Nuestra segunda y última entrega de los reportajes que dedicamos a la programación de JFF+ Independent Cinema 2023 está dedicada a seis películas que tienen en común su intención de romper las narrativas tradicionales, bien sea a través de la construcción formal o bien estructurándose en forma de híbrido entre realidades y ficciones. Son las propuestas más radicales de una selección de doce películas que se pueden ver de forma gratuita a través de la página web de JFF+ Independent Cinema 2023 hasta el 31 de octubre, con subtítulos en varios idiomas como el español. Una muestra de cine independiente japonés que han seleccionado los responsables de minicines que en algunos casos tienen orígenes históricos, y son el único reducto para las proyecciones de los títulos que no están impulsados por grandes presupuestos.
A pesar de la amplia oferta audiovisual en todo tipo de plataformas, el acceso a la filmografía de un director como Nobuhiko Ôbayashi (1938-2020, Japón) es complicado, aunque está formada por una extensa lista de más de sesenta películas, entre las que es más conocida su incursión en el género de terror con Hausu (House) (1977), una fantasía delirante que se ha convertido con el tiempo en una película de culto. Fue la propuesta que tuvo que presentar en sustitución del proyecto que por entonces quería desarrollar, la adaptación de un cuento de Kazuo Dan (1912-1972, Japón) publicado en 1936, poco tiempo antes de que el escritor fuera reclutado para luchar en la guerra. Sin embargo, las productoras por entonces solo pedían películas que se parecieran a Tiburón (Steven Spielberg, 1975), y de esta forma surgió su primera incursión en el subgénero de las casas encantadas. Hanagatami (Nobuhiko Ôbayashi, 2017) es por tanto la culminación de una idea que estuvo cuarenta años intentando completar, y finalmente surgió como la tercera de lo que él mismo llamó su trilogía sobre la guerra junto a Casting blossoms to the sky (2012) y Seven weeks (2014), que nacieron tras el terremoto y el accidente nuclear de Fukushima en 2011, un desastre que, según el director, marcaba un paralelismo con la derrota de Japón en la 2ª Guerra Mundial. En la primera, una periodista se traslada a Nagaoka para hacer un reportaje sobre cómo la ciudad ha acogido a las víctimas del tsunami, donde también asiste a una obra de teatro sobre el bombardeo que sufrió Nagaoka durante la guerra. La segunda comienza durante el funeral en Ashibetsu de un anciano del que se revela su experiencia como un joven soldado cuando los soviéticos invadieron la ciudad en 1945.
Hanagatami es nuevamente una mirada hacia la juventud rota por la guerra y la humillación de la derrota. Nobuhiko Ôbayashi recordaba en una entrevista que por entonces, cuando él era un niño, los adultos solían decir que la muerte era el único camino tras la derrota: "Si Japón perdía, se suponía que nos suicidaríamos. Pero a los siete años, la idea de sostener una espada y apuñalar mi propio cuerpo me resultaba aterradora y no podía entender cómo se suponía que íbamos a morir. Un vecino anciano solía decirme que él me ayudaría decapitándome si Japón era derrotado. Pero después él estaba corriendo por la ciudad gritando “¡Paz!” tan pronto como terminó la guerra. Los adultos siempre mienten" (Notebook, 24/01/2019). Ambientada en 1941, el protagonista de la historia es el adolescente Toshihiko (Shunsuke Kubozuka) que vive en Karatsu junto a su prima Mina (Honoka Yahagi), afectada de tuberculosis, a la que cuida con especial esmero su tía Keiko (Takako Tokiwa). Mientras, en un ambiente prebélico, el espíritu militar está cada vez más impregnado en la escuela, donde Toshihiko conoce al misterioso y melancólico Ukai (Shinnosuke Mitsushima), del que admira su virilidad, y al intelectual nihilista Kira (Keishi Nagatsuka). La película se centra en las vicisitudes de la adolescencia, los descubrimientos, el amor y la incertidumbre, pero rodeada de un entorno de pesadilla provocado por una guerra que todos saben que acabará atrapándoles de una manera u otra.
En la forma, Nobuhiko Ôbayashi utiliza sus tradicionales efectos visuales con pantallas verdes para superponer escenarios, conscientemente imperfectos, que aportan una textura teatral, pero al mismo tiempo crean una especie de realidad inventada, un entorno que se siente onírico para describir una atmósfera que es al mismo tiempo expresivamente bella pero también profundamente desasosegante. La decisión de elegir a actores que ya alcanzaban los treinta y cuarenta años para interpretar a personajes de diecisiete aporta una mirada hiperbólica a sus propios gestos, enmarcándolos en una adolescencia que tiene una mirada adulta. A lo largo de sus tres horas, una duración habitual en el cine del director, las vicisitudes de estos jóvenes van construyendo una historia de crecimiento sobre la que se cierne constantemente la sombra del conflicto. La utilización del sonido también experimenta con elementos discordantes en algunas de las escenas, otra de las características del director, que consigue en Hanagatami una película compacta y reflexiva en la que no solo está presente la propia guerra, sino también la idea de la derrota, una especie de mirada de incomprensión hacia la justificación de miles de muertes para acabar con una humillación que permanece aún en la sociedad japonesa. "No estoy haciendo una película contra la guerra. Simplemente, odio la guerra", dijo Nobuhiko Ôbayashi en 2017 durante la presentación de Hanagatami. Cuando comenzó a rodarla, ya se le había diagnosticado un cáncer de pulmón en fase cuatro y los médicos le dieron tres meses de vida. Pero, igual que su película se enmarca en el punto de vista de un narrador que siguió viviendo a pesar de una muerte aparentemente inevitable, Nobuhiko Ôbayashi pudo completar su siguiente película, Labyrinth of cinema (2019), en la que regresaba a su ciudad natal y abordaba de nuevo la guerra a través de los ojos de la juventud actual. Theater Enya participó activamente en la recaudación de fondos para producir Hanagatami, y realiza una proyección al mes de esta película para transmitirla a las generaciones futuras como un legado de la ciudad de Karatsu. Como parte de la remodelación del distrito comercial Karae, en 2019 se inauguró Theater Enya tras 22 años desde el cierre del último cine de la ciudad de Karatsu, consiguiendo que muchos niños acudieran por primera vez a una sala cinematográfica.
A girl in my roomNatsuki Takahashi, 2022 | Ficción | ★★★☆☆Programada por Cinema Onomichi (Onomichi, Hiroshima) |
El título y la imagen publicitaria de esta película podría incitar a abandonarla antes de comenzar su visionado, descartando las fórmulas tradicionales de la comedia romántica que parecen revelarse en un primer vistazo. Y aunque utiliza algunos de los tropos habituales del género, la directora Natsuki Takahashi (1996, Japón) consigue mantener una narrativa sólida aportando una mirada particular a las historias de fantasmas. Basada en un popular cómic de Chugaku Yamamoto, la historia comienza cuando la novia de Yohei (Riku Hagiwara) se está mudando del apartamento que comparte con él, poniendo fin a su relación. Aunque no se explican las razones de la ruptura, hay una amabilidad doliente en Yohei que resulta clarificadora. A su regreso del trabajo, sin embargo, el joven es sorprendido por la presencia de Aisuke, interpretada por la popular cantante Shiori Kubo, un fantasma que ha elegido ese apartamento como un refugio antes de pasar al otro lado. Conforme se desarrolla su relación, sabemos que Aisuke nunca ha conocido el amor, que por eso ha estado observando a Yohei y su novia, y que eligió el apartamento 101 porque un gran balcón con una hermosa vista de la ciudad de Onomichi le permite una conexión con el exterior, con la vida que ha perdido a una edad temprana. La directora acopla el subgénero de fantasmas a una comedia romántica en la que Yohei se siente cada vez más atraído por Aisuke, algo que una médium le advierte que es peligroso porque significa que está siendo atraído hacia la muerte.
Los dos personajes permanecen casi todo el tiempo dentro del apartamento, y la estructura cuadriculada de un espacio con escasa personalidad, delimitan unas líneas que atrapan a los personajes en una planificación estudiada: No solamente están encerrados en un espacio concreto sino que dentro de éste también se encuentran enclaustrados. Cuando la cámara acompaña a Yohei fuera de ese entorno, se recrea en las calles de aspecto tradicional y las colinas características que rodean a Onomichi, una ciudad turística situada en la prefectura de Hiroshima que durante un tiempo fue escenario habitual de destacadas películas japonesas, entre las que se encuentran los clásicos Cuentos de Tokio (Yasujirō Ozu, 1953), La isla desnuda (Kaneto Shindô, 1960) y Tenkosei (Exchange students) (Nobuhiko Ôbayashi, 1982). El director regresaría a Onomichi, su ciudad natal, para dirigir su película póstuma, Labyrinth of cinema (Nobuhiko Ôbayashi, 2019). También aparece en varias ocasiones el minicine Onomichi, el único que permanece abierto y el que ha seleccionado esta película. A girl in my room (Natsuki Takahashi, 2021) puede caer a veces en algunos estereotipos de las comedias románticas, pero la naturaleza particular de la relación entre Yohei y Aisuke permite aportar reflexiones sobre cómo se aprovecha la vida y cómo se puede perder en un instante. También hay personajes algo extravagantes que aportan una cierta comicidad, como la médium que percibe la presencia del fantasma en el apartamento, o el administrador de la propiedad, reticente a aportar la información que conoce sobre el fantasma de la joven.
Hay algunos desequilibrios en la narración que parecen dirigir la historia hacia un terreno peligroso y demasiado simple, pero consigue regresar a una estructura circular en la que en cierta manera el final se conecta de una forma coherente con el comienzo. La película ha sido seleccionada por el cine Onomichi, inaugurado en 2008 en un antiguo edificio de 1949, gracias a las aportaciones de la comunidad. La fundadora de este minicine, Seijun Kawamoto, afirma que un exhibidor le dijo que no era rentable un cine en una localidad de menos de 300.000 habitantes, y Onomichi tiene solo la mitad, por lo que se ha convertido en la única sala que permanece abierta. Con una capacidad para 112 espectadores, con butacas que provienen de antiguos cines que cerraron, Cinema Onomichi desarrolla una actividad constante con la presencia de actores y directores invitados.
La única película dirigida hasta la fecha por la joven directora Higashimori Aika se presenta como una docuficción en la que retrata a su pequeña isla natal de Yonaguni, que pertenece al grupo de islas Ryūkyū, en la Prefectura de Okinawa y situada al este de Taiwán. Como curiosidad, la isla se convirtió en protagonista de la canción de Bad Bunny "Yonaguni" (2021), que hablaba de un amor que no podía quitarse de la cabeza y por el que estaba dispuesto a viajar hasta este lugar remoto, y que terminaba cantando en japonés. El título hace referencia a una palabra de la lengua autóctona, que es la que se habla a lo largo de esta historia, que significa "nunca olvidar". Bachiranun (Higashimori Aika, 2021), que logró el Gran Premio en el Pia Film Festival, en realidad es un relato de urgencia que tiene la intención de preservar la lengua y las costumbres de la isla. A lo largo de la película, las imágenes de estilo documental que muestran las costumbres locales y el trabajo de subsistencia, como los telares o la pesca, se mezclan con fragmentos de conversaciones entre varios personajes jóvenes, uno de ellos interpretado por la directora. Hay referencias en los diálogos a los estudios realizados por el lingüista Haruhiko Kindaichi y el profesor Takeshi Shibata, que publicaron la Enciclopedia de la Lengua Japonesa en 1988. Pero buena parte de la película se sostiene en la observación de una cámara curiosa, manejada por Higashimori Aika con una especial sensibilidad para extraer imágenes poderosas que reflejan la idiosincrasia de la isla, a través de los tatuajes en las manos o las celebraciones locales, y también las problemáticas que muestran preocupaciones universales, como cuando en la carretera se enfoca una gaviota muerta con las entrañas llenas de plástico.
Aunque buena parte de la película no tiene diálogos, hay una atmósfera etérea, casi irreal, como la de un recuerdo que no es posible mantener, un tema sobre el que se insiste constantemente. "Olvidar es más fácil de lo que creemos. Aunque queramos conservar todo lo posible, el paso del tiempo nos deja poco", dice uno de los personajes. Las canciones tradicionales se convierten en el elemento principal para preservar la memoria, y conforman una sólida columna narrativa, abriendo y cerrando la película. El eje central de Bachiranun está en los recuerdos de tiempos pasados que mantienen al menos las personas mayores, aunque esta memoria del pasado tampoco es especialmente positiva. Los ancianos recuerdan que los campesinos locales eran oprimidos por las élites de Yaeyama, y que las familias con cinco o seis hijos debían pagar el impuesto de capitulación por los mayores de 15 años, que consistía en siete u ocho sacos de paja o tres rollos de tela, algo que muchas familias no podían permitirse, por lo que enviaban a algunos de sus hijos con otras familias. La abuela de Higashimori canta una canción tradicional que ya refleja un futuro incierto: "La isla se marchita por la sequía. Nuestro pueblo está al borde de la muerte", recordando que subían al monte Urabu para ofrecer una oración pidiendo que lloviera para poder mantener el cultivo del arroz. Y es hermoso ver cómo los relatos de su abuela emocionan a la directora Higashimori Aika hasta las lágrimas. Bachiranun es tan triste como mágico, un documental que se encuentra con la ficción poética, esperanzador de que sus imágenes sirvan al menos para preservar las tradiciones y la lengua que parecen condenadas a la desaparición. La película ha sido seleccionada por el periodista Haochen Xu (1988, Shanghai).
Bon-uta, a song from homeYûji Nakae, 2019 | Documental | ★★★☆☆Programada por Sakurazaka Theater (Naha, Okinawa) |
A lo largo del documental dirigido por Yûji Nakae (1960, Japón), se desarrolla un recorrido por el pasado reflejado en el presente y por las conexiones entre Hawai y Fukushima, a través de la preservación de la música folclórica japonesa (min'yō), y especialmente de las canciones Bon-uta que se interpretan durante el denominado Obon, festividad de culto a los antepasados. La película comenzó a rodarse en 2015, cuatro años después del desastre de Fukushima el 11 de marzo de 2011, que obligó a la evacuación de los habitantes de localidades cercanas como Futaba. Hasta 2022 no se levantó oficialmente la orden de evacuación de la ciudad, regresando las oficinas del Ayuntamiento a un edificio municipal y tras la construcción de viviendas públicas para permitir la vuelta de los damnificados. Pero Bon-uta, a song from home (Yûji Nakae, 2019) muestra una realidad muy diferente, cuando la población de Futaba era de cero habitantes, y la permanencia estaba restringida a solo cinco horas debido a los niveles de radiación. Uno de los evacuados fue Hisakatsu Yokoyama, un fabricante de tambores taiko que se une a un grupo de vecinos para intentar rescatar la tradición del Futaba Bon-uta, a pesar de encontrarse viviendo en otra ciudad. Es uno de los protagonistas de la película, que también se acerca a otras personas evacuadas como Mieko Ito, una de las cantantes principales, que se siente permanentemente forastera en un lugar que no le pertenece: "En Futaba podía practicar las canciones en el balcón, y los vecinos no se quejaban", dice ella. "Pero en este nuevo vecindario, no quiero molestar a los vecinos".
Cuando regresa a Futaba, Hisakatsu Yokoyama no quiere llevar ningún traje de protección, a pesar de los altos niveles de radiación. A lo largo de una ciudad fantasma, hay un regreso al pasado, al antiguo hogar y los recuerdos de juegos infantiles. Hay momentos especialmente emotivos, como cuando Mieko Ito es incapaz de proyectar su voz debido a la emoción que le produce volver a la ciudad. En el cementerio, las tumbas han sido levantadas por el terremoto y adoptan posiciones extrañas. Pero la película explora también las conexiones que se encuentran entre Fukushima y Hawai, donde descubren que existen muestras tradicionales de Bon-uta, introducidas por la inmigración de japoneses a la isla en 1885, a raíz de un tratado entre Japón y Hawai. Los emigrantes, sin embargo, ganaban poco y nunca pudieron regresar, pero mantuvieron algunas tradiciones, estableciendo el Hawai Bon-uta como una de ellas, especialmente en la isla de Maui. Se establece así una conexión histórica que traza otro camino narrativo para la película, introduciendo una secuencia de animación que cuenta cómo la erupción del monte Fuji en 1717 provocó la pérdida de las cosechas en la prefectura de Suoma, desembocando en la hambruna y las epidemias que acabaron con tres tercios de la población. Es una hermosa secuencia, pero se siente algo aislada, alargando excesivamente la duración del documental. El objetivo final es conectar las tradiciones Bon-uta de Futaba y Maui, vinculando dos poblaciones que tienen en común el desplazamiento y las heridas de la pérdida de la conexión con sus antepasados, mediante una celebración de danza tradicional que cierra la película, pero que no pudo rodarse en Futaba por no conseguir la autorización. El director comenta que en 2023 recibió una llamada de Hisakatsu Yokoyama en la que le contaba que finalmente iban a celebrar un festival de danza Bon por primera vez en la ciudad de Futaba. Un desenlace mucho más positivo que el de este documental sobre las tradiciones, las conexiones históricas y la necesidad de preservar el vínculo con los antepasados. El director Yûji Nakae, que ha estrenado recientemente el documental The Zen diary (2022), basada en la obra de Tsutomu Mizukami, participó en 2005 en la reapertura de una sala de cine en la ciudad de Naha, que se llamó Sakurazaka Theater. Expandido también como Escuela del Pueblo Sakurazaka, se ofrecen talleres de cine, escritura de guiones y dibujo como actividades paralelas a la exhibición de películas.
En 2013 el director Hirobumi Watanabe (1982, Japón) fundó el colectivo cinematográfico Foolish Piggies Film junto a su hermano el músico Yûji Watanabe y el director de fotografía Woohyun Bang, desarrollando once películas independientes, la mayor parte de ellas dirigidas por el primero. Algunos títulos destacados como Nanoka (2013), And the mud ship sails away... (2015) o Poolsideman (2017) están marcados por una personalidad propia que se caracteriza por la mezcla de comedia y drama, el interés en personajes abocados a la marginalidad, el rodaje en la ciudad del director, Tochigi, y una fotografía en blanco y negro que subraya un minimalismo que le acerca al cine de Aki Kaurismaki. Sin embargo, en Techno Brothers (Hirobumi Watanaba, 2023) hay un tratamiento diferente, siendo la primera película en color de su filmografía, pero manteniendo su mirada hacia personajes que parecen ser llevados por la corriente. En este caso, se trata del trío que forma el grupo de techno-pop Techno Brothers, interpretados por los hermanos Watanabe y Kurosaki Takanori, que adoptan una vestimenta formada por camisa roja y corbata negra que hace referencia a la imagen que los alemanes Kraftwerk, pioneros de la música techno, adoptaron para su álbum The Man-machine (1978, Warner Music). Presentados como una especie de monolitos hieráticos, con la utilización irónica del poema sinfónico Así habló Zaratustra (1896) de Richard Strauss al principio de la película, los tres miembros del grupo no cambiarán su expresión durante toda su trayectoria. Su manager es Himuro (Asuna Yanagi), quien trata de conseguir actuaciones para poder viajar a Tokio y presentarse a una audición con una discográfica, convirtiendo la historia en una road movie que se refleja en Leningrad cowboys go America (Aki Kaurismaki, 1989).
Las actuaciones de Techno Brothers se producen en los lugares más insólitos, desde un parque de atracciones a un concurso de música en una escuela, establecidos como secuencias completas en las que la cámara solo abandona a los músicos para mostrar las caras de estupefacción de sus espectadores, que establece parte de la esencia cómica. Himuro es una agente sin demasiados escrúpulos que parece culparles de todos sus fracasos, degustando grandes platos de comida mientras ellos son "castigados" con un simple vaso de agua, lo que provoca que el único momento de expresividad emocional que tengan los músicos esté relacionado precisamente con la comida. Hirobumi Watanabe ha comentado que su objetivo era "hacer una película de entretenimiento que fuera tonta, ridícula y divertida". Y ciertamente Techno Brothers consigue ser las tres cosas a la vez, en su condición de homenaje a Granujas a todo ritmo (The Blues brothers) (John Landis, 1980), y en general a un tipo de cine desinhibido que a veces se detiene demasiado en sus actuaciones musicales estáticas. Que los músicos no digan una sola palabra también refleja que en su propia trayectoria musical no les está permitido expresar sus opiniones. Algunos de los momentos más divertidos de la película los protagoniza el propio director Hirobumi Watanabe en su despliegue de personajes variados a los que interpreta él mismo, como un músico local interpretando una canción con una guitarra, que aparece en varias ocasiones, o el director de una sala de conciertos. Lo que está relacionado con ese carácter de producción independiente en la que la evidente falta de presupuesto es utilizada por el director como un recurso cómico, como en un accidente que sufren en la carretera. También son destacables las composiciones de Yûji Watanabe, que a veces reutilizan sonoridades de Kraftwerk y en otras parecen homenajear a otra banda pionera, la japonesa Yellow Magic Orchestra que formó Ryuichi Sakamoto junto a Haruomi Hosono y Yukihiro Takahashi en los setenta. Como se indica en la escena postcréditos, ésta es la primera de tres películas que tiene como protagonistas a Techno Brothers, y ha sido seleccionada para el festival por el crítico Mark Schilling (1949, Ohio), residente en Tokio.
Hey! Our dear Don-ChanShûichi Okita, 2022 | Ficción | ★★★☆☆Programada por Ueda Eigeki (Ueda, Nagano) |
En este repaso que estamos haciendo hacia narrativas que en cierta manera son deconstruidas por sus autores, se podría considerar un ejemplo muy claro esta propuesta que nació al mismo tiempo que la hija del director Shûichi Okita (1977, Japón), quien decidió, según ha contado en algunas entrevistas, comprar una cámara portátil para grabar a su hija. Durante un taller de cine realizado junto a varios amigos actores, surgió la posibilidad de hacer algunas grabaciones con el bebé, y a partir de ahí se fue estructurando una historia que ha acabado acompañando a la niña Don-Chan durante sus primeros seis meses de vida. Hey! Our dear Don-Chan (Shûichi Okita, 2022) se convierte así en una mezcla un poco extraña de video casero y comedia encantadora, en la que la ausencia de una madre obliga a tres hombres a tomar la responsabilidad de ejercer como padres, un comentario sutil a una sociedad japonesa en la que los roles familiares están muy delimitados. Podría parecer una versión japonesa de Tres hombres y un bebé (Leonard Nimoy, 1987), pero la película tiene ramificaciones algo más profundas, y la ausencia de una intención original de mostrarla a un público internacional (al margen de algunas proyecciones especiales en Japón), la rodea de un cierto grado de amateurismo no disimulado que beneficia a la naturalidad de las interpretaciones.
La historia comienza cuando tres amigos que quieren ser actores y conviven en un apartamento encuentran a una bebé en la puerta, con una nota que indica que es la hija de Michio (Tappei Sakagushi) que ha tenido una ex-novia suya. Los tres asumirán la responsabilidad de criar a Don-Chan repartiéndose su cuidado, mientras continúan realizando trabajos menores en anuncios publicitarios o papeles secundarios. Enoken (Hirota Ôtsuka) y Gunji (Ryûta Endô) asumen sus papeles sin dudar en ningún momento, y esa condición paternal que comparten los tres conformará una familia singular junto a la niña. La película tiene un tono de comedia amable incluso en los momentos más aparentemente dramáticos, como cuando un hombre roba el bebé durante un picnic en el bosque. Pero incluso en esta situación tan terrible, la persecución del secuestrador es narrada como una especie de slapstick, hasta que el propio culpable acaba siendo consolado por los tres amigos. Hey! Our dear Don-Chan tiene una duración demasiado larga, unas dos horas y media, pero aporta un interesante cambio de tono cuando Michio consigue un papel en una producción de la India que le puede convertir en un actor popular, especialmente en un país tan poblado. A su regreso comprueba que se ha producido un cambio radical en la situación de su "familia", pero incluso en un momento en el que podrían surgir sentimientos de indignación, el director Shûichi Okita lo resuelve con una sutileza que confirma su capacidad para la narrativa sólida, que ha demostrado en otras películas como el drama adolescente One summer story (2020) o el biopic con toques surrealistas A fish tale (2022). La película ha sido seleccionada por el cine Ueda Eigeki, construido en 1917 para acoger representaciones de teatro kabuki, y transformado posteriormente en una sala de cine, en la época de mayor esplendor en Japón. Las instalaciones conservan todavía algunas estancias en las que dormían los trabajadores del cine, que funcionaba durante todo el día. La crisis de las salas mantuvo a Ueda Eigeki en una especie de paréntesis hasta que en 2017, con motivo de su centenario, se volvieron a realizar proyecciones y un año después se constituyó una ONG para preservar su mantenimiento. El aspecto clásico del cine ha hecho que se hayan rodado algunas películas en su interior, como A bolt from the blue (Gekidan Hotori, 2014).
JFF+ Independent Cinema se puede ver online gratuitamente hasta el 31 de octubre.
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Películas mencionadas: Tiburón se puede ver en Filmin, Prime Video y SkyShowtime.
Cuentos de Tokio se puede ver en Acontra+.
Leningrad cowboys to America se puede ver en Filmin.
Granujas a todo ritmo se puede ver en Filmin y SkyShowtime.
Tres hombres y un bebé se puede ver en Disney+.
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