23 febrero, 2009

Bollywood se traga a Hollywood

En los Oscar pocas cosas son casuales. Que una renovación de la ceremonia coincida con la apertura ya palpable a las industrias foráneas es tan sintomático que nos hace reflexionar sobre el futuro que le espera a la industria más rentable del mundo.

Tan poco casuales son las cosas en los premios de la Academia de Hollywood que cuando Steven Spielberg salió a entregar el Oscar a la Mejor Película, por si aún no teníamos ya suficientes pistas de cómo iba a concluir la ceremonia, el resultado del galardón más importante estaba cantado. Que quien acabe dando la última bendición al cine con mirada asiática sea el mismo que ha recibido en los últimos meses una bocanada económica de 400 millones de euros de la industria de Bollywood para equilibrar las maltrechas finanzas de su casi siempre renqueante Dreamworks, o es tener mucho ojo, o es tener mucha suerte o, simplemente, es sintomático. No hay que olvidar, de hecho, que producciones animadas como Kung Fu Panda y el resto de las realizadas por Dreamworks se llevan gestando desde hace tiempo en Bangalore, en el Sur de la India.

Así las cosas, no es de recibo que una película que ha sabido engarzar el espíritu asiático con el frenesí visual occidental, como es Slumdog millionaire, haya sido la gran vencedora de una noche extraña en la que las ausencias (mortales e inmortales) marcaron el espíritu de una ceremonia que nos ofreció quizás la mejor puesta en escena de los últimos años y un presentador que, cuando salió (poco), logró brillar a gran altura, pero que acabó siendo igual de soporífera que de costumbre. Extraño, sí, pero cierto.

Que los responsables de musicales como Dreamgirls (en Broadway) y el actor más carismático de Hollywood no consiguieran realzar una ceremonia cansina, a pesar de algunas brillantes ideas (la espectacular entrega de premios de interpretación a cinco bandas) y momentos antológicos (los dos números musicales protagonizados por Hugh Jackman), es preocupante, porque significa que mucho tendrán que cambiar las cosas en la estructura del acto para lograr resultar entretenido.

Posiblemente Slumdog millionaire no sea, a pesar de su perfecta geometría narrativa, la mejor película del año, y tengan más altura otros títulos como The reader o El curioso caso de Benjamin Button, pero era la película perfecta para recibir los parabienes de la Academia. Igual que posiblemente Sean Penn no era el actor esperado para recoger el Oscar (todos daban más posibilidades a Brad Pitt o a Mickey Rourke quien, suponemos, no tendrá muchas más ocasiones para situarse a las puertas del Oscar), pero también es cierto que el trabajo de Penn en Mi nombre es Harvey Milk brilla con luz propia, con esa aparente facilidad que sólo los grandes actores saben acompañar a sus cambios de registro. Y seguramente no sea la de la pésima Vicky Cristina Barcelona la mejor interpretación de Penélope Cruz, pero al menos se reconoció su capacidad para convertir en comedia lo que, hasta el momento en que ella sale, es una soporífera mixtura de clichés turísticos.

Lástima que ni Danny Elfman ni James Newton Howard, ni siquiera el eternamente nominado Thomas Newman lograran por fin su Oscar, pero era la noche hindú, y aunque a muchos no convenza esa mezcla de sonidos bollywoodienses con ritmos hip-hoperos que ofrece A.R. Rahman en Slumdog millionaire, lo cierto es que estamos ante uno de los músicos más destacados de la industria del cine, capaz de trabajos de hermoso contenido melódico, y al que hay que conocer más en profundidad para no caer en los tópicos del sonido musical de cadencias repetitivas.

Sorprendió, o quizás no tanto, que la película japonesa Okuribito (magnífico, emotivo el trabajo musical de Joe Hisaishi) le arrebatara el Oscar a las favoritas Vals con Bashir y La Clase. Pero también sorprende que todos los que mencionan esta circunstancia sean críticos o comentaristas que no han visto la película japonesa. Bueno, pues habrá que verla.

Sin duda, después de esta noche de Oscar eminentemente india la megaproductora Reliance, con sede en Bombay, tendrá muchas más razones para seguir invirtiendo en la industria de Hollywood, y poner en marcha esos proyectos que ya tiene firmados con actores como George Clooney, Brad Pitt, Tom Hanks, Nicholas Cage o Jim Carrey.

Lo mejor de la noche:
- Los números musicales de Hugh Jackman (original, divertido, el primero; espectacular, emotivo el segundo)
- La parodia de Ben Stiller de la preocupante aparición de Joaquin Phoenix en el Show de David Letterman.
- El sketch protagonizado por los personajes de Superpirados.
- La puesta en escena, espectacular y novedosa.

Lo peor de la noche:
- Que justamente cuando hay un presentador de altura (guapo, divertido, ecléctico), su presencia se convierta en anecdótica.
- Que no consiguieran, a pesar del intento, agilizar el sopor de la ceremonia.
- La polémica entrega del Premio Humanitario a Jerry Lewis, con discapacitados protestando fuera del Teatro Kodak acusando al actor de utilizar a los enfermos para ganar dinero a costa de ellos.
- La retransmisión de Canal Plus, con comentarios toscos, tontos, indocumentados.
- La cutre-fiesta de Canal Plus, con más petardeo que famoseo.


22 febrero, 2009

Estreno de Watchmen

Llega ya la esperadísima y aparentemente polémica (estrategias de marketing aparte) adaptación del cómic de Alan Moore. Éste es un adelanto.


21 febrero, 2009

Berlinale 2009: El triunfo de lo desconocido

Por Antonio Figueredo

El jurado del Festival de Berlín reconoció el trabajo de películas, actores y actrices que difícilmente encontrarán un hueco entre los fastos de las estrellas de cine. Otra cosa es que aporten algo diferente a la industria.

Hay que tener valor para premiar a una peruana, un maliense, un iraní o un rumano en un festival internacional donde competía la presumible ganadora del Oscar de este año, Kate Winslet y su película The reader. Hasta ahí encontramos cierta predisposición del jurado que presidía Tilda Swinton a lanzar una mirada hacia el cine de recursos menores pero de pretensiones emocionales y conceptuales mayores. Pero, una vez vistas las películas, parece claro que pesó más el intento de dar un espaldarazo a estas producciones minoritarias que el de otorgar el merecimiento a los títulos que realmente lo tenían. Y resulta loable, al menos, esa pretensión. Ni Bertrand Tavernier, ni Lukas Moodysson, ni Stephen Frears, ni por supuesto Stephen Daldry tienen problema alguno en estrenar sus películas. Y en cierto modo es necesario que sea en estos festivales, aunque se muestren algo desangelados, donde el cine "menor" encuentre su plataforma de lanzamiento.

La teta asustada, de la peruana Claudia Llosa, logró para Perú, pero también para España, a través de sus productores Antonio Chavarrías y José María Morales, el máximo galardón. Quizás el premio lleve a más público a los cines que el que, en principio, estaba previsto asistir a esta historia. Otra cosa es que encontremos su valor como elemento cinematográfico a esta historia que utiliza el realismo mágico para sostener de fondo la tragedia de mujeres violadas en el Perú asediado por el terrorismo de los incontrolados y por el terrorismo de Estado.


Este Oso de Oro le viene grande a una película que traza con elementos sencillos y, todo hay que decirlo, con una interpretación casi más interior que externa de Margaly Soler que logra al menos no caer el ridículo, pero que se construye con esos recursos que, dentro del cine menos comercial, también acaban resultando tópicos. Actores que no saben actuar y que se supone que dan por ello mayor credibilidad y naturalidad a la historia; un realismo mágico que permite plantear situaciones absurdas y justificarse con ellas; una cadencia tan sosegada que conduce al sopor...

Tiene La teta asustada algunos momentos (esa boda grupal), algunas miradas, algunos gestos, algunos primeros planos que alcanzan el valor del cine bien hecho, del que sabe y consigue transmitir la emoción y provocar la reflexión. Pero son tan escasos que acaban resultando oasis en el desierto.

09 febrero, 2009

De premios y broncas

Se celebró la tan denostada gala de los Premios Goya, corroborando la mala impresión que suele transmitir, a pesar de las buenas cifras de audiencia, mientras Christian Bale y el Gran Wyoming se embarcan en sendas broncas (una real, otra ficticia) en la misma semana.

Confieso que este año la gala de los Goya me ha sobrepasado. No solamente por la calidad media de las películas mayormente nominadas (poco interesantes, en general) sino también por la retahíla de lugares comunes que acaparan buena parte de los discursos, oficiales o no, que jalonan la ceremonia. Esa manía de quienes se dedican al cine por hacer lecturas políticas de una entrega de premios (quizás tratando de imitar las obvias posturas progresistas de muchos actores y cineastas de Hollywood) acaba resultando tedioso y repetitivo. Ya sabemos que la gente que se dedica al cine está en contra de los bombardeos de Israel contra Gaza, a favor del pueblo saharaui (para eso se dan paseitos y abandonan durante unos días su pátina de "glamour" para dormir en tiendas de campaña durante el Festival de Cine que se celebra en la zona), en contra del hambre en el mundo y por la paz en la Tierra (como las modelos), pero que te lo estén recordando constantemente como si estuvieran descubriendo la penicilina toca un poco los cojones.

También sabemos que la piratería es el mal de todos los males, como si se encontraran muchas copias de Camino, Ya no quiero caminar o La noche de los girasoles entre los DVD requisados por la policía (de las imágenes de la última gran redada en Madrid sólo vi copias de películas de grandes estudios, como City of Amber). Pero también tienen que estar dando el coñazo constantemente para recordarnos que si Camino la han visto poco más de 200000 espectadores es porque el resto de los españoles les hemos comprado copias pirata a los "negritos". "Que no, hombre, que no. Que si no he comprado ninguna entrada para ver la última peli de Javier Fesser es, simplemente, porque no me interesa una mierda", deberían decirles algunos de los miles de espectadores que no han visto, y posiblemente no verán, este panfletillo anti-Opus Dei.

Mención aparte merece RTVE, la única televisión pública que tenemos lamentablemente, porque su continua falta de respeto hacia una retransmisión como ésta clama al cielo. Aparte de abruptos cortes de discursos sobre la marcha, la metedura de pata más colosal de los últimos años fue poder ver en el teletexto ¡la lista completa de ganadores! a las 00:30, cuando aún no se habían entregado todos los premios. En la ABC cortarían cabezas y cabelleras si esto ocurriera alguna vez en los Oscar.

Quizás le pedimos demasiado a los Goya. Quizás la Academia de Cine española quiere estar a una altura que no puede estar, y por eso resultan más entretenidas otras ceremonias de premios de Comunidades Autónomas, o incluso los Premios Max de Teatro, aunque esté la SGAE detrás de ellos. Quizás habría que intentar imitar menos a los Oscar y ser más auténticos. Pero sin guiones al estilo José Luis Moreno, por favor.

Mientras tanto, la misma semana que el Gran Wyoming protagoniza una de esas trifulcas que sólo los directivos cutres de cadenas de televisión en España son capaces de permitir (las grescas entre televisiones son lamentables, todo hay que decirlo), a Christian Bale le pillan una pedazo de bronca al director de fotografía, Shane Hurlbut, durante el rodaje de Terminator Salvation, que acaba con una no menos lamentable disculpa en un programa de radio. (todo hay que decirlo, el objeto de los fucking ataques le ha disculpado, y afirmó al día siguiente que tras la escenita siguieron trabajando durante el resto del día sin problemas). Menos mal que Christian Bale no ha asistido a ninguna gala de los Goya, porque si se pone de mala leche porque un técnico le pasa por detrás, qué no haría si viera los continuos fallos de sonido y realización de la ceremonia patria.