El Festival de Berlín y otras muestras cinematográficas han hecho público un comunicado en el que expresan su preocupación por el arresto en Irán del director Jafar Panahi (1960, Irán), ganador del Oso de Oro por su película Taxi Teherán (Jafar Panahi, 2015), quien ya había cumplido una condena que se le impuso en el año 2010. Esta detención se suma a otras producidas recientemente, contra el cineasta Mohammad Rasoulof (1972, Irán), ganador también del Oso de Oro por La vida de los demás (Mohammad Rasoulof, 2020), y del documentalista, escritor e investigador Mostafa Al-Ahmad. Ambos habían impulsado un manifiesto al que se sumó más de un centenar de artistas iraníes, que instaba a las fuerzas del orden a "no disparar contra el descontento", en referencia a las violenta represión que siguió a l derrumbe de un edificio en la ciudad de Abadan a principios de año. En ese derrumbe fallecieron 43 personas, lo que provocó numerosas protestas ciudadanas en las que se ha denunciado el estado ruinoso del edificio. Mohammad Rasoulof también había sido condenado previamente a un año de prisión después de ganar el máximo galardón en el Festival de Berlín, por "propaganda contra el sistema", según recuerda un comunicado de prensa del IDFA que exige la liberación de los dos directores. Esta es la situación que está siendo denunciada por numerosos festivales de cine, en cuyas pantallas se han proyectado películas que ofrecen una mirada nada dócil a la realidad de su país.
En nuestra penúltima crónica dedicada al Sheffield DocFest nos detenemos en películas que abordan los conflictos bélicos desde diferentes perspectivas, bien desde sus consecuencias o a partir de experiencias personales presentes. Guerras a veces internas y camufladas, cometidas contra los propios ciudadanos, y reflejo de épocas pasadas que han dejado cicatrices físicas y psicológicas.
© Micha Bar-Am 1341 Frames of love and warRan Tal, 2022 | Memories | ★★★★★ |
Las imágenes que permanecen en la memoria pueden llegar a ser dolorosas pero también pueden ser difíciles de reconstruir. Este trabajo de representación de los recuerdos está espléndidamente retratado en 1341 frames of love and war (Ran Tal, 2022), un documental estrenado en la sección Berlinale Special del Festival de Berlín 2022, en el que el reconocido fotógrafo israelí Micha Bar-Am rememora los momentos en los que capturó esos fragmentos de realidad en acontecimientos históricos como el juicio contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann (1961), y conflictos bélicos como la Guerra de los Seis Días (1967) o la Guerra de Yom Kippur (1983). Su colaboración con Cornell Capa, hermano de Frank Capa, en Israel en 1968 le llevó a formar parte durante toda su carrera profesional de la prestigiosa Agencia Magnum. El director Ran Tal (1963, Israel), conocido por películas destacadas como The garden of Eden (Ran Tal, 2012), que compitió en Hot Docs, utiliza únicamente la imagen fotográfica para narrar la trayectoria del fotoperiodista, al que solo le vemos al final del documental y escuchamos a través de su voz en off. Pero Micha Bar-Am es interrumpido en muchas ocasiones por su esposa Orna, quien le corrige algunos de sus recuerdos, la cronología de algunas de sus fotografías e incluso su estado de ánimo cuando las hizo. Ella ha sido la responsable de un archivo algo caótico en el que los carretes mezclan fotos de guerra con imágenes familiares, porque Micha solía terminar algunos de ellos con su familia después de regresar de algún conflicto armado. Uno de sus hijos recuerda que en su infancia nunca pudo ver un carrete completo de fotos familiares, porque éstas podrían estar mezcladas con las duras imágenes de la guerra.
Las discusiones entre Micha y Orna, aunque solo las escuchamos, tienen ese aliento de ternura de una relación duradera entre los dos ancianos, pero también son paradigmáticas de la memoria traicionera, como cuando el fotógrafo confiesa que muchos de sus recuerdos vuelven a su cabeza solo cuando contempla las imágenes que capturó. Hay un uso excelente del montaje en la reproducción de estas fotografías, que a veces aportan un cierto tono de suspense cuando se muestra solo un fragmento para ir abriéndose y revelando el horror al completo, como en una de sus imágenes más conocidas, la que tomó en el llamado Banana's Crater, en la que un grupo de soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) posan, como cazadores orgullosos, sobre una fosa cubierta de cadáveres de combatientes de las Fuerzas de Liberación Palestina (OLP). Muertos sin botas a los que posiblemente emboscaron mientras se encontraban descansando, la guerra sin honor, los depredadores frente a sus presas. Micha parece sentirse especialmente incómodo cuando habla sobre las imágenes de la masacre de Sabra y Chatila, en la que miles de refugiados palestinos fueron asesinados a manos de la Falange Libanesa durante la Guerra del Líbano (1982). "Fue una atrocidad que solo puede ser comparable a las imágenes del Holocausto", dice Micha Bar-Am. "Creo que esa fue la última atrocidad que fotografié".
Pero también hay momentos más positivos capturados por su cámara, como el nacimiento de su hijo Barak en 1967, que Micha retrató mientras Orna se encontraba en la sala de parto, y que fueron las primeras imágenes de la intimidad de un personaje público que se publicaron en las revistas israelíes, o la fotografía que tomó a la actriz Marlene Dietrich en un café de Tel Aviv. En la actualidad, sus hijos viven repartidos en diferentes ciudades del mundo, desde Londres hasta Berlín. Cuando el director le pregunta si le molesta que uno de sus hijos viva en Berlín, donde Micha Bar-Am pasó su infancia y de donde su familia tuvo que huir por su condición de judíos, él afirma que solo siente melancolía por tener a sus hijos lejos. Es la reconstrucción de una vida a través de las fotografías, muchas de ellas tomadas en lugares donde la condición humana se pone en entredicho, frente a la violencia y la crueldad. Una película rotunda sobre la fragilidad de la memoria, sutil en su reflexión sobre el horror de las guerras y diáfana en la representación de la realidad convertida en obra artística.
Boney pilesTaras Tomenko, 2022 | Ukraine. Password: Palianytsia | ★★★★☆ |
En los últimos meses, los nombres de ciudades como Donetsk, donde un ataque de cohetes rusos dejó el pasado fin de semana al menos 31 víctimas civiles, y regiones como Luhansk, que fue duramente atacada hace unos días, se han hecho familiares para los medios de información. Pero estas zonas del Donbass han sido azotadas por la guerra desde 2014, sin despertar la atención que ahora suscitan. La diferencia es que la denominada "zona gris" de Ucrania ya no se circunscribe a unas regiones concretas, sino que se ha extendido a todo el país. La película Boney piles (Taras Tomenko, 2022), estrenada mundialmente en el pasado Festival de Berlín y ganadora del Premio FIPRESCI en el Festival goEast, se incluye dentro de una Sección Especial dedicada a la guerra en Ucrania bajo el título Ukraine. Password: Palianytsia, programado en colaboración con el Festival de Cine y Derechos Humanos de Kiev, DocuDays UA, cuya última edición se canceló el pasado mes de marzo debido a la guerra. El director ucraniano ofrece una visión casi postapocalíptica de una parte del país donde los juguetes de los niños son los restos de casas destruidas por las bombas. Pero la película se rodó en 2015, cuando la invasión rusa aún no se había producido, y en este sentido aporta una cierta atemporalidad, se convierte en actualidad reflejando una realidad de hace siete años, lo que demuestra la pasividad flagrante de la comunidad internacional, que ahora se horroriza por la guerra en Ucrania. Lo que describe la película es la vida traumática de una zona de combate a través de los ojos de la inocencia infantil. Un grupo de niños juega con cometas en medio de un paisaje grisáceo, destruido por los ataques, o encuentra una biografía de Lenin entre los escombros de una casa en ruinas, convirtiendo la desolación en patio de recreo. Pero se trata de una visión desesperanzada protagonizada por unas vidas jóvenes cuyo futuro es incierto y que ya están marcadas por el trauma.
La principal protagonista es Nastya, una chica de catorce años cuyo padre murió en uno de esos ataques, y que utiliza internet y TikTok para aislarse de un mundo que le ha provocado un profundo trauma psicológico. Los niños corretean por los escombros sin apenas asistir a la escuela, porque se encuentra muy cerca de la zona de combate. Senya, que tiene siete años, no ha conocido tiempos de paz, solo el olor a quemado de las casas destruidas y el sonido de los carros de combate y de las bombas que a veces se alternan en su lejanía y cercanía. El director Taras Tomenko (1976, Ucrania) y su director de fotografía Misha Lubarsky capturan las correrías de este grupo de jóvenes con una mirada hiperrealista, a veces desde una cierta distancia y en ocasiones convirtiendo a los protagonistas en guías de sus propias experiencias, como cuando Nastya les enseña, como si se tratara de una agente inmobiliaria, su casa destruida hace cuatro años por una bomba que también mató a su padre. Es difícil imaginar la psicología de unos niños que han vivido únicamente en medio de una "guerra caliente", pero la película consigue capturar buena parte de una existencia traumática a la que solo los juegos o las descargas de canciones pueden aportar algo de luminosidad.
The new greatness caseAnna Shishova, 2022 | Debates | ★★★★☆ |
Tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia hay una cierta conciencia colectiva del estado de autoritarismo que prevalece en la presidencia de Vladimir Putin, y si se quiere un poco de oportunismo en la difusión de documentales que muestran aspectos biográficos del líder político ruso, pero también reflejos de la disidencia que se trata de ocultar dentro del país. El caso más reciente es el documental norteamericano Navalny (Daniel Roher, 2021), que inauguró la pasada edición de Docsbarcelona. Hay un cierto paralelismo entre éste y la película The new greatness case (Anna Shishova, 2022), estrenada en el Human Rights Watch Festival de Nueva York, porque los protagonistas también son ejemplo de las estrategias del Estado ruso para acallar las disidencias, incluso fabricándolas para dar ejemplo. La protagonista es Anya Pavlikova, una joven de diecisiete años que se enfrentó a cargos de extremismo en 2018, junto a un grupo de jóvenes que también fueron condenados. Se les acusó de pertenecer a una banda de radicales que pretendía llevar a cabo acciones violentas en contra del gobierno, basándose en unas grabaciones realizadas con cámara oculta en el piso en el que se reunían. Las cámaras fueron colocadas por un agente infiltrado del FSB, la antigua KGB, quien además parecía ejercer como principal instigador de las acciones, una especie de trampa política que pretendía eliminar elementos posiblemente subversivos, o quizás ofrecer un castigo ejemplarizante para cierta juventud disidente. También se basaron en la confesión de uno de los miembros del grupo al que, según sus abogados, la policía torturó.
Lo cierto es que Anya se vio envuelta en una experiencia kafkiana que principalmente sirve para que la película muestre los entresijos de una administración en la que la culpabilidad se supone antes que la inocencia. Cuando una jueza lee rápidamente los cargos por los que se acusa a la adolescente casi susurrando, sin atender los requerimientos de los asistentes a la sala de que eleve el tono de voz, se refleja el desprecio que la institución judicial tiene por los acusados, y por tanto su absoluta falta de ecuanimidad. El título de la película hace referencia a un sueño que describe la directora Anna Shishova (1986, Rusia) como narradora: "Cuando era niña, imaginaba a Stalin saliendo del armario por la noche para llevarme a su terrible reino", haciendo un anacronismo entre la figura de Putin y Stalin. En una entrevista, la directora declaraba que "En Rusia tenemos muchas leyes nuevas. Una de esas leyes estipula que si dices algo malo en contra de la autoridad, puedes acabar en la cárcel. En los últimos 10 o 20 años, el sistema legal ruso se ha desviado hacia el totalitarismo." (The Arts Fuse, 12/06/2022). Curiosamente, el principal elemento que se utiliza en la película, las imágenes grabadas por las cámaras ocultas, se convierte en el ejemplo más claro de la distorsión de la realidad. La cineasta tuvo acceso a estas grabaciones gracias a que la defensa de Anya pudo conseguirlas para preparar el caso. Pero, mientras desde nuestra perspectiva no parece haber elementos que realmente demuestren culpabilidad por parte de sus protagonistas, esta fue la principal prueba contra ellos. No se hace público el nombre del agente infiltrado y su cara está borrosa, pero hay una clara acusación hacia él como impulsor de las reuniones que después servirían a la acusación.
Mucho más interesante que Navalny, esta película ofrece una visión diáfana sobre la manipulación de los servicios secretos para crear sus propios enemigos, lo que les sirve también para mostrar músculo. El juicio contra Anya, que permaneció varios meses en la cárcel y finalmente acabó en arresto domiciliario, se hizo mediático y su madre Julya Pavlikova inició una huelga de hambre con protestas delante de la sede del FSB mientras su hija permanecía en prisión. Pero sobre todo The new greatness case refleja el desprecio de las instituciones hacia los ciudadanos, la manipulación informativa y la persecución de los servicios secretos hacia cualquiera que alce una voz discrepante de la docilidad ciudadana en Rusia. Si al comienzo de esta crónica mencionábamos a los directores iraníes encarcelados, Anna Shishova, la propia directora de la película, una producción que no proviene de Rusia, sino que está coproducida entre Croacia, Noruega y Finlandia, reside con su familia en Israel desde hace seis años, después de recibir amenazas por su trabajo en el documental Town of glory (Dmitry Bogolyubov, 2019), dirigido por su marido, en el que se denunciaba la propaganda militar en pequeñas ciudades de provincia en Rusia.
After the end of the worldNadim Mishlawi, 2022 | International Competition | Mención Especial | ★★★☆☆ |
Aunque el director Nadim Mishlawi (1982, Líbano) ha afirmado en alguna entrevista que no hay películas que reflejen la complejidad de una ciudad como Beirut, recordamos de este mismo año el espléndido documental Kash kash (Lea Najjar, 2022) que incluimos entre las diez mejores películas del festival DOK.fest 2022. After the end of the world (ما بعد النهاية) (Nadim Mishlawi, 2022), que ha recibido una Mención Especial del Jurado en Sheffield DocFest, es una nueva incursión en la fisonomía de una ciudad que está marcada por la discordante estructura paisajística de sus edificios. El propio director la considera en paralelo con su primera película, Sector Zero (Nadim Mishlawi, 2011) en la que exploraba la historia de Karantina, un barrio abandonado a las afueras de Beirut. De hecho, hay un elemento en común en ambas películas, al margen de la propia capital, y es la participación del arquitecto libanés Bernard Khoury, afincado en Estados Unidos, que había sido entrevistado para aquella: "No terminamos usando la mayor parte de la entrevista que filmamos.", afirma el director. "Y luego, al escucharla, me di cuenta de que había tanta información que podría convertirse en otra película. Fue entonces cuando tuve esta idea de hacer una película sobre Beirut, y por eso está tan arraigada en la arquitectura." (Jadaliyya, 25/06/2022). De esta forma, Bernard Khoury se convierte en uno de los ejes de esta mirada personal, que también tiene como protagonistas al director de cine y fotógrafo Ziad Antar, y el también arquitecto George Arbid, del que provienen las reflexiones más profundas en torno a la evolución de la arquitectura de la ciudad: "La gente que visitaba Beirut después de la Guerra Civil quería ver la destrucción en los edificios".
Esta imagen de una ciudad marcada por las huellas de la guerra es uno de los temas centrales de la película, una mirada a las cicatrices que se han mantenido a lo largo de los años en una ciudad que ha sobrevivido a todo tipo de revoluciones. Después de 15 años de guerra, el gobierno quiso reconstruir la ciudad destruyendo los edificios que estaban marcados por el conflicto: "Se destruyeron edificios sin necesidad", comenta George Arbid, en un proceso que trataba de borrar al tejido histórico para construir una nueva realidad. Esta reformulación del espacio también está presente a través de las imágenes de archivo, de saltos en el tiempo que evitan el relato cronológico para acercarnos al Beirut contemporáneo, pero posteriormente regresar al de 1975, desdibujando el espacio y el tiempo. También hay una reflexión sobre la fragilidad de la memoria, como en una escena con el director Ziad Antar en un descampado en el que éste y Nadim Mishlawi parecen tener recuerdos diferentes sobre los lugares que conocieron allí cuando eran jóvenes. Una difusa revisión del pasado que el presente reinterpreta para construir un futuro distinto y, a veces, desmemoriado. Lo que también está representado en la introducción de algunos elementos de ficción que el director expresa como influencia del cine de Werner Herzog, de esa distinción entre lo que es real y lo que es verdad. Porque, ante todo, After the end of the world es una mirada personal a una ciudad cada vez más impersonal.
Hay una división en cuatro partes en la película, una de ellas dedicada a los fantasmas, las ausencias que siguen presentes en los rincones de los edificios abandonados. Aunque Nadim Mishlawi ha realizado dos documentales como director, su trabajo en el cine se ha desarrollado en el terreno de la composición musical, habiendo creado bandas sonoras para películas como Ghadi (Amin Dora, 2013), 1982 (Oualid Mouaness, 2019) o Beirut Terminus (Elie Kamal, 2019), al margen de la música para sus dos películas, que se mueven en un terreno difuso entre la ficción, la experimentación y el documental. El Epílogo está dedicado a otro momento de destrucción vivido por la ciudad: la explosión ocurrida en el puerto de Beirut en 2020, cuya investigación ha sufrido constantemente el bloqueo de las autoridades libanesas, según denunciaba Amnistía Internacional a un año de la tragedia. Esta imagen del puerto destruido como si hubieran caído cientos de bombas da sentido al título de una película que habla de Beirut como si se tratara de una ciudad postapocalíptica, a la manera del París de ciencia-ficción que retrataba la película Alphaville (Jean-Luc Godard, 1965), sin necesidad de utilizar decorados, mostrando la realidad bajo un prisma diferente.
Calling CabralWelket Bunguê, 2022 | International Short Competition | Mención Especial | ★★★☆☆ |
El actor portugués-guineano Welket Bunguê (1988, Guinea-Bisáu), al que hemos visto en películas recientes como Berlin Alexanderplatz (Burhan Wurbani, 2020) y próximamente en Crímenes del futuro (David Cronenberg, 2022), ha regresado a su país en numerosas ocasiones, donde en 2019 rodó una serie de cortometrajes documentales formada por Kau Berdi (2020), Metalharte (2020) y Ex explorador expropiador (2021), que forman un tríptico con el título genérico de Carbono (2019-2021), en referencia al elemento cuya ausencia provoca el cambio climático. Preocupado por las implicaciones de los cambios económicos y políticos en África, su último trabajo como director es Calling Cabral (Welket Bunguê, 2022), que recibió una Mención Especial del Jurado de Cortometrajes en Sheffield DocFest. Se trata de una pieza experimental que reflexiona sobre las huellas del colonialismo portugués en Guinea-Bisáu, a través de los discursos de Amílcar Cabral, líder del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde, que fundó en 1956, iniciando una intensa lucha para conseguir descolonizar a estos países. Sin embargo, poco antes de que el país lograra su independencia, Amílcar Cabral fue asesinado en 1973 por agentes de las autoridades portuguesas, aunque Estados Unidos consideraba que Portugal no estaba involucrada en su muerte.
Pero el cortometraje de Welket Bunguê no pretende hacer una denuncia del colonialismo, sino aprovechar el eco de las palabras del líder africano para establecer una conexión intercultural entre los colonizadores y los colonizados, ahora con la posibilidad de mirarse de frente. El documental presenta creaciones de artistas guineanos que conforman esta conexión entre el pasado colonial y el presente, mostrando la consolidación de una personalidad propia pero al mismo tiempo influida por las raíces sembradas desde Portugal. En cierta manera, este cortometraje que ofrece una perspectiva personal también es una proyección de las temáticas que el polifacético artista propone en su libro Corpo periférico (Amazon, 2022), en el que habla del cine desde sus vivencias personales y la relación de éste con las afro diásporas, los (neo)colonialismos y las nuevas fronteras físicas y culturales, a partir de su experiencia en lugares que forman parte de su vida como Guinea-Bisáu, Cabo Verde, Portugal, Brasil, Francia o Alemania.
La vida de los demás se puede ver en Movistar+.
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