Son imágenes sorprendentes, que tienen una gran fuerza visual, gracias al trabajo de Bennett Cerf como director de fotografía, aunque en el Festival de Sundance 2021 el documental consiguió un inmerecido Premio a la Mejor Dirección. Porque, aunque las imágenes son espléndidas, precisamente el trabajo de la directora/editora a la hora de cohesionar los diferentes elementos es endeble, creando una sucesión de ideas que parecen inconexas, aleatorias, más tendentes a dejarse llevar por la magnificencia de las propias imágenes que por su lógica narrativa (hay una secuencia que muestra un incendio que parece desconectada del resto de la película). En algunos momentos, el documental nos recuerda a los experimentos cinematográficos de Godfrey Reggio en Koyaanisqatsi (1982) y Powaqqatsi (1988), sobre todo por la contundencia visual y por la atmósfera sonora creada por Dave Cerf, cuya música es interpretada por Kronos Quartet, pero la supuesta profundidad filosófica de las intervenciones de Natalia Almada se quedan en un intento fallido.
Lo que no consigue esta película en su pretensión de construcción poético-filosófica lo logra absolutamente Faya Dayi (Jessica Beshir, 2021), que también estuvo presente en la selección de Sundance 2021. En esta ocasión se crea una experiencia casi hipnótica en el espectador gracias a una atmósfera que la directora maneja mezclando la belleza y la profundidad emocional. Esta atmósfera de ensueño con la que se nos cuenta la historia conecta directamente con el tema central, que es la proliferación de las adicciones a una planta llamada khat que, al ser masticada, produce efectos alucinógenos. Aunque está prohibida en la mayor parte de los países occidentales, en Etiopía es legal y habitualmente consumida, ya sea para conseguir una mayor energía para el trabajo o simplemente para relajarse. De forma que Faya Dayi, con su espléndida fotografía en blanco y negro, compone una ambientación que es también alucinógena, y que sabe crear un espacio entre el documental, la ficción y los relatos mitológicos.
Pero este camino que traza la directora a través del cultivo y la distribución de esta planta (asistimos a todo el proceso desde el momento en que es cosechada hasta que es transportada), es la columna vertebral de una película que ante todo habla de la juventud etíope, que se debate entre la apatía de una existencia monótona y el sueño de emigrar hacia un lugar mejor. Varios son los protagonistas de esta historia, de forma que Jessica Beshir nos habla de la emigración, de la relación con los padres, de la violencia en el hogar o de la opresión que ejercen las autoridades etíopes hacia los oromo, un grupo étnico que habita en la zona central. Este abanico de temáticas se construye dentro de una atmósfera que también funciona como reflejo interior frente a la representación exterior de problemáticas diversas.
Otro de los elementos fundamentales en los que se sostiene la película es el agua, que se convierte en protagonista de un relato mitológico sobre el nacimiento del khat que se va contando a lo largo del relato: tres hombres fueron a buscar el agua de la vida eterna. El primero bebió del agua y se convirtió en luz del día; cuando llegó el segundo, solo había barro, así que lo bebió y se convirtió en la noche; al llegar el tercero, no había nada, y entonces Dios creó el khat para que pudiera recordarse a sí mismo. El agua representa el pasado fabulador, pero también es sinónimo de vida y, para los jóvenes etíopes, representa asimismo la única salida para abandonar su vida, para iniciar un viaje que les llevará a cruzar el océano hacia Europa. Faya Dayi, que toma su título de una de las canciones que cantan los trabajadores durante la cosecha del khat, es una experiencia alucinatoria que sin embargo construye un relato preciso y claro sobre la realidad de la juventud etíope.
BURNING LIGHTS
En su documental Notre endroit silencieux (Elitza Gueorguieva, 2021), la directora búlgara filma a su compañera Aliana en el proceso de escritura de un libro sobre su padre, un aventurero marino que desapareció en 1995 en las costas de Turquía. Aliana es bielorrusa pero vive ahora en Francia y pretende escribir esta novela en un lenguaje que no es el materno, de forma que tiene que realizar una búsqueda más cuidadosa para encontrar las palabras adecuadas con la que contar su historia. Sobre todo porque en el vocabulario de Aliana hay algunas palabras que no están permitidas: "Te digo que en tu texto a menudo reemplazas la palabra alcoholismo por dipsomanía y muerte por desaparición". Al no haberse encontrado nunca el cadáver de su padre, Aliana piensa que simplemente pudo desaparecer, que quiso marcharse sin dejar rastro, que vive en algún lugar del mundo. A pesar de que su hermana y su madre ya pasaron el suelo por su muerte hace tiempo.
Este proceso de creación se convierte también en una representación de las complejidades de Europa, de la diferencia entre la Bulgaria natal de la directora y la Bielorrusia en la que nació Aliana, que sigue siendo un régimen comunista gobernado por un tirano (durante el rodaje de este documental se produjeron las protestas masivas de 2020 que se reflejan en Courage (Aliaksei Paluyan, 2021), que también está presente en Visions du Réel). A lo largo de este proceso creativo, la escritura de la novela la lleva a visitar Barcelona, donde vive su hermana y Estambul, donde desapareció su padre. En Notre endroit silencieux se propone una mirada poética y política, un encuentro con la creación personal desde una retrospección de la memoria, y va construyendo una película que es a la vez ficción y documental.
Slow return (Philip Cartelli, 2021) también hace un proceso de reconstrucción de la memoria, pero en este caso en conexión con el presente, a través del río Ródano, desde las montañas de sal de Salin-de-Giraud en Francia hasta el glaciar en los Alpes suizos donde nace el río. Se trata de un recorrido de los sentidos que se detiene en la dependencia de las poblaciones cercanas con el Ródano, explorando también cómo ha cambiado esta relación desde el pasado hasta el presente, y cómo se ha modificado debido al cambio climático. El aumento en el nivel del río que provoca el deshielo de la zona glacial provocará que algunas poblaciones se conviertan en islas. En este viaje por el espacio y en el tiempo, el director construye una especie de película arqueológica que camina por la orilla de un río que también fue, en su recorrido por los Alpes suizos, escenario de la tercera aventura cinematográfica de James Bond en Goldfinger (Guy Hamilton, 1960).
Otro recorrido a través del cauce y la historia de un río es el que hace After the flood (Yuan Zheng, 2020) que en esta ocasión sigue las huellas del Yellow River o Huang He, el segundo río más largo de China después del Yangtze. Está considerado como la base de la cultura ancestral del país, y recorre nueve regiones. Entre 2016 y 2020 el director ha estado siguiendo su cauce para mostrar las huellas que ha dejado el drenaje de parte del río en el tramo que cruza la región de Lanzhou, en lo que se llama el Río Leitan. Hay algunas huellas del pasado, como un templo que era el Palacio del Dalai Lama en Lanzhou, que data de la Dinastía Qing, y que a pesar de estar en pésimas condiciones, no se puede demolir. El director divide su película en dos partes: la primera rodada en Lanzhou en blanco y negro, y la segunda en las faldas de la Montaña Kaolan, en color. Pero el resultado es decepcionante porque se dispersa demasiado y tiene una cierta tendencia a centrarse en el propio director,.
LATITUDES
En el distrito de Bobo-Dioulasso, cerca de la capital de Burkina Faso, la Señora Coda es una anciana que cuida a los bebés de las trabajadoras sexuales que no tienen dónde dejarlos. Esta guardería es el objeto del documental Garderie nocturne (Moumouni Sanou, 2021) que formó parte de la sección Forum del Festival de Berlín 2021. El joven director ha rodado su película durante dos años, ganándose la confianza de la protagonista y de las madres que necesitan dejar a sus hijos. El documental tiene una mirada amable hacia las protagonistas, hacia la dificultad de la maternidad y hacia el papel de las mujeres dentro de la sociedad africana. Es una descripción de una situación general, de falta de trabajo, de pobreza extrema y de necesidad de supervivencia desde la perspectiva de este espacio reducido.
Las historias son diversas, pero la que más impacta es la de una madre que, tras dejar a su bebé, desaparece abandonándolo sin volver a dar señales de vida. Hay situaciones que producen una emoción profunda, que reflejan la situación de supervivencia de una forma cruel. El director acompaña también a algunas de las madres en su trabajo nocturno y en sus relaciones con los clientes. En su sencillez, la película consigue mantener el equilibrio entre la descripción de una realidad dramática en Burkina-Faso y la emoción de la maternidad en circunstancias adversas.
Dos películas hablan sobre la explotación de las zonas de bosque, la deforestación y el intento de los grupos indígenas por mantener su espacio vital frente al desplazamiento al que son sometidos por las multinacionales. En The flame (Arfan Sabran, 2021) el protagonista es Iber Djamal, un hombre que lleva años luchando por la propiedad de su entorno frente a la deforestación progresiva impulsada por la industria agroalimentaria, que ha provocado la devastación en muchas zonas de Borneo. Esta lucha, sin embargo, se hace cada vez más difícil debido a la edad del protagonista, que tiene ya 77 años, y al que cada vez le resulta más difícil encontrar la energía necesaria para continuar con la lucha administrativa.
The flame es una fábula ecológica que pone su foco en una historia particular para hablar de una situación general que se vive en la isla de Borneo, cuya selva tropical ya fue explotada indiscriminadamente hace décadas. Iber Djamal es una de las víctimas del denominado Mega Proyecto de Arroz, que nació en 1996 y tenía como objetivo convertir un millón de hectáreas de terreno pantanoso de turba en plantaciones arroceras. Pero los incendios de turba provocan una gran cantidad de humo, y han acabado contaminando los ríos con ácido sulfúrico. Aunque el proyecto fue abandonado, sus consecuencias siguen afectando a la zona, y aún continúan desarrollándose proyectos de arrozal más pequeños. La lucha de Iber Djamal es también una lucha por las futuras generaciones, aunque en el documental vemos cómo su hijo le reprocha que dedique más tiempo a ésta que a su propia familia. Y aunque parece haber una cierta esperanza con el supuesto apoyo del gobierno, el final de la película nos muestra una realidad más pesimista. "Entre 2015-2018 Indonesia gestionó 1.769 casos de conflictos agrarios que involucraban a comunidades indígenas, agricultores y residentes rurales.".
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