26 abril, 2021

CPH:DOX 2021 - Parte 2: El desgobierno

Terminado ya el festival suizo Visions du Réel, y antes del comienzo del canadiense Hot Docs a finales de esta semana, nos centramos en el Festival Internacional de Documentales CPH:DOX, el más destacado de este género entre los países escandinavos. La edición de este año es híbrida, con un formato online y, a partir de la prevista reapertura de las salas de cine en Dinamarca desde el 6 de mayo, continuará también con proyecciones presenciales. De forma que CPH:DOX se extiende este año desde el 21 de abril hasta el 12 de mayo. 

En la presente edición, el festival tiene como lema "Don't just watch. Listen" (No mires solamente. Escucha), con el que pretenden establecer un espacio de diálogo, dando protagonismo a las voces más marginadas, las que normalmente no tenemos la oportunidad de escuchar. Esto deriva en una programación que tiene una fuerte carga social y también una mirada medioambiental, como muestra la película de inaguración que ya comentamos en nuestra anterior crónica. Con una fuerte presencia de producciones escandinavas, sin embargo no hay demasiadas películas españolas. Solo tres están presentes en secciones competitivas: Passion (Maja Borg, 2021) en DOX:AWARD, que es coproducción con Suecia; Un cielo tan turbio (Álvaro Fernández-Pulpeiro, 2021) en la sección NEXT:WAVE: y Un blues para Teherán (Javier Tolentino, 2020), que fue la película de clausura del Festival de Gijón 2020, en la sección SOUND & VISION dedicada a documentales musicales. A lo largo de esta semana dedicaremos crónicas a las películas que forman parte de la programación de CPH:DOX 2021. 

DOX:AWARD

La presencia de producciones escandinavas es destacada en la principal Sección competitiva del festival. Entre ellas está posiblemente uno de los documentales de los que más se hablará este año en Suecia, Children of the enemy (Gorki Glaser-Müller, 2021), que se centra en una historia que tiene una gran carga emocional y tuvo una amplia cobertura mediática en la prensa sueca hace unos años. La emigración latinoamericana, y especialmente chilena, en países como Suecia o Noruega es notable, y ya existe una segunda generación de jóvenes escandinavos que han nacido de padres chilenos que llegaron en los años sesenta y setenta. Uno de estos emigrantes es Patricio Gálvez, el protagonista de esta historia, quien inició una odisea para intentar recuperar a sus nietos de un campo de refugiados sirio.

La tragedia de Patricio Gálvez comienza cuando su esposa y su hija, ya nacida en Suecia, deciden convertirse al Islam y, en el caso de esta última, radicalizarse aún más cuando se casa con un sueco que forma parte del ISIS. Amanda Gonzales y su marido, Michael Skråmo deciden tener una vida en Siria, luchando por el Estado Islámico, en 2014. Pero en 2019 ambos mueren en un combate, dejando huérfanos a sus siete hijos, entre 1 y 8 años de edad (tres de ellos nacidos en Siria). A partir de entonces, Patricio Gálvez inicia el intento de recuperación de sus nietos, que han sido trasladados al centro de detención de al-Hol en el Norte de Siria, que tiene una población de 70.000 personas, pero con poco acceso a alimentos y servicios mínimos. 

El director de la película, Gorki Glaser-Müller también es chileno, pero se trasladó con su familia a Suecia cuando tenía trece años, por lo que su implicación con la historia es también emocional. La película sigue los pasos de Patricio Gálvez en su intento de conseguir que las autoridades reconozcan a los niños como suecos, y por tanto realice gestiones para recuperarlos y devolverlos a Suecia. Pero hasta que la historia no aparece en los medios de comunicación y se abre un debate público, la Embajada no parece tener interés en implicarse. Patricio Gálvez, en contra de las recomendaciones de la propia Embajada, decide viajar hasta el Norte de Iraq. Ciertamente, los diferentes puntos de giro de la historia son sorprendentes, y la presencia en todo momento de la cámara nos permite asistir en primera persona a esta odisea, e incluso reflexionar sobre si la desesperación de Patricio Gálvez, desoyendo algunos consejos, pudo poner en peligro las negociaciones entre Suecia y Siria para recuperar a sus nietos. Es una historia muy emocional que, sin embargo, el director trata de reforzar todavía más, especialmente con el uso de la banda sonora, que distorsiona las imágenes hasta el punto de "ficcionalizar" la realidad. Children of the enemy es un documental que acaba teniendo como principal enemigo a su propio director. 

En el lado opuesto de la representación de la realidad está Lost boys (Joonas Neuvonen, Sadri Cetinkaya, 2020), que nos introduce en un auténtico infierno de drogas y sexo. Todo comenzó, paradójicamente, en la localidad de Rovaniemi, capital de Laponia y residencia "oficial" de Papá Noel, lo cual contrasta con la realidad de una juventud aburrida en un lugar en el que no hay nada que hacer, y que busca desesperadamente en las drogas una salida a la monotonía. Este fue el punto de inicio del documental Reindeerspotting: Escape from Santaland (Joonas Neuvonen, 2010), que hacía referencia a la película Trainspotting (Danny Boyle, 1996), y que acompañaba a Jani Raappana, un joven drogadicto de Rovaniemi en su viaje por varias ciudades de Europa, entre ellas Barcelona. El estreno de la película se produjo cuando Jani cumplía condena, y consiguió el Premio de la Crítica en el Festival de Locarno, pero fue acusada de ser una apología de las drogas. Y, a pesar de no poder distribuirse en circunstancias normales, se convirtió en el documental más visto en la historia de Finlandia.  

Lost boys es una especie de secuela de aquel documental, y se centra en los meses posteriores al estreno de aquel. Después de salir de la cárcel, Jani decide viajar con sus amigos Antti y Joonas a Camboya como una forma de celebración, entregándose de nuevo a las drogas, lo que también ha sido documentado por el director. Pero la historia dio un giro sorprendente cuando Jani y Antti desaparecen (el director, Joonas Neuvonen, regresó a Laponia) y finalmente Jani es encontrado muerto, aparentemente por suicidio, aunque otras versiones apuntan a un ajuste de cuentas. De esta forma, Lost boys es al mismo tiempo una crónica de estas "vacaciones" de alcohol, drogas y sexo, pero también el relato de una investigación personal sobre el asesinato. La película ha vuelto a convertirse en un éxito tras su estreno en octubre en una plataforma online debido a las restricciones provocadas por el coronavirus. 

Joonas Neuvonen consigue reforzar una atmósfera de pesadilla que evoca la novela de James Conrad El corazón de las tinieblas (1899), cuyo nombre vemos precisamente en uno de los locales en los que se desarrolla la primera parte de la historia. Hay una ambigüedad constante en estos dos documentales, que no está claro si se retro-alimentan de su propia tragedia (por ejemplo, son difusas las intenciones de Jonas Neuvonen por continuar la historia, entre la reivindicación de su amigo Jani o, simplemente, la explotación comercial de su muerte). Pero al mismo tiempo esto es lo más fascinante de esta película, la frágil línea que separa la representación realista de la crónica de sucesos. Al final, sin embargo, la aventura de estos jóvenes que pretenden liberarse de la monotonía a través de las drogas los convierte en víctimas, seducidos por prostitutas que usan las adicciones de los turistas para exprimirlos y por relaciones de amistad que en realidad son interesadas. Y, aunque no hay límites a la hora de mostrar sexo explícito o escenas de uso de drogas, el destino de los protagonistas no resulta muy alentador, con Jani posiblemente asesinado, Antti en un estado de paranoia y el propio director, Joonas, detenido por contrabando de drogas (lo cual retrasó la finalización de este documental). Pero la construcción de este cuento de pesadilla que hace referencia en su título a esos "Niños Perdidos" que no crecían en la obra teatral Peter Pan (J.M. Barrie, 1911) acaba siendo tan aterradora como fascinante.  

F:ACT AWARD

Esta sección está dedicada a aquellos documentales que tienen una narrativa cercana al periodismo. Y precisamente la directora de Invisible (Marianna Kakaounaki, 2020) es una periodista griega que venido relatando desde hace años la situación de los miembros del Movimiento Gülen, una facción del Islam que sufrió persecución por parte del gobierno de Tayyip Erdoğan tras el supuesto golpe de estado que sufrió en 2016. Hay serias dudas sobre si se trató de un auto-golpe de estado que le permitió realizar una criba oficial de todos aquellos movimientos que estaban en su contra, especialmente aquellos impulsores de las investigaciones por corrupción que comenzaron en 2013, entre los que se encuentra el Movimiento Gülen, que apoyaba anteriormente al gobierno. 

El documental, sin embargo, realiza un acercamiento más personal, evitando los análisis estrictamente políticos, a través de dos familias que tuvieron que huir de Turquía debido a las continuas detenciones de miembros del Movimiento, y que se han asentado en Grecia. Más de un millón de ciudadanos turcos han sido investigados por terrorismo, acusados de participar en el supuesto golpe de estado, y mostrando la deriva dictatorial de Erdoğan. Pero esta propuesta más humana se revela, sin embargo como insuficiente para un largometraje de una hora y media, que llega a hacerse repetitivo, y se estanca en una estructura muy básica en la que no parece saber extraer los elementos adecuados para profundizar. Por ejemplo, no hay una visión objetiva del Movimiento Gülen, ni siquiera cuando uno de los protagonistas es, precisamente, impulsor de una de las muchas Escuelas Gülen que han ido proliferando en Europa, especialmente en Alemania. La controversia en torno a estas escuelas, no como una forma de ayuda a sus miembros, como se presenta en este documental, sino como un vehículo para difundir sus creencias religiosas, ha suscitado mucha controversia. Pero no hay nada de ello en esta visión unidimensional.  

CHANGE MAKERS

En esta sección se recogen documentales que tienen una fuerte carga política, con algunos títulos que ya comentamos en nuestras crónicas de Visions du Réel como Courage (Aliaksei Paluyan, 2021) o Zinder (Aicha Macky, 2021).

Dear future children (Franz Böhm, 2021) es la cara opuesta de Lost boys (Joonas Neuvonen, Sadri Cetinkaya, 2020), representando a una juventud implicada en los movimientos ciudadanos, que aparentemente han provocado cambios, aunque la situación en Hong-Kong o Chile, ciertamente, no demuestran que se haya producido una transformación profunda. Es la reflexión que nos despiertan estas tres historias que protagonizan otras tantas jóvenes activistas que participan en los movimientos ciudadanos producidos en los últimos años en Chile, Uganda y Hong-Kong. El propio director, de veintiún años, está comprometido con estas manifestaciones y con sus reivindicaciones, y deja que sus protagonistas hablen de aquello que las impulsa a salir a las calles, a enfrentarse a la policía y a arriesgarse incluso a perder la vida (una de ellas habla con los padres de Abel Acuña, un joven chileno que sufrió un paro cardíaco en una manifestación). 

Franz Böhm construye un documental que tiene pretensión de ser ambicioso en su trabajo de montaje dinámico, pero profundiza poco, desequilibrado entre la personalidad de las tres protagonistas. La joven chilena, por ejemplo, habla en términos generales como la pobreza y la riqueza o la herencia de la dictadura, pero al final da la sensación de que esta visión general de los problemas difícilmente pueden lograr cambios relevantes. Es más interesante el segmento dedicado a Hong-Kong, que es una lucha de identidad, de rebelión por la traición de Occidente y de resistencia a formar parte de la maquinaria opresora de China. Sin embargo, la impresión general es que ni siquiera la elección de estos tres países resulta coherente, cada uno de ellos con sus propias problemáticas que tienen orígenes diferentes. La pretensión entonces parece querer demostrar que la juventud actual está comprometida con cambiar el mundo, pero ¿no lo estuvo ya en las manifestaciones de Francia en 1968 o en la Revolución de los Claveles de Portugal en 1974? ¿No lo ha estado siempre?  

La película Alt det jeg er (All that I am) (Tone Grøttjord-Glenne, 2021) tiene un enfoque más personal, menos político. En este caso la protagonista es una joven que sufrió abusos sexuales por parte de su padrastro cuando tenía 12 años y vivió en una casa de acogida tras la denuncia. Ahora, a sus 18 años, regresa a su casa con su madre, pero esta vuelta no es un final, sino el comienzo de un período complicado en el que tiene que enfrentarse a la necesidad de reiniciar su vida como adulta, al recuerdo de los abusos que le supone vivir de nuevo en su casa y al temor a las represalias del abusador, que ya ha salido de prisión. El documental cuenta con una profunda mirada humana hacia esta joven, y está rodado con recursos que a veces tratan de captar las emociones de la protagonista, elaborando una narrativa visual que tiene cierta tonalidad poética. En este sentido, consigue ser un viaje introspectivo cuando la historia lo necesita, pero también amplía su mirada hacia el entorno de la joven. 

Especialmente hiriente es la actitud de las instituciones noruegas, especialmente la NAV, la Administración de Trabajo y Bienestar, que parece no tener paciencia para "normalizar" la vida de Emilie, presionando para que encuentre trabajo y tenga una cierta independencia afectiva de su madre. En este sentido, All that I am es una contundente réplica a los servicios sociales promovidos por la administración pública que, a pesar de su plantilla de psicólogos, consejeros y asesores laborales no parece entender el complejo proceso psicológico que está viviendo la joven. En una escena en la que durante una reunión de asesoramiento la joven se derrumba, nos surgen las dudas de si las funcionarias de la NAV están para ayudar o para quitarse un problema de encima. Esta incapacidad para acompañar el proceso de adaptación de la protagonista surge así como el gran motor de una película profundamente emocionante. El estreno del documental se vio afectado por el cierre de las salas de cine en Noruega, por lo que está teniendo una segunda vida a través de festivales de cine como el Bergen International Film Festival o CPH:DOX. 


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