30 septiembre, 2016

Inicio de temporada: revivals y realidades

Tras la resaca de los premios Emmy, la temporada otoñal comienza en la televisión norteamericana con el regreso de algunos de sus platos fuertes como American horror story (FX, 2011-), Scream queens (Fox, 2015-) o The blacklist (NBC, 2013-) ya han desembarcado con sus nuevas propuestas en las cadenas de televisión, y el estreno esta misma semana de algunas series firmadas por nombres como Woody Allen. Nosotros repasamos algunos de los nuevos títulos que acaban de presentarse este mes de septiembre y que llegan con vocación de continuidad. Las propuestas van desde las algo repetitivas miradas a los ochenta y los retazos de realidad que demuestran que, al fin y al cabo, si hay una buena materia prima se pueden construir grandes historias. Estos son algunos de los nuevos títulos que hemos visto, a sabiendas de que resulta difícil y arriesgado juzgar una serie por sus primeros episodios: 

Arma letal
Matthew Miller para Fox

Matthew Miller, especialista en series de acción Matthew Miller con menos fortuna que acierto como Las Vegas (NBC, 2003-2008) o Los 100 (The CW, 2014-), ha sido el encargado de trasladar a los personajes que protagonizaban la película de Richard Donner a la pequeña pantalla. Lo más interesante de la versión cinematográfica que se inició con Arma letal (1987) era la contraposición entre el suicida Martin Riggs (Mel Gibson) y el veterano Roger Murtaugh (Danny Glover), que lograban una química irónica en medio de trepidantes historias de acción. En la producción estrenada por Fox se han quedado con lo segundo, aunque intentan recuperar el espíritu de esa buddy movie sin terminar de lograrlo. En parte debido a los cambios que ha sufrido Roger Murtaugh al que han rebajado la edad (aquí lo interpreta Damon Wayans), tratando de justificar su prudencia con un problema cardíaco. Sinceramente, creemos que haber introducido a un policía veterano a punto de jubilarse como el que daba vida Danny Glover hubiera resultado mucho más acertado como contraposición al protagonista. En todo caso, la química entre Wayans y Clayne Crawford no termina de funcionar, y la dirección de McG en el episodio piloto resulta torpe e incapaz de resolver las escenas de acción con soltura. 

El exorcista
Jeremy Slater para Fox

Fox parece haberle cogido el gusto a los remakes, a pesar de fracasos como el de Minority report (2015), y también es la responsable de otra de las versiones más esperadas de la temporada.  En esta ocasión, el guionista Jeremy Slater, que estrenó el año pasado la irregular historia de terror El efecto Lázaro (2015) y la penosa nueva versión de los Cuatro fantásticos (2015), se encarga de adaptar la novela original de William Peter Beatty que fue llevada al cine por William Friedkin en 1973. Sin duda, los cinco episodios de que consta esta primera temporada le permiten desarrollar mejor la historia original, pero no por ello se trata de una adaptación fiel, aquí más centrada en la figura de los exorcistas que de la familia de la niña Regan (con la recuperación de Geena Davis en el papel que interpretó Ellen Burstyn en la película). Lo cual sin duda les permite centrar la trama en los sacerdotes para su posible continuidad (aquí de nuevo con elementos hispanos, como el que aporta el actor mexicano Alfonso Herrera), pero también homogeneiza el desarrollo de la historia y nos resulta menos atractiva que, por ejemplo, el comienzo de la irregular Outcast (Cinemax, 2016-). No cabe duda que hay momentos desasosegantes en el piloto que dirige Rupert Wyatt, director de El origen del planeta de los simios (2011), pero también es cierto que hay elementos que nos hacen temer que el camino a seguir va a ser más convencional que arriesgado. 

MacGyver
Peter M. Leskov para CBS

Como hemos visto, a pesar de los resultados pobres que están suponiendo a nivel de crítica y audiencias, las cadenas siguen empeñadas en poner en marcha remakes de películas o series de los ochenta. Ahora le toca al experto en artificios Angus MacGyver, protagonista de un reboot o, si se prefiere, actualización para el público juvenil, cuya producción fue más que accidentada, incluido el rechazo por parte de la cadena del episodio piloto original. James Wan, responsable de títulos de éxito como Saw (2004), Insidious (2010) o Expediente Warren (2013), que había abandonado el proyecto por incompatibilidad de agenda, tuvo que regresar para rodar un nuevo piloto. El resultado es lo que se podía esperar, una innecesaria revisión juvenil del personaje, ahora trabajando en equipo (con secundarios de escasa entidad presentados de un plumazo), y con pocos valores en común con la serie original, MacGyver (1985-1992), aunque ésta misma tiene más de nostalgia televisiva que de auténtico interés, todo hay que decirlo. En todo caso, viniendo de un director como James Wan las escenas de acción están resueltas con desgana e indiferencia. Y si alguien piensa que las nuevas generaciones se van a enganchar al personaje están muy equivocados, porque hasta en la piel del joven actor Lucas Till resulta trasnochado.


Designated survivor
David Guggenheim para ABC

Con retraso en el estreno y cambio de showrunner (la responsable de Sexo en Nueva York (HBO, 1998-2004), Amy B. Harris, abandonó el proyecto por diferencias creativas), el regreso de Kiefer Sutherland como protagonista de una serie de televisión se produce con este solvente thriller político que resulta convincente a pesar de lo inverosímil de su punto de partida. Sí, estamos otra vez ante un ataque supuestamente terrorista, y de nuevo en mitad de una trama policíaca con el telón de fondo de la Casa Blanca, pero el capítulo piloto, sin plantear grandes hallazgos, se desarrolla con intensidad y buen ritmo, y nos permite disfrutar de una trama que parece dirigirse más hacia la conspiración política interna y menos en torno a la habitual guerra internacional. ABC parece haberle cogido el tono a las tramas de corte político, manteniendo en antena otras series similares como Scandal (2012-) o más recientemente Quantico (2015-), y las audiencias parecen también tener preferencia por este tipo de historias. Sin duda, una serie en la que en los primeros cinco minutos todo el gabinete gubernamental de Estados Unidos muere a consecuencia de una explosión tiene elementos suficientes para llamar nuestra atención.   


Falling water
Blake Masters y Henry Bromell para USA Network

La carrera del español Juan Carlos Fresnadillo en Hollywood no está siendo fácil, posiblemente por su empeño en mantener una cierta personalidad dentro del stablishment de las grandes productoras. En 2012 abandonó el rodaje del remake de Los inmortales (1986) por diferencias creativas, y recientemente ha sido la productora Dreamworks la que le ha apeado del proyecto Haunted debido al aumento de los costes de reproducción. La sequía creativa del director tinerfeño desde su irregular Intruders (2011) se ha detenido con el piloto de este thriller sobrenatural producido por Gale Anne Hurd, productora de The walking dead (AMC, 2010-) y creada por Henry Bromell, productor de la tercera temporada de Homeland (Showtime, 2011-). La serie plantea la conexión entre varios personajes a través de los sueños, pero resulta inconexa y confusa, debido en parte a un trabajo de dirección poco acertado. Esa voz en off que nos plantea reflexiones sobre el ser humano nos suena mucho a Héroes (NBC, 2006-2010), y la visión poliédrica de la sociedad tiene algo del crisol humano que muestran las hermanas Wachowski en Sense8 (Netflix, 2015-), pero sin la décima parte del interés que despiertan los personajes. En todo caso, es una serie para seguir descubriendo, no vaya a ser que acabe escondiendo sorpresas. 


This is us
Dan Fogelman para NBC

Entre los estrenos de la temporada éste es, sin duda, el más prometedor de todo. Pocos episodios piloto hemos visto tan perfectamente escritos como el de esta serie, creada nada menos que por el responsable de la divertida comedia músico-medieval Galavant (ABC, 2015-2016) o de películas de animación como Cars (2006) y Enredados (2010). Pero, aunque introduce ciertos momentos de ironía, This is us es todo un drama de personajes escritos con el talento de un guionista en estado de gracia (Dan Fogelman estrena también esta temporada el drama deportivo Pitch (Fox, 2016-)). En algunos momentos, este puzzle de personajes que encaja a la perfección en un final sorprendente y apabullante, recuerda a dramas de trazo maestro como ese American crime (ABC, 2015-). La propuesta nos presenta a cuatro protagonistas que cumple años el mismo día, y cuyas vidas sufren una catarsis en el mismo momento. Tras ver el episodio piloto, no se tiene una auténtica certeza de por dónde van a discurrir sus historias, y eso es lo mejor que le puede pasar a una serie que no juega al artificio ni al recurso fácil (y que se permite, de hecho, criticar la estulticia de muchas de las producciones que emiten las cadenas de televisión). Posiblemente no será una de las que más audiencia tenga, aunque sus casi 10 millones de espectadores es un muy buen comienzo, pero sin duda estamos ante una de las series más atractivas de esta temporada.


Easy
Joe Swanberg para Netflix

Otra de las propuestas interesantes para esta temporada es esta comedia creada por Joe Swanberg, uno de los principales mentores del movimiento mumblecore (esas películas de corte independiente que juegan a la improvisación planteando historias realistas sobre las relaciones humanas), cuyos otros representantes visibles, los hermanos Duplass, también han acabado curiosamente en el campo de la televisión, dirigiendo proyectos como Togetherness (HBO, 2015-2016) o The Mindy project (Hulu, 2012-) de Mark Duplass, o como Jay Duplass, coprotagonista en Transparent (Amazon, 2014-), que acaba de estrenar su tercera temporada, y productor en la serie de animación Animals (HBO, 2016-). Lo interesante de Easy es que sus ocho episodios son en realidad ocho cortometrajes protagonizados por actores diferentes (en alguno se repite la historia central) que hablan del sexo, de la cultura, de la sociedad tecnológica y sobre todo de cómo en las relaciones humanas a veces hacemos más difícil lo que en realidad debería ser sencillo. Dentro de la irregularidad que suelen tener este tipo de planteamientos, la serie propone una forma de contar estas historias que no es habitual en la televisión comercial. En todo caso, Netflix juega siempre al riesgo en el terreno de la comedia, con propuestas tan interesantes como Love (2016-), que dirigió Judd Apatow, o la premiada Master of none (2015-) de Aziz Ansar. 


Better things
Pamela Adlon y Louis C.K. para FX

Sin duda, el humorista Louis C.K. se ha convertido en un referente para la nueva comedia televisiva. Con un humor ácido y a veces cruel, su serie Louie (FX, 2010-) es una de las propuestas más interesantes que se han visto en los últimos años, y mientras mantiene el receso que se tomó en 2015 antes de que llegue su sexta temporada, aún sin fecha, su creador ha puesto en manos de FX otras producciones muy recomendables como Baskets (2016-), reciente premio Emmy al Mejor Actor secundario, o la web serie Horace and Pete (2016), que él mismo protagoniza junto a Steve Buscemi. Better things es una nueva comedia que tiene algunos puntos en común con Louie, pues acompaña a una mujer madura (la co-creadora Pamela Adlon) que trata de compatibilizar su condición de madre soltera con su trabajo como actriz, a una edad en la que ya de por sí resulta difícil encontrar trabajo. Más realista que aquélla, en esta serie encontramos claros tics de su creador, al tiempo que diálogos inteligentes que contienen una reflexión más profunda de lo que parece, un poco en la línea de Master of none (Netflix, 2015-). Hay, sin embargo, un punto de mayor dramatismo en la historia, pero también menos acierto a la hora de combinarlo adecuadamente con el supuesto tono de comedia que tiene la serie, que en sus primeros episodios se nos hace más convencional que aquello a lo que nos tiene acostumbrados su co-creador.



Arma letal se emite en Movistar +  
MacGyver se emitirá en Fox España
Designated survivor se emitirá en Netflix España
Easy se emite en Netflix España



19 septiembre, 2016

Premios Emmy: El reflejo de una realidad algo irreal

La entrega de los premios Emmy ha consolidado a Juego de tronos (2011-) como la serie más premiada de la historia, continuando una tendencia marcada el año pasado que esta temporada ha continuado (Drama, Dirección, Guión, Maquillaje y Reparto). El proyecto creado por David Benioff es, junto a Veep (2012-) que ha conseguido tres de sus trece nominaciones principales (Comedia, Actriz de Comedia y Reparto) el buque insignia de la cadena de televisión por cable. HBO mantiene así su hegemonía como el canal de televisión más premiado, a pesar de estar "amenazado" por las nominaciones logradas por canales como Netflix, Amazon y FX.


Podemos decir que este año se han mantenido las expectativas, e igual que Breaking bad (2008-2013) logró finalmente el reconocimiento en los Emmy al final de sus emisiones, consolidándose temporada tras temporada como objeto de culto, Juego de tronos (2011-) ha terminado convirtiéndose en todo un fenómeno de masas en los últimos años, aunque la producción comenzara con problemas y la audiencia tardara en engancharse. Es más, el anuncio de su última temporada dividida en dos partes ha colocado a HBO en una posición peligrosa comparable con aquella que tuvo que vivir cuando terminó Los Soprano (1999-2007), la serie que la consolidó en el nivel en el que se encuentra ahora. Y las dificultades de producción que ha tenido el western de ciencia-ficción Westworld (2016-) se justifican comparándolas con aquellas que tuvo que solventar la misma Juego de tronos al principio, con repetición de su episodio piloto incluido. Lo cierto es que los intentos de HBO por encontrar series que traten de mantener los niveles de exigencia de su público, como preámbulo de la debacle que se producirá tras el final de su buque insignia, no han parecido tener resultados hasta el momento: ni el drama musical creado por Martin Scorsese y Mick Jagger Vinyl (2015), cancelado en su primera temporada, ni los proyectos de Steve McQueen y David Fincher detenidos antes incluso de convertirse en pilotos serán los sustitutos de un éxito como Juego de tronos. Y la feroz competencia que presentan las plataformas digitales como Netflix o Amazon plantean un panorama mucho más complicado que aquel 2007 en el que Los Soprano echaron el cierre.

¿Es por tanto el reconocimiento en los Emmy una carta de confianza a la cadena que consiguió cambiar las reglas de juego en la televisión? Posiblemente sí. Porque la presencia casi anecdótica de Netflix, Amazon y FX en el reparto de los últimos premios Emmy es un reflejo poco acertado de la realidad en cuanto a niveles de calidad y repercusión de las producciones.


FX ha conseguido consolidarse como uno de los canales de mayor prestigio de la televisión norteamericana, a pesar de que sus series no tengan los niveles de audiencia de otras cadenas. Y de la mano de Ryan Murphy, el drama judicial American Crime Story (2016-) le ha dado siete premios (Miniserie, Actor principal, Actriz principal, Actor de reparto, Guión, Reparto y Peluquería), en un año en el que por fin consiguió colocar entre las categorías principales a la excelente The americans (2013-), y a pesar de que la magnífica segunda de temporada de Fargo (2013-) se haya tenido que conformar solo con la estatuilla a Mejor Fotografía. La presencia entre los premiados de Louie Anderson como Mejor Actor de reparto por su sorprendente papel de madre del protagonista confirma a Baskets (2016-) como una de las comedias dramáticas más impactantes de esta temporada, a pesar de que su cínica historia haya pasado algo desapercibida.

Pero la que podemos considerar principal competidora actual de HBO, la plataforma digital Netflix, si bien ha logrado el reconocimiento de público y crítica con sus producciones, no termina de encontrar un hueco destacado en los premios Emmy, a pesar de la sorpresa que han supuesto los galardones a Actor de reparto por el thriller Bloodline (2015-) y el Guión de la comedia Master of none (2015-), o el espaldarazo a sus producciones documentales What happened, Miss Simone? (2015), premiada como Mejor Documental, o la impactante serie Making a murderer (2015-), que consiguió los de Dirección, Guión y Serie Documental. Pero el juego en primera línea de las ficciones como House of cards (2013-) se ha quedado en mero intento. Y la ausencia de producciones tan cuidadas y de calidad como Narcos (solo tenía nominaciones por la sintonía creada por Rodrigo Amarante y por el diseño de los títulos de crédito) demuestran que la presencia de la plataforma dista mucho de ser la que merece.


Netflix viene pisándole los talones a HBO desde hace tiempo. E igual que la segunda revolucionó el concepto de televisión con producciones como Los Soprano (1999-2007), The wire (2002-2008) o Roma (2005-2007), la plataforma digital ha venido introduciendo otro concepto de consumo al que ya ni siquiera se le puede llamar televisión. Una forma de ver sus producciones a la carta, con el estreno completo de cada temporada que permite a los espectadores elegir el modo de visionado, y que además ahorra desagradables sorpresas como la filtración de capítulos que puede tener lugar en las emisiones más clásicas "semanales", ya experimentado por la propia HBO con la última temporada de Juego de tronos. Además, Netflix mantiene en los últimos años un nivel de desarrollo de series y películas que difícilmente es asumible por muchas otras plataformas y canales de televisión. Y HBO, restringida por la emisión tradicional de su programación, que escasamente le deja el hueco de los domingos por la noche como día estrella (adjudicado a Juego de tronos), no tiene margen de movimiento para desarrollar productos que, finalmente, han acabado en una larga lista de espera de la que no se sabe cuándo van a salir.


Esta "guerra de producción" ya ha comenzado a dar sus primeros problemas. David Simon, creador de series emblemáticas como The wire (2002-2008) o Treme (2010-2013), ya ha planteado los peligros de la incorporación de directores de cine a las producciones de televisión. Sobre todo porque manejan presupuestos que en la mayor parte de las ocasiones son difícilmente asumibles por las cadenas. Eso es lo que le ha pasado a HBO con los proyectos iniciados por David Fincher o Steve McQueen. Y eso es lo que le pasó a Netflix con la producción de The get down (2016-), la serie sobre el inicio del hip-hop que demostró la ignorancia de un cineasta como Baz Luhrmann sobre el mundo de la televisión, que necesitó la ayuda de más de un showrunner para terminar el proyecto; primero fue Shawn Ryan (The shield (2002-2008)) y más tarde Thomas Kelly (Copper (2012-)) y además llegó a sobrepasar el presupuesto inicial hasta los 116 millones de dólares. Es más, la división en dos partes de la serie (se han emitido solo seis episodios), lejos de ser una estrategia de distribución, parece más una necesidad: la serie no se terminó a tiempo.


Amazon es otra de las plataformas que ha apostado por la producción de series online, siendo al menos reconocida su serie Transparent (2014-), por la que su protagonista Jeffrey Tambor y su creadora Jill Soloway han sido premiados como Mejor Actor y Mejor Directora en los dos últimos años. Amazon se ha convertido en el mejor aliado de Netflix para revolucionar la televisión, y a finales de septiembre tiene previsto estrenar Crisis in six scenes (2016-), la primera serie escrita y dirigida por Woody Allen, iniciando una política de desarrollo de ficción menos ambiciosa que Netflix desde el punto de vista presupuestario, pero de importante consolidación paulatina. 



Hay que agradecer, no obstante, la presencia de caras nuevas, especialmente entre los intérpretes premiados. El galardón como Mejor Actor a Rami Malek confirma a la serie Mr. Robot (2015-) como la principal tabla de salvación para USA Networks, y el reconocimiento a la actriz canadiense Tatiana Maslany por la serie canadiense Orphan Black (2013-), distribuida por BBC America, hace justicia a su poliédrico trabajo. También nos han alegrado los premios a Maggie Smith como Actriz de reparto en Downton Abbey (2010-2015) o de Sherlock: La novia abominable (2010-) como Mejor Tv Movie, que aportan el habitual toque british a los premios Emmy. Y por supuesto hay que destacar el premio a la Mejor Música para el español Víctor Reyes por su preciso e inspirado trabajo para El infiltrado (2016), que también logró el de Mejor Directora para la danesa Susanne Bier. 

A pesar de los nueve premios que ha conseguido Netflix y los seis de Amazon, ¿ha reflejado esta edición de los Emmy la realidad actual? Si hablamos en términos de televisión tradicional, sí, ya que no cabe duda de que Juego de tronos es la serie estrella de las audiencias y de la repercusión mundial. Si miramos hacia la televisión del futuro, que es cada vez más presente, no. La incorporación de plataformas digitales al universo televisivo, por llamarlo de alguna forma, es imparable, y el reconocimiento parece que está tardando en llegar. Netflix ya tiene mas suscriptores que HBO. Lo que demuestra que la apuesta de los espectadores va por otros derroteros. 


09 septiembre, 2016

Músicos en el cine o cómo huir del biopic

Aunque están estrechamente ligadas, la traslación al cine del universo musical no ha tenido en muchas ocasiones el mejor resultado. Podemos considerar escasas las películas que han conseguido transmitirnos las, por lo general, complejas personalidades de las mejores estrellas de la música: El ocaso de una estrella (Sidney J. Furie, 1972), Amadeus (Milos Forman, 1984), Alrededor de la medianoche (Bertrand Tavernier, 1986), Sid y Nancy (Alex Cox, 1986), Bird (Clint Eastwood, 1988), y más recientemente Last days (Gus Van Sant, 2005) o Love and mercy (Bill Pohlad, 2014) son algunos ejemplos de retratos acertados que al mismo tiempo tratan de encontrar fórmulas diferentes al biopic tradicional para introducirnos con mayor o menor acierto en las mentes de sus protagonistas.

En los últimos meses algunos títulos nuevos en torno al mundo de la música nos han traído las figuras de Miles Davis, Chet Baker, Hank Williams o Elvis Presley, con resultados irregulares, pero al menos con la vocación de dejar atrás la típica narración que acompaña al protagonista desde su infancia hasta su muerte. Lo cual, en una industria que difícilmente se encuentra cómoda en la rebeldía, acaba siendo gratificante.

Miles ahead (Don Cheadle, 2015) se acerca a la difícil personalidad de uno de los grandes genios de la música jazz (o como él mismo prefería denominarla, "música social"). Don Cheadle toma las riendas de la película en diversas facetas y ejerce de protagonista, guionista y director. Al comienzo del film, Miles Davis dice en una entrevista "si vas a contar una historia, tienes que hacerlo con arrogancia"; y casi podríamos definir ésta como la principal característica de una biografía que construye una narración ficticia, cercana al cine de gángsters, para ofrecer un boceto que pretende ser más poliédrico de lo que consigue al final. Miles ahead resulta en ocasiones caótica en su discurso frenético del artista envuelto en el infierno de las drogas, pero tiene algunos elementos que la distinguen de otras biografías musicales y ofrece un planteamiento valiente, aunque el resultado no termine de ser convincente. Podríamos decir que el Don Cheadle actor eclipsa al Don Cheadle guionista y director, porque en esta faceta es en la que la película zozobra con personajes que terminan distrayendo (el periodista de la revista Rolling Stone al que da vida Ewan McGregor) y con recursos cinematográficos que ahogan la narración.

Si Miles Davis vivió un retiro voluntario durante cinco años (también provocado por sus adicciones), Chet Baker también acabó abandonando la música durante ocho largos años, debido a una brutal paliza provocada por sus deudas en la que le destrozaron los dientes y la mandíbula, impidiéndole poder tocar la trompeta durante mucho tiempo. De hecho, Miles Davis siempre trató con cierta condescendencia al trompetista blanco, al que nunca terminaría de aceptar en el Olimpo del jazz, y del que le resultaba divertido ver cómo un blanco intentaba imitarle.  

En Born to be blue (Robert Budreau, 2015) asistimos a un excelente trabajo del actor Ethan Hawke, que da vida al trompetista en una de las etapas más difíciles de su vida personal y profesional. El camino que llevó a Chet Baker desde la necesidad de volver a tocar la trompeta hasta su renacimiento como músico (una vez envuelta en la adicción a las drogas), está brillantemente mostrado por el guionista y director Robert Budreau, que nos revela la fragilidad de un genio como pocas veces la hemos visto recientemente en el cine. Aunque están presentes algunos de los más precisos hitos musicales de Chet Baker (emocionante esa interpretación de "My funny Valentine", que nadie ha sabido nunca interpretar con la delicadeza con la que lo hizo el músico), la película habla de la difícil salida de los infiernos hacia algo parecido al purgatorio de un personaje que está más allá de su talento musical. Y aunque Born to be blue, en su huída pertinaz (y acertada) del biopic tradicional, funciona como una contundente estampa de la podredumbre que envuelve al arte, lo cierto es que seguimos recomendando el documental Let's get lost (Bruce Weber, 1988) como el más brutal acercamiento a la figura de Chet Baker que se hace en el cine.

1953 fue el año en el que Chet Baker montó su primer cuarteto y comenzaba a despuntar como trompetista, pero también fue el año en el que Hank Williams fallecía a la temprana edad de 29 años. Williams ha sido uno de los nombres clave de la música norteamericana, no solo por sus eternas composiciones country, sino por la confesada influencia que tuvo en nombres como Bob Dylan, Bruce Springsteen y hasta los Rolling Stones. El actor británico Tom Hiddleston da vida al cantante en la película I saw the light (Marc Abraham, 2015), realizando un encomiable esfuerzo de transposición de su acento british a la cerrada cadencia de Alabama. Pero sobre todo representando ese caldo de cultivo de drogas, alcohol y sexo en el que Hank Williams fue aderezando su corta pero influyente trayectoria musical. La película, ésta sí, se desenvuelve en la habitual senda del biopic estructurado en torno al desarrollo de su carrera, y no termina de encontrar ese destello que la despoje de los clichés más anodinos del género. En este sentido, I saw the light (que en España se editará directamente en DVD con el sorprendente título Hank Williams, una voz a la deriva) tiene todos los defectos de este tipo de producciones, solventados aquí al menos por esa descarnada recreación que elabora Tom Hiddleston, mucho más certero que la propia narración de una historia que podría haber dado mejores frutos.

En 1954, un año después de la muerte de Hank Williams, la joven Eunice Kathleen Waylon adoptó el nombre artístico que la convertiría en el mayor mito de la música soul: Nina Simone. En torno a su figura este año se ha estrenado también la película Nina (Cynthia Mort, 2016) una visión reduccionista de uno de los personajes más complejos de la historia de la música. Centrada en los años noventa, cuando Nina Simone tenía sesenta años y se retiró a Francia (una vez más el retiro como punto de partida), y en su relación con su asistente personal, Clifton Henderson, la película provoca desgana y desinterés, cuando hace un año el documental nominado al Oscar What happened, Miss Simone? (Liz Garbus, 2015) nos había presentado un personaje fascinante en sus contradicciones, su genialidad musical y sus problemas psicológicos. Tampoco ayuda especialmente la elección de la actriz Zoe Saldana para interpretar a la cantante y pianista, cuya interpretación resulta tan epidérmica como el maquillaje que lleva. Y, no sabemos si por su condición de productora, con la errónea decisión de que sea la actriz la que interprete las canciones, ni siquiera leve atisbo de la característica forma de cantar que hizo grande a Nina Simone.  

Una de las constantes en el actual cine sobre músicos reales es ese intento de huir de la hagiografía tratando de centrarse en los más oscuros rincones de la personalidad de sus protagonistas. Pero el retrato de un genio musical no solo consiste en descubrir su vertiente más humanamente terrible, sino también en transmitir la relevancia de su aportación al mundo del arte. Eso lo hace muy bien el documental Amy (Asif Kapadia, 2015), que nos mostraba las debilidades de la cantante Amy Winehouse, pero al mismo tiempo nos deslumbraba con la magnificencia de su voz y de su talento. Y Born to be blue logra también traspasarnos emocionalmente con la delicadeza musical de Chet Baker. Pero producciones como I saw the light o Nina se quedan en la mera recreación, más o menos precisa, del lado más sombrío del mundo de la música.


Aunque no se trata de una biografía musical, el estreno en cines de la tvmovie de HBO Elvis and Nixon (Liza Johnson, 2016) también es un acercamiento a una de las estrellas más luminosas del firmamento musical de todos los tiempos. Utilizando como excusa un raro encuentro entre Elvis Presley y el presidente Richard Nixon, el guionista Joey Sagal construye un imaginativo retrato de dos personajes tan aparentemente distantes sin querer acercarse a la realidad. Empezando por un reparto escogido con cierta sorna (Michael Shannon incorpora a un Elvis histriónico y algo desequilibrado, mientras Kevin Spacey se convierte en un trasunto de Richard Nixon irónico y prepotente), la película propone un divertimento en tono de comedia que juega con el absurdo de la situación (¿qué hace el presidente de los Estados Unidos reuniéndose con Elvis Presley en el despacho oval?). Aunque deja en el camino ciertas posibilidades que le vienen dadas por el planteamiento inicial, sin aprovecharlas del todo, Elvis and Nixon es disfrutable como mirada satírica a una época en la que podía pasar de todo, incluso la reunión de esta extraña pareja, y por el trabajo de sus dos intérpretes, siempre certeros en sus composiciones.       

Es una difícil coyuntura la de enfrentarse a un personaje conocido, especialmente si se trata de un músico, y discurrir por lugares y estructuras narrativas tradicionales, o bien tratar de lograr un retrato más o menos complejo de personalidades que en muchos casos son difíciles de retratar. Algunas de estas películas han conseguido, por lo menos, ofrecernos una interesante visión del mundo de la música y de sus protagonistas con un aliento emocional diferente.         


Miles ahead se estrenó el 29 de julio
Elvis and Nixon se estrenó el 26 de agosto
I saw the light (Hank Williams, una voz a la deriva) se edita en DVD el 7 de septiembre

     

02 septiembre, 2016

MTV Video Music Awards: Money is money

Esta semana se entregaron los premios musicales en los que los premios son lo que menos importa. Los MTV Music Awards reconocen cada año los mejores videoclips, pero en realidad la cita anual no es más que una excusa para concentrar a algunos de los artistas más potentes del momento y para mostrar también la supremacía de MTV como canal de referencia. ¿Los premios? Poco importan. Es más, en la propia gala solo se entregan cuatro o cinco y el resto nos lo muestran en forma de recorrido audiovisual. Lo importante en esta cita musical es que MTV ha sabido venderla a los artistas que la protagonizan y, por tanto, a los espectadores, como una celebración menos encorsetada y más desinhibida que los American Music Awards o los Premios Grammy. Y eso le ha valido para hacerse un hueco entre las citas más destacadas del panorama musical norteamericano. Otra cosa es que el resultado acabe colmando las expectativas, que en esta edición eran muchas: premio "honorífico" a Rihanna, consolidación de Beyoncé como la gran diva de la música pop, reaparición de Britney Spears, monólogo del bocazas Kanye West y hasta celebración de los éxitos deportivos estadounidenses en Río 2016. 

En realidad, podemos decir que la mayor parte de las apuestas más sonadas no terminaron de cuajar, y que el gran espectáculo con el que se nos presentaba la gala tenía más parafernalia que profundidad. También que la ceremonia consolidaba el black power en el mundo musical (Nick Jonas y Britney Spears parecían fuera de lugar) y al mismo tiempo la predominancia de las mujeres como auténticos buques insignia de la música del momento.  

Precisamente a Britney Spears parece que se le tenía ganas. Su reaparición fue decepcionante, todo hay que decirlo, pero acusarla de utilizar playback en su actuación cuando tanto el playback como el over playback fueron la tónica de casi todos los cantantes resulta algo cínico. Fue el caso de Rihanna en la primera actuación de las cuatro que ofreció esa noche (nunca un premio honorífico se lo han currado tanto), un popurrí de canciones como Only girl, We found love y Where have you been que dejaban claro que ella iba a ser la gran protagonista de la ceremonia, gracias al MTV Michael Jackson Video Vanguard que le concederían al final de la gala. La sobredosis de over playback dejaba en entredicho la capacidad vocal de la artista, que más tarde se desquitaría con otras de sus presentaciones. 


Dejamos a un lado la lista de presentadores ridículos que nos suele ofrecer MTV, y que por desgracia también estaban en la gala. Y pasamos por alto algunos discursos hipócritas en torno a los orígenes que desarrollaron artistas invitados como Puffy Daddy, haciendo referencia al nacimiento de la música negra en el Bronx de Nueva York (ese nacimiento que nos muestra Baz Luhrman en su lograda serie The get down (2016-)). Uno de los nuevos nombres del hip hop actual, Chance the Rapper dio paso, disfrazado de Super Mario Bros, a otro de los momentos esperados, la actuación de Ariana Grande (también algo ahogada al principio de la canción) y una embutida Nicki Minaj, que interpretaron el éxito de la primera Side to side. Sobre el over playback es habitual la controversia alrededor de la necesidad de utilizarlo cuando los cantantes están realizando un importante esfuerzo físico con coreografías más o menos elaboradas. Quienes lo defienden abogan por el espectáculo que el público quiere ver, y que por tanto juega en contra de la voz en directo; los que están en contra hablan de cierta estafa a los espectadores. Pero al fin y al cabo, es el público el que elige llenar o no conciertos en los que sabe que sus ídolos no cantan ni la mitad de las canciones (Madonna, Britney Spears, Rihanna...). 



En este sentido, fueron de agradecer algunos momentos menos artificiosos y más honestos como el que protagonizó Alicia Keys, con un discurso-poema con el que quiso celebrar el aniversario del discurso "I have a dream" que pronunció Martin Luther King en Washington el 28 de agosto de 1963, refiriéndose a la igualdad de derechos entre razas y sexos, y utilizando su voz a capela para emocionarnos sin necesidad de envolturas técnicas. 



La referencia a los logros de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos fueron un recurso algo metido con calzador, pero al fin y al cabo se trataba de construir un espectáculo a mayor gloria del espíritu americano. El medallista de natación Michael Phelps y el equipo de gimnasia con la talentosa Simone Biles a la cabeza, e incluso la tenista Serena Williams, eliminada a las primeras de cambio en el torneo, fueron los abanderados del orgullo patrio deportivo. Su presencia no aportó nada especial a la gala (aunque el nerviosismo adolescente de las medallistas gimnastas les dio algo de autenticidad), pero la mejor y más divertida referencia al olimpismo fue la del presentador Jimmy Fallon disfrazado del nadador Ryan Lochte, el que hizo el ridículo en Río protagonizando aquella incomprensible trama inventada de robo a mano armada para ocultar una fiesta salida de madre.

Una de las pocas presencias masculinas sobre el escenario fue la del rapero Future, sin duda uno de los más inteligentes representantes del hip hop combativo. Pero mucho menos popular que el mediático Kanye West, talentoso músico metido en los últimos años a protagonista de controversias insulsas que hacen un flaco favor a sus más que recomendables álbumes. Por eso precisamente parecía tener más morbo ponerlo en el escenario a dar un discurso que a cantar una canción. Esto es lo peor que le puede pasar a un artista, cuyo vehículo de expresión se supone que deben ser sus creaciones. El discurso "controvertido" se quedó en lugares comunes (otra vez la cansina referencia a Taylor Swift), justificación de su penoso y aburrido videoclip Famous y comentarios sobre las muertes raciales que se suceden en ciudades norteamericanas cada dos por tres. Kanye West quedó finalmente como un fraudulento reclamo de polémica que le sirvió para estrenar su último videoclip, Fade, otra gilipollez seudoartística ideada por él mismo.

Presentada por su buena amiga Naomi Campbell, Rihanna protagonizó su segunda actuación con un medley de Rude boy, What's my name y Work, mostrando mejores recursos vocales sin una coreografía tan elaborada y por tanto mucho más acertada en ese lado "canalla" que tan bien ha sabido explotar la artista de Barbados. 

Por supuesto, nada hay que decir en torno a la presencia constante de marcas comerciales como soporte de este tipo de espectáculos. Esos artistas algo pagados de sí mismo que hablan de sus orígenes y de su influencia en el mundo como personajes famosos son los mismos que se venden a cualquier postor mediático. Al fin y al cabo, como el mundo deportivo, patrocinado por mercenarias marcas comerciales, los discursos "buenistas" acaban siendo fagocitados por la realidad del patrocinio. Aquí el que más y el que menos, por mucha rebeldía que nos quieran vender, acaba siendo comprado y debe rendir pleitesía a la multinacional de turno. Así que, ¿por qué no ofrecer una actuación directamente patrocinada? Nick Jonas fue el encargado de protagonizar un anuncio publicitario de Pepsi Cola envuelto en forma de actuación musical en el exterior del Madison Square Garden. El mundo mercenario de la música al descubierto. 

Y entonces llegó ella. Fue el gran momento de la noche. Nadie puede negar a estas alturas que Beyoncé es la gran diva de la música. Y hasta el horroroso comienzo de su actuación se lo perdonamos por el espectáculo que supo dar en los siguientes 15 minutos. Mientras que Rihanna necesitó cuatro actuaciones para demostrar sus recursos vocales, a Beyoncé le bastó con este poderoso medley de su álbum Lemonade para poner los puños sobre la mesa. Incontestable, poderosa, sobrecargada en su vestuario pero de presencia siempre hipnótica. Sudando la actuación como solo las grandes cantantes pueden hacer, especialmente porque a Beyoncé no le hicieron falta playbacks para demostrar sus grandes dotes vocales. Solo una inteligente combinación de algunos fragmentos de su último álbum que iban de cierto aire reggae a un potente sonido rockero que acabó poniendo a todo el público de pie. Y a nosotros con los vellos de punta. Esto sí es auténtico espectáculo.  

Una estirada Kim Kardashian se encargó de presentar uno de los momentos más esperados de la noche: la reaparición de Britney Spears en los MTV Awards años después de uno de los momentos más bochornosos de su carrera musical, protagonizado en 2007 en esta misma ceremonia. La nueva canción Make me..., junto al rapero G-Eazy, no fue precisamente un alarde de coreografía y puesta en escena. Y a Britney Spears le jugó una mala pasada aparecer justo después de la soberbia eclosión de Beyoncé. Pero, más allá de que la propuesta escénica fuera más bien pétrea y de que utilizara el playback la mayor parte del tiempo (algo por lo demás bastante habitual en Britney Spears desde hace tiempo), lo peor de todo es que se vio a una cantante enconsertada y desfasada. Por poner un ejemplo, Beyoncé y Britney Spears tienen la misma edad, 34 años, pero la segunda parecía una cantante apática, fuera de órbita, empeñada en volver a unos escenarios que ya no parecen tener sitio para ella. 


Rihanna volvió a tomar el escenario como para dejarnos claro que, sí, que Beyoncé se podía estar llevando premios y haber protagonizado una mega actuación, pero que esa era su noche. Quizás por eso brilló especialmente en su tercera presentación, con el medley formado por Needed me, Pour it up y Bitch better have my money en la que dejó bien claro por qué es una de las voces más solventes de la actual escena musical norteamericana.        

Entre tanta estrella fulminante femenina, quizás una de las actuaciones más interesantes de la noche pasó algo desapercibida. La que protagonizó el dúo neoyorquino The Chainsmokers con su primer single Closer, interpretado junto a la cantante Haley. En medio de tanta parafernalia, su puesta en escena fue la más simple, pero también de las más efectivas, desprendiendo química entre el cantante Andrew Taggart y la invitada Haley, que desde luego no dejaron a nadie indiferente. 




Entre Taco Bell, Twix y Pantene, el final de la gala llegó con esa especie de premio honorífico que no se sabe si es un galardón a la trayectoria o un reconocimiento al futuro por venir. Por si acaso, la denominación deja abierta la puerta a cualquiera interpretación: Michael Jackson Video Vanguard Award. En todo caso, MTV quiso agradecer a Rihanna una trayectoria que, aunque ha tenido momentos difíciles, se ha acabado convirtiendo en la perfecta visualización del éxito gracias al talento (y a un inteligente juego de provocación mucho más sensual que la verdulería de Miley Cyrus, por ejemplo). Y lograr un premio honorífico con solo 28 años es toda una declaración de intenciones. Su última actuación, medley sinfónico de sus éxitos Stay, Diamonds y el reciente Love on the brain, demuestran su posición en el firmamento musical. Y el valor que tiene una trayectoria que, con sus altibajos, la han convertido en una estrella a la que difícilmente se la podrá destronar. Palabra de MTV.