Nuestra segunda crónica del Atlàntida. Festival de Mallorca, se acerca a películas que se construyen a partir de las distorsiones cognitivas que provocan la pérdida de la memoria o de la propia realidad. Los recuerdos se convierten en traumas o se reconstruyen para crear una materialidad ideal, aunque se trate de una representación que se sabe falsa. Las alucinaciones provocadas por la fiebre hacen que resulte difícil discernir entre lo que es verdad y lo que es producto de la imaginación. En todas estas películas que comentamos a continuación, hay un interés en mostrar los entresijos de la mente humana a través de historias cuyos protagonistas no consiguen distinguir entre lo ficticio y lo verídico.
VortexGaspar Noé, 2021 | Atlàntida Premiere | ★★★★☆ |
Se podría decir que Gaspar Noé (1963, Argentina) tomó conciencia de la finitud de su propia existencia cuando a principios de 2020 sufrió un derrame cerebral cuyos resultados se concretaron en un inquietante porcentaje de probabilidades, como afirmaba en una entrevista reciente: "Los médicos me dijeron que tenía un 50% de posibilidades de morir, un 35% de sobrevivir con lesiones cerebrales y un 15% de salir ileso" (The Guardian, 09/05/2022). Su convalecencia coincidió con el confinamiento por la pandemia del Covid-19, que también se llevó a algunos de sus mentores y colaboradores, como el director Fernando Solanas (1936, Argentina-2020, Francia), muy amigo de su padre, el artista Luis Felipe Noé, que apareció en su última película, Tres en la deriva del caos acto creativo (Fernando Solanas, 2022), estrenada en el último Festival de Cannes, y que fue grabada por el propio Gaspar Noé; o el actor Philippe Nahon (1938-2020, Francia), al que dirigió en el mediometraje Carne (1991) que le sirvió de ensayo para volver a dirigirle en su primera película, Solo contra todos (1998), posiblemente la más redonda de su carrera. Por tanto, su acercamiento a la etapa otoñal de una pareja de ancianos en cuyas vidas se desliza la terrible sombra del alzheimer, se construye a partir de una experiencia vital que le lleva a un diálogo con la muerte, y acaba creando una de sus películas más "convencionales" pero al mismo tiempo una de las más inquietantes. Vortex (Gaspar Noé, 2021) ganó el Gran Premio en el Festival de Gante y el Premio Zabaltegi en San Sebastián 2021. Sin apenas salir del apartamento en el que viven Él (Dario Argento) y Ella (François Lebrun), durante casi dos horas y media asistimos a la convivencia de dos personas mayores a las que deja en el anonimato (el resto de los personajes sí tienen nombres) para reconstruir sus últimos días. Él es un crítico de cine que prepara un libro sobre la relación entre el cine y los sueños, una mirada reflexiva a la cinefilia en la que se citan nombres como Kenji Mizoguchi o Federico Fellini, cuyas películas acompañaron a Gaspar Noé durante el confinamiento. Ella ha sido psiquiatra y de hecho se automedica, a pesar de que su progresivo alzheimer la hace dudar de su propio entorno.
Tomando como referencia su cortometraje Luz Æterna (Gaspar Noé, 2019), pero sobre todo algunos fragmentos de Forty Deuce (Paul Morrissey, 1982), aquella película en la que prácticamente debutó Kevin Bacon, el director adopta la inteligente decisión de dividir la pantalla en dos fragmentos que acompañan a cada uno de los protagonistas, subrayando el hecho de que, a pesar de vivir en el mismo apartamento, sus mundos ya son diferentes, el de ella caótico y confuso, el de él intelectual pero también frustrado por la incapacidad de mantener la relación con Claire (Corinne Bruand), su amante durante más de veinte años. De hecho, una de las escenas más innecesarias es aquella en la que se explicita esta otra relación, que ya estaba clara. Solo cuando aparece Stéphane (Alex Lutz), el hijo de la pareja que tiene sus propios problemas debido a su adicción a la heroína, las dos pantallas, siempre divididas, muestran las mismas acciones. Se pueden encontrar evidentes paralelismos con Amour (Michael Haneke, 2012), en cuanto a la atención prestada a una pareja de octogenarios que se enfrentan a la proximidad del desenlace vital, y de hecho el estreno en Cannes de aquella película coincidió con la muerte de la madre de Gaspar Noé, que sufrió demencia en sus últimos años. Ambas atesoran la emoción que provoca esa vejez cansada espléndidamente interpretada en aquella por Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant, los dos desgraciadamente fallecidos, ella en 2017 y él hace tan solo un mes.
Gaspar Noé elige la improvisación para desarrollar la narrativa de su película, y ciertamente el trabajo de los dos protagonistas es inmenso. La actriz Françoise Lebrun (1944, Francia) ha sido musa del cine francés desde su intervención en la película de culto La mamá y la puta (Jean Eustache, 1973), de la que el pasado 8 de junio se estrenó en las salas de cine de Francia una versión restaurada en 4K por Les Films du Losange, y no ha dejado de trabajar desde entonces. El director Dario Argento (1940, Italia) se coloca por primera vez delante de la cámara para elaborar un personaje que, en su balbuceante francés, despliega sentimientos encontrados respecto a la enfermedad de su esposa. Ambos aparecen al comienzo de la película saludándose desde las ventanas de su apartamento, quizás el único momento verdaderamente romántico y sosegado que veremos en la película, antes de que aparezca una antigua grabación de Françoise Hardy cantando sobre la fragilidad de la belleza en "Mon amie la rose" que incluyó en su album Mon amie la rose (Disques Vogue, 1964), una canción escrita por la poetisa Cécile Caulier, afectada por la muerte de la actriz Sylvia Lopez (1933-1959, Francia), que falleció a los 26 años de leucemia. Es precisamente esta sensación asfixiante de finitud que rodea a la película lo que la convierte en una de las más oscuras de la trayectoria de Gaspar Noé.
She willCharlotte Colbert, 2021 | Atlàntida Premiere | ★★★★☆ |
Precisamente Dario Argento es el productor de esta muestra de folk horror que también habla de la vejez y de las sombras del pasado, y que ganó el premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Locarno 2021 y compitió en el Festival de Sitges 2021. Se ha hablado mucho del resurgimiento del terror "art-house", que sirve para expresar inquietudes de la sociedad a través del género fantástico, pero en realidad esto ya lo hacían George A. Romero e incluso Tod Browning en sus películas, cuyo contenido socio-político es evidente. En realidad, no se trata tanto de que el género aborde temáticas diversas sino que una serie de directores y directoras han encontrado una forma diferente de referirse a problemáticas sociales utilizando los resortes del cine de terror. Pero She will (Charlotte Colbert, 2021) no es tanto una película que pretenda provocar inquietud en el espectador, sino un estudio psicológico sobre el trauma y la injusticia. La historia lleva a la antigua estrella de cine Veronica (Alice Krige) y su enfermera Desi (Kota Eberhardt) a los Highlands de Escocia para un retiro personal que le sirva de convalecencia después de haber sido sometida a una doble mastectomía. Este drama del cáncer, que es devorado por el periodismo amarillista, sirve también como una metáfora del culto al cuerpo y del trauma que la protagonista atesora en su interior, especialmente cuando la película con la que se hizo popular, Navajo frontier, que protagonizó cuando tan solo tenía 13 años, comienza la preproducción de una secuela que de nuevo dirigirá Eric Hathbourne (Malcolm McDowell), astutamente elegido por la directora para recordar su papel en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), una película que fue controvertida por su representación de la violencia sexista.
She will es el debut en el cine de la reconocida fotógrafa británica Charlotte Colbert, cuya obra reflexiona sobre la soledad y el aislamiento en trabajos como A day at home (2013), una mirada surrealista en torno a amas de casa en sus hogares, o su particular homenaje a Stanley Kubrick en la serie de fotografías In and out of space (2014). La representación de la mujer que llega a la vejez teniendo que enfrentarse a su propio cuerpo también es un reflejo de la injusticia que sufrieron las brujas quemadas en las hogueras, pero cuyas cenizas son curativas, como afirma el artista/gurú (Rupert Everett) más extravagante del grupo que se reúne en el aislado hotel: "La tierra tiene propiedades curativas debido a la alta proporción de cenizas humanas debido a las mujeres que fueron quemadas como brujas". Por tanto, el cuerpo mutilado en la vejez es también una forma de renacimiento, como una especie de Ave Fénix que se regenera de las cenizas de sus predecesores. She will termina siendo más reflexiva que inquietante, aunque incorpore algunas escenas de pesadilla, pero resulta más balbuceante cuando se centra en el personaje de Desi y su relación con Owen (Jack Greenlees), un joven del pueblo, que parece subrayar con demasiado ímpetu la idea de ese destino inevitable del abuso lo que, realmente, no era necesario. La estética del cine de Dario Argento está muy presente en las imágenes de la película, en esa atmósfera brumosa que parece recrear títulos como Suspiria (Dario Argento, 1977), pero también contribuyen a una particular textura de pesadilla el trabajo de montaje de Yorgos Mavropsaridis, habitual colaborador de Yorgos Lanthimos, y la excelente banda sonora compuesta por Clint Mansell, que mezcla los elementos folk con los coros femeninos que evocan los aquelarres como forma de empoderamiento femenino.
La vie me va bienAlhadj Ulad Mohand, 2021 | Domestic | ★★★★☆ |
El primer largometraje del director Alhadj Ulad Mohand (1966, Marruecos) cuenta la experiencia personal de su familia a través de una tragicomedia que se desarrolla en los años noventa en un pequeño pueblo, en el que el adolescente Ismaïl (Sayyid El Alami) vive junto a su padre Fouad (Samir Guesmi), su madre Rita (Luba Azabal) y sus dos hermanos. La belleza del espacio a través de los colores azulados del mar y de las paredes encaladas ofrecen una visión relajada de un lugar pequeño, sin demasiadas posibilidades de futuro pero con una rotunda tranquilidad y estabilidad familiar. Su padre utiliza su trabajo como reparador de líneas telefónicas para tomar prestadas algunas llamadas internacionales al hermano de Ismaïl, que ha emigrado a París, y proporciona clases gratuitas de español a algunos habitantes del pueblo, que provienen de su etapa como emigrante.
Este entorno de estabilidad, que tiene un aire a aquel pequeño pueblo de El cartero (y Pablo Neruda) (Michael Radford, Massimo Troisi, 1994), pero con el colorido entorno de los cielos y el mar de Marruecos, comienza a perturbarse cuando Fouad empieza a tener comportamientos extraños, provocados por alguna enfermedad neurológica que poco a poco va degenerando en una incapacidad para moverse y discernir correctamente. Y esta enfermedad en la que el centro principal de la familia va desapareciendo poco a poco, obligará a un crecimiento progresivo del adolescente protagonista. Conforme su padre se va convirtiendo más en un niño, él tendrá que afrontar su condición de adulto, no solo al cuidado de su padre sino también de una madre que tiene que asumir repentinamente el papel de eje familiar.
La historia sin embargo no está contada desde un punto de vista trágico, porque el director escoge un camino más cercano a la comedia, o a la historia de crecimiento personal. Espléndidamente enmarcada por una fotografía que extrae la belleza del lugar y por una hermosa partitura musical de Niki Reiser, La vie me va bien (Alhadj Ulad Mohand, 2021) es una película que desprende ternura en escenas como cuando Rita baña a su esposo, ahora convertido en una especie de hijo pequeño. Lubna Azabal, una de las actrices más reconocidas del cine francés pero nacida en Bélgica de origen marroquí y español, construye un personaje que también sufre una transformación radical, aportando ternura y dolor. Se trata de una película hermosa que está narrada con delicadeza, posiblemente con la distancia que le permite al director mirar su propio pasado desde una perspectiva adulta y madura, que nos muestra la necesidad de afrontar los problemas con estoicismo, en un camino vital que puede encontrarse con una curva retorcida en cualquier momento. Un hermoso canto a la vida.
TralalaArnaud Larrieu, Jean-Marie Larrieu, 2021 | Controversia | ★★★☆☆ |
Casi como si se tratara de una especie de liberación tras la intensidad del rodaje de su película Serre moi fort (Mathieu Amalric, 2021) el actor francés protagonizó Tralala (Arnaud Larrieu, Jean-Marie Larrieu, 2021), un musical que fue seleccionado en el Festival de Cannes fuera de competición. Tralala (Mathieu Amalric) es un músico que vive en las calles de París y que tiene una especie de revelación a través de la presencia de Virginie (Galatéa Bellugi), que le llevará a buscarla a la ciudad de Lourdes, como en una especie de peregrinaje que tiene mucho en común con la peregrinación que recibe la Virgen de Lourdes. Pero para los hermanos Larrieu la ciudad francesa, enmascarada por la pandemia del Covid-19, se representa más como un parque de atracciones que como un lugar de culto religioso, como se desprende del número musical que se desarrolla en una tienda de souvenirs que convierte la fe en turismo. En Lourdes, Tralala es confundido por Lili (Josiane Balasko) con un hijo que abandonó a su familia buscando mejores oportunidades en Miami, y del que no han vuelto a tener noticias. Y el músico callejero se deja llevar por la situación haciéndose pasar por el hombre desaparecido, convenciendo incluso al hermano Seb (Bertrand Belin) y a la antigua novia, Jeannie (Mélanie Thierry). Hay a lo largo de la película un constante juego con los elementos religiosos, como la primera aparición de Lili a contraluz, casi como si se tratara de una Madonna, o el propio personaje virginal de Virginie, que acaba resultando la hija rebelde de Barbara (Maiwenn), la directora del hotel familiar.
Tralala utiliza su condición de película musical para construir una comedia sencilla en la que los actores están casi todo el tiempo interpretando canciones escritas para la banda sonora por compositores de la nueva canción francesa como Etienne Daho, Dominique A o el propio Bertrand Belin, y aunque no sobresalen especialmente en el terreno melódico, funcionan en su mayor parte como pensamientos interiores de los personajes, y todo ese entorno religioso que aporta la ciudad de Lourdes y un carácter casi mesiánico del personaje protagonista, representado en su propio aspecto físico, convierten a Tralala en una especie de revisión "a la francesa" de Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973). Mathieu Amalric confesaba en el encuentro con la directora del Festival de Rotterdam que Tralala era uno de los pocos personajes de los que no había querido desprenderse después de haber rodado la película, y que permaneció durante varios meses con el mismo aspecto físico del protagonista.
La fiebre de PetrovKirill Serebrennikov, 2021 | Atlàntida Literary | ★★★☆☆ |
El director Kirill Serebrennikov (1969, Rusia) es un habitual del Festival de Cannes, desde que su película The student (2016) fue seleccionada para Un Certain Regard, pero hasta la edición de este año no ha podido asistir al festival en persona. Cuando se presentó la película Leto (2018) en la Sección Oficial se encontraba en un arresto domiciliario que duró dos años en relación con la gestión del Centro Gogol, un teatro que dirigió durante ocho años y cuyas representaciones incomodaban al gobierno ruso, como el estreno de un ballet basado en la vida del bailarín Rudolf Nureyev que no pasaba por alto su homosexualidad. En 2021, decidieron no renovar su contrato como director del Centro Gogol, pero tampoco pudo asistir al estreno en Cannes de La fiebre de Petrov (2021) porque estaba pendiente de cargos por malversación de fondos (la acusación favorita del gobierno ruso para encarcelar a los disidentes). Cuando finalmente se desestimaron los cargos a principios de este año, Kirill Serebrennikov decidió salir del país y afincarse en Alemania, pudiendo asistir por primera vez al estreno de su última película, Tchaikovsky's Wife (2022), cuya presencia en Cannes fue polémica ya que cuenta con financiación de Roman Abramovich, uno de los oligarcas rusos que sufrieron sanciones de la comunidad internacional, y que recientemente adoptó la ciudadanía portuguesa para evitar estas sanciones.
La fiebre de Petrov, que participó en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián 2021, está basada en la novela Les Petrov, la grippe, etc. (2018) del escritor Alexeï Salnikov (1978, Rusia), una mirada a la sociedad rusa de provincias que se desarrolla en la ciudad de Ekaterimburgo, y que acompaña a un mecánico aficionado a dibujar cómics de ciencia-ficción que contrae la gripe cuando el Covid-19 aún no había hecho su aparición, lo que le provoca, junto al alcohol, alucinaciones y recuerdos del pasado que le llevan a su infancia. La historia no distingue lo que es realidad y lo que es producto de la imaginación del protagonista, Petrov (Semyon Serzin), un nombre común que representa a un ciudadano medio. Su esposa, Petrova (Chulpan Khamatova), trabaja como bibliotecaria pero parece adquirir una fuerza sobrenatural que excita su necesidad de violencia cuando ve sangre, y en ocasiones sale a la calle para acabar con la vida de hombres que han maltratado a otras mujeres. Tanto ella como su hijo también contraen la gripe, mientras esta alucinada efervescencia mental que provoca la enfermedad parece caminar en círculos, siempre volviendo a una escena central, la celebración de Año Nuevo de la Reina de las Nieves, que se repite en la infancia de Petrov y en la actualidad, y que en cierto modo sirve como nexo de unión entre las diferentes viñetas que componen la película.
Es indudable la capacidad del director para provocar inquietud en los espectadores, incluso con cierto aire provocativo, como las primeras imágenes de un hombre tosiendo en mitad de un autobús abarrotado. Cuando un grupo de hombres bajan a Petrov del autobús y le colocan una metralleta en las manos, éste participa en un acto de violencia irracional, la ejecución de un grupo de civiles, pero no sabemos a ciencia cierta cuál es el propósito de esta secuencia. Lo que está claro es que la violencia forma parte de esta sociedad reconstruida, como cuando en la televisión las noticias hablan del asesinato de un hombre apuñalado en plena calle, o cuando Petrova habla con su hijo por teléfono y le hace preguntas sobre cómo le ha ido el día: "¿Te ha atropellado un coche? ¿Te ha atacado un psicópata?", como si fueran las cosas más normales que le podrían ocurrir a un niño en su cotidianidad. El director construye con astucia esta representación de una Rusia masculinizada en la que se añora la época anterior a la etapa postsoviética, creando una realidad mezclada con alucinaciones, aunque en este proceso es fácil perderse en su laberíntica forma. Y logra unas imágenes que realmente consiguen recrear ese estado de confusión que provoca la fiebre, entre brumosa y oscura, gracias al espléndido trabajo de fotografía de Vladislav Opelyants que logró un premio en el Festival de Cannes.
Hay dos momentos especialmente notables en la película: un plano secuencia de 18 minutos que cuenta la historia del escritor Igor (Yuri Kolokolnikov), quien llega a la conclusión de que solo después de muerto conseguirá el éxito de sus obras, y que es perfecto en su ejecución y la forma en que mezcla la realidad, finalmente violenta, y la ficción, con algunos toques homoeróticos. En uno de los últimos capítulos de la novela, Petrov llega a una conclusión importante: "Petrov siempre se había tomado a sí mismo por un personaje principal, y de repente le pareció que era sólo un personaje de una ramificación dentro de una inmensa narración. Petrov no podía librarse de la sensación de ser secundario". Y también la última parte de la película, rodada en blanco y negro, convierte la historia del protagonista en secundaria, cuando se enfoca en un personaje que solo habíamos visto en la recurrente celebración de Año Nuevo, que une pasado y presente. El punto de vista de la película pasa, como el virus, de un personaje a otro, construyendo un relato especialmente certero sobre la alienación de una joven que a veces se imagina desnudos a los hombres que la rodean. Las escenas en el teatro donde trabaja su novio pueden imaginarse como una representación de esa subversiva mirada provocativa de la etapa como director teatral de Kirill Serebrennikov, por ejemplo cuando muestra al veterano actor Timofey Tribuntsev travestido. Mientras la presencia del rapero Husky como un cadáver que se levanta durante los créditos finales de la película, una especie de conclusión musical zombi, parece representar la constante resurrección de los artistas cuyas voces pretenden ser silenciadas por el gobierno ruso. Husky se ha dado a conocer recientemente cuando se difundió una imagen de un videoclip suyo como si fuera real, mostrando a un supuesto cadáver de la guerra de Ucrania con un cigarro encendido en la mano, para demostrar que las autoridades ucranianas usaban a figurantes para representar a las víctimas de la guerra. Dmitry Kuznetsov, su nombre real, ha sufrido también la represión de las autoridades rusas, que consideran sus conciertos como ofensivos, siendo arrestado en 2018. En 2021, mientras rodaba un videoclip, su grupo fue atacado por una banda desconocida, provocando heridas por balas de goma a algunos de los miembros del equipo y una conmoción cerebral al también rapero Rich.
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