Concluyó una nueva edición de la Berlinale con el consabido reparto de premios, algo a lo que en los festivales se le da mucha importancia, pero que, conociendo por dentro los resortes que manejan los jurados para otorgarlos, hay que colocarlos en su justa medida.
Aunque es cierto que ganar un Oso de Oro es importante, tampoco es la panacea, y algunas de las películas que han sido “lanzadas” al panorama internacional, se han quedado en la orilla, sin lograr conectar con el público. Es el caso, sin ir más lejos, de Grbavica, la película que consiguió el máximo galardón el año pasado, una suerte de telefilm que se dejaba ver pero que hurgaba en sentimientos ya conocidos con efectos melodramáticos que no acababan de cuajar. La película no ha alcanzado mayor repercusión, y en España pasó desapercibida.
Este año, un jurado tan aparentemente heterogéneo formado por personalidades tan poco dadas a los tópicos como Paul Schrader, Gael García Bernal o Willem Dafoe, han repartido los galardones entre películas solventes pero que no han convencido a todos, y han dejado fuera del palmarés filmes que arrancaron el unánime aplauso de prensa y público, como Irina Palm, con una espléndida Marianne Faithfull. Y es muy posible que ésta acabe teniendo más proyección internacional que las premiadas. Cosas de la vida. La china El matrimonio de Tuya, de Wang Quan'an ha conseguido el preciado Oso de Oro, y ya tiene distribución en España, al haber sido adquirida por la compañía Golem. Buen ojo tienen estos chicos, porque ya el año pasado habían comprado también la que se alzó con el Oso de Oro. Pero la gran vencedora del festival ha sido El otro, producción argentina dirigida por Ariel Rotter porque no solo ha conquistado el Gran Premio del Jurado sino también el Premio al Mejor Actor para su protagonista, Julio Chávez, que interpreta a un hombre de mediana edad que comienza a plantearse el sentido de su vida. Película difícil que dejó a más de uno dormido en la sala, y cuyo premio a Julio Chávez parece más el premio de consolación porque este actor argentino no pudo asistir el año pasado a la presentación de su anterior largometraje, ya que se encontraba rodando con Ariel Rotter, y este año tampoco pudo asistir a la rueda de prensa ya que perdió el enlace a Berlín. Lo dicho, el premio de consolación. Joseph Cedar ha logrado el Oso de Plata como Mejor Director por su drama bélico Beaufort, que pasó un poco sin pena ni gloria por el festival, mientras que Nina Hoss por Yella le arrebató el premio como Mejor Actriz a Marianne Faithfull, que lo merecía con creces. Y para que no se enfaden los chicos de Hollywood, Premio a la Mejor Contribución Artística al reparto de El buen pastor, ese larguísimo recorrido por los inicios de la CIA dirigido por Robert DeNiro.
Lo de los premios al reparto completo de una película nunca lo he entendido. Son premios idiotas que indican que quienes los otorgan no tienen cojones para adquirir el compromiso de elegir lo que, para ellos, más méritos tiene. Igual que los premios exaequo. Son de risa las discusiones que a veces se tienen entre los miembros de jurados de festivales entre quienes tienen las ideas claras y quienes quieren jugar a dejar contentos a todos.
La Berlinale ha dejado más o menos contentos a todos, sin grandes aciertos ni grandes batacazos. Vamos, que se lo han currado lo justo en programación. O esto es lo que hay, lo cual no puede ser más desalentador. La primera película adquirida por una distribuidora española fue la cinta de inauguración, La vie en rose, que recibió una acogida tibia. La distribuidora Alta Films la compró y ya tiene lista la fecha de estreno en España, aprovechando el tirón del festival (será el 20 de abril). Algunos rebotes importantes se han dado en ruedas de prensa de películas que no terminaban convenciendo, como la adaptación del cómic 300, cuyo director le espetó a un periodista que si no le gustaba la película, que quizás tenía que haberla dirigido él. O Antonio Banderas, que aprovechó su paseo internacional con El camino de los ingleses, para mostrar su disgusto por la mala acogida (recordemos, no solo de crítica, sino de público y hasta en los Premios Goya, donde no recibió muchas nominaciones) que tuvo en España. Pero es más fácil decir que “algunos quieren hacerme caer, pero no lo conseguirán”. Lo cual no deja de ser una estupidez como las muchas que dicen los directores pagados de sí mismos que creen haber hecho una obra maestra. ¿No será que la película no es tan buena como él cree? Da igual, porque la Andalucía Film Commission ya le ha regalado la publicación de uno de esos libros turístico-cinematográficos que se han sacado de la manga en los últimos meses (Alatriste ya tiene uno y el siguiente será para El corazón de la tierra).
Lo mejor que tiene que la Berlinale termine es que uno, por fin, puede volver a la Berlín desnuda, que nos ofrece la oportunidad de admirar en todo su esplendor sin tener que estar pendiente de la próxima sesión o de la próxima reunión, o de la próxima rueda de prensa. Volver al Berlín que tanto aman (y tanto odian) sus habitantes.
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