20 marzo, 2010

Apostilla a la berlinale: Cesar vs. Goya

Última entrega de nuestra crónica de la 60 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. Cinco días de febrero en los que las imágenes cinematográficas se convirtieron en el referente de una realidad por la que tomaron partido los protagonistas de las distintas secciones de un festival que analizamos desde la mirada geográfica y cultural.

Durante la Berlinale se entregaron los Goya en Madrid. Las pocas caras conocidas del cine español presentes en el festival, debieron partir precipitadamente para asistir a la gala: Alejandro Amenábar, Eduardo Noriega, Belén Rueda… Dos semanas más tarde se concedían en París los Cesar del cine francés. Y las ganadoras son… ¡dos películas carcelarias!: Celda 211 de Daniel Monzón y El profeta de Jacques Audiard.

¿Por qué esta coincidencia? En la crónica de Berlín ya apuntábamos esta misma circunstancia en las películas europeas presentadas en la selección oficial. ¿Qué pasa en el cine europeo que la ficción debe pasar por una celda para desplegarse?.La cárcel como espacio imaginario donde explorar los orígenes y la identidad… espacio en ruptura con los condicionamientos familiares… experiencia redentora… vía de conocimiento y reparación… En todo, caso recorrido iniciático y confrontación  con ciertos valores sociales no asociados al marco familiar.

Tanto Celda 211 como El profeta cuentan ese recorrido iniciático de dos jóvenes en el universo carcelar, y bien pueden servirnos para mejor comprender los componentes artísticos y de producción que caracterizan a ambas cinematografías. Empecemos por lo más evidente: la producción. Celda 211 es un proyecto que está montado sobre “una buena historia” y seguramente “un guión bien escrito”, antes de que los actores (sobre todo Luis Tosar) y el nombre del director, Daniel Monzón, vinieran a darle consistencia y lo situaran en un nivel medio/alto de producción. A partir de ese momento la película gira alrededor de esos dos parámetros: “buen guión” y “producción consecuente”. Por su lado, El profeta es un proyecto ligado a su director. Tanto el casting, como la escritura del guión, como la producción están supeditados al “punto de vista del autor”. No estamos en los años de la Nouvelle Vague para pensar que es esta la mejor fórmula para obtener buenas películas, pero es cierto que el prestigio de un autor se cimenta en su capacidad de ajustar lo que cuenta a cómo lo cuenta. Las películas de productor cuando no son sobrias, son retóricas.

Pero veamos las historias que cuentan ambas películas para “sentir” el cómo la cuentan. Celda 211 es la enésima adaptación de “La Isla del Tesoro” y el personaje de Luis Tosar un Long John Silver de secano. No es un pecado adaptar de nuevo a Robert Louis  Stevenson, ni siquiera cuando se descuidan los segundos planos y caemos en groseras caricaturas y guiños desplazados: ese Antonio Resines en “gris” de los del franquismo, o esos funcionarios y negociadores tan cercanos (aunque sin pelucas) a modelos al servicio de la corona inglesa, o esos co-detenidos salidos directamente de Piratas del Caribe… Más problemáticos son los “acontecimientos oportunos” para hacer avanzar la historia, como el atropello que sufre la esposa del protagonista y que de golpe borra los límites de donde se sitúa la acción y hace que el nudo dramático sufra una inversión especular: el verdadero peligro está en la calle.

El cine español sufre desde hace tiempo de una inflación ideológica crónica. Parece como si toda situación dramática pudiera resolverse dentro de unos cauces ideológicos adecuados y ante cualquier escollo, con aumentar la inscripción ideológica basta: cada personaje está definido por sus compromisos ideológicos y las conclusiones a las que se lleguen como consecuencia del desarrollo dramático deben ser ideológicamente correctas para ser apreciadas. El post-franquismo está resultando más largo que el mismo franquismo.

El profeta no es uno, es uno de tantos… su titulo original es Un prophéte. A Jacques Audiard le gusta contar sus historias una vez comenzadas y terminarlas justo antes de que finalicen. La idea es acercarse tanto al personaje que no veamos qué puede entrar por la derecha o la izquierda del cuadro hasta  tenerlo enfrente. Es un cine que debe mucho a Gus Van Sant y a los hermanos Dardenne. Un cine comprometido sobretodo con sus personajes, con una verdad más profunda que la acción que percibimos. Posiblemente venga de los tiempos del Actors Studio, pasando por el cráneo rapado de Marlon Brando en Apocalisis Now hasta Tahar Rahim, el actor de Un prophéte, que tiene mucho del Robert de Niro de Taxi Driver… Él cruza su mirada con un mundo que lo humilla constantemente, pero con el que quiere medirse.

Protegido por el jefe del clan mafioso corso tras haber eliminado a quien amenazaba dicho clan, Malik organiza en prisión su propio grupo con la ayuda de barbudos musulmanes… Nada hay en ello de políticamente correcto. Como toda ficción su verdad está más allá de lo plausible o lo ideológicamente adecuado. Su verdad reposa en un compromiso artístico, en el riesgo asumido por el que percibiremos los riesgos del mundo.

Entre las películas vistas en el Festival de Berlín que frecuentaban la cárcel es Der Räuber (El atracador) de Benjamin Heisenberg, la que se situaría en un plano equivalente a Un prophéte y a Celda 211. Un detenido se entrena en la cárcel corriendo, tanto en el patio como sobre un tapiz mecánico instalado en su celda. A su liberación dos ocupaciones principales ocupan su tiempo: las carreras competitivas y los atracos de bancos disfrazado con una careta. Progresivamente la policía estrecha el cerco hasta la desesperada caza-al-hombre final.

Hay una progresión en estas tres películas. Desde el sur, populoso y barroco, pasamos al conflicto social y su estructuración según Audiard, para llegar al hombre-maquina (Metrópolis), reflejo escalofriante de una sociedad sin ruidos, ni psicología, ni pasiones… la austriaco-alemana.

El protagonista de Celda 211 observa y participa, a su pesar, en un conflicto que no es el suyo por un día escaso. Malik, en Un prophéte, no sabe cuál es su sitio y su recorrido será procurarse uno, bien a su medida. El atracador, bien instalado en el interior, no juega ya más que contra sí mismo. Lo que gana o pierde es lo de menos, las cosas, como las personas, son, bien un lastre, bien un facilitador. Está en un callejón sin salida, el cerco se estrecha cada vez más. Como Terminator o HAL 9000, su misión es lo que cuenta. Solo que…¡por cierto, ¿cuál es su misión?!

Estamos presos de nuestro pasado, de nuestra identidad, de nuestro cuerpo, tal como preconiza Avatar. Prestos a pasar a la tercera dimensión, a una Pandora fantástica o borde de autopista con niebla espesa(El atracador), es lo mismo. O bien, saliendo de la niebla, volver a enfrentarnos con los eternos fantasmas retenidos en Shutter Island. Digámoslo una vez más. Cuando ya desesperábamos, el ultimo cinéfilo moralista activo en Hollywood nos ofrece una obra comparable por su ambición a Citizen Kane, referencia obligada para todo aquél que vendiendo su alma, quiso, ¡oh, suprema pirueta!, engañar al diablo.

Por Antonio Figueredo
Enviado especial

17 marzo, 2010

Fanáticos con devoción

Por mucho que intenten demostrarnos que las religiones son un ejemplo de convivencia, de moralidad y de ética, un repaso somero a algunas de sus fanáticas actitudes ponen en duda la veracidad de sus "bondades" humanas. Dos películas se acercan a la realidad dura, cruel, de comunidades enfermas por la ceguera de la adoración. 

Mientras la religión católica tiene que hacer frente a la desvergüenza de la que ha sido protagonista durante muchos años (casos de pederastia en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania... y suponemos que algún día le tocará pedir perdón a la iglesia española), el cine nos enseña algunos casos flagrantes de impudicia en otras culturas religiosas, marcadas por la hipocresía y por el fanatismo. Por un lado, la cruel represión a la que son sometidas las mujeres en la cultura musulmana; por otro, el cinismo y la atrocidad de la comunidad judía ortodoxa. 

No se trata de condenar la religión por la religión. Ni de generalizar sin justificación. Pero lo que sí es cierto es el silencio (y por tanto la complicidad) que los máximos representantes de éstas y otras religiones muestran ante hechos fanáticos. Que las autoridades religiosas no condenen con rigor hechos delictivos supone un menoscabo de su carácter jerárquico. 

The stoning of Soraya M. (2008) comienza con una lúcida frase del poeta iranídel siglo XIV Hafez: "No actúes como un hipócrita que cree que puede disimular sus engaños recitando versos del Corán". Y al final de la película, se nos dice que un número indeterminado de personas, la mayor parte mujeres, continúan siendo lapidadas en muchos lugares del mundo. Esta historia incríeble por la crueldad de quienes la protagonizaron, resulta estar basada en el popular best seller del periodista francés Freidoune Sahebjam, y nos cuenta la conspiración que las principales autoridades político-religiosas de un pequeño pueblo iraní montaron  en contra de una mujer cuyo único pecado fue no querer someterse a los caprichos de un marido infiel. Y la bárbara condena a muerte que se sacaron de la manga con la mano puesta en el Corán: el apedreamiento hasta dejarla desangrada y martirizada.

La película está dirigida por el norteamericano de origen iraní Cyrus Nowratesh, que ya suscitó polémica con su miniserie sobre el 11 de septiembre The path to 9/11, (2006) una dramatización de las investigaciones de la Comisión del 11/9 que provocó controversia que implicaba directamente a los miembros de la Comisión (entre ellos Bill Clinton) en la investigación sesgada de los acontecimientos, y que hasta la fecha permanece inédita en DVD, según el director por presiones directas de Hillary Clinton. En el caso que nos ocupa, incluso antes de estar terminada The stoning of Soraya M. fue incluida en la lista de películas que  la administración del presidente iraní Mahmoud Ahamdinejad consideraba ofensivas. Curiosa actitud para alguien que se considera un demócrata.

No se puede negar cierto retrato caricaturesco de algunos de los personajes de la película, especialmente el del marido, y desde luego hay un gusto algo sádico por recrearse en el apedreamiento final, tratando de elevar la carga emocional al máximo. Pero también es verdad que es en esa media hora última cuando somos verdaderamente conscientes del calvario que debió pasar la protagonista (magnífica, emocionante la interpretación de Mozhan Marnò). Si a esto le unimos una de las bandas sonoras más inspiradas que ha escrito John Debney, con cierto paralelismo con La pasión de Cristo, el final de The stoning of Soraya M. es uno de los más  desoladores que hemos visto en mucho tiempo. 

Por su parte, Eyes wide open (2009), seleccionado en Un Certain Regard del Festival de Cannes, cuenta la historia de dos hombres judíos que, en medio de una asfixiante comunidad religiosa, mantienen una relación sentimental. Hay que agradecer al director israelí Haim Tabakman que haya preferido contarnos esta historia con la mirada enfocada en la psicología de los personajes, evitando el morbo en torno a las escenas homosexuales. Y resulta agobiante, casi enfermizo el estrangulamiento al que la comunidad  judía somete a estos dos hombres. Porque en ésta, como en Soraya M., el rechazo se produce en un pequeño núcleo que, sometido a la deformación interesada de los preceptos religiosos, acaba convirtiéndose en un laberinto de leyes, reglas y sometimientos. 

Concisa, de caligrafía narrativa sin adornos innecesarios, Eyes wide open nos abre los ojos para mostrarnos la mirada siempre inquisidora de las autoridades religiosas, en este caso las que representan una actitud ultraortodoxa en la comunidad judía. Y aunque aquí no se habla de hechos reales, sí parece sensato pensar que está basada en realidades que sin duda se habrán podido presentar en muchas ocasiones dentro de círculos religiosos. Es claro que no se puede generalizar (de hecho, el  Israel Film Fund es una institución pública que no tiene el menor problema en financiar películas de carácter polémico política o religioso como ésta). Pero hace falta una profunda reflexión en el seno de las instituciones religiosas para eliminar la vergüenza que provoca la complicidad silenciosa.

12 marzo, 2010

Berlinale 2010: Cinco días de febrero (III)

Crónica de la 60 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. Cinco días de febrero en los que las imágenes cinematográficas se convirtieron en el referente de una realidad por la que tomaron partido los protagonistas de las distintas secciones de un festival que analizamos desde la mirada geográfica y cultural.  

Tercera etapa: Asia 

My name is Khan, de Karan Sohar (India)
San qiang pai au jing qi, de Zhang Yimou (China)
Caterpillar, de Koji Wakamatsu (Japón)

Que el cine sea una industria y que los países emergentes no puedan ni quieran jugarse la bolsa en intelectualismos y buena conciencia es algo comprensible. Que elijan la caricatura para presentar productos culturales bien envueltos en los oropeles del festival es otro cantar. 

My name is Khan, producción india rodada en EE.UU, intenta explorar la aceptación de los productos de Bollywood en el mercado internacional a la sombra del éxito de Slumdog millionaire y para ello cocinan un acercamiento, hinchado de optimismo, al Rain man hollywoodiano. El protagonista , que se llama Khan, y que para la circunstancia es autista, cree tener derecho a su parcelita del sueño americano desde el momento que, bien diagnosticado, puede circular por donde quiera en EE.UU con un carné que notifique su mal. Eso hasta los acontecimientos del 11 de septiembre 2001, a partir de los cuales, ser musulmán en USA conlleva sus riesgos. Por eso Khan asume como misión proclamar a todo americano que quiera oirlo y al primero de todos, el presidente mismo, que siendo musulmán, él no es un terrorista.

Puede uno imaginarse cómo el cine popular en India, con sus mega-producciones, sus estrellas y sus canciones, puede servir de referencia imaginaria común en la diversidad de clases, castas, etnias y religiones que componen ese país continente. En ese sentido My name is Khan no hace otra cosa que exportar sus objetivos básicos mas allá de las fronteras de la India, sin reparo ni miedo al ridículo, con un sentido de lo ornamental, de lo postizo, lo primario y lo sentimental, que raya con el delirio.

Pero veamos un momento el autismo del protagonista. Podemos preguntarnos si guarda relación con la coincidencia que apuntábamos en nuestra segunda crónica sobre el hecho de que los protagonistas de las otras películas vengan o terminen en la cárcel. También podemos invertir la pregunta: ¿tienen los otros héroes/padres algo de autistas?. El autismo está visto como una auto-exclusión, encerrado en uno mismo para evitar el recuerdo o la emoción ligada al trauma. El recuerdo o la emoción amenazadora, según nos cuenta la película, están ligados al padre y a su incomprensión de la enfermedad que padece su hijo. Incomprensión actualizada en la historia que vemos con la intervención de la policía, controladores de seguridad u otros equivalentes paternos. El motivo por el que “chico pierde chica”, nudo dramático de la segunda parte, es que sus orígenes (musulmán) aparece entre las causas de la muerte del hijo de su compañera. Recuperar a la chica supone para el protagonista desligar su nombre musulmán del hecho que pueda ser un terrorista, pero también desligar sus orígenes familiares del hecho de ser autista.

En el cuento para todos los públicos que es My name is Khan, el protagonista encuentra al buen padre, capaz de liberarlo del peso original, en la figura de Obama, redentor a “toma universal”. Pero algo nos dice que con tanta cárcel, tanto padre perdido, tantos orígenes oscuros, tanto héroe enmascarado… la hora no es la de los milagros.

En San quiang… (A woman, a gun and a noodle shop) de Zhang Yimou no hay milagros, todo es laborioso… Estamos en pleno desierto, encerrados fuera, recuperando la caja china que los hermanos Coen habían escrito por los años 80 (Sangre fácil). Aquí no hay padres, ni época…es el universo de la caricatura. Los trazos son coloristas, divertidos, sorprendentes… artísticos… pero sin herir. Después de los grandes espectáculos de los Juegos Olímpicos de Pekín, Zhang Yimou se retira al desierto, llama a la puerta de Hollywood y espera… La película trata de la distancia que puede haber entre la intención y el resultado. De la cantidad de aconteceres, imprevistos y parásitos que se incrustan en un encargo… del desbarajuste que provoca la compra de una pistola (a tres balas), sin necesidad de recurrir a un cañón… Para un cineasta próximo al poder gubernamental de su país no esta mal.

La tercera película asiática es japonesa. Caterpillar de Koji Wakamatsu sitúa el comienzo de la historia que cuenta en la guerra chino–japonesa de 1940. Como Shutter island de Scorsese, vuelve a la 2° Guerra Mundial en busca de los orígenes del mal. En cierto sentido estas dos películas cierran el círculo del Festival. Vencedores y vencidos se encuentran en el interior del laberinto, repitiendo sin parar la advertencia: “las víctimas de hoy serán los verdugos de mañana”. Un soldado bien adiestrado en la ideología militarista y machista del Japón de los años treinta pierde en la guerra piernas y brazos y se convierte en un tronco-oruga adorado por sus conciudadanos y objeto de venganza de su esposa. Oshima no está lejos en este cuento cruel. Kafka tampoco, como otro nudo que une las dos películas y también las otras: metamorfosis del poder (humanitario), disolución del individuo (héroe / padre) en una sociedad laberíntica y global, vértigo existencial en lo referente a los orígenes y la identidad…

Busco en Kafka la respuesta… en “Carta al padre” encuentro una introducción de Carmen Gauger para la edición de Alianza, leo: “…si él es una victima de su padre, el padre carece de toda culpa personal. Para su hijo, Hermann Kafka (…), es también víctima de su papel de padre: el padre como representante de los imperativos de una sociedad tiránica. (…) Para él, su padre es el típico representante de la generación de judíos centroeuropeos que, recién salidos del gueto rural, se han asimilado en exceso, pero sin conseguirlo plenamente, a la sociedad burguesa que los acoge. Con esta asimilación han perdido también su identidad étnica y religiosa. (…) Visto así, no es de extrañar que a partir de un momento determinado el hijo empezara a ver en la vuelta a las raíces, en el judaísmo de los guetos de la Europa oriental (…), la recuperación de la identidad perdida.” Guetos, islas, cárceles, hospitales, bosques, autismo, desierto…espacios para una búsqueda sin fin.

Berlín es una ciudad definitivamente abierta… su arquitectura reciente nos remite a conceptos y figuras básicas: la plaza, el centro, el cubo, el triangulo… una seriedad típicamente germana facilita las cosas… el recuerdo de tantas imágenes ligadas a la ciudad se mezcla al aire gélido que respiramos…quisiéramos comprender aún más… el Festival se nutre de todo ello y nos devuelve una imagen de nosotros mismos, espectadores confusos, en plena transformación. Continuará… se lee en la pantalla al encenderse las luces. Que así sea y hasta el año que viene.

Por Antonio Figueredo
Enviado especial

10 marzo, 2010

Los bluffs de los Oscar

Los dos documentales ganadores del Oscar protagonizan dos de las situaciones más rocambolescas que se vieron en la ceremonia. 

The cove, de Fisher Stevens, era el documental favorito para ganar el Oscar. Centrado en la masacre de delfines que se produce todos los años en una pequeña localidad de Japón, el documental tuvo que rodarse de forma clandestina, ya que algunos de los miembros del equipo tenían prohibida la entrada en la zona. Como si se tratara de una superproducción, el director utilizó todos sus recursos para implicar a técnicos de Hollywood en una suerte de asalto de guerrillas para poder filmar la masacre que se produce en un lugar recóndito cuyo acceso está prohibido por las autoridades japonesas.  

The cove funciona desde el punto de vista narrativo con buen ritmo, y aunque tiene algo de demagógico, consigue resultar espeluznante y sobre todo acierta en la denuncia de la hipocresía de la Comisión Ballenera Internacional, donde países africanos o latinoamericanos como Ecuador votan a favor de propuestas de Japón a cambio de ciertas inversiones económicas a pesar de que, como afirma una delegada africana en el documental, ellos ni siquiera tienen ballenas en sus costas. 

Personalmente hubiera preferido el Oscar para Food, Inc., una certera reflexión sobre lo que comemos y cómo lo comemos, pero el premio para The cove tampoco es inmerecido y puede provocar de nuevo el debate sobre la masacre marítima. Lástima que a uno de los productores se le ocurriera levantar un cartel que invitaba a apoyar la causa a favor de los delfines enviando un mensaje de texto, práctica que todo el mundo sabe (excepto el productor incauto) que está prohibida, lo que provocó que se cortara inmediatamente el discurso de agradecimiento, impidiendo así al director disfrutar de ese momento especial.

Más sorprendente fue lo que le ocurrió al corto documental Music by Prudence, ganador en su categoría. Todos vimos cómo salió el director, Roger Ross Williams, a agradecer el premio. Pero de pronto se le coló una señora que finalmente nos enteramos que se trataba de la ex-productora del film, Elinor Burkett. Digo lo de ex-productora porque, al parecer, debido a discrepancias entre ambos, ésta decidió quitar de los créditos del documental el nombre del director, lo que acabó en un juicio que se cerró con un acuerdo amistoso. Y finalmente con la salida de la productora del proyecto, aunque aún figurara en los créditos.

De esta forma, en el momento decisivo del premio, a la ex-productora no se le ocurrió otra cosa que salir pitando hacia el escenario sin que el director pudiera hacer nada (yo le hubiera dado con el Oscar en la cabeza) para evitar que le arrebatara el momento más especial de su noche de gloria. 

Productores que pisotean a los directores. ¿Suena a algo? Menos mal que por lo menos fue el director, Juan José Campanella, quien le arrebató al co-productor, el español Gerardo Herrero, la oportunidad de dar su discurso cuando El secreto de sus ojos se llevó el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Campanella se hizo tal lío cuando empezó a hablar que acabó agotando los 45 segundos de rigor y Gerardo Herrero se quedó con las ganas de dar las gracias.


09 marzo, 2010

Kathryn Bigelow: la cineasta errante

Kathryn Bigelow llevará siempre la etiqueta de "primera mujer directora en conseguir un Oscar". Pero su cine se ha distanciado siempre de la llamada "sensibilidad femenina" que se le supone al cine dirigido por una mujer.

Otras directoras estuvieron a punto de conseguir el Oscar: Lina Wertmüller por Siete bellezas, Jane Campion por El piano y Sofia Coppola por Lost in Translation. Pero ha sido una cineasta "atípica" la que se ha llevado la estatuilla. El cine de Kathryn Bigelow es rotundo, desprovisto del cliché de la mujer directora que aporta cierta mirada diferente y sensible a las historias que cuenta. Ella prefiere las historias protagonizadas por hombres  o mujeres con cierta tendencia al suicidio adrenalínico, mal que le pese al típico discurso feminista. Desde su debut en Los viajeros de la noche (1987), una película de terror contundente, ha sabido construir films de marcado carácter, de imágenes impactantes y cámara inquieta. 

Acero azul (1989) presentaba a una mujer protagonista, Jamie Lee Curtis, que se salía también del estereotipo. Policía de armas tomar y de recursos que van más allá de su condición de mujer. Dos años después dirigió una de sus mejores películas con el fallecido Patrick Swayze. Le llaman Bodhi (1991), una historia protagonizada por surferos, pero sobre todo una de las cintas de acción más trepidantes y mejor dirigidas de su época. 

Hacemos un paréntesis cotilla. Es curioso que se haya venido hablando desde que salieron las nominaciones al Oscar sobre la rivalidad entre la ex-pareja formada por Kathryn Bigelow y James Cameron, que estuvieron casados durante dos años. Pero ambos han mantenido siempre una buena relación. Hasta el punto que James Cameron fue el productor de Le llaman Bodhi justo el mismo año que se divorciaron, y también el guionista y productor de Días extraños (1995), una historia futurista que, en parte debido a un guión algo caótico, no terminó de cuajar. 

El thriller El peso del agua (2000), protagonizado por Sean Penn, y la cinta bélica K-19 (2002), con Liam Neeson y Harrison Ford haciendo de camaradas rusos durante la Guerra Fría, fueron sus siguientes películas, tan solventes como desprovistas de la personalidad que tenían las primeras historias dirigidas por Kathryn Bigelow. 

Quizás por no encontrar un proyecto adecuado, posiblemente por haber perdido cierta confianza de las productoras de Hollywood, Kathryn Bigelow se mantuvo en dique seco hasta que el propio James Cameron la convenció de dirigir el guión escrito por el periodista Mark Boal, que ya había logrado una potente historia sobre la guerra con El valle de Elah, cuyo guión terminó de escribir Paul Haggis sobre su argumento original. Algún malpensado dirá que James Cameron se arrepentirá ahora de haberla animado a dirigir En tierra hostil, pero también se entiende la alegría (no parece que falsa) que mostró James Cameron cuando le dieron el Oscar a su ex-mujer. 


Créditos de Fotografías: 
©A.M.P.A.S. (Richard Harbaugh, Matt Petit)

08 marzo, 2010

Oscar 2010: Ceremonia desganada y premios ¿merecidos?


La Academia de Hollywood entregó sus galardones en una de las ceremonias más desganadas y arbitrarias que hemos visto en mucho tiempo. Steve Martin y Alec Baldwin funcionaron a medias, quizás por el empeño en "recortar" una gala que sin embargo se alargaba en homenajes extraños y montajes interminables. De vez en cuando salía el ingenio, como en esa divertida parodia de Paranormal activity, pero ni esos momentos lograron alcanzar el descaro de Billy Crystal, ni siquiera el desparpajo cómico de Hugh Jackman. 


Este año los productores de la gala decidieron sorprendernos, pero no en cuanto a los premios que se concedían, sino a base de sacarse de la manga propuestas insólitas como éstas: 

1. Homenaje a John Hughes. Vale que es uno de esos directores con los que una generación ha crecido, aportando títulos tan memorables y tan comerciales como El club de los cinco, La chica de rosa, Todo en un día, y hasta La mujer explosiva y Solo en casa. Pero dedicarle tanto tiempo (familia incluida), cuando a Lauren Bacall y Roger Corman le dieron un triste saludo en el que nadie sabía si se tenía o no se tenía que levantar (¡Penélope, coño, levántate para aplaudir a una actriz a la que ya quisieras poder parecerte algún día!), resultó insólito e injusto. 

2. Homenaje al cine de terror. La excusa más tonta que hemos visto para sacar al escenario a dos ídolos de adolescentes (sin duda, Taylor Lutner se ha merendado a Robert Pattinson como ídolo de jovencitas/os. Y es que ya se sabe: "tiran más dos pectorales que dos carretas"). Porque si no era sacando alguna escena de Crepúsculo, no había ninguna razón para hacer esa concesión a la audiencia. 

3. Números musicales. Uno podía pensar que, ya que habían eliminado las actuaciones de las canciones, se esmerarían en ofrecer un buen número musical para la categoría de bandas sonoras. Pero, sinceramente, no se entiende el sentido de esa coreografía, que podía haberse bailado con cualquier género musical.  Tampoco acertó Marc Shaiman con el número de apertura, cantado por un Nick Patrick Harris que había triunfado hace unos meses como presentador de la ceremonia de los Premios Tony (Hollywood mira últimamente a esta gala, ya que Hugh Jackman fue también presentador de los Tony antes que de los Oscar. Habrá que estar atentos este año). Pero, calificado despectivamente por muchos como un comienzo "a lo American Idol", lo cierto es que resultó flojo y anacrónico.

Al margen de la ceremonia, cuya realización tampoco brilló por su eficacia, el reparto de premios fue por un lado previsible (Jeff Bridges (un poco pasado al agradecer su único y merecido Oscar), Sandra Bullock (demasiado reivindicativa), Mo'Nique (lo mejor de Precious y la mejor frase de la noche: "Gracias a la Academia por darme este Oscar por mi interpretación, no por razones políticas") y Christoph Waltz (merecidísimo premio)), y por otro acabó resultando toda una sorpresa en la pugna particular entre Avatar y En tierra hostil.


Para mí, En tierra hostil es una potente y sólida película que muestra la guerra desde la mirada distante de la incomprensión. Y podría entender el Oscar a Kathryn Bigelow por su capacidad para mantener una constante tensión a lo largo de todo el metraje, y también ¿por qué no? por la oportunidad de hacer historia jodiendo, de camino, los discursos feministas sobre la "mirada de la mujer". Porque Bigelow siempre ha sido una directora a la que le gusta hacer cine duro, repleto de adrenalina, alejado de la supuesta (e impuesta) "sensibilidad" que por cojones se le supone al cine "de mujeres". En este sentido, por lo menos resulta satisfactorio que la primera mujer que ha conseguido un Oscar haya sido ella, y no Jane Campion o Barbra Streisand. 

Pero Avatar es un proyecto tan complejo, tan difícil de poner en marcha, de tan laborioso e intrincado diseño de producción que no entiendo cómo no ha sido valorado en su justa medida por quienes se dedican al cine (se cuenta que ha podido contribuir una campaña de promoción de cara al Oscar en la que James Cameron no dejaba de quejarse de los actores, mientras que la campaña de En tierra hostil incidía en Kathryn Bigelow como insólita mujer directora).

Es cierto que en las últimas semanas se hablaba de la lucha entre David y Goliat, pero a veces esta comparación entre el cine de bajo presupuesto (como valoración de sus logros) y el de gran presupuesto (como menosprecio de su eficacia) no tiene razón de ser. Un director puede disponer de millones de dólares para hacer una película y acabar haciendo un truño infumable. Y, al margen de la capacidad comercial de un director como James Cameron, construir una envolvente historia de fantasía sin caer en el ridículo resulta más que notable. En todo caso, me resulta mucho más eficaz el discurso antibélico de una película como The messenger (injustamente olvidada en las nominaciones) que el de En tierra hostil que, eso sí, tiene el gran mérito de haber triunfado dos años después de haberse terminado (se rodó en 2007) y tras casi un año de su estreno en salas, resucitada por la crítica cuando ya había salido en DVD. Lo cual, desde luego, resulta encomiable. 


Del resto, sólo cabría destacar el merecido Oscar a Michael Giacchino por Up y la satisfacción teñida de sorpresa del premio para El secreto de sus ojos que, tras ser ninguneada por los premios Goya y el Festival de San Sebastián, ha recibido su justo reconocimiento como la mejor película argentina (española) del pasado año. A El secreto de sus ojos, perfecta muestra de cine completo, sólo le faltaba un Oscar para terminar de redondear su magnífico recorrido. 


Y no pudo ser el premio para La dama y la muerte. Pero ya lo decíamos, Logorama es uno de los mejores cortometrajes de animación (por inventiva, por calidad, por desarrollo de la historia) que se han hecho en los últimos años. 


Créditos de Fotografías:
©A.M.P.A.S. (Matt Petit, Richard D. Salyer, Michael Yada)

05 marzo, 2010

Avatares de la producción

Por si nadie lo habría imaginado, la secuela de la película más taquillera de la historia del cine está ya dando vueltas en la mente de sus responsables. Avatar 2 será la próxima realidad de James Cameron. 

Al magnate Rupert Murdoch, responsable máximo de la Fox, las cuentas le han salido perfectas esta temporada. Como ocurre con el cine español, una sola película puede salvar la crisis económica en taquilla. Y en Hollywood hace falta mucho dinero recaudado para rescatar a una productora. Pero Avatar, ya se sabe, ha sido el gran éxito de todos los tiempos, con sus más de 700 millones de dólares recaudados sólo en Estados Unidos, y manteniéndose entre los cinco primeros puestos desde hace dos meses y medio. Así que el magnate que arremete contra el intercambio de archivos legales en internet se ha frotado las manos y ha ejercido la presión que, suponemos, estará habituado a ejercer sobre sus empleados. 

Uno de ellos se llama James Cameron, otro astuto hombre de negocios, pero también cineasta de talento que sabe dar exactamente lo que el público quiere. Y entre Titanic y Avatar ha llegado a superar a nombres tan destacados como George Lucas y Steven Spielberg. Cameron ya anunció que habría una continuación de Avatar, pero parece que ni él mismo pensaba que la producción comenzaría tan pronto, porque tenía otros proyectos en mente. 

Pero ya se sabe, "la mano que mece la cuna" es la que tiene el mando, y Rupert Murdoch le habrá dejado claro que de proyectos previos nada. Que aquí lo que hay que hacer es aprovechar el tirón y empezar a ponerse manos a la obra para continuar amasando pasta. Así que vamos a tener pitufos azules para rato. James Cameron ha confirmado que Avatar 2, que posiblemente se llamará Na'vi, será su próxima película, y que su idea de llevar a la pantalla el manga Battle angel de Yukito Kishiro se va a quedar aparcado sine die. Vamos, que la posibilidad más clara es que haya una tercera entrega de Avatar

"Business is business", y las oportunidades hay que aprovecharlas. Pero si Avatar era una calcomanía de Pocahontas. ¿Qué serán Avatar 2 y 3?

03 marzo, 2010

Berlinale 2010: Cinco días de febrero (II)

Crónica de la 60 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. Cinco días de febrero en los que las imágenes cinematográficas se convirtieron en el referente de una realidad por la que tomaron partido los protagonistas de las distintas secciones de un festival que analizamos desde la mirada geográfica y cultural.   

Segunda etapa: Europa del Norte, Europa del Sur

Eu cand vreau sa fluier, fluier, de Florin Serban (Rumanía)
El mal ajeno, de Oskar Santos (España)
Submarino, de Thomas Vinterberg (Dinamarca)
Der Räuber, de Benjamín Heisenberg (Austria, Alemania)
En ganske snill mann, de Hans Petter Moland (Noruega)
Bal, de Semih Kaplanoglu (Turquía, Alemania)

Si para el mundo anglosajón el héroe está en proceso de disolución, para la Europa del norte y del sur el héroe está en un espacio confinado, reverso de la moneda cuyo anverso es el mundo carcelario. Cuatro de las seis películas mencionadas comienzan o se desarrollan parcialmente en la cárcel. El proceso es pues de adaptación. Solo que entre el interior y el exterior, entre la cara y cruz de la moneda, no hay diferencias cualitativas. La misma desesperanza, la misma rutina, la misma vigilancia… El héroe europeo ha recorrido el círculo completo de la experiencia y se enfrenta a la repetición mas descarnada. Están “fuera”, son padres y todo gira tan absurdamente que la cárcel es una referencia reconfortante. Los funcionarios son los únicos interlocutores, capaces de acompañar al héroe, de aconsejarlo o de nombrar la ley, pero también de vigilarlo y de perseguirlo… Son héroes urbanos, resignados, melancólicos.

De los cuatro films en los que la cárcel está presente, sólo el rumano Florin Serban presenta una revuelta franca. La ausencia del padre desencadena el drama: ante el desarraigo de una madre, el hermano mayor encarcelado quiere proteger al más joven. En ningún momento se denuncia el carácter punitivo de la cárcel. Si se llega a establecer una diferencia entre interior y exterior es para que el héroe se emplee en borrarla: para resolver el problema familiar, exterior a la cárcel, nuestro hombre necesita la participación masiva del interior. Que la figura paterna, representada por la institución, le permita parar la repetición caótica familiar. Tanto en esta película como en la danesa Submarino de Thomas Vinterberg, los protagonistas intentarán reparar un orden familiar perdido. Tarea inútil que los llevará a perderse ellos mismos.

Las tres películas del norte tienen el mismo color brumoso, la misma espesa carga melancólica. Aun perteneciendo a géneros distintos, la comedia, el policíaco y el drama social, están resueltas desde la misma y peligrosa perspectiva: el cómic para adulto (véanse las escenas de amor de Der Räuber o los decorados de En ganske snill mann). Así comprendemos cómo los protagonistas frecuentan los héroes que poblaron la infancia: sus rasgos no provienen ni de la novela negra ni de las páginas de sucesos. Salen de viñetas trazadas con tiralíneas y fondos con trame. Buscan un estilo antes que una verdad, una sorpresa narrativa en lugar de una lógica dramática. Las historias que cuentan parecen estiradas y tanto pueden terminar precipitadamente en un “significativo” plano final, como sorprendernos con el “continuará” de las series de televisión.

La película española El mal ajeno, presentada en la sección Panorama, recordaba una conocida serie televisiva (y no sólo porque Eduardo Noriega sea nuestro George Clooney nacional), acercándose a ese género de televisión que es el “hospitalario”, equivalente al “carcelario” del cine. Las estructuras dramáticas son próximas, el conflicto: individuo que viene a perturbar el funcionamiento habitual del sistema, es el mismo. El film español, en ese sentido, se sitúa en la continuidad de los otros mencionados. Filosófica y estéticamente también, tonos azules y grises, como corresponde a los interiores altamente tecnificados de un hospital, soledades asumidas con el coraje de los que testimonian de un naufragio, de un fracaso, de una época... En medio de esa desolación la capacidad de curar de un médico se convierte en una cuestión mágico/religiosa. No estamos en el terreno de lo social con críticas por las insuficiencias del sistema sanitario o por los abusos de dicho sistema con el personal sanitario. Tampoco en el fantástico con sordina como en el caso de Lost. Aun tratándose de “poderes”, la cuestión la plantea el hecho de que emplear eso “poderes” tiene un precio que lo pagan los seres queridos. Esa posición del héroe/padre/profesional, escindido entre deber público, función paterna y tarea de héroe, me parece una contribución inesperada al debate general.

En el centro mismo de este debate encontramos Bal del turco Semih Kaplanoglu, Oso de oro de este año. El interés de la película es doble: primeramente, su participación al debate lo hace tomando la metáfora del “padre caído” (al pie de la letra), como un tiempo suspendido; y segundo, sus referencias cinematográficas (Ozu, Abas Kiarostami entre otros), la sitúan en una de las fronteras de este festival, entre Europa y Asia, encontrando su propio territorio imaginario confiando en sus raíces.

La película comienza con un plano general de un bosque. En el centro del cuadro una zona mejor iluminada por el sol atrae nuestra mirada. Troncos de árboles y maleza rellenan el plano. Estamos en el “interior” de un bosque como en las otras películas europeas estábamos en el interior de una cárcel, de un hospital o de un apartamento familiar en descomposición. Por la zona iluminada aparece un hombre con una mula de reata. Avanza lentamente, mirando a derecha e izquierda. Se detiene ante un árbol y lanza una cuerda que se sujeta a una rama. Trepa ayudándose de la cuerda, cuando un crujido anuncia el accidente. El hombre cae pero el tiempo se detiene. La mirada del hombre muestra la comprensión de lo que acontece y la espera de las consecuencias… Toda la película transcurre en ese instante, a su vez consecuencia de esa espera. 

En ese punto encuentro el interés de Bal. A la desesperanza crepuscular de los otros films, Bal no opone la esperanza sino la espera. A la oposición interior/exterior, Bal responde con un “todo consecuente”. El film está puntuado con esas pequeñas esperas de la vida cotidiana. Al final, el niño… aprendiendo la consecuencia de la caída, buscará refugio en lo más oscuro del bosque, allá donde las raíces profundas de otro árbol le mostrará el sentido de la espera. 


Por Antonio Figueredo
Enviado especial