29 agosto, 2012

Terror en el límite


Nada mejor que una buena dosis de cine de terror para acabar el verano. Aunque en esta ocasión nos acercamos a dos producciones que se ajustan relativamente a las reglas del género, cuando no las rompen completamente.
Dos producciones recientes nos ofrecen una visión un tanto peculiar del género de terror, mostrando una cierta tendencia a retorcer las reglas convencionales y dispersarlas en ejercicios de estilo que aunque no terminen de alcanzar los resultados apetecidos, al menos sí logran revertir los convencionalismos para construir productos de entretenimiento que van más allá de lo habitual.

The Cabin in the Woods (La cabaña del bosque). Nadie pone en duda ya que Joss Whedon es uno de los nombres a tener en cuenta dentro del cine comercial. Su característica forma de reutilizar los tópicos y convencionalismos para desmembrarlos y reconstruirlos en una suerte de parodia que al mismo tiempo es un referencial e incondicional homenaje a las reglas del juego resulta sin duda atractiva, y ha dado lugar a producciones de calado como Los vengadores (su mejor aportación en este sentido), pero ya estaba presente por ejemplo en la serie Buffy, cazavampiros.
The cabin in the Woods es una película sorprendente de la que más vale no tener muchas referencias antes de verla. Presentada como una aparentemente convencional historia de grupo de jóvenes enfrentados a una piara de fuerzas del mal, la película esconde tras el primer punto de giro un planteamiento narrativo que juega a ser parodia del género y construye una trama tan absurda que acaba resultando demoledoramente divertida. Que en The cabin in the Woods encontramos todos los clichés que nos sabemos de memoria los amantes del thriller y el terror es evidente, entre otras cosas porque se eso se trata, pero al contrario de otras supuestas reinvenciones del género, en ésta nos encontramos con una inteligente vuelta de tierca marca de la casa (entiéndase, firma de Joss Whedon, el guionista). Y aunque en su última parte la originalidad del planteamiento  parece auto-inmolarse en un festival de efectos especiales y defectos narrativos, hay que recibir con simpatía esta nueva obra de uno de los guionistas más astutos del panorama cinematográfico de Hollywood.

The Tall Man. Al francés Pascal Laugier lo conocemos principalmente por su anterior película Martyrs, que contenía, entre escenas sanguinolentas, un pulso en la dirección que hacía tiempo que no veíamos en el género. Martyrs se ha convertido en un pequeño clásico entre los amantes del terror y sin duda nos ha aportado algunos de los momentos más perturbadores del reciente de terror. Laugier realiza ahora su primera incursión en Hollywood con esta historia protagonizada por Jessica Biel (en un papel que sin duda debió haber sido extenuante) que, lejos de su envoltura de cine de horror, en realidad circula más bien por los trazos gruesos del thriller oscuro.

De esta película también más vale no saber mucho antes de verla porque, como ya ocurriera en Martyrs, la historia comienza por un camino y se desarrolla a través de vericuetos y giros que acaban convirtiéndola en algo muy diferente. Este empeño en la sorpresa continua contribuye a dar a la trama un ritmo que resulta intenso y te mantiene pegado a la pantalla, aunque también delimita la historia por ramificaciones confusas que no contribuyen a crear un tronco narrativo robusto. En todo caso, The Tall Man es una muestra singular de un género que necesita propuestas diferentes. La principal virtud de la película es su contundente trabajo de dirección, en el que Pascal Laugier demuestra una vez su poderoso sentido visual, representado en una planificación muy cuidada, muy inteligentemente planteada para tratar la imagen como transmisora de información más allá de las líneas del guión. Por eso en Pascal Laugier funcionan mejor esas largas secuencias sin diálogo (la persecución) o esos planos secuencia (la salida de la casa) que desbordan la pantalla.

24 agosto, 2012

Hemingway & Gellhorn: Solvencia y clichés

La misma semana que se estrena en salas "Manolete", incursión en la cultura del tópico taurino, llega también a las pantallas españolas (en este caso en Canal +), la tvmovie que desgrana las aventuras y desventuras de dos de los escritores-periodistas más relevantes de las últimas décadas. 

Las 15 nominaciones a los premios Emmy parecen reivindicar esta producción para televisión de la siempre efectiva HBO como una de las más destacadas del año (algo así como lo que fue el año pasado la miniserie Mildred Pierce). Escrita por Jerry Stahl y Barbara Turner, y dirigida por Philip Kaufman, autor también de otro biopic de fuste como Henry & June, la película se acerca a la relación que mantuvieron dos personalidades de fuerza incontrolable: el escritor Ernest Hemingway y la periodista Martha Gelhorn, una de las primeras mujeres que dedicó su vida a ser corresponsal de guerra. Ambos sostuvieron su historia romántica en torno a la violencia de las guerras, como portavoces del horror de las mismas: la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial, la invasión de China por parte de los japoneses... y, como cuenta la propia Gelhorn, "cuando se les acabaron las guerras a las que ir, decidieron crear su propia guerra interna". Lo que llevó, por supuesto, al final de su relación. 

Estrenada el pasado mes de mayo, Hemingway & Gellhorn se sostiene en un plantel de actores cuya presencia viene a consolidar la idea de que el medio televisivo hace tiempo que le viene ganando la partida en cuanto a prestigio y calidad a las producciones cinematográficas. Clive Owen da vida a Ernest Hemingway con una cierta socarronería que le convierte en uno de los aciertos de la película, mientras Nicole Kidman interpreta a la periodista, convertida en narradora de su propia historia (hay que mencionar para bien el trabajo de maquillaje de los protagonistas), aunque la química entre ambos no termina de cuajar y la impostura de la actriz resulta a veces algo forzada. 


 La relación que mantuvieron Hemingway y Gellhorn fue el germen de una de las grandes novelas del autor norteamericano, ¿Por quién doblan las campanas?, centrada en su experiencia juntos durante la Guerra Civil española. Y aunque no faltan los clichés más rancios en las secuencias que se desarrollan supuestamente en España (en la realidad, se rodaron en California), lo cierto es que ésta funciona con eficacia gracias a la presencia de grandes actores como David Strathairn (nominado al Emmy como secundario), dando vida al novelista John Dos Passos y Robert Duvall, interpretando a un general ruso. Y es cuando la película toma los referentes de la novela antes mencionada como reposo principal de la narración cuando se convierte en una solvente historia romántica de luchadores con ideales definidos. 

El presupuesto más o menos ajustado tampoco se nota especialmente a pesar de las escenas de batalla (medidas con inteligencia), y a pedar de que ciertas inserciones de los protagonistas en imágenes de archivo queden al ridículas en ocasiones. Pero por otro lado las dos horas y media de duración parecen querer alargar en exceso la narración para contarnos detalles que no terminan de resultar interesantes, haciendo discurrir la historia de amor por senderos que desembocan en poco o nada. 


Destaca el trabajo de Javier Navarrete en la muy constante presencia de la banda sonora, demostrando que es uno de los compositores más acreditados del panorama musical internacional, moviéndose con igual soltura entre los pasajes románticos de la historia y la contundencia de las escenas bélicas. 

Las 15 nominaciones a los Premios Emmy se nos antojan algo excesivas (prácticamente está nominada en todas las categorías técnicas y artísticas), a pesar de que es evidente que se trata de un importante esfuerzo de producción. Aunque en su categoría tiene una seria competidora en la exitosa Hatfields & McCoys, estupenda recreación de una clásica disputa familiar. 

Hemingway & Gelhorn se estrena el 27 de agosto en Canal +

12 agosto, 2012

The Hollow Crown: Shakespeare olímpico

En las semanas previas a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres, la BBC estrenó una miniserie especial que sirvió como preámbulo de la reivindicación cultural que desplegaron Danny Boyle y Stephen Daldry en la Gala de Inauguración de los juegos. Con el inevitable William Shakespeare a la cabeza, por supuesto.


The Hollow Crown toma su título de una de las frases que pronuncia el rey Ricardo II en la obra del mismo título: la hueca corona, aquella que queda cuando el rey sufre la humillación de la destitución: "Pues en la hueca corona que ciñe las sienes mortales de un rey tiene su corte la Muerte". Esta miniserie se incluye dentro de la "Olimpiada cultural" que ha venido desarrollándose durante estas semanas (estreno incluido de la versión teatral de la película Carros de fuego), y que ha tenido su reflejo en televisión a través de la cadena pública. 

Producida por Sam Mendes, The Hollow Crown adapta la denominada tetralogía Lancaster, que incluye las obras Ricardo II, Enrique IV 1ª y 2ª Parte y Enrique V. Cuatro capítulos en los que se lleva a la pantalla, con fidelidad máxima, este repaso a la dinastía surgida tras la abdicación de Ricardo II, que William Shakespeare escribió entre 1595 y 1599. Y que nos presenta destacadas interpretaciones a cargo de algunos de los actores más sobresalientes de la escena inglesa:

Ricardo II. Dirigida por Rupert Goold, autor ya de una versión televisiva reciente de Macbeth (2010) para PBS, protagonizada por Patrick Stewart, este capítulo se centra en la caída en desgracia del rey Ricardo II tras la rebelión que contra él inicia su primo Enrique, desterrado por aquél tras una disputa. Ben Whishaw (Jane Eyre), Rory Kinnear (Cranford), David Suchet (Poirot) y Patrick Stewart son algunos de los intérpretes de este capítulo, cuya fuerza radica en la perfecta puesta en escena (menos teatral que la que realizó Rupert Goold en Macbeth). Es evidente que este tipo de adaptaciones, que no rehúyen en absoluto de la obra original, se disfrutan especialmente si como espectador te dejas llevar por la sonorida de los textos y la calidad de las actuaciones. Ben Whishaw, especialmente, compone un Ricardo II amanerado, débil, que sin embargo tiene momentos de extraordinaria fuerza dramática, demostrando que posiblemente es uno de los mejores actores jóvenes ingleses del momento. Todo el Acto IV, el de la abdicación (que en su momento fue eliminado de la obra debido a la censura de la reina Victoria), a pesar de ser el de una puesta en escena más teatral, tiene una gran carga dramática gracias al trabajo sobresaliente de su actor principal, y subraya la personalidad mesiánica, de paralelismo con la figura de Jesucristo, que existe en toda la obra.  

Enrique IV. 1ª y 2ª Parte. El veterano Richard Eyre (Iris, Crónica de un escándalo) es el encargado de poner en escena estas dos obras de William Shakespeare centradas en la última parte del reinado de Enrique IV, primer rey de la casa Lancaster tras la abdicación de su primo Ricardo II. Jeremy Irons, últimamente muy centrado en la televisión gracias a su trabajo en la serie Los Borgia, interpreta al monarca inglés, aunque el protagonismo principal lo tiene su hijo, el libertino príncipe Hal (futuro Enrique V), y su relación con el borrachín John Falstaff. Mientras Tom Hiddleston interpreta con acierto al primero, desde la socarronería de la primera parte hasta la solemnidad de la segunda parte, el veterano Simon Russell Beale, uno de los nombres más reconocidos de la escena teatral inglesa, habitual actor de la Royal Shakespeare Company y del National Theatre, compone un Falstaff de gran intensidad, en el perfecto equilibrio entre el patetismo y el descaro. Este personaje, que Orson Welles convirtió en inolvidable en Campanadas a medianoche (1965) (que tomaba retazos de toda la tetralogía Lancaster y de Las alegres comadres de Windsor), es uno de los más sobresalientes de la obra de Shakespeare, y en él se recitan algunos pasajes magníficos:

"¿Qué necesidad tengo de salirle al paso a quien no me llama? Vamos, eso no importa, el honor me aguijonea. Sí, pero el honor, empujándome hacia adelante, ¿me empuja al otro mundo? ¿Y luego? ¿Puede el honor reponerme una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O suprimir el dolor de una herida? No. ¿El honor no es diestro en cirugía? No. ¿Qué es el honor? Un soplo. ¡Hermosa compensación! ¿Quién lo obtiene? El que se murió el miércoles pasado. ¿Lo siente? No. ¿Lo oye? Tampoco. ¿es entonces cosa insensible? Sí, para los muertos. ¿Pero puede vivir con los vivos? No. ¿Por qué? La maledicencia no lo permite. Por consiguiente, no quiero saber nada de él; el Honor es un mero escudo funerario y así concluye mi catecismo."

Richard Eyre se esfuerza por dar a esta adaptación una mirada cinematográfica, amparada bajo las campañas bélicas que sostuvo Enrique IV durante su reinado, aunque no puede evitar que los pasajes que en la obra resultan algo cansinos (las escenas que protagonizan los personajes de la corte), sigan resultando menos interesantes que aquellas en las que aparece el hipnótico personaje de Falstaff. Pero sin duda se trata de una buena adaptación que traslada las palabras de Shakespeare sin caer en la rutina. 

Enrique V. Continuación cronológica de los anteriores episodios, esta última adaptación de la tetralogía Lancaster nos muestra a un Enrique V lejano ya del díscolo príncipe que disfrutaba de la compañía de putas y maleantes. En este sentido, el trabajo de Tom Hiddleston, que sigue incorporando al personaje, resulta preciso y acertado, transmitiendo ese poderoso carácter de monarca implacable que provoca el enfrentamiento con el reino francés. Más aún si tenemos en cuenta que este episodio se rodó antes que los dos anteriores, y el propio Tom Hiddleston calificaba su trabajo como una especie de "Benjamin Button", ya que tuvo que interpretar al personaje desde la madurez hasta la juventud. Thea Sharrock,  reconocida directora teatral, debuta aquí en televisión, y aunque maneja con soltura el trabajo de los actores, se le nota algo frágil en la contundencia de las batallas, máxime al desvelarse en ocasiones la falta de presupuesto (parece que se benefició de ello el director Richard Eyre, que cuenta con mayores medios para sus dos episodios anteriores). 

Enrique V es la obra que más veces ha sido llevada al cine (recordamos las versiones de Laurence Olivier (1944) y Kenneth Branagh (1989)), y en este sentido la nueva incursión en esta gloriosa revisión de la campaña militar del rey inglés contra los franceses pierde efectividad, ante las excelentes versiones antes mencionadas. Por poner un ejemplo, el discurso que pronuncia Enrique V ante sus tropas, animándoles a la batalla de San Crispin, a pesar de saber que su número de efectivos es cinco veces menor que el de los franceses, resulta demoledoramente emocionante en la película dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh (a ello contribuye la magnífica partitura de Patrick Doyle) y aquí resulta seca, algo fría y desde luego mucho menos emocional. 

Aunque frente a los anteriores episodios éste se nos antoja menos efectivo, Enrique V tiene la virtud de las palabras de William Shakespeare, y de algunos de los mejores monólogos de su literatura. Volver a escucharlos en las voces de espléndidos actores como Tom Hiddleton, John Hurt o Julie Walters resulta imprescindible.