El Festival de Berlín suele estar interesado en historias de corte social, de denuncia de acontecimientos vergonzosos para nuestra condición de seres humanos. Es un festival especialmente comprometido con este tipo de películas, aunque en muchas ocasiones no acompañe la calidad de las mismas.
De ahí que no sea extraño que un film como Bordertown (Ciudad del silencio), de Gregory Nava, que denuncia el asesinato de centenares de mujeres en la ciudad mexicana de Juárez, convertida en una ciudad sin ley, haya tenido como escenario de su presentación mundial la espectacular fachada del Berlinale Palast, una sala cultural multiusos construida para el festival, que hasta hace poco ha acogido las representaciones de los no menos espectaculares Blue Man Group, grupo musical-multimedia de impresionante textura visual.
Bordertown es una producción de Jennifer López, especialmente implicada con las madres de las mujeres asesinadas, y de la que dicen que ha pagado de su bolsillo la presencia por toda Europa de algunas de estas madres para denunciar la pasividad del gobierno mexicano con la ciudad de Juárez. La acompañan en el reparto Antonio Banderas y Juan Diego Botto. Lo malo es que la película se queda en denuncia hepidérmica con argumento lleno de topicazos, lo que provoca la pérdida de efectividad. Uno de los momentos más emotivos del Berlín fueron las palabras de Norma Andrade, cuya hija fue asesinada hace seis años, en la rueda de prensa. Y su petición casi desesperada a los periodistas: “Después de publicar sus artículos, solo les pedimos que no nos dejen solas”.
Clint Eastwood demostró su señorío en la presentación de Cartas desde Iwo Jima, la segunda entrega del díptico iniciado con Banderas de nuestros padres. Muy bien recibida por la crítica norteamericana, a nosotros se antoja poco original e innecesaria. Pero ver a este veterano de la gran pantalla asomarse un momento por entre los mortales (igual que ver a Lauren Bacall o a Arthur Penn) es toda una delicia.
La película de este festival va a ser sin duda Irina Palm. No sabemos si ganará algún premio (parece que está destinada a ello), pero lo cierto es que esta historia sobre una mujer que a sus cincuenta y tantos años se ve obligada a trabajar en el negocio del sexo es de esas que se quedan en la memoria. Y la interpretación de Marianne Faithfull, conocida como cantante de clásicos como “The ballad of Lucy Jordan”, es de esas que se mantienen en la retina. Nada nuevo, porque ella ha desarrollado una importante trayectoria como actriz, más esporádicamente en cine, pero sobre en teatro, aunque ciertamente desconocida.
Berlín es una ciudad que invita a disfrutar de sus calles, aunque de vez en cuando el intenso frío, la lluvia persistente o las nevadas aisladas lo hagan difícil (más de un resbalón se ha visto a las puertas del Berlinale Palast). También invita a encontrarse con la noche berlinesa, de esas noches interminables, en las que los locales permanecen abiertos hasta altas horas de la madrugada (a ellos no les hace que nadie les diga a qué hora deben cerrar, entre otras cosas, porque producen escasas molestias acústicas). Uno de los lugares más curiosos es el Bauhaus, gran pista de baile que acoge tanto a quinceañeros como a octogenarios (sin exagerar), que mueven el esqueleto en noches de recuerdos de músicas del pasado. En el Bauhaus se escucha (y es invitable acabar bailando) música de los 70-80, mezclada a veces con retazos de la actualidad. Pero lo impresionante es ver que todos se olvidan de sí mismos y acaban hipnotizados por el poder seductor de un lugar clásico de la noche berlinesa, en el que te abre las puertas un “mayordomo” ya veterano con pajarita. Es otro mundo. Y, eso sí, hay más frikies por metro cuadrado que en toda la ciudad.
Tampoco está mal adentrarse de vez en cuando en cierta vertiente decadente de la noche. Y en Berlín permanecen esos “antros” de chillona decoración, oscuros pasillos y personajes sospechosos que podrían protagonizar un buen thriller. Solo hay que acercarse (preferiblemente acompañados de algún guía conocedor de los resortes de la noche) a lugares como Kumpelnest 3000, un antiguo prostíbulo que fue decorado años más tarde por estudiantes utilizando todos los símbolos de la Alemania retro, de los puticlubs horteras. Berlín da para mucho.
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