21 abril, 2021

Visions du Réel 2021 - Parte 5: Entre el arte y la vida

Nueva jornada en el Festival Visions du Réel que se prepara para el comienzo de sus proyecciones presenciales, para las que se solicita a los acreditados una prueba PCR antes de poder acceder a las oficinas del festival o a las salas de cine, en las que la mascarilla es obligatoria, así como la distancia habitual, reforzada por una disminución del aforo de los cines hasta 50 espectadores. ¿Tiene sentido hacer un festival en estas condiciones? Es la pregunta clave para los organizadores de festivales que poco a poco tratan de volver a una normalidad sin aprovechar la posibilidad que ofrece el formato online. El Festival de Animación de Annecy, que se celebra del 14 al 19 de junio, ya propone una muestra básicamente presencial, con una mínima difusión de películas online (el año pasado tampoco fue muy extensa), mientras que en España D'A Film Festival, del 29 de abril al 9 de mayo,  que el año pasado consiguió más espectadores que el Festival de San Sebastián gracias a los visionados online, mantiene su extensión a través de la plataforma Filmin, pero ya con una selección más restringida de películas. Esta vuelta a la normalidad significa también un regreso a la normalidad de las cifras de espectadores, porque los organizadores de festivales no parecen haber entendido que el camino a seguir es otro. 

COMPETICIÓN LARGOMETRAJES

A través de preguntas que le surgieron en su condición de madre, Users (Natalia Almada, 2021) plantea una serie de cuestiones que tienen que ver con el futuro que le dejamos a nuestros hijos y, especialmente, las consecuencias de un mundo tecnológico. Como hemos visto en otros documentales en los que la imagen construye una narrativa contundente y poderosa, a la manera de Aquarela (Viktor Kossakovsky, 2018) o Last and first men (Jóhann Jóhannsson, 2020), en este caso también se crea un lenguaje eminentemente visual para introducirnos en una atmósfera reflexiva. La directora mexicana Natalia Almada utiliza su propia voz en off para narrar textos que conducen a estas reflexiones sobre una sociedad tan dependiente de las tecnologías que es difícil predecir cómo será el futuro para las nuevas generaciones (sus dos hijos aparecen en pantalla). Hay algo de incongruencia en esta posición dubitativa en torno a las virtudes de las nuevas tecnologías cuando precisamente el documental se sostiene en imágenes tomadas con cámaras y drones de última generación.

Son imágenes sorprendentes, que tienen una gran fuerza visual, gracias al trabajo de Bennett Cerf como director de fotografía, aunque en el Festival de Sundance 2021 el documental consiguió un inmerecido Premio a la Mejor Dirección. Porque, aunque las imágenes son espléndidas, precisamente el trabajo de la directora/editora a la hora de cohesionar los diferentes elementos es endeble, creando una sucesión de ideas que parecen inconexas, aleatorias, más tendentes a dejarse llevar por la magnificencia de las propias imágenes que por su lógica narrativa (hay una secuencia que muestra un incendio que parece desconectada del resto de la película). En algunos momentos, el documental nos recuerda a los experimentos cinematográficos de Godfrey Reggio en Koyaanisqatsi (1982) y Powaqqatsi (1988), sobre todo por la contundencia visual y por la atmósfera sonora creada por Dave Cerf, cuya música es interpretada por Kronos Quartet, pero la supuesta profundidad filosófica de las intervenciones de Natalia Almada se quedan en un intento fallido. 

Lo que no consigue esta película en su pretensión de construcción poético-filosófica lo logra absolutamente Faya Dayi (Jessica Beshir, 2021), que también estuvo presente en la selección de Sundance 2021. En esta ocasión se crea una experiencia casi hipnótica en el espectador gracias a una atmósfera que la directora maneja mezclando la belleza y la profundidad emocional. Esta atmósfera de ensueño con la que se nos cuenta la historia conecta directamente con el tema central, que es la proliferación de las adicciones a una planta llamada khat que, al ser masticada, produce efectos alucinógenos. Aunque está prohibida en la mayor parte de los países occidentales, en Etiopía es legal y habitualmente consumida, ya sea para conseguir una mayor energía para el trabajo o simplemente para relajarse. De forma que Faya Dayi, con su espléndida fotografía en blanco y negro, compone una ambientación que es también alucinógena, y que sabe crear un espacio entre el documental, la ficción y los relatos mitológicos. 

Pero este camino que traza la directora a través del cultivo y la distribución de esta planta (asistimos a todo el proceso desde el momento en que es cosechada hasta que es transportada), es la columna vertebral de una película que ante todo habla de la juventud etíope, que se debate entre la apatía de una existencia monótona y el sueño de emigrar hacia un lugar mejor. Varios son los protagonistas de esta historia, de forma que Jessica Beshir nos habla de la emigración, de la relación con los padres, de la violencia en el hogar o de la opresión que ejercen las autoridades etíopes hacia los oromo, un grupo étnico que habita en la zona central. Este abanico de temáticas se construye dentro de una atmósfera que también funciona como reflejo interior frente a la representación exterior de problemáticas diversas. 

Otro de los elementos fundamentales en los que se sostiene la película es el agua, que se convierte en protagonista de un relato mitológico sobre el nacimiento del khat que se va contando a lo largo del relato: tres hombres fueron a buscar el agua de la vida eterna. El primero bebió del agua y se convirtió en luz del día; cuando llegó el segundo, solo había barro, así que lo bebió y se convirtió en la noche; al llegar el tercero, no había nada, y entonces Dios creó el khat para que pudiera recordarse a sí mismo. El agua representa el pasado fabulador, pero también es sinónimo de vida y, para los jóvenes etíopes, representa asimismo la única salida para abandonar su vida, para iniciar un viaje que les llevará a cruzar el océano hacia Europa. Faya Dayi, que toma su título de una de las canciones que cantan los trabajadores durante la cosecha del khat, es una experiencia alucinatoria que sin embargo construye un relato preciso y claro sobre la realidad de la juventud etíope. 

BURNING LIGHTS

En su documental Notre endroit silencieux (Elitza Gueorguieva, 2021), la directora búlgara filma a su compañera Aliana en el proceso de escritura de un libro sobre su padre, un aventurero marino que desapareció en 1995 en las costas de Turquía. Aliana es bielorrusa pero vive ahora en Francia y pretende escribir esta novela en un lenguaje que no es el materno, de forma que tiene que realizar una búsqueda más cuidadosa para encontrar las palabras adecuadas con la que contar su historia. Sobre todo porque en el vocabulario de Aliana hay algunas palabras que no están permitidas: "Te digo que en tu texto a menudo reemplazas la palabra alcoholismo por dipsomanía y muerte por desaparición".  Al no haberse encontrado nunca el cadáver de su padre, Aliana piensa que simplemente pudo desaparecer, que quiso marcharse sin dejar rastro, que vive en algún lugar del mundo. A pesar de que su hermana y su madre ya pasaron el suelo por su muerte hace tiempo. 

Este proceso de creación se convierte también en una representación de las complejidades de Europa, de la diferencia entre la Bulgaria natal de la directora y la Bielorrusia en la que nació Aliana, que sigue siendo un régimen comunista gobernado por un tirano (durante el rodaje de este documental se produjeron las protestas masivas de 2020 que se reflejan en Courage (Aliaksei Paluyan, 2021), que también está presente en Visions du Réel). A lo largo de este proceso creativo, la escritura de la novela la lleva a visitar Barcelona, donde vive su hermana y Estambul, donde desapareció su padre. En Notre endroit silencieux se propone una mirada poética y política, un encuentro con la creación personal desde una retrospección de la memoria, y va construyendo una película que es a la vez ficción y documental. 

Slow return (Philip Cartelli, 2021) también hace un proceso de reconstrucción de la memoria, pero en este caso en conexión con el presente, a través del río Ródano, desde las montañas de sal de Salin-de-Giraud en Francia hasta el glaciar en los Alpes suizos donde nace el río. Se trata de un recorrido de los sentidos que se detiene en la dependencia de las poblaciones cercanas con el Ródano, explorando también cómo ha cambiado esta relación desde el pasado hasta el presente, y cómo se ha modificado debido al cambio climático. El aumento en el nivel del río que provoca el deshielo de la zona glacial provocará que algunas poblaciones se conviertan en islas. En este viaje por el espacio y en el tiempo, el director construye una especie de película arqueológica que camina por la orilla de un río que también fue, en su recorrido por los Alpes suizos, escenario de la tercera aventura cinematográfica de James Bond en Goldfinger (Guy Hamilton, 1960). 

Otro recorrido a través del cauce y la historia de un río es el que hace After the flood (Yuan Zheng, 2020) que en esta ocasión sigue las huellas del Yellow River o Huang He, el segundo río más largo de China después del Yangtze. Está considerado como la base de la cultura ancestral del país, y recorre nueve regiones. Entre 2016 y 2020 el director ha estado siguiendo su cauce para mostrar las huellas que ha dejado el drenaje de parte del río en el tramo que cruza la región de Lanzhou, en lo que se llama el Río Leitan. Hay algunas huellas del pasado, como un templo que era el Palacio del Dalai Lama en Lanzhou, que data de la Dinastía Qing, y que a pesar de estar en pésimas condiciones, no se puede demolir. El director divide su película en dos partes: la primera rodada en Lanzhou en blanco y negro, y la segunda en las faldas de la Montaña Kaolan, en color. Pero el resultado es decepcionante porque se dispersa demasiado y tiene una cierta tendencia a centrarse en el propio director,. 

LATITUDES

En el distrito de Bobo-Dioulasso, cerca de la capital de Burkina Faso, la Señora Coda es una anciana que cuida a los bebés de las trabajadoras sexuales que no tienen dónde dejarlos. Esta guardería es el objeto del documental Garderie nocturne (Moumouni Sanou, 2021) que formó parte de la sección Forum del Festival de Berlín 2021. El joven director ha rodado su película durante dos años, ganándose la confianza de la protagonista y de las madres que necesitan dejar a sus hijos. El documental tiene una mirada amable hacia las protagonistas, hacia la dificultad de la maternidad y hacia el papel de las mujeres dentro de la sociedad africana. Es una descripción de una situación general, de falta de trabajo, de pobreza extrema y de necesidad de supervivencia desde la perspectiva de este espacio reducido. 

Las historias son diversas, pero la que más impacta es la de una madre que, tras dejar a su bebé, desaparece abandonándolo sin volver a dar señales de vida. Hay situaciones que producen una emoción profunda, que reflejan la situación de supervivencia de una forma cruel. El director acompaña también a algunas de las madres en su trabajo nocturno y en sus relaciones con los clientes. En su sencillez, la película consigue mantener el equilibrio entre la descripción de una realidad dramática en Burkina-Faso y la emoción de la maternidad en circunstancias adversas.    

Dos películas hablan sobre la explotación de las zonas de bosque, la deforestación y el intento de los grupos indígenas por mantener su espacio vital frente al desplazamiento al que son sometidos por las multinacionales. En The flame (Arfan Sabran, 2021) el protagonista es Iber Djamal, un hombre que lleva años luchando por la propiedad de su entorno frente a la deforestación progresiva impulsada por la industria agroalimentaria, que ha provocado la devastación en muchas zonas de Borneo. Esta lucha, sin embargo, se hace cada vez más difícil debido a la edad del protagonista, que tiene ya 77 años, y al que cada vez le resulta más difícil encontrar la energía necesaria para continuar con la lucha administrativa. 

The flame es una fábula ecológica que pone su foco en una historia particular para hablar de una situación general que se vive en la isla de Borneo, cuya selva tropical ya fue explotada indiscriminadamente hace décadas. Iber Djamal es una de las víctimas del denominado Mega Proyecto de Arroz, que nació en 1996 y tenía como objetivo convertir un millón de hectáreas de terreno pantanoso de turba en plantaciones arroceras. Pero los incendios de turba provocan una gran cantidad de humo, y han acabado contaminando los ríos con ácido sulfúrico. Aunque el proyecto fue abandonado, sus consecuencias siguen afectando a la zona, y aún continúan desarrollándose proyectos de arrozal más pequeños. La lucha de Iber Djamal es también una lucha por las futuras generaciones, aunque en el documental vemos cómo su hijo le reprocha que dedique más tiempo a ésta que a su propia familia. Y aunque parece haber una cierta esperanza con el supuesto apoyo del gobierno, el final de la película nos muestra una realidad más pesimista. "Entre 2015-2018 Indonesia gestionó 1.769 casos de conflictos agrarios que involucraban a comunidades indígenas, agricultores y residentes rurales.".

GRANDE ANGLE

Por su parte, A última floresta (The last forest) (Luiz Bolognesi, 2020) seleccionada para la sección Panorama del Festival de Berlín 2021, se acerca a la tribu Yanomami, que habita la cuenta amazónica, enfrentados a la deforestación que provocan las multinacionales de la madera en Brasil. El director brasileño ya se acercó a esta tribu en su película Ex-pajé (Luiz Bolognesi, 2018), pero lo interesante de esta propuesta es que da voz directa a los miembros de la tribu, convirtiendo a su líder, Davi Kopenawa, portavoz de renombre internacional, en el creador de las historias que nos cuenta la película. De forma que construye un film que no documenta la realidad, sino que representa la realidad a través de relatos que están protagonizados por diversos personajes, y que se constituyen como el eje central de una reivindicación que también tiene elementos fantásticos. 


En cierto modo A última floresta tiene algunos paralelismos con Faya Dayi (Jessica Beshir, 2021) en esta mezcla de los rituales y las fabulaciones tradicionales con una visión documental. Es un vehículo para hacer al espectador partícipe de la cultura de esta tribu indígena, colocándola en el centro interior de la historia en vez de mostrar una mirada externa. De esta forma, en secuencias como la del ritual de los alucinógenos consigue involucrarnos emocionalmente con los protagonistas, ser partícipes de esta huida de la realidad que al mismo tiempo provoca euforia y conexión con las tradiciones ancestrales. La película se transforma así desde una postura meramente antropológica o, si se quiere de denuncia ecológica, en una propuesta mucho más profunda, que trata de arrastrarnos al terreno de las emociones. Una línea difusa que la hace inclasificable como documental o como película de ficción, pero que la sitúa en un terreno diferente, complejo y fascinante al mismo tiempo. 

Otra de las películas presentes en esta sección de recopilación de documentales destacados que han pasado por otros festivales es Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021), que ganó el Premio al Mejor Documental Internacional en Sundance 2021 y que ya comentamos en nuestras crónicas del Festival de Gotemburgo. 

Por último, The Rossellinis (Alessandro Rossellini, Lorenzo d'Amico de Carvalho, 2020) clausuró la Semana de la Crítica en la Mostra de Venecia 2020 y es un acercamiento íntimo pero con una mirada irónica, a la alargada sombra de un genio, Roberto Rossellini. El director es Alessandro Rossellini, sobrino del director que inició el neorrealismo italiano, e hijo de Renzo Rossellini, también director pero sobre todo productor de películas como Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1983), La noche de Varennes (198) o Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986). La película funciona como una especie de terapia de Alessandro Rossellini, que durante mucho tiempo fue la oveja negra de la familia, con adicciones a las drogas y una vida desbarrada, aunque él mismo comenta que "hiciese lo que hiciese, siempre supe que tenía el amor de mi familia". 


De esta forma, Alessandro Rossellini inicia un viaje que le lleva a los diferentes países entre los que se ha dividido su familia, desde Italia hasta Suecia, donde vive su tío Robertino, hijo de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman; o a Estados Unidos, donde reside Isabella Rossellini, que siguió los pasos de su madre como estrella de cine; y donde también se encuentra en una residencia Katherine Cohen, bailarina de la que se enamoró Renzo Rossellini y madre de Alessandro. Pero también a Qatar, donde reside una parte de la familia menos conocida, la que surgió de la relación de Roberto Rossellini con Sonali Senroy Dasgupta. 

El patriarca de la familia Rossellini tuvo una vida sentimental compleja, se casó cuatro veces sin divorciarse porque no estaba regulado el divorcio en Italia, y diseminó una descendencia que también ha tenido vidas más o menos turbulentas. Pero lo que Alessandro transmite, con sentido del humor, es una necesidad de ir encajando estas piezas separadas para armar un relato sobre la cohesión familiar.  "Como miembro del gran clan Rossellini, todos esperaban que fuera culto y creativo por naturaleza. Todo lo que necesitaba era encontrar mi gran gen Rosellini. Pero a medida que crecía, empecé a preocuparme de que mi genio nunca saliera a la luz. Y descubrí que padecía una enfermedad peculiar: la rossellinitis". Hay que decir que el objetivo no se consigue del todo, especialmente en el caso de su tía Isabella Rossellini, que se nos revela como una mujer muy generosa que le ayudó incluso en sus momentos más bajos, pero que mantiene una cierta incredulidad hacia este peso de la genialidad artística de su padre. Alessandro pierde la oportunidad de tratar con ella temas más complejos, como cuando menciona que Roberto Rossellini decidió litigar contra Ingrid Bergman para quitarle a sus hijos, llevándoselos desde un lugar familiar en Suecia hasta los Estados Unidos, donde no les prestó atención. O cuando decidió desaparecer durante un año completo viajando por la India, sin contacto alguno con su familia, de donde surgió su documental India: Matri Bhumi (Roberto Rossellini, 1959). Fallido en parte, pero claramente terapéutico, The Rossellinis es una mirada introspectiva hacia el concepto de familia.

FILM MARKET - DOCUMENTALES ESPAÑOLES

Presentado el pasado mes de marzo, el documental Sacar a la luz. La memoria de las rapadas (Gema y Mónica del Rey Jordá, María Dolores Martín-Consuegra, 2021) trata de dar visibilidad a las torturas y vejaciones que sufrieron muchas mujeres durante la Guerra Civil y la posguerra, sometidas a humillaciones como el rapamiento de sus cabezas o la exhibición en las calles de los pueblos. Las directoras, que forman parte del colectivo artístico Art al Quadrat, entrevistan a mujeres que sufrieron algunas de estas humillaciones o a sus descendientes, que conocen experiencias sufridas por sus familiares porque se las contaron en la intimidad, pero que ya no tienen esa necesidad de mantener el secreto. Este rescate de la memoria oral, la que está contada por las víctimas pero apenas aparece en los libros de Historia, se convierte en el principal objetivo del documental. 


Aunque está realizado con un cierto academicismo, interesado principalmente en el relato personal, el documental separa las entrevistas a las víctimas o sus descendientes del análisis de los expertos, utilizando unas conferencias sobre la Memoria Histórica como guía de los responsables de estudios históricos, pero acercándose de forma más íntima a las entrevistas personales. Esta decisión puede ser cuestionable, porque quizás hubiera sido interesante disponer también de una valoración experta que sirviera de eje estructural. Pero lo más interesante de la propuesta es su capacidad para revelar cómo la Historia escrita desde un punto de vista masculino ha sepultado el relato de las mujeres, cómo el trabajo de los investigadores históricos ni siquiera ha considerado importante recoger la experiencia de las mujeres torturadas. De forma que existen muchos relatos de atrocidades cometidas contra el bando republicano con una visión básicamente masculina, pero pocas desde el punto de vista femenino. Es la negación y la ocultación por considerarlas poco relevantes, y es una tergiversación histórica que es necesario corregir. 


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