A lo largo y ancho del mundo el hombre ha establecido fronteras que han separado territorios, creando una división artificial del planeta. Algunas de ellas se han convertido en lugares turísticos, como la Gran Muralla de China, que se construyó para controlar el cruce de personas desde el Norte del país, estableciendo aranceles sobre las mercancías que se transportaban a través de la Ruta de la Seda. Pero no solo existen las fronteras que separan, sino también aquellas que unen, o que establecen una comunicación entre dos espacios que pueden ser físicos o incorpóreos. En nuestra crónica del Atlàntida Film Fest nos centramos en películas que hablan de límites que unen más que separan.
MUROS Y FRONTERAS
Dos documentales abordan espacios fronterizos que tienen particularidades especiales, y ambos forman parte de la Colección Borderline, una serie de películas realizadas por la productora belga Off World que están dedicadas a analizar las consecuencias de las divisiones entre territorios. A esta colección pertenecen títulos como Liberland (Isabella Rinaldi, 2021), dedicada a Croacia y Yugoslavia; Radji (Gregor Götmark, John Erling Utsi, 2021), sobre la separación entre Suecia y Noruega; y Before they meet (Vytautas Puidokas, 2021), en torno a la ciudad de Kaliningrado, un estado de Rusia completamente rodeado por países pertenecientes a la Unión Europea. Las dos películas de esta colección que presenta el festival son Four seasons in a day (Annabel Verbeke, 2021) y The wire (Tiha Gudac, 2021).
La primera de ellas plantea la existencia de una frontera invisible que cruza cada día el ferry de Carlington, situado entre el Norte y el Sur de Irlanda, entre católicos y protestantes, entre unionistas y separatistas. Una isla que está dividida por dos fronteras: la que separa el Reino Unido de la República de Irlanda, y una frontera mental expresada en opiniones que cambian según la profundidad de una crisis económica que se hace aún más compleja a partir de la entrada en vigor del Brexit, cuando los factores personales llegan a superar a los ideológicos. "Una frontera conecta y separa al mismo tiempo", dice la directora Annabel Verbeke. "En todo el mundo, el concepto de fronteras, y especialmente su redefinición y su protección, se ha convertido en un tema candente".
La característica de Carlington Lough es la existencia de una frontera que existe pero no existe. El documental Four seasons in a day, que ganó el Premio Emerging International Filmmaker en el festival Hot Docs 2021, toma su título de una expresión local, "cuatro estaciones en un día", que hace referencia a la cambiante climatología de la zona, pero que también puede entenderse desde el punto de vista de los diferentes estados de ánimo de los ciudadanos que cruzan diariamente esa separación invisible en el lago, a través de un ferry que transporta constantemente personas y mercancías, en un lugar que es una importante industria pesquera y recientemente se ha convertido en un lugar turístico. Sus conversaciones en el interior del coche son triviales, pero en ocasiones abordan esa separación que al mismo tiempo los une. Hay una exploración del concepto de identidad, pero también de la noción de comunidad. En general se hace referencia a un multiculturalismo que es positivo, pero que parece esconder cierto recelo. A través de las conversaciones y las opiniones expresadas por este grupo de personas que están viviendo y trabajando entre dos países, la película consigue expresar la idea de que algunas fronteras se hacen más o menos visibles según la personalidad de sus habitantes. No cambia el lugar, cambian las personas.
Por su parte, The wire (Tiha Gudac, 2021), que participó en la sección DOK.panorama del DOK.fest 2021, está dedicada a una frontera que no existía pero que se ha hecho física de una forma grosera. En la antigua Yugoslavia, la región de Kupa no conocía ningún espacio fronterizo, pero la división entre Croacia y Eslovenia convirtió al río Kupa (en croata) o Kolpa (en esloveno) en una especie de frontera natural. Tanto Croacia como Eslovenia pertenecen a la Unión Europea, pero solamente Eslovenia forma parte del espacio Schengen, por lo que la región se ha convertido en una zona de paso para los emigrantes que utilizan la llamada Ruta de los Balcanes para alcanzar Europa. Los habitantes de la zona se enfrentan a la decisión de las autoridades de ambos países de construir una valla metálica que separa el bosque, que ha provocado la muerte de animales y que ha separado a familias.
La Europa que se manifiesta desde la libertad y la solidaridad, se convierte en esta zona en el monstruo que divide, que separa y que provoca distancia. Los sentimientos de los habitantes de un bosque que nunca ha estado dividido son contradictorios, especialmente en torno a los emigrantes que esperan en asentamientos dentro del bosque al momento adecuado para saltar la valla. El interesante documental de la directora croata Tiha Gudac manifiesta, sin embargo, que la convivencia idílica que expresan algunos de los habitantes de la zona no es tal, porque las ideologías afloran en cada entrevista. Mientras algunos llaman a los emigrantes "refugiados", otros les califican como "ilegales". Esta diferencia de percepción, que se identifica con las ideologías de derechas y de izquierdas, pone de manifiesto un pasado que pudo ser cruel y violento. Maltratados por las fuerzas de seguridad en Bosnia, una mujer a la que los emigrantes llaman "mama" les lleva comida y ropa de abrigo. Es en este país en el que se hacen visibles, mientras que en el bosque que se sitúa entre Croacia y Eslovenia son sombras que deambulan sin hacer ruido.
Lo que pone de manifiesto The wire a través del relato de esta separación, y desde la mirada distanciada de la directora, que deja la expresión de sus ideas a sus protagonistas, es la prevalencia de algunas ideologías fascistas en una Europa que se enfrenta a su propia identidad. En Eslovenia gobierna el populista Janez Jansa, que recientemente superó una moción de censura, y al que se acusa de reprimir la libertad de expresión. Recientemente la organización de Derechos Humanos Human Rights Watch ponía en duda las garantías del mecanismo de control fronterizo anunciado por Croacia. La crisis de los refugiados ha provocado una radicalización de las ideologías. No hacen falta fronteras físicas para separar.
MEMORIA HISTÓRICA
En la pasada edición de la SEMINCI. Semana de Cine de Valladolid 2020, la película Tierra de leche y miel (Héctor Domínguez-Viguera, Carlos Mora Fuentes, Gonzalo Recio, 2020) consiguió el Premio al Mejor Documental Español en la sección Doc.España, y también estuvo presente en la Sección Esbilla del Festival de Cine de Gijón 2020 y en la sección Newcomers del Festival de Tesalónica 2021. Este proyecto colectivo realizado por tres directores aborda también tres realidades provocadas por la guerra en tres países de Europa: en Tbilisi (Georgia), la independencia de la región ex-soviética Abjasia provocó varios conflictos que llevaron al desplazamiento interno de muchos de sus habitantes, algunos de los cuales pudieron volver a sus casas pero otros tuvieron que quedarse en una zona abandonada de Tbilisi. El gobierno georgiano recompró las tierras de la antigua Villa Olímpica para construir pisos para familias desprotegidas, pero el acceso a estas viviendas se ha convertido en un juego de azar. Bela, a sus 78 años, quien perdió a sus hijos y familiares en un avión atacado por los rusos, trata de encontrar los cuerpos desaparecidos de los hijos y familiares de otros compatriotas.
En Sarajevo (Bosnia-Herzegovina), Mirshada y Vanesa forman parte de la única familia bosnio-croata que vive en la localidad de Hrasnica, donde se encuentran personas desplazadas que combatieron en la defensa de Sarajevo durante el cruel cerco que duró cuatro años. Hay una aparente armonía en una ciudad en la que conviven familias católicas, gitanas y bosnias, pero solo es aparente. En Policastro (Grecia), Alia y Hussein, un matrimonio kurdo del Norte de Siria, son refugiados que viven en una casa que les ha facilitado una ONG. Ellos consiguieron que sus hijos emigraran a Frankfurt, donde el mayor se casó y les ha dado un nieto al que solo han visto a través de videollamadas. Su hija Zozan es la única que está con ellos, pero se prepara para reunirse con sus hermanos en Alemania. El matrimonio se enfrenta a la incertidumbre del retorno de refugiados que han iniciado varios países europeos ante la aparente "estabilidad" de Siria.
Cada uno de los directores se centra en una de las familias, en una de las diversas historias que sin embargo forman un conjunto de cohesión estética y temática. La película habla de la existencia en un "no lugar", en un espacio artificial que se ha construido para que sea provisional, en el marco de una solidaridad que también es provisional. Es el concepto paradójico que han creado los países occidentales, el de la ayuda con fecha de caducidad. Es interesante el equilibrio formal de la película, que está dividida en cinco capítulos y un epílogo que estructura, no tanto la progresión narrativa, sino una especie de temática poética que conecta sentimientos. Pero a la propuesta le falta un contexto político que parece mejor explicado en el dossier de prensa que en el propio documental, y por tanto pierde eficacia, se desaprovecha en una estética preciosista que acaba siendo tan artificial como la realidad reconstruida por los gobiernos para los refugiados. Hay una pretensión de cotidianeidad que se expresa a través de conversaciones más o menos triviales, pero que encuentra mejor acomodo en los silencios, en las miradas hacia el horizonte esperando un futuro que no parece que mejore el presente. Es un documental irregular que pierde eficacia por su empeño en la construcción poética.
GENERACIÓN
Las fronteras de Anatolia están bañadas por el agua, con el mar Negro al Norte, el Mediterráneo al Sur, el mar Egeo al Oeste y el mar de Mármara hacia el Noroeste. Es una región montañosa que une Europa (Turquía) con Asia (Georgia, Armenia, Irán, Iraq y Siria). En esta zona fronteriza es donde se encuentra EL internado de niños kurdos en el que se desarrolla la historia de Brother's keeper (Mi mejor amigo) (Ferit Karahan, 2021), que consiguió el Premio FIPRESCI en la Berlinale y La Luna de Valencia a la Mejor Película y el Premio del Público en Cinema Jove. Basada en experiencias personales del director en un internado turco, la película ofrece una visión del autoritarismo en la educación a través de una historia que se plantea como una especie de investigación policial, cuando uno de los niños parece haber perdido la conciencia y los profesores tratan de averiguar las causas de su situación, mientras intentan encontrar un medio para trasladarlo al hospital desde las montañas aisladas.
El guardián del título es Yusuf (Samet Yildiz), un amigo del niño enfermo que intenta atraer la atención de los profesores hacia la gravedad de la situación. Ferit Karahan utiliza la cámara en mano para acompañar al protagonista, en constante movimiento, en medio de un invierno gélido. La primera imagen que vemos de los niños en el internado es en las duchas, donde se encuentran más vulnerables, tratando de aprovechar la poca agua caliente de la que disponen. En su construcción de una investigación sobre las causas de la enfermedad de Memo (Nurullah Alaca), el director ofrece un retrato certero de la educación entendida como opresión, basado en su experiencia personal. "Fuimos entrenados con disciplina militar", afirma Ferit Karahan. "Era una institución que pedía obediencia total y educaba a los individuos en consecuencia". Esta sensación está descrita con claridad un lugar que resulta sofocante y angustioso, más interesado en crear subordinados que en formar personas. Hay una cierta atemporalidad en la película que parece consciente ya que, aunque la acción se supone que tiene lugar hace treinta años, se muestra casi como si fuera contemporánea.
La solidaridad de Yusuf contrasta con la actitud de los profesores y el director del internado, dejando alguna referencia también a la corrupción. Al final de la investigación comprobamos que la mayor parte de ellos han cometido errores, han encubierto actuaciones y han tomado decisiones que también han provocado de una u otra forma la situación en la que se encuentra el niño. No es tan importante conocer al culpable, porque la culpabilidad se reparte entre la falta de profesionalidad escondida detrás del despotismo. Ferit Karahan envuelve a sus protagonistas en un formato 4:3 que transmite la sensación claustrofóbica del internado, maneja el ritmo con precisión mientras la tensión aumenta gradualmente, en un ejercicio espléndido e inteligentemente diseñado.
DOMESTIK
Como comentábamos al principio, las fronteras no son solo físicas, sino que también pueden representarse en forma de puentes entre un estado y otro, más aún, entre la misma vida y la muerte misma. In between dying (Hilal Baydarov, 2020), presentada en la pasada Mostra de Venecia, se desarrolla precisamente en esta frontera, a través de una historia metafórica protagonizada por un hombre que huye y que deja tras de sí una estela de muerte, pero no entendida como violenta estrictamente, sino como experiencia liberadora. Davud (Orkhan Iskandarli), al que casi siempre vemos en planos generales, pocas veces encontramos su rostro, es un alma en pena que deambula por los paisajes de Azerbaiyán encontrando mujeres que de alguna forma necesitan ser liberadas (del maltrato, de la opresión...), mientras un grupo de hombres persiguen a Davud precisamente para matarlo.
La lista de nombres que acompaña a esta tercera película del joven director es impresionante: Carlos Reygadas como productor y principal mentor; Danny Glover y Susan Rockefeller, productora de Cafarnaúm (Nadine Labaki, 2018) como productores ejecutivos; Cristian Mungiu como asesor... Quizás podríamos decir que el estilo cinematográfico de la película tiene tantas influencias y referencias que pudiera parecer que no encuentra una personalidad propia. Desde su ex-profesor Béla Tarr hasta Andrei Tarkovsky, desde Abbas Kiarostami (el director es un gran admirador del cine iraní) hasta el propio Carlos Reygadas. Pero Hilal Baydarov consigue asimilar todas estas influencias para desplegarlas en una película elegante, metafórica, reflexiva y casi diríamos que filosófica, un extraordinario viaje que es más emocional que intelectual, si se quiere. Y que huye de la artificialidad para construir un relato que también está lleno de humor y de ironía.
Se puede culpar al director de utilizar con cierta artificiosidad la música, de embellecer unas imágenes que parecen reflejar el interior del alma humana. Pero también es cierto que estamos ante una construcción alegórica, en cierto modo poética, que refleja la vivencia de todo un ciclo vital en un solo día. El nacimiento lleva a la muerte y la muerte conduce al renacimiento. Un ciclo infinito, que eleva la categoría del ser humano, y que transporta al protagonista a un encuentro consigo mismo. Inspirada en la novela alegórica Siddharta (1922, Ed. Debolsillo), escrita por Herman Hesse, la película está dividida en capítulos que van dando paso a la representación de una mujer que sufre, principalmente a causa del machismo: una niña que ha sido encerrada por su padre, una mujer maltratada por su marido, una novia suicida que huye de un matrimonio concertado, una madre que quiere ser enterrada... Hay belleza en los paisajes, que también nos recuerdan los de Uzak (Nuri Bilge Ceylan, 2002) o Winter sleep (Nuri Bilge Ceylan, 2014). En realidad, este viaje alegórico refleja también un profundo amor por el cine, una propuesta admiradora hacia algunos de los grandes maestros contemporáneos.
También se encuentra en la frontera entre la vida y la muerte el protagonista de Death of a Ladies' man (Matt Bissonnette, 2020), que toma su título del álbum Death of a Ladies' man (1977, Sony Music) de Leonard Cohen, pero no solo eso, sino que se plantea como un homenaje musical al poeta y cantante canadiense. El personaje principal es Samuel O'Shea (Gabriel Byrne), un profesor de poesía de origen irlandés afincado en Montreal al que detectan un tumor cerebral incurable, por lo que los meses que le quedan de vida intenta aprovecharlos para realizar su sueño frustrado, escribir una novela. El tumor le provoca alucinaciones, y acaba convirtiendo a su padre fallecido (Brian Gleeson) en su compañero de viaje, de regreso a su Irlanda natal. La película está dividida en tres capítulos/actos que estructuran la trayectoria del protagonista desde el momento en que es diagnosticado y asume su cercano trayecto hacia la inexistencia.
Se trata de una tragicomedia en la que las fronteras emocionales se establecen, no solo en ese camino consciente hacia la muerte, sino también hacia la difusa separación entre realidad e imaginación. Esto permite al director cambiar de géneros, derivarse en ocasiones hacia el drama, otras veces hacia la comedia negra, en algún momento hacia el thriller... Pero no sabemos en realidad qué momentos provienen de las alucinaciones del protagonista. La historia se beneficia de un excelente trabajo de Gabriel Byrne, que compone un personaje complejo, alcohólico, padre fallido, profesor apático... De alguna forma, el viaje que inicia, tanto físico como psicológico, supone un reencuentro consigo mismo, con un hombre que estaba muerto en vida y que ahora quiere recuperar el tiempo que perdió en su propia autodestrucción.
El director Matt Bissonnette utiliza este proceso de redención para elaborar también un homenaje a la música y la poesía de Leonard Cohen. A lo largo de la película, suenan algunas canciones icónicas del cantante, desde "Memories" hasta "Un Canadien errant", desde "Hallelujah" hasta "Death of a Ladies' man", que reflejan la evolución psicológica del protagonista y en algunos momentos se convierten en números coreográficos, construyendo una especie de musical tragicómico. La elección del título Death of a Ladies' man es acertada porque establece un paralelismo entre la situación de crisis vital en la que se encuentra el protagonista de la película y las malas críticas que recibió el álbum de Leonard Cohen. Death of a Ladies' man (1977) fue coescrito junto al polémico productor Phil Spector, y la relación entre ambos se convirtió en una pesadilla, hasta el punto que para muchos es un álbum que no conecta exactamente con el estilo de Leonard Cohen, un disco del que "se discute con más frecuencia del que se le escucha", según comenta el blog Dead End Follies. El propio cantante ha hablado relativamente mal de su experiencia y en cierto modo, igual que la propia vida de Sam, el protagonista de la película, se trata de un proyecto al que Leonard Cohen acabó mirando desde la distancia, casi como si no fuera su propia obra.
Parte de la programación del Atlàntida Film Fest se puede ver en Filmin hasta el 26 de agosto.
Death of a Ladies' man se estrena el 24 de septiembre en Filmin.
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