Para inaugurar el Festival de este año, CPH:DOX ha elegido la película 70/30 (Phie Ambo, 2021), que acompaña al debate climático en la campaña electoral de 2019 en Dinamarca, siguiendo a algunos de los protagonistas, como el Ministro de Clima Dan Jørgensen. Básicamente el planteamiento del documental es que la presión de los movimientos sociales obligaron a los políticos a iniciar una lucha más activa contra el cambio climático. Pero, curiosamente, el objeto de interés de la directora está más en los pasillos del Parlamento que en las calles. De forma que se construye una descripción de las reuniones, los acuerdos y la preparación de leyes como la que da título a la película, que es sin embargo menos interesante que el que podemos ver en City Hall (Frederick Wiseman, 2020), mucho más objetiva, más precisa en su disección de los entresijos de la política.
Dada la actual dinámica de los personajes públicos, resulta arriesgado producir un documental que realice una mirada retrospectiva más o menos cercana, porque se producen algunas situaciones curiosas. Por ejemplo, Ida Auken, una de las caras más conocidas de la política medioambiental del Partido Social-Liberal (la Izquierda Radical), ya se muestra en el documental más cercana a la agenda del Partido Social Democrático, y de hecho se convirtió en tránsfuga el pasado mes de enero. Pero su motivación pudo haber sido más por la convulsión que produjo en el Partido Social-Liberal el hecho de que su líder, Morten Østergaard, que también aparece en el documental apoyando las políticas medioambientales, reconociera el pasado mes de octubre las acusaciones de acoso sexual que terminaron con su carrera, algo que se evita mencionar en la película. La directora podría justificarse afirmando que estas acusaciones no tienen nada que ver con el tema del documental (aunque se produjeron en la línea temporal en la que se desarrolla), pero tampoco tiene nada que ver que Ida Auken tuviera coronavirus y sí se menciona.
70/30 tiene un objetivo principal, pero esta claridad en su narrativa provoca también que el resultado acabe siendo simple y de escasa profundidad. Porque, cuando se trata de temas políticos, no existe el blanco y el negro sino que las posturas de los partidos se rigen según intereses complejos. Hay una irritante tendencia por parte de la directora a incidir en el duro trabajo de los políticos, el cansancio, las negociaciones interminables... El Climate Act aprobado en Dinamarca pretende reducir a un 70% las emisiones de carbono para el año 2030, aunque eso sí, el plazo para detener la extracción de petróleo se extiende hasta 2050 (para entonces seguramente tampoco habrá mucho más petróleo que extraer), lo que provoca una clara insatisfacción en el activismo medioambiental. Pero el documental no parece demasiado interesado en abordar este tema e incidir en la hipocresía impuesta por el gobierno. En un encuentro con los periodistas, Dan Jørgensen se queja de que, habiendo adoptado medidas importantes, la prensa solo está interesada en la que no han aprobado, que es la subida de impuestos al carbono.
Lo más discutible del documental 70/30 es su reduccionismo, con el que parecen querer afirmar que la subida del Partido Socialdemócrata al poder en 2019 se debió principalmente a su política medioambiental, cuando muchos análisis políticos sobre las elecciones danesas concluyen que el partido de izquierdas consiguió atraer a votantes de la derecha copiando sus polémicas políticas racistas de extranjería.
Si un documental se define como una representación audiovisual de la realidad, entonces A man and a camera (Guido Hendrickx, 2021), presentado en la Sección Harbour de Rotterdam 2021, es el ejemplo más cercano a la definición explícita del género. Porque el director holandés muestra aquello que se encuentra con su cámara sin, aparentemente, distorsiones. Presentando una mirada irónica hacia las películas que tratan de captar la realidad, la propuesta consiste simplemente en un hombre y una cámara paseando por un barrio de clase media alta en Amsterdam. Pero es cuando interactúa con las personas que se encuentra cuando realmente comienza a mostrar los hallazgos reflexivos de una propuesta mucho más incisiva de lo que parece en principio. Sin pedir permiso, ni decir una sola palabra, el hombre y su cámara enfocan a un individuo que está regando el jardín, o a una persona que pasea por la calle. Y capta las reacciones de quienes se sienten observados: a veces se acercan, curiosos, preguntan sin obtener respuesta y en muchos casos la sonrisa amable del principio, frente a la inacción del hombre y su cámara, se convierte en una expresión de seriedad. Porque no es la simple observación la que comienza a ser molesta, sino la falta de interacción del cameraman, de forma que esta predisposición inicial se termina percibiendo como una invasión a la privacidad.
Pero el hombre y su cámara van más allá cuando decide dar el paso de llamar a las puertas del vecindario. Ya no se trata de un simple acto de contemplación, sino de un claro avance hacia la privacidad de los observados. Éstos actúan de diversas formas, algunos con molestia, otros con simpatía e incluso en algún caso con violencia ante este observador pasivo. Pero alguno de ellos, a pesar de la extrañeza del momento, invitan al hombre y su cámara a entrar en sus casas (quizás esto pueda ser más habitual en Holanda que en España). Y los espectadores nos introducimos de lleno en la intimidad del hogar. Lo que ocurre a continuación puede ser sorprendente, porque en algunos momentos el hombre y la cámara parecen forma parte del mobiliario, se convierten en un sujeto pasivo mientras una familia desayuna o una pareja de ancianos mira la televisión. Se establece una especie de complicidad con suspicacia (no podemos evitar pensar en alguna película de Michael Haneke cuando estas familias dejan entrar a un desconocido en sus casas).
Si alguien se pregunta si no hay quejas o llamadas a la policía, hay que decir que sí las hay, pero lo cierto es que no existe una acción que sea punible. Lo que consigue el director Guido Hendrickx es una reflexión muy sutil pero tremendamente lúcida sobre el objeto de observación, la cámara como elemento de comunicación a la que no le hacen falta explicaciones o argumentos, pero también como un elemento que puede resultar al principio divertido pero que poco a poco se va haciendo más incómodo. Es un ejercicio tan sencillo como efectivo, que incluso puede llegar a deparar alguna sorpresa. No sabemos hasta qué punto las situaciones son directamente reales o hay algún tipo de puesta en escena; si se trata de una propuesta honesta o deshonesta. El hombre y su cámara no responden.
CHANGE MAKERS
La misma productora de 70/30 (Phie Ambo, 2021) también es la responsable de Fra det vilde hav (From the wild sea) (Robin Petré, 2021), que fue seleccionado en la Sección Generation del Festival de Berlín 2021, y que es posiblemente uno de los documentales más sobrecogedores de este año. Tomando como punto de partida las condiciones climáticas extremas que están modificando la vida marina con tormentas en lugares donde antes no se producían y disfunciones en la oceanografía de todo el planeta, la directora danesa nos introduce en las acciones de rescate de ONGS que tratan de salvar la vida de algunas especies que llegan a las costas inglesas. Estos profundos cambios en las mareas provocan situaciones sorprendentes como la que relata Dan Jarvis, responsable de la organización British Divers Marine Life Rescue: una foca perdió su sentido de la orientación y fue rescatada en Marruecos, para ser rehabilitada en Cornualles, donde trataron de soltarla lo más al Norte posible. Una vez liberada, la foca parecía haber encontrado la ruta adecuada, pero una vez más se confundió y empezó a nadar hacia el Sur, llegando a las costas españolas, donde de nuevo tuvo que ser rescatada.
Es la impotencia de la acción humana que solo puede llegar al límite de volver a colocar a estas especies en una naturaleza que ya está inexorablemente dañada. La mirada de Robin Petré es fría, sin adornos musicales ni apenas entrevistas, solo colocando la cámara a cierta distancia para que el espectador sea testigo, impotente, de la crueldad de la vida marina. Y de la acción directa del hombre: un cisne es cuidadosamente limpiado de la cobertura de petróleo; varias focas que deben ser operadas para extraer trozos de plástico o redes que obstruyen sus vías respiratorias. Hay muerte y vida, miradas que muestran confusión, lamentos de dolor... Es una experiencia angustiosa en ocasiones, desgarradora cuando no hay otra salida que dejar morir al animal. En las costas de Cornualles, una gran ballena acaba varada, agonizante debido a las heridas que ha sufrido, sometida al desconcierto de un fondo del mar podrido.
Casi como si se tratara de una disección que deja ver las interioridades de la profunda huella que el hombre deja en los océanos, con la complicidad del cambio climático, la mirada que nos ofrece Robin Petré es dura, pero sin duda necesaria. Produce pavor la autopsia de un pequeño delfín, lleno de cicatrices provocadas por hélices u objetos cortantes, porque es fácil imaginar la terrible experiencia vital que ha sufrido ese animal. No hay espacio para un falso optimismo como el que encontramos en otros documentales más inofensivos, aquí la realidad es la que es: cruel, dolorosa, devastadora. Las instalaciones de las organizaciones de rescate parecen un hospital de campaña después de una batalla. La guerra se sigue produciendo en los océanos.
HIGHLIGHTS
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