26 febrero, 2007

Oscar 2007: Políticamente correctos

Este año más que nunca la ceremonia de los Oscar alzó la etiqueta de la corrección política. Pero fueron injustos su reconocimiento consecutivo al músico Gustavo Santaolalla y su ninguneo al veterano Peter O'Toole, que solo por el esfuerzo que hizo en estar allí se merecía un premio.

La noche de los Oscar la celebramos habitualmente un grupo de amigos aficionados a la tortura cinematográfica que a veces puede suponer permanecer despiertos una noche entera. A eso de las seis de la mañana, cuando habitualmente suele acabar la ceremonia, los ánimos y el cansancio no nos permiten hacer un balance apasionado de lo que se ha visto en la televisión. Más aun cuando en los últimos años tampoco ha habido películas que nos hayan provocado sentimientos de elevada emoción, y a uno al final acaba dándole un poco igual quién se llevó la estatuilla a casa. Lo que quiere es meterse en la cama y dormir lo que su trabajo diario le permita.

Sí, es cierto, este año teníamos a varios españoles en liza, y bien que nos alegramos del éxito cosechado por nuestros compatriotas. Lo de Tele 5 además parece ya un milagro: vilipendiada como la representación más clara de la telebasura en España, no solo sigue siendo la cadena más rentable del país, sino que encima consigue el éxito de público con Alatriste y la proyección internacional con El laberinto del fauno, sus dos incursiones en la producción cinematográfica. Logros que ahora le sirven para lanzarlos a la cara de la Ministra de Cultura, Carmen Calvo, como un escupitajo contra la polémica ley del audiovisual que ha puesto en marcha y que, mucho nos tememos, servirá como freno a lo que parecía podía ser un empujón definitivo al imprescindible apoyo de las televisiones a nuestro cine. Nunca un proyecto de ley llegó en peor momento.

De todas formas, las probabilidades eran tan pocas en el caso de Penélope Cruz, y los cortometrajes nominados (Éramos pocos y Binta y la gran idea) nos parecen tan escasos de riesgo y tan llenos de obviedades (el corto de Javier Fesser es una lista de todo lo políticamente correcto que se puede glosar en una historia desarrollada en África), que solo el simpático Gullermo del Toro y el músico Javier Navarrete nos inspiraban una especial atención.

Este año más que nunca la ceremonia de los Oscar alzó la etiqueta de la corrección política (si con ello se puede calificar a la promoción gratuita que le dieron al derrotado aspirante a presidente Al Gore, que sufrió las maquiavélicas argucias de la familia Bush y ha terminado apuntándose al carro del “stop” al calentamiento global). Ellen DeGeneres no defraudó especialmente ni tampoco nos encandiló. Pasó más bien desapercibida, en una ceremonia que sufrió distorsiones de ritmo que parecen incomprensibles a estas alturas. Pero no fue ni mínimamente tan irónica como suele serlo en su programa de televisión. Se quedó en una especie de Eva Hache descafeinada, correcta pero sin hacer daño.

El reparto de premios fue lo habitual. Alguna sorpresa más o menos desagradable y mucho premio cantado. Empezando por el de Jennifer Hudson, rolliza cantante de voz potente que nunca hubiera soñado cuando estaba haciendo cola en el casting de American idol que iba a llegar adonde ha llegado. Pero, ¿le vendrá ahora la maldición de los Oscar de interpretación, según la cual ahí se acabaría su relevancia mediática? Ya veremos. Se demostró que la estrategia de la productora presentándola en la categoría de secundaria (a pesar de ser la auténtica protagonista de Dreamgirls) fue acertada, y que su monumental cabreo por no haber sido presentada como Actriz Principal se lo tuvo que tragar. Y es que en esta categoría, como nuestra Penélope Cruz, poco hubiera podido hacer frente al terremoto Helen Mirren, acaparadora de premios por su perfecto retrato humanizado de una reina incomprendida en The queen.

Fue la noche verde de la ecología mediática, convertida en espectáculo en un speech inaudito protagonizado por Al Gore y Leonardo DiCaprio. Pero así son las cosas. Angelina Jolie y su colección de niños “united colors of Benetton” han puesto de moda la solidaridad, y ahora hay que rentabilizarla. Así que, quien más y quien menos tiene su propia fundación solidaria, que además desgrava en el fisco. Como en Mira quien baila. Los famosos ahora llevan incorporada una ONG bajo el brazo, para que se vea lo “güena gente” que son.

Ya decíamos en otra ocasión que a uno le parecían extrañas algunas comparecencias para dar premios, como si alguien hubiera abierto el sobre del ganador antes de la ceremonia. Porque, que para entregar el Oscar al Mejor Director salieran Steven Spielberg, Francis Coppola y George Lucas, daba ya más que claras sospechas de por dónde iban los tiros. Por fin, el premio de la Academia al genial Martin Scorsese por su película más prescindible, Infiltrados. Y además premio a su esposa, la espléndida montadora Thelma Schoonmaker, a la que por cierto quisieron traerse a Sevilla los organizadores del Festival de Cine hace un años. Pero se les quedó trabajando en Nueva York.

Los hispanos se fueron un poco con el rabo entre las piernas, todo hay que decirlo. Porque Alfonso Cuarón se marchó de vacío, a pesar de su interesante Children of men, y Alejandro González-Iñárritu se tuvo que conformar con poner cara de póker cada vez que un Oscar iba a otros manos. Y encima el único Oscar conseguido, para el músico argentino Gustavo Santaolalla, se nos antoja injusto. No porque la banda sonora de Babel no esté bien (es infinitamente mejor que la de Brokeback mountain, que también ganó el año pasado), sino porque nos parece excesivo dar dos Oscar consecutivos a un compositor quizás demasiado limitado, sobre todo teniendo en cuenta que se dejó en la cuneta una vez más al excelente Thomas Newman e incluso al buen trabajo de Javier Navarrete.

Pero para injusticia la que vivió el actor Peter O’Toole, que hizo un esfuerzo sobrehumano para ir a la ceremonia (no estaba clara su presencia, dado su estado de salud), y todo para quedarse en vacío. Y no cabe duda que ésta pudo ser la última oportunidad de, como en el caso de Scorsese, rendir cuentas con un magnífico actor (emocionante su trabajo en Venus) que pasó en siete ocasiones por las nominaciones al Oscar. No es menosprecio del trabajo de Forest Whitaker en El último rey de Escocia, irregular película sólo alimentada por el trabajo del actor, pero perder oportunidades como ésta de reconocer la trayectoria de un veterano no debería poder permitírselas la Academia de Hollywood.

Loable logro el de Guillermo del Toro con una producción hispano-mexicana que ha llegado a notables objetivos. Sin duda, es la gran vencedora de una noche estrictamente yanqui. Por eso sabe menos agridulce la derrota en la categoría de Película de habla no inglesa, a favor de la, todo hay que decirlo, excelente La vida de los otros. Pero nos hubiera gustado que el propio Gullermo del Toro hubiera tenido la oportunidad de vivir en sus propias carnes el triunfo de su película más personal, subiendo al escenario del Kodak Theatre. Pero, de todos los premiados, es posiblemente quien tendrá más posibilidades de engrandecer su carrera futura. Para eso al menos, sirven este tipo de premios. Lo cual, sin duda, no es poca cosa.

18 febrero, 2007

Berlinale '07: Episodio III

Concluyó una nueva edición de la Berlinale con el consabido reparto de premios, algo a lo que en los festivales se le da mucha importancia, pero que, conociendo por dentro los resortes que manejan los jurados para otorgarlos, hay que colocarlos en su justa medida.

Aunque es cierto que ganar un Oso de Oro es importante, tampoco es la panacea, y algunas de las películas que han sido “lanzadas” al panorama internacional, se han quedado en la orilla, sin lograr conectar con el público. Es el caso, sin ir más lejos, de Grbavica, la película que consiguió el máximo galardón el año pasado, una suerte de telefilm que se dejaba ver pero que hurgaba en sentimientos ya conocidos con efectos melodramáticos que no acababan de cuajar. La película no ha alcanzado mayor repercusión, y en España pasó desapercibida.

Este año, un jurado tan aparentemente heterogéneo formado por personalidades tan poco dadas a los tópicos como Paul Schrader, Gael García Bernal o Willem Dafoe, han repartido los galardones entre películas solventes pero que no han convencido a todos, y han dejado fuera del palmarés filmes que arrancaron el unánime aplauso de prensa y público, como Irina Palm, con una espléndida Marianne Faithfull. Y es muy posible que ésta acabe teniendo más proyección internacional que las premiadas. Cosas de la vida. La china El matrimonio de Tuya, de Wang Quan'an ha conseguido el preciado Oso de Oro, y ya tiene distribución en España, al haber sido adquirida por la compañía Golem. Buen ojo tienen estos chicos, porque ya el año pasado habían comprado también la que se alzó con el Oso de Oro. Pero la gran vencedora del festival ha sido El otro, producción argentina dirigida por Ariel Rotter porque no solo ha conquistado el Gran Premio del Jurado sino también el Premio al Mejor Actor para su protagonista, Julio Chávez, que interpreta a un hombre de mediana edad que comienza a plantearse el sentido de su vida. Película difícil que dejó a más de uno dormido en la sala, y cuyo premio a Julio Chávez parece más el premio de consolación porque este actor argentino no pudo asistir el año pasado a la presentación de su anterior largometraje, ya que se encontraba rodando con Ariel Rotter, y este año tampoco pudo asistir a la rueda de prensa ya que perdió el enlace a Berlín. Lo dicho, el premio de consolación. Joseph Cedar ha logrado el Oso de Plata como Mejor Director por su drama bélico Beaufort, que pasó un poco sin pena ni gloria por el festival, mientras que Nina Hoss por Yella le arrebató el premio como Mejor Actriz a Marianne Faithfull, que lo merecía con creces. Y para que no se enfaden los chicos de Hollywood, Premio a la Mejor Contribución Artística al reparto de El buen pastor, ese larguísimo recorrido por los inicios de la CIA dirigido por Robert DeNiro.

Lo de los premios al reparto completo de una película nunca lo he entendido. Son premios idiotas que indican que quienes los otorgan no tienen cojones para adquirir el compromiso de elegir lo que, para ellos, más méritos tiene. Igual que los premios exaequo. Son de risa las discusiones que a veces se tienen entre los miembros de jurados de festivales entre quienes tienen las ideas claras y quienes quieren jugar a dejar contentos a todos.

La Berlinale ha dejado más o menos contentos a todos, sin grandes aciertos ni grandes batacazos. Vamos, que se lo han currado lo justo en programación. O esto es lo que hay, lo cual no puede ser más desalentador. La primera película adquirida por una distribuidora española fue la cinta de inauguración, La vie en rose, que recibió una acogida tibia. La distribuidora Alta Films la compró y ya tiene lista la fecha de estreno en España, aprovechando el tirón del festival (será el 20 de abril). Algunos rebotes importantes se han dado en ruedas de prensa de películas que no terminaban convenciendo, como la adaptación del cómic 300, cuyo director le espetó a un periodista que si no le gustaba la película, que quizás tenía que haberla dirigido él. O Antonio Banderas, que aprovechó su paseo internacional con El camino de los ingleses, para mostrar su disgusto por la mala acogida (recordemos, no solo de crítica, sino de público y hasta en los Premios Goya, donde no recibió muchas nominaciones) que tuvo en España. Pero es más fácil decir que “algunos quieren hacerme caer, pero no lo conseguirán”. Lo cual no deja de ser una estupidez como las muchas que dicen los directores pagados de sí mismos que creen haber hecho una obra maestra. ¿No será que la película no es tan buena como él cree? Da igual, porque la Andalucía Film Commission ya le ha regalado la publicación de uno de esos libros turístico-cinematográficos que se han sacado de la manga en los últimos meses (Alatriste ya tiene uno y el siguiente será para El corazón de la tierra).

Lo mejor que tiene que la Berlinale termine es que uno, por fin, puede volver a la Berlín desnuda, que nos ofrece la oportunidad de admirar en todo su esplendor sin tener que estar pendiente de la próxima sesión o de la próxima reunión, o de la próxima rueda de prensa. Volver al Berlín que tanto aman (y tanto odian) sus habitantes.

16 febrero, 2007

Berlinale ´07: Episodio II

El Festival de Berlín suele estar interesado en historias de corte social, de denuncia de acontecimientos vergonzosos para nuestra condición de seres humanos. Es un festival especialmente comprometido con este tipo de películas, aunque en muchas ocasiones no acompañe la calidad de las mismas.

De ahí que no sea extraño que un film como Bordertown (Ciudad del silencio), de Gregory Nava, que denuncia el asesinato de centenares de mujeres en la ciudad mexicana de Juárez, convertida en una ciudad sin ley, haya tenido como escenario de su presentación mundial la espectacular fachada del Berlinale Palast, una sala cultural multiusos construida para el festival, que hasta hace poco ha acogido las representaciones de los no menos espectaculares Blue Man Group, grupo musical-multimedia de impresionante textura visual.

Bordertown es una producción de Jennifer López, especialmente implicada con las madres de las mujeres asesinadas, y de la que dicen que ha pagado de su bolsillo la presencia por toda Europa de algunas de estas madres para denunciar la pasividad del gobierno mexicano con la ciudad de Juárez. La acompañan en el reparto Antonio Banderas y Juan Diego Botto. Lo malo es que la película se queda en denuncia hepidérmica con argumento lleno de topicazos, lo que provoca la pérdida de efectividad. Uno de los momentos más emotivos del Berlín fueron las palabras de Norma Andrade, cuya hija fue asesinada hace seis años, en la rueda de prensa. Y su petición casi desesperada a los periodistas: “Después de publicar sus artículos, solo les pedimos que no nos dejen solas”.

Clint Eastwood demostró su señorío en la presentación de Cartas desde Iwo Jima, la segunda entrega del díptico iniciado con Banderas de nuestros padres. Muy bien recibida por la crítica norteamericana, a nosotros se antoja poco original e innecesaria. Pero ver a este veterano de la gran pantalla asomarse un momento por entre los mortales (igual que ver a Lauren Bacall o a Arthur Penn) es toda una delicia.

La película de este festival va a ser sin duda Irina Palm. No sabemos si ganará algún premio (parece que está destinada a ello), pero lo cierto es que esta historia sobre una mujer que a sus cincuenta y tantos años se ve obligada a trabajar en el negocio del sexo es de esas que se quedan en la memoria. Y la interpretación de Marianne Faithfull, conocida como cantante de clásicos como “The ballad of Lucy Jordan”, es de esas que se mantienen en la retina. Nada nuevo, porque ella ha desarrollado una importante trayectoria como actriz, más esporádicamente en cine, pero sobre en teatro, aunque ciertamente desconocida.

Berlín es una ciudad que invita a disfrutar de sus calles, aunque de vez en cuando el intenso frío, la lluvia persistente o las nevadas aisladas lo hagan difícil (más de un resbalón se ha visto a las puertas del Berlinale Palast). También invita a encontrarse con la noche berlinesa, de esas noches interminables, en las que los locales permanecen abiertos hasta altas horas de la madrugada (a ellos no les hace que nadie les diga a qué hora deben cerrar, entre otras cosas, porque producen escasas molestias acústicas). Uno de los lugares más curiosos es el Bauhaus, gran pista de baile que acoge tanto a quinceañeros como a octogenarios (sin exagerar), que mueven el esqueleto en noches de recuerdos de músicas del pasado. En el Bauhaus se escucha (y es invitable acabar bailando) música de los 70-80, mezclada a veces con retazos de la actualidad. Pero lo impresionante es ver que todos se olvidan de sí mismos y acaban hipnotizados por el poder seductor de un lugar clásico de la noche berlinesa, en el que te abre las puertas un “mayordomo” ya veterano con pajarita. Es otro mundo. Y, eso sí, hay más frikies por metro cuadrado que en toda la ciudad.

Tampoco está mal adentrarse de vez en cuando en cierta vertiente decadente de la noche. Y en Berlín permanecen esos “antros” de chillona decoración, oscuros pasillos y personajes sospechosos que podrían protagonizar un buen thriller. Solo hay que acercarse (preferiblemente acompañados de algún guía conocedor de los resortes de la noche) a lugares como Kumpelnest 3000, un antiguo prostíbulo que fue decorado años más tarde por estudiantes utilizando todos los símbolos de la Alemania retro, de los puticlubs horteras. Berlín da para mucho.

14 febrero, 2007

Berlinale '07: Episodio I

El de Berlín es uno de esos festivales a los que siempre es interesante volver. No sólo porque sea una de las citas cinematográficas más cómodas (buena organización, ausencia de grandes aglomeraciones, programación con niveles más que aceptables…), sino porque la ciudad merece ser visitada con frecuencia.

Berlín no solo contiene restos de esos cambios drásticos que, tras la caída del muro, la convirtieron en uno de los referentes arquitectónicos del mundo, sino que continúa mudando su fisonomía a un ritmo que hace irreconocibles sus calles cada año. Berlín es una ciudad en constante movimiento, y se construye a sí misma con espectaculares propuestas de arquitectura moderna, pero manteniendo siempre esa conexión con un pasado más o menos reciente que convierten cada visita en una sorpresa.


Eso en cierto modo se puede ver en The good german (El buen alemán), de Steven Soderbergh, una de las primeras películas a competición, ambientada en el Berlín de la posguerra. Intento fallido de reconstrucción de un estilo de hacer cine (el que marcó las películas clásicas de cine bélico), pero que aquí, por mucha (espléndida) fotografía en blanco y negro que contenga, no pasa de un simple ejercicio de onanismo cinéfilo que se limita a hacer una fotocopia de grandes clásicos, pero que no contiene las dosis necesarias de interés (el guión es difuso y enrevesado) como para convertirse en un efectivo homenaje. Aquí, en Berlín, se proyectó en HD (sistema digital en el que originalmente se rodó la película), lo que demuestra el cada vez más destacado papel que este formato acabará adoptando en la proyección cinematográfica del futuro, a la que se dedican también diversas conferencias en actos paralelos.

En la Sección Panorama se ha visto I am a cyborg, but that’s OK, de Park Chan-wook, realizador de las interesantes Sympathy for Mr. Vengeance y Sympathy for Lady vengeance, y de la magnífica Old boy. Pero aquí el director coreano construye una absurda comedia sobre desequilibrados demasiado alocada y dispersa que acaba siendo un despropósito con ciertos hallazgos de humor, pero sin sentido.

Al margen de las proyecciones, el Mercado del Cine es uno de los centros neurálgicos de los festivales como Berlín, lugar de uso exclusivo para profesionales donde se intercambian opiniones, películas, proyectos y mucho café. Sitio curioso por el que pasear, recogiendo las más o menos originales propuestas de distribuidoras, productoras o instituciones de cine, y en el que puedes encontrar lo peor de lo peor o los más destacados nuevos trabajos de directores consagrados. Un supermercado de películas donde compradores y vendedores se lanzan al ruedo comercial del royaltie.

Berlín vive su festival con la frialdad que caracteriza a los alemanes. Hay mucha gente, pero no se nota; no existen las aglomeraciones de monstruos como Cannes, ni la desorganización de bestias como Venecia. Y los encuentros extraoficiales son moneda de cambio. Berlín, además, no es una ciudad cara. No lo es, por ejemplo, comparada con Sevilla, Madrid o Barcelona. Y contiene una variopinta gama de citas noctámbulas que te pueden trasladar incluso en el tiempo. Tomar una cerveza o una copa en el Cake Club, por ejemplo, uno de los cientos de locales del centro de la ciudad, te traslada a los años sesenta, pero con música propia del cine de Kusturica. Aunque, todo hay que decirlo, esta última visita se nos volvió especialmente retro, como veremos en los próximos capítulos. Es sin duda, la ciudad de los contrastes.