Aunque nuestra atención está principalmente puesta en el Festival CPH:DOX, durante esta semana también miraremos de reojo a Hot Docs. Festival Internacional de Documentales de Canadá, que se celebra hasta el 9 de mayo, repasando algunas de las películas que se presentan en su programación. El festival canadiense presenta un total de 219 documentales que se dividen en 12 secciones, de las cuales dos de ellas son competitivas.
La presencia española está formada por varios documentales que se reparten entre las secciones competitivas y no competitivas. Magaluf Ghost Town (Miguel Ángel Blanca, 2021) se presenta en International Spectrum, mientras que Bienvenidos a España (Juan Antonio Moreno Amador, 2021), sobre un centro de refugiados en Sevilla, está incluido en la sección The changing face of Europe. Por su parte, The return: Life after ISIS (Alba Sotorra, 2021), que se incorpora a las Presentaciones Especiales, es uno de los documentales españoles con mayor presencia en festivales. Se estrenó mundialmente en SXSW 2021 y, tras su paso por Hot Docs, se podrá ver también en Docsbarcelona y Sheffield, entre otros. Para terminar, en la sección System Down se incluye el documental Room without a view (Roser Corella, 2021), que ya comentamos ayer en nuestra crónica de CPH:DOX.
SYSTEMS DOWN
Este año Hot Docs añade una nueva Sección a su programación, dedicada a películas que hablan de los cambios necesarios en el mundo. Hace falta un reinicio en muchos aspectos de nuestra sociedad, y las producciones de esta sección muestran esos cambios que son fundamentales para afrontar el futuro. La organización de Hot Docs lamentaba ayer el asesinato en Burkina Faso de los periodistas españoles David Beriáin y Roberto Fraile, junto al activista irlandés Rory Young, cuando se encontraban en el rodaje de un documental sobre la caza furtiva. David Beriáin era el más conocido para los espectadores por series documentales como Clandestino (Discovery Max, 2016-), mientras que su productora 93 metros ha realizado series como El Palmar de Troya (Movistar+, 2020) y acaba de estrenar Palomares (Movistar+, 2021).
Precisamente el documental Você não é um soldado (Maria Carolina Telles, Aleksei Abib, 2021) ofrece en los créditos finales una cifra alarmante: 580 periodistas han sido asesinados entre 2010 y 2020. La directora toma como punto de origen la historia de su padre, que se alistó como soldado para participar en la II Guerra Mundial junto a los aliados, pero que finalmente no pudo entrar en combate porque la guerra acabó antes. Esta condición de "soldado frustrado" está presente en la memoria de Maria Carolina Telles cuando se adentra en la primera línea de los conflictos armados desde el punto de vista de la cámara del periodista André Liohn, que se convirtió en 2011 en el primer fotoperiodista latinoamericano ganador del Premio Robert Capa. "La guerra vino de una forma diferente. A través de un fotógrafo de guerra. Un padre, como tú. Él me permitió explorar la lente de su cámara para contar la historia de un combatiente de la información de nuestro tiempo".
El documental acompaña al fotógrafo a través de sus propias grabaciones, a veces apoyado por Aleksei Abib, y en el caso de un periodista como André Liohn, interesado especialmente en la primera línea de fuego, ofrece imágenes impactantes de la guerra en primera persona, algunas curiosas como unos soldados jugando al fútbol en medio de una zona de bombardeos, y no evita la presencia de la muerte, de los muertos que dejan los combates. Los primeros minutos del documental son especialmente impresionantes, llenos de una tensión casi insoportable cuando un grupo de personas tratan de hacer salir de un vehículo a un adolescente, quizás para interrogarlo o quizás para asesinarle. Esta situación de incertidumbre conecta inmediatamente con la tranquilidad de las visitas de André Liohn a sus hijos en Italia, planteando esa dicotomía entre padre y periodista, entre la paz hogareña y la convulsión de la guerra.
De alguna forma, el documental bucea también en esa condición de desarraigo de los periodistas de guerra, que es especialmente destacada en la figura de André Liohn, nacido en Brasil aunque a los 20 años se mudó a Noruega, donde vivió durante quince años, con hijos italianos pero con una residencia más constante en Iraq, desde donde desarrolla su trabajo como fotógrafo. Se establece un paralelismo entre la vida familiar y las incursiones en el combate que establece una reflexión sobre la capacidad de sobrellevar el trauma de la adrenalina, la visión de la crueldad y de la violencia en primera persona. El periodista se plantea también hasta qué punto puede conseguir que sus hijos entiendan en qué consiste su trabajo, "una profesión de mierda", o que al menos logre que sientan respeto por lo que está haciendo. "¿Por qué tienes que ir a la guerra?", le pregunta su hija pequeña.
Quizás estamos tan acostumbrados a ver la guerra a través de los medios de comunicación que resultan menos impactantes las secuencias en las que acompañamos al periodista en mitad del combate, pero no por ello aparecen menos aterradoras las imágenes de los muertos, familias enteras, mujeres y niños que no son soldados, en una zona fronteriza tras la recuperación de Mosul por parte del Ejército de Irak. André Liohn fotografía esa masacre, que no es un daño colateral, sino que es un auténtico exterminio, y se las ofrece a los principales medios con los que trabaja. Pero el presidente iraquí ya declaró una semana antes la caída de Mosul, aunque no sea una realidad exactamente, y los medios occidentales ya no están interesados en saber la verdad, solo en seguir la información oficial. "Mosul ya acabó, todo ha terminado. Ya está. Y ahora el New York Times..., ven los resultados y dicen '¡Mierda!'. Pero ya no les interesa. Va en contra de la narrativa", se queja André Liohn.
En los últimos años hemos visto numerosas muestras de documentales que utilizan la animación para contar sus historias. Esta decisión es compleja, porque necesita una justificación lo suficientemente contundente como para no banalizar la realidad en la que se basa. Uno de los documentales que mejor logra esta transformación del género documental en técnicas de animación es Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021), ganador del Gran Premio del Jurado en Sundance 2021, que permite el anonimato de su protagonista para poder contar su historia de búsqueda de una identidad. También está plenamente justificada la decisión de utilizar personajes creados con plastilina en la producción argentina Vicenta (Darío Doria, 2020), que se vale de la animación stop-motion para introducirnos en un relato que fue ampliamente cubierto en los medios de comunicación, cuando una madre luchó por el derecho de su hija a practicarse el aborto después de quedarse embarazada tras una violación por parte de su tío.
Los hechos ocurrieron en 2006, pero conectan directamente con la actualidad, porque hasta enero de 2021 Argentina no había aprobado la Ley del Aborto voluntario, que permite la práctica del aborto sin que los médicos ni las mujeres embarazadas estén criminalizadas. Curiosamente, en 2006 existía la posibilidad de abortar por causas de salud y de violación. Y Laura, la hija de Vicenta, cumplía todos los requisitos, no solo por haber sido violada sino porque era una joven que "crece pero no crece", cuya mentalidad era la de una niña de 8 años, aunque ya tenía 19. Pero los obstáculos burocráticos y la intromisión de una jueza que estaba en contra del aborto convirtió el proceso en una auténtica aventura kafkiana.
La técnica de animación permite, por un lado, evitar el típico documental de entrevistas en el que, de alguna forma, volvería a victimizarse a la joven y a su madre. Las únicas imágenes de la realidad las vemos a través de algún televisor, en el que se muestran noticias relacionadas con esta odisea. Pero al mismo tiempo consigue una conexión emocional con las protagonistas, que se refuerza con un excelente trabajo de guión que narra la historia a través de la voz de la cantante argentina Liliana Herrero, que hace un trabajo magnífico en su narración como Vicenta. En realidad, no se trata de un documental animado, en cuanto que los personajes permanecen estáticos mientras los fondos se mueven a su alrededor. Esto refleja de una forma espléndida esa sensación de que la protagonista se encuentra inmersa en una situación que le resulta incontrolable, en una serie de acontecimientos que suceden a su alrededor mientras lo único que pretende es que su hija tenga la posibilidad de abortar. Estrenado en el Festival de Mar de Plata, Vicenta es una magnífica muestra de un documental que armoniza la realidad con las emociones.
Presentada a concurso en la Sección Oficial de Mediometrajes y Cortometrajes de Visions du Réel, Temporada de campo (Isabel Vaca, 2021) es una historia de crecimiento del protagonista, Bryan, que está a punto de cumplir once años y tiene una especial atracción por el trabajo de vaquero, en una ganadería en la que pasa parte del verano. La directora, que también se ha criado en un entorno ganadero, entre la crianza de vacas y de toros de lidia, nos traslada a un estilo de vida que parece anclado en el pasado, pero que encuentra en la fusión con la naturaleza y los animales una cierta representación de la masculinidad, en un entorno esencialmente campestre, alejado de la modernidad.
Bryan es también una víctima de la emigración, porque su padre se trasladó a Estados Unidos prometiendo una vida mejor para su familia, pero nunca regresó. De hecho, no muestra ningún interés en ir a Norteamérica, donde le parece que no conseguiría adaptarse bien, aunque tampoco parece ser consciente de que también hay ganaderías y vaqueros allí. Su frustración con el padre, que le abandonó antes de nacer, le lleva incluso a querer cambiar su apellido, quedándose únicamente con el de su madre. Bryan quiere formar parte de la tradición de criadores de toros de lidia que ha tenido su familia materna durante cuatro generaciones.
Temporada de campo es un retrato cercano, que habla de la inocencia y de la llegada a una madurez que se acerca lentamente. Tras la temporada veraniega, vemos a Bryan en la escuela, un lugar al que no consigue adaptarse. Sus pensamientos parecen estar más en esa vida algo anacrónica de la ganadería en pleno siglo XXI, ese espacio idílico del campo que le permite evadirse a través del trabajo con los animales. La naturalidad de Bryan frente a la cámara, en ese proceso de intimidad que consigue crear la directora, es una de las virtudes de una película que traslada la vida del campo a través de encuadres en los que se busca sobre todo la belleza del paisaje.
La producción de documentales en torno a la gastronomía vivió hace algunos años una cierta explosión que se reflejó en la programación de los festivales de cine e incluso la creación de secciones específicas dedicadas a películas sobre cocineros de todo el mundo. La moda de la relación entre gastronomía y cine se ha amortiguado, quizás por agotamiento de las mismas fórmulas, pero eso también ha contribuido a que los documentales que han surgido recientemente planteen una mirada diferente. Es el caso de Come back anytime (John Daschbach, 2021), que se acerca a un pequeño restaurante de ramen en Tokio, el Bizentei, que gestiona desde hace cuarenta años Masamoto Ueda, un cocinero autodidacta que ha ido creando un estilo propio y se ha consolidado como un maestro del ramen. Bizentei no tiene estrellas Michelin ni las necesita, porque es un local pequeño que ha conseguido crear una clientela fiel que acude religiosamente, y se ha convertido con el paso de los años en uno de los más famosos de Tokio para disfrutar del ramen en su forma más tradicional.
Este enfoque hacia esa comunidad de clientes que ha conseguido crear Masamoto Ueda es uno de los aspectos interesantes de un documental que es algo desestructurado, pero que establece una conexión entre el cocinero y quienes disfrutan de sus platos como una construcción de comunidad, frente a la visión más egocentrista de otros documentales. Masamoto Ueda comenta que incluso hubo una época en la que los clientes hacían cola delante de su restaurante, pero que esta situación le estresaba sobremanera. Es, por tanto, la visión de un cocinero que prefiere el espacio de tranquilidad, que gusta del contacto directo y de la conversación, que se relaciona con sus clientes en vez de con las revistas gastronómicas.
El director utiliza composiciones de jazz para acompañar con elegancia las imágenes dentro del restaurante, las entrevistas con la clientela fija o las escapadas del cocinero a un pequeño huerto en el que pasa los fines de semana. Hay un cierto aire de nostalgia que acompaña a Masamoto Ueda en sus más de ochenta años, a veces atrapado por los pensamientos de la jubilación. Porque su retirada de las cocinas supondrá también el cierre definitivo Bizentei, algo que para algunos clientes se siente como un vacío. Este sentimiento de cierta melancolía se refuerza precisamente en una época en la que muchos restaurantes permanecen cerrados debido a la pandemia del coronavirus.
SHORTS
Entre los cortometrajes que participan en la Sección Oficial destacamos The doll (Elahe Esmaili, 2021), que también ha sido seleccionado para el Festival Internacional de Cine de Huesca, que se celebra entre el 11 y el 19 de junio. Esta producción iraní cuenta la historia de Asal, una niña de 14 años que es expuesta al matrimonio por su padre, aunque ella no parece estar en contra de esta decisión, a pesar de ser una joven todavía en edad de crecimiento. A través de entrevistas con los dos protagonistas, pero también con algunos de sus familiares, que en algunos casos muestran una reticencia a esta decisión, vamos descubriendo aspectos que nos hacen entender por qué el padre ha accedido a dar a su hija en matrimonio, pero sobre todo cuáles son las verdaderas razones por las que Asal quiere casarse.
De esta forma, el documental de 30 minutos toma las formas casi de un trabajo de investigación a través de interrogatorios, en el que los secretos van saliendo a la luz progresivamente, y nuestra percepción de la historia también se va modificando. Elahe Esmaili consigue crear un ritmo sostenido a través de estas entrevistas, dosificando la información para establecer puntos de giro narrativos que a veces resultan sorprendentes. Es una interesante utilización de recursos sencillos para ir construyendo una historia que se va descubriendo lentamente.
Pero el documental tiene un trasfondo que resulta más trágico de lo que se refleja en la pantalla, porque cada año se celebran 30.000 matrimonios con niñas menores de edad en Irán. Muchos de estos matrimonios, como se comenta en el documental, acaban en divorcios, pero esta manipulación patriarcal de las vidas de sus hijas también tiene resultados dramáticos, como en el caso de Romina, una niña de 14 años que fue violentamente asesinada por su padre mientras dormía, o el de Ronak, obligada a casarse con 14 años, que se prendió fuego después de constantes discusiones con su marido. The doll es por tanto una película necesaria que expone una problemática demasiado presente en sociedades como la iraní.
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