actriz en al Festival de Berlín, y representante de una cinematografía casi escasa como la paraguaya para los Oscar de Hollywood, es una de las películas del año, dirigida con una elegancia que envuelve a unos personaje conmovedores y en algunos casos entrañables, pero que al mismo tiempo describe con cierta actitud mordaz, la debacle económica de un país que no termina de sobrevivir a 70 años de dictaduras constantes. Y que también se enfrenta a sus propias contradicciones: cuenta Marcelo Martinessi que cuando regresaron del Festival de Berlín con los premios obtenidos fueron recibidos en Paraguay casi como estrellas de rock, pero que muchos de los que alababan sus logros ni siquiera sabían que estaban celebrando la victoria de una película que tenía a una lesbiana como protagonista. 


También hemos podido ver, dentro de la Sección Nye Stemme (Nuevas Voces), la última película del director Sergei Dvortsevoy, que ha tardado nueve años en poner en marcha su último proyecto a pesar de los premios obtenidos por su excelente Tulpan (Sergei Dvortsevoy, 2008). Ahora, en Ayka (Sergei Dvortsevoy, 2018), que representa Kazajistán para el Oscar a Mejor Película Extranjera, nos ofrece un retrato femenino que no da ninguna concesión al espectador, y acaba resultando una de las propuestas más escalofriantes que hemos visto recientemente. Porque la protagonista de Ayka no parece encontrar ningún tipo de salida a una situación vital que comienza mal y se desarrolla peor, y que en cierto modo, especialmente en la utilización por parte del director de largos planos secuencia rodados con cámara en mano, a ese cine de los hermanos Dardenne, y conecta especialmente, casi como si se tratara de una revisión, con la película Rosetta (Jean-Pierre Dardenne, Luces Dardenne, 1989) en ese reflejo de la desesperación por salir de una situación cada vez más complicada. Con un excelente trabajo, físico y psicológico, de Samal Yeslyamova, que consiguió el Premio a Mejor Actriz en el Festival de Cannes, la película resulta demoledora, pero en ningún momento trata de sentar cátedra, ni siquiera de encontrar la complicidad del espectador, que desde la primera secuencia se encuentra en una tesitura complicada, entre empatizar o rechazar a la protagonista, en su esfuerzo por devolver una deuda que sabemos que no podrá devolver. 





12 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo (4ª Jornada)

El festival Internacional de Estocolmo y Film fra Sør dedican especial atención a los documentales. Y en una jornada en la que se acaban de anunciar las nominaciones a los Premios del Cine Europeo, y se ha dado a conocer la lista de los 166 documentales que optan al Oscar, dedicamos nuestra mirada especialmente al género documental, del que ayer vimos algunas muestras interesantes. 

Recientemente estrenada en España, la coproducción Un día más de vida (Another day of life) (Raúl de la Fuente, Damian Nenow, 2018), nos acerca al constante estado de guerra en el que ha vivido Angola durante más de 40 años. Y lo hace utilizando la técnica de animación, tan implantara ya en el género documental que hasta los Premios del Cine Europeo tienen una categoría específica dedicada al Mejor Documental de Animación, en la que está incluida esta película. Utilizando la técnica de la rotoscopia, con dibujos realizados sobre grabación de imágenes reales, Un día más con vida nos presenta la realidad de un conflicto bélico que, como en el caso de la mayor parte de los conflictos africanos, quizás porque no están rodeados de petróleo, ha pasado desapercibido en los medios de comunicación. Su presencia en Film fra Sør está incluida en la Sección Politisk Animert, que incorpora otros trabajos de animación con una perspectiva política, como la espléndida The breadwinner (Nora Twomey, 2017), nominada al Oscar en su última edición, mientras que en el Festival de Estocolmo se incluye dentro de la Sección Discovery.. En el caso de Un día más con vida, quizás la narración no termina de encontrar el vehículo adecuado para introducirnos con profundidad en la justificación real de una guerra inacabable (aparentemente terminada con la independencia de Angola en 1975), pero este problema narrativo lo suple con unas secuencias de animación que son realmente espectaculares, especialmente aquellas que reflejan cierta entonación del periodista que funciona como narrador. Acompañada por un destacable trabajo de Mikel Salas en la banda sonora, habitual colaborador de Raúl de la Fuente, el documental consigue capturarnos más por la técnica que por su temática, pero supone uno de los trabajos más interesantes que hemos visto en este terreno. 


La Sección Oficial de Documentales, Dok:Sør presentó ayer en Oslo el esperado Matangi / Maya / M.I.A. (Steve Loveridge, 2018), producción cuyo estreno se ha retrasado en varias ocasiones y que tiene como protagonista a la cantante M.I.A.m que consiguió el mayor éxito de su carrera con su colaboración con el compositor A.R. Rahman en la banda sonora de la película Slumdog millionaire (Danny Boyle, Loveleen Tandan, 2008), por la que consiguió nominaciones al Oscar y el Grammy.

Lo mejor que se puede decir del documental, que sufre una notable desproporción narrativa algo caótica en su estructura, especialmente en la primera parte, es que no trata de ofrecer un retrato complaciente con la protagonista. Y, sobre todo en la segunda mitad, mucho más interesante, cuando aborda las polémicas en las que se vio envuelta M.I.A., primero por su denuncia del genocidio que estaba viviendo su país de origen, Sri Lanka, y más tarde por su famosa peineta cuando actuaba invitada por Madonna en en la Super Bowl, que le costó una demanda millonaria por parte de la Liga de Fútbol Profesional de Estados Unidos, es cuando el director, amigo de la infancia de la cantante, no evita mostrar a la protagonista con sus defectos y sus virtudes, y con esa cierta contradicción personal que le ha llevado prácticamente a ser repudiada por la industria de la música después de alcanzar el estrellato. Acusada primero de lanzar denuncias políticas desde su cómoda posición rodeada de lujos, con la censura de su video "Born free" por ofrecer imágenes de violencia explícita, por ejemplo, la trayectoria de M.I.A. muestra sin duda el absurdo y la hipocresía de los medios de comunicación estadounidenses, con ejemplos patentes como el del cinismo del New York Times, pero también delata a una artista que no termina de encontrar el equilibrio adecuado entre su fascinación por la fama y su compromiso personal. En este sentido, el documental tiene la virtud de no ser una mirada totalmente complaciente y, con sus defectos, revela en buena medida ese espíritu provocativo que ha marcado la trayectoria de la cantante. Quizás ese espíritu provocador también es el origen de las declaraciones de la protagonista en el estreno del documental afirmando que "no es el documental que ella hubiera hecho". 

Por su parte, en el Festival de Estocolmo hemos visto dos documentales dirigidos por mujeres que, en buena medida, muestran lo mejor y lo peor del género. I see red people (Bojina Panayotova, 2018) es una película narrada en primera persona por la directora búlgara, que también está presente en la mayor parte de las escenas, que propone un viaje de investigación hacia los orígenes de su familia, tratando de encontrar la verdad sobre la colaboración de su padre con la policía secreta. A su favor podemos decir que este acercamiento a su propia historia personal, o más bien a la de su familia, funciona especialmente cuando se convierte en una especie de enfrentamiento familiar, cuando tanto su madre como su padre evitan la cámara de su propia hija, acusándola de estar obsesionada con el pasado. Es ahí, en esos momentos especialmente, en los que los fantasmas de la sospecha hacen su aparición, y en este sentido casi funciona mejor como una especie de psicodrama que como documental en sí mismo. El problema de esta película casi realizada de forma casera por su directora, que se presentó en la Sección Panorama del Festival de Berlín, es que esta investigación personal no tiene un desarrollo más general, y su capacidad para ahondar realmente en el pasado de Bulgaria, y las relaciones más que oscuras de su gobierno con el comunismo, es muy limitado, por lo que su consistencia como películas resulta insuficiente. 

En el otro lado de la balanza encontramos The Waldheim waltz (Ruth Beckerman, 2018), sin duda una de las mejores producciones documentales de este año, que de hecho fue el ganador del Premio al mejor Documental en el Festival de Berlín. Aquí, la experimentada directora austríaca Ruth Beckerman nos acerca, también en primera persona, a otra búsqueda de la verdad en el pasado del que fuera Secretario de las Naciones Unidas y presidente de Austria, Kurt Josef Waldheim, acusado de haber colaborado con los nazis. A pesar de ello, nunca se ha demostrado que esta colaboración fuera real y directa, pero sí se le ha condenado moralmente. La directora muestra parte de su trabajo como documentalista de las protestas que se vivieron durante las elecciones a la presidencia, y no tiene reparo en trasladar su propio punto de vista. Pero el documental resulta especialmente revelador gracias a la utilización de numeroso material de archivo que, realmente, habla por sí solo. En este sentido, Ruth Beckerman acierta en la perfecta estructuración del relato, absolutamente claro, y mantiene a veces durante varios minutos las imágenes de archivo que son en sí mismas parte fundamental de la narración. Es este respeto por el material de archivo lo que convierte a esta película en un perfecto ejemplo cómo se puede elaborar un documental de inmejorable descripción sin utilizar recursos alejados del género. Y es por eso quizás que Austria lo ha elegido como candidato al Oscar a Mejor Película Extranjera, independientemente de que tenga muchas posibilidades de acabar siendo nominado como Mejor Documental. 


Un día más de vida se estrenó el 26 de octubre
Matangi / Maya / M.I.A. se estrena el 16 de noviembre

11 noviembre, 2018

Conexión Estocolmo-Oslo (3ª Jornada)

Un fin de semana lluvioso siempre es un momento adecuado para adentrarse en una sala de cine. Así, estos días tenemos la posibilidad de encontrar en ciudades como Estocolmo y Oslo la excusa perfecta para acercarse al cine que marcará en buena medida el curso de esta temporada, y que estamos repasando en esta serie de crónicas que nos llevan de camino entre el Festival de Estocolmo y Film fra Sør en Oslo. 

Jornada intensa la que vivimos ayer en este último festival. Y entre las películas proyectadas, algunas que han sido presentadas por sus respectivos países como sus representantes de cara a los Oscar de Hollywood. Es el caso de Supa Modo (Likarion Wainaina, 2018), que ha sido presentada por Kenia y forma parte de la sección infantil Barnas Søfilm, que mayormente se proyecta en la Cinemateca de Oslo. Esta historia protagonizada por una niña con cáncer que se evade de su cruel realidad imaginándose como una superheroína con poderes especiales, tiene esa cierta mirada naif que suelen tener muchas producciones africanas, pero en este caso juega con positividad la carta de las emociones y de la empatía que produce un pequeño pueblo keniata cuyos habitantes tratan de hacer la vida más fácil a la joven protagonista. Likarion Wainaina es un director keniata que nació en Moscú, y que hace su debut con esta película, y a pesar de la evidente falta de presupuesto y de su condición de debutante, construye una historia que consigue, con herramientas algo sentimentales, tocar la fibra sensible del espectador y en buena medida encuentra el camino adecuado para elaborar un discurso cinematográfico que, no por sencillo y carente de recursos, resulta menos efectivo. A su favor podemos decir que el director no abusa de los resortes sentimentales en exceso, y la última parte de la película encuentra en la mirada optimista un muro de contención narrativo a los peligros de resultar demasiado lacrimógena. Pero, sobre todo, hay siempre en estas producciones africanas una segunda lectura que tiene que ver con la realidad de pobreza y abandono que sufren estos países, y que aquí se hace palpable en la denuncia de la falta de recursos para el tratamiento de enfermedades graves en los niños. 


Otra de las películas que se encuentra en la lista de los 87 países que se han presentado a la selección de los Oscar es The great Buddha+ (Hsin-yao Huang, 2017), que representa a Taiwán. Ganadora de numerosos premios en festivales asiáticos y del NETPAC Award en el Festival de Toronto, esta película se construye a partir de una historia aparentemente costumbrista pero que acaba convirtiéndose en un thriller, protagonizada por el guarda de una fábrica de bronce que descubre cómo se produce un hecho delictivo, sin tener la posibilidad de denunciarlo. El debut en la dirección de Hsin-yao Huang es singular, porque juega sus cartas en distintos frentes, tanto narrativos como formales, y ahí encontramos parte de las virtudes pero también de los defectos de la película. Porque hay en su propia construcción un muy evidente intento por elaborar una película de arte y ensayo, con la utilización del blanco y negro en la mayor parte del metraje y el color en escenas determinadas. Y hay que ser bastante generoso como espectador para aceptar ciertas licencias narrativas que acaban siendo fundamentales para el desarrollo de la historia. Lo más interesante, una vez más, es la utilización del recurso del meta-cine para mostrar los entresijos de la propia película, igual que hemos visto en otros títulos como One cut of the dead (Shin'ichirô Ueda, 2017) o Supa Modo (Likarion Wainaina, 2017). Aquí con la intervención del propio director como narrador de parte de la historia, desgranando con sentido del humor algunos resortes escondidos del rodaje. 


En cuanto al cine latinoamericano, y teniendo presente esa importante presencia de la mujer en la programación de Film fra Sør, hemos podido ver también Los adioses (Natalia Beristáin, 2017), titulada en el mercado internacional The eternal feminine. Se trata de una película profundamente femenina, tanto en su textura superficial como en su contenido, que reivindica la figura de la escritora Rosario Castellanos, una autora que en el México de los años 50 se enfrentó desde el púlpito y sus conferencias al sometimiento de las mujeres frente a la presencia siempre opresiva del hombre, pero que en su vida privada sufrió precisamente el ahogamiento de una relación difícil con el también escritor Ricardo Guerra, que la encorsetó como esposa y madre, ahogando su condición de mujer trabajadora. La película es un retrato acertado, aunque se nos antoja algo distante, de una figura importante en la reivindicación de la mujer en México, y sobre todo se sostiene en une xcelene trabajo de la actriz Karina Gidi, que le valió el Premio Ariel a la Mejor Actriz, bien secundada por Daniel Giménez Cacho. Quizás le falta, especialmente en su primera hora, una concreción den su propuesta narrativa, que resulta algo caótica, pero remonta el vuelo en una segunda parte, la de la negación personal de la protagonista, que la convierten en un título recomendable. 


También hemos visto una película biográfica en el Festival de Estocolmo. En este caso, se trata de la muy esperada Mapplethorpe (Ondi Timoner, 2017), presentada dentro de la Sección American Independents, y que traza un recorrido por uno de los fotógrafos más controvertidos de la década de los sesenta. La directora, Ondi Timoner, es una reconocida realizadora de documentales, ganadora del Gran Premio en Sundance por varios de sus trabajos anteriores, que aquí hace su debut en el género de ficción. Y en este sentido no puede evitar caer en determinados lugares comunes de una biografía que resulta algo anodina para el personaje en el que está basado. Aunque el trabajo interpretativo es correcto, con un esfuerzo notable por parte del actor Matt Smith para indagar en las coherencia interna de Robert Mapplethorpe, lo cierto es que especialmente en el terreno narrativo la película no encuentra el equilibrio adecuado entre la corrección y la fascinación, y el guión más interesado en mostrar la mayor cantidad de información posible que acaba abandonando el desarrollo de sus personajes. Así, momentos como la relación entre Robert Mapplethorpe y Patti Smith en los primeros años de sus carreras acaba siendo superficial y algo caótica. En este sentido, como biografía del artista resulta más interesante el documental Mapplethorpe: Look at the pictures (Fenton Bailey, Randy Barbato, 2016), que esta reciente incursión de ficción.  


El Festival de San Sebastián se inauguró con la película argentina El amor menos pensado (Juan Vega, 2018), uno de esos títulos que tiene todos los ingredientes para ser un éxito de taquilla. Y de ello, el estreno casi simultáneo de esa película con Mi obra maestra (Gastón Duprat, 2018) y El ángel (Luis Ortega, 2018) el pasado verano en Argentina consiguió que durante varios fines de semana el porcentaje de cine patrio en los primeros puestos de taquilla alcanzar el 61%, o lo que es lo mismo, 6 de cada diez espectadores argentinos vieron películas de su país frente a los grandes estrenos de Hollywood. El amor menos pensado, que se presenta a Concurso en el Festival Film fra Sør, supone el debut como director de Juan Vega, uno de los jefazos de Patagonik, una de las productoras más importantes de Latinoamérica. Esta comedia romántica se sostiene en un sólido reparto encabezado por Ricardo Darín y Mercedes Morán, y tiene en su ágil guión otro de sus principales alicientes. Es, ante todo, una película eminentemente argentina, repleta de largas secuencias de diálogos entre los personajes, pero con la ventaja de apoyarse en una escritura bien armada, llena de diálogos ingeniosos que hacen que el espectador se enamore inmediatamente de los protagonistas. Y con escenas de comedia antológicas, como el encuentro en un bar con una cita a ciegas. Y habla del amor en la edad madura, de cómo el enamoramiento se convierte en otra cosa, y de cómo a veces las relaciones acaban estancándose por la equivocada pretensión de que sigan siendo tan apasionadas como en la adolescencia. Es una película de construcción perfecta, de comedia precisa y, sobre todo, de actores que se encuentran cómodos en sus personajes. Y sin duda parece que puede ser uno de los títulos destacados del año. 





Mi obra maestra se estrena el 16 de noviembre
El amor menos pensado se estrena el 30 de noviembre