Seguimos repasando la programación del Atlàntida Film Fest durante este mes de agosto, y nos detenemos en esta ocasión en algunas películas que hablan del presente en cuanto a la defensa de la protección ambiental y del futuro en cuanto a predicciones nada positivas. En el Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), recientemente publicado, se lanza un código rojo que muestra no solo las consecuencias sino la necesidad de actuar sin demora. En 2018 el IPCC publicó un Informe Especial sobre los impactos del calentamiento global de 1,5ºC, un aumento de temperatura que podría llegar entre los años 2030 y 2052 si continúa al ritmo actual. El cine ha mostrado su preocupación por este futuro incierto, que también vemos reflejado en algunas de las películas seleccionadas en el festival.
CONTROVERSIA
El filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Žižek es un pensador cuyas teorías psicoanalíticas, que utiliza no solo para analizar el comportamiento sino también para realizar un análisis político del mundo, se refieren a la situación de una Europa que parece haber fracasado en su utopía de unificación, pero asimismo a los retos de un planeta enfrentado al cambio climático. La película Antígone - How dare we! (Jani Sever, 2020), que toma su título del famoso discurso de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de las Naciones Unidas en 2019, se posiciona como un ensayo visual del pensamiento de Slavoj Žižek, y se estructura en tres partes diferentes: las intervenciones del filósofo planteando sus teorías, las imágenes de archivo que muestran acontecimientos históricos y recientes en el mundo y la representación de fragmentos de su obra Antigone (2016, Ed. Akal), en la que realiza una reinterpretación de la tragedia de Sófocles. Esta nueva lectura se une a las que se han realizado a lo largo de la historia, desde Judith Butler hasta Georg Wilhelm Friedrich Hegel, pasando por Søren Kierkegaard o Bertold Brecht.
Slavoj Žižek traslada la tragedia a la actualidad, presentando a Creonte (Primoz Bezkaj) como un reflejo de los burócratas de la Unión Europea e imaginando a Antígona (Anja Novak) como una populista, antiinmigrante y fundamentalista. El filósofo esloveno defiende que el fundamentalismo no se puede combatir en sí mismo, sino que hay que retroceder a sus fuentes, que el verdadero conflicto se produce en la propia doctrina o pensamiento que le ha dado lugar. La película convencerá a los seguidores de las teorías de Slavoj Žižek, porque funciona siempre al servicio de sus pensamientos, estableciendo tres planos diferentes: la dualidad entre lo imaginario (la representación teatral) y lo real (las imágenes de archivo) se unifica a través del pensamiento filosófico (las intervenciones del protagonista). Es una buena introducción a sus teorías psicoanalíticas que tienen como referencia al psiquiatra francés Jacques Lacan, pero que han sido puestas en duda por otros pensadores como Noam Chomsky, que ha llegado a renegar de las teorías de Slavoj Žižek como pensamientos no empíricos, adornados con cierto postureo y palabras rebuscadas, pero que "no van más allá del nivel de algo que se puede explicar en cinco minutos a un niño de 12 años".
Antígone - How dare we! ganó en el Festival de Eslovenia los Premios al Mejor Documental, Mejor Actor (Primoz Bezkaj) y Mejor Edición, así como el Premio de la Crítica. Precisamente uno de los elementos más interesantes es el trabajo de montaje, especialmente en los segmentos de archivos históricos que trasladan acontecimientos y hechos relevantes sobre los populismos, los nacionalismos (incluido el referéndum de independencia de Cataluña en 2017) y el cambio climático, repercutido por la economía global. Y tiene una conclusión que puede ser poco optimista: "El capitalismo se acerca a una crisis global. Hacen falta actos radicales como el del coro de Antígona", afirma Slavoj Žižek.
La ciudad de Davos, situada en los Alpes suizos, ha luchado durante muchos años con la imagen que se ha transmitido de ella. Precisamente en el documental Davos (Daniel Hoesl, Julia Niemann, 2020), que participó en la Sección Oficial de Visions du Réel 2020, la guía de un museo explica que, cuando se publicó la novela La montaña mágica (1924, Ed. Edhasa), de Thomas Mann, que contaba la historia de un hombre que visita a su familia pero, que debido a una enfermedad pulmonar, decide quedarse en la ciudad durante muchos años, los habitantes de Davos no estuvieron muy contentos, ya que el éxito internacional del libro reforzó su imagen de lugar de retiro para personas enfermas. Ahora sin embargo, la proyección de Davos se relaciona más con la celebración del Foro Económico Mundial desde que se inauguró en 1971, una entidad privada con sede en Suiza que reúne cada año a los principales líderes de la economía global.
La película de Daniel Hoesl y Julia Niemann ofrece una mirada desde diversos puntos de vista, que no solo incluyen las sesiones del Foro Económico Mundial durante varios años, sino que se centra también en algunos habitantes de la ciudad, cuyas vidas transcurren al margen de las discusiones sobre la economía mundial, pero que también se ven afectadas por sus decisiones. Especialmente una familia de granjeros que cuida el ganado en las montañas, pero que afrontan dificultades para poder mantener su granja. En otro momento de la película, en el Museo Kirchner se analiza la obra del pintor alemán Ernst Ludwig Kirchner que, debido a problemas respiratorios, vivió en Davos en 1917, y plasmó en un cuadro un combate de lucha tradicional suiza, mostrándola desde dos perspectivas diferentes: a vista de pájaro y a vista de gusano. Y en cierto modo, el trabajo de los directores en Davos ofrece también esa misma doble vertiente, desde las alturas de quienes toman decisiones que afectan a millones de personas, y desde la vida diaria de los que, al final, forman parte de estas decisiones.
La película coincidió con otro documental sobre el mismo tema titulado The Forum (Marcus Vetter, 2019), pero la diferencia entre ambas es que en esta última el equipo tuvo acceso por primera vez en cincuenta años a las sesiones internas del Foro, mientras que los directores de Davos estuvieron tan limitados como cualquier equipo de televisión. De hecho, se hace referencia a la participación de la joven activista Greta Thunberg en la edición de 2019, pero solo se la menciona a través de un reportero. La propuesta de esta película es, en principio, interesante, pero realmente poco estimulante, excepto cuando muestra las manifestaciones de grupos anticapitalistas que entonan lemas como "Sí al cambio de sistema, no al cambio climático", o cuando asistimos a un debate entre los organizadores el Foro y representantes de la ciudad sobre la continuidad del mismo. Como ocurrió en 1924, muchos habitantes de Davos no están de acuerdo con la celebración de un Foro que toma decisiones tan polémicas y discutibles en cuanto a la economía mundial. Pero tenemos la impresión de que el lugar donde se celebre el Foro Económico Mundial es lo de menos (de hecho, la reunión de 2021 se trasladó a Singapur debido a la pandemia del coronavirus, pero fue finalmente cancelada porque también hubo un aumento de contagios en la ciudad asiática). Davos es una mirada que quiere ser diversa pero que se queda en la superficie, en un intento de reflexión sobre el entorno de esta reunión anual que sin embargo resulta tan ambiciosa como intrascendente.
NATURA
La película que más claramente aborda el tema de la evolución de nuestro planeta hacia la autodestrucción es Now (Jim Rakete, 2020), un documental centrado en el movimiento de jóvenes en todo el mundo con iniciativas diversas en torno a la protección medioambiental, cuya cara más visible es la activista sueca Greta Thunberg y su movimiento Fridays for Future, y que tuvo su mayor apogeo en 2019, pero fue interrumpido por la llegada de la pandemia del coronavirus en 2020. Jim Rakete es un conocido fotógrafo que participó activamente en el florecimiento de la llamada Nueva Ola alemana, un movimiento musical que surgió a finales de los años setenta, a través de su laboratorio creativo Fabrik Rakete, en Berlín, que impulsó a artistas como Nina Hagen. Su acercamiento a esta otra nueva ola de activismo medioambiental conecta directamente con sus comienzos como fotógrafo de los movimientos estudiantiles alemanes de 1968, y desprende principalmente optimismo y admiración desde su mirada ya veterana, aportando una cierta ambientación alegre a través de la música y de los mensajes de esperanza de sus líderes.
En el documental, se entrevista a seis jóvenes que han fundado ONG's relacionadas con el activismo, la mayor parte de ellos alemanes, como Felix Finkbeiner, que creó "Plant for the Planet" cuando tan solo tenía nueve años, o Marcella Hansch que fundó "Pacific Garbage Screenings", con el objetivo de alertar contra la basura de plásticos que se vierten a los océanos. En cierto modo, es una película de celebración de la implicación de la juventud en su propio futuro, bien sea demandando a la clase política acciones concretas, como hace Greta Thunberg, o bien difundiendo mensajes de alerta y manifestaciones en torno a las consecuencias de nuestra influencia en el calentamiento global.
Desde el punto de vista cinematográfico el documental no aporta ningún aspecto especialmente creativo, y podríamos decir que es incluso algo rústico en su estructura, basado en entrevistas y en un estilo de reportaje televisivo. Y aunque apunta algunos aspectos interesantes, no termina de profundizar en ellos. Una de las activistas comenta, por ejemplo, que solo pueden dedicarse a estas actividades porque sus padres corren con todos los gastos, pero que el activismo en la actualidad es difícil de mantener una vez se tienen responsabilidades laborales o familiares. Hay también algunas intervenciones poco interesantes, como la del director de cine Wim Wenders que, aparte de su amistad personal con Jim Rakete, no aporta reflexiones especialmente destacables. Lo más interesante de la película es esa apuesta positiva y optimista que desprende hacia una juventud que, en vez de permanecer pasiva, ha tomado las riendas de su propio futuro.
Seleccionada para el Festival de Cannes 2020 que no se celebró, la película Last words (Jonathan Nossiter, 2020) estuvo también presente en el pasado Festival de Sitges. La acción transcurre entre los años 2085 y 2086, y presenta un mundo postapocalíptico en el que se ha producido un colapso electrónico y los pocos seres humanos han perdido buena parte de su capacidad de comunicación. El director Jonathan Nossiter plantea un mundo en el que la pérdida de la cultura y de la agricultura son los elementos esenciales para perder también el sentido de humanidad. Él mismo gestiona una granja ecológica en Italia, donde vive, después de abordar la influencia de la globalización en la agricultura con su documental Mondovino (Jonathan Nossiter, 2004).
El protagonista de Last words es el joven Kal (Kalipha Touray, al que el director seleccionó en un campo de refugiados de Palermo), el último hombre en la Tierra, que descubre a través de los restos de películas de cine la capacidad del ser humano para crear arte y comunicarse a través de historias de ficción. En su viaje desemboca en la antigua Cineteca de Bologna, ahora en ruinas, donde encuentra a Shakespeare (Nick Nolte), un anciano centenario que espera la llegada de la muerte rodeado de viejos rollos de cine y de un proyector manual con el que rememora grandes momentos, desde Buster Keaton hasta los Monthy Python, desde Marcello Mastroianni hasta Tarkovski. Más que una reflexión sobre las consecuencias medioambientales, la película se hace preguntas sobre la supervivencia del hombre, y especialmente sobre la necesidad de mantener la cultura como un bien que nos pertenece y que nos aporta crecimiento.
Se establece un ejercicio de metacine, especialmente en la última parte, cuando Kal y Shakespeare encuentran en Atenas una especie de comunidad de supervivientes, entre ellos el médico Zyberski (Stellan Skarsgård), la anciana Batlk (Charlotte Rampling), que sueña con quedarse embarazada, aunque las mujeres parecen haber perdido su capacidad de procrear, y Dima (Alba Rohrwacher), que representa la importancia de la agricultura cuando inicia un huerto con semillas no contaminadas, como las que nacen de forma natural. La película tiene una asombrosa capacidad para encontrar elementos de simbolismo que reflejan la desocialización de la humanidad, y plantea reflexiones sobre la permanencia de nuestra memoria a través de la captación de nuestro comportamiento. Es significativo que el último fragmento de cine que vemos corresponde a la película El sentido de la vida (Terry Jones, Terry Gilliam, 1983) en la que los Monthy Python hacían un recorrido por las etapas de la existencia del hombre. El protagonista, Kal, se convertirá también en director, en el documentalista de los últimos supervivientes humanos del planeta, en un ejercicio de metacine en el que a veces vemos la acción desde el punto de vista de la cámara manual. Pero muchos de estos planteamientos se pierden en una película que no encuentra un tono adecuado, que se alarga en su desarrollo sin que los personajes estén bien desarrollados. Last words es un desastre bienintencionado.
CINE REENCONTRADO
Así las cosas, tenemos la impresión de que los únicos que nos podrían salvar de nuestra propia destrucción serían los extraterrestres. Y es precisamente la reflexión que hacía el teórico cinematográfico Peter Wollen en su único largometraje, Friendship's death (Peter Wollen, 1987), recientemente restaurado en formato 4K por el British Film Institute y presentado en la pasada edición del Festival de Cannes 2021. En esta rareza singular, Tilda Swinton, en su segundo papel protagonista después de Caravaggio (Derek Jarman, 1986) interpreta a un robot extraterrestre que ha sido enviado a la Tierra pero que, en un flagrante fallo de geolocalización, ha aterrizado en Amman (Jordania) en plena efervescencia de Septiembre Negro, la organización terrorista palestina nacida en 1970. Allí, se esconde en una habitación de hotel que solo está ocupada por Sullivan (Bill Paterson) un periodista borracho. Friendship (Tilda Swinton) se presenta como un robot pacífico que quiere ayudar al hombre a evolucionar, y establece un diálogo con el periodista en torno a las diferencias entre la humanidad y su propio planeta.
La película se desarrolla exclusivamente en la habitación de hotel y entre estos dos personajes, y plantea una conversación que a veces puede llegar a ser un poco simplista y en otras ocasiones demasiado recargada, pero que construye una interesante relación entre el ser humano y el robot, en torno a las ventajas y desventajas de vivir en una sociedad que esta únicamente habitada por seres robóticos, en la que no existe el nacimiento, sino la fabricación, no hay sentimientos sino objetivos. Friendship incluso se permite plantear reflexiones políticas sobre el papel de la OLP en el conflicto entre Israel y Palestina, pero la película encuentra sus mejores momentos cuando se habla del presente y del futuro, de la humanidad abocada (ya desde los años ochenta) a un desastre inevitable. La extraterrestre toma la decisión de no dirigirse a su primer objetivo, el Instituto de Tecnología de Massachusetts, porque comprende que, posiblemente, los científicos preferirán estudiarla, desmembrarla y destruirla antes que establecer un diálogo. Es el destino del hombre, la inevitable capacidad de eliminar todo lo que toca.
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