La organización del Festival Visions du Réel ha dado a conocer algunos datos de espectadores , aunque la participación en números no se ofrecerá hasta que no concluyan la versión online de parte de su programación y el Film Market. Raymond Loretan, presidenta de Visions du Réel, indicó que se había conseguido una alta participación de espectadores, aunque sin revelar cifras concretas, haciendo hincapié sobre todo en que se había conseguido atraer a un público más joven, especialmente interesado en las visitas del cineasta norteamericano John Wilson y la directora francesa Alice Diop. Esto indica seguramente que las cifras de espectadores se mantienen casi igual que las de la edición de 2023, que supuso un aumento del 16% respecto a 2022, pasando de 45.000 espectadores a superar los 50.000. Pero este crecimiento parece haberse estabilizado en esta última edición, lo cual tampoco es necesariamente negativo. Tratándose de un festival dedicado al cine documental, es notable cómo Visions du Réel se ha convertido en la segunda muestra cinematográfica más importante de Suiza, siempre por detrás del Festival de Locarno, de programación genérica, que atrae cada verano a más de 13.000 espectadores.
Nuestra crónica está dedicada a películas, algunas de ellas premiadas, que hablan de las ausencias, a través de ciudades que conviven con sus fantasmas, viajes espirituales, procesos de duelo y familias dejadas atrás para iniciar un exilio incierto.
My memory is full of ghostsAnas ZawahriSiria 2024 | Competición Internacional | ★★★★☆Visions du Réel '24: Mención Especial |
El director Anas Zawahri (1987, Palestina) reside en Siria y califica su primer largometraje como "un poema de amor para la gente de Homs y sus fantasmas". La ciudad siria se convirtió en uno de los puntos de encuentro de los opositores al régimen de Bashar al-Ássad, y por tanto una de las que más sufrieron el asedio del ejército desde el comienzo de la guerra en 2011 hasta aproximadamente 2014. En Return to Homs (Talal Derki, 2013), ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance y segunda de la trilogía que el director Talal Derki (1977, Siria) dedicó a la guerra, que concluiría el año pasado con Under the sky of Damascus (Talal Derki, Heba Khaled, Ali Wajeeh, 2023), se muestra la resistencia de los combatientes detrás de las barricadas a través de los ojos de un joven soldado de 18 años. La ciudad que se presenta en My memory is full of ghosts (Ana Zawahri, 2024) mantiene esa imagen de destrucción, pero de alguna manera encuentra en sus habitantes una resiliencia permanente a pesar de estar envuelta en una especie de atmósfera de ciudad sin ley (el año pasado un ataque con drones mató a más de un centenar de personas en una ceremonia de ascenso de oficiales). A través de los relatos de siete residentes, la película refleja lo difícil que ha sido regresar y lo complicado que es sobrevivir en un lugar lleno de fantasmas del pasado, "como si no quisiera cambiar", dice uno de ellos. La cámara estática se detiene en la vida cotidiana entre comercios y negocios que resisten como pueden en un lugar que parece suspendido en el tiempo, rodeado de edificios destrozados, de ruinas persistentes. En los retratos de grupos de comerciantes o mecánicos que posan ante la cámara, el director parece querer encontrar una cierta normalidad, pero Homs "ya no es la ciudad de las risas", como afirma otro de los narradores.
Esta disposición estática de las imágenes refleja la inmovilidad de una ciudad que parece abandonada a su suerte, y los relatos de estos residentes cuentan historias impregnadas de dolor. Un hombre ciego recuerda que cuando volvió a Homs, la percepción de la ciudad se la proporcionaron los llantos de quienes viajaban con él: "Yo era el más fuerte porque no podía ver nada". Una joven recuerda que después de la muerte de su padre por Covid-19, vivió sola con su madre pero al regresar un día la encontró muerta, atacada por dos adolescentes que buscaban dinero. Los vecinos sin embargo la acusaron a ella del asesinato y tuvo que huir, viviendo desde entonces en las calles tras renunciar a sus sueños de futuro. La ciudad se ha convertido en una especie de prisión que ahora no está asediada por el ejército sino por la falta de perspectiva: "Lo que vivimos ahora es mucho peor que la guerra", sentencia uno de los narradores. Sin ofrecer los relatos directamente a cámara, solo escuchamos sus voces, pero a veces se intuye que algunos de los que se muestran frente al objetivo son quienes cuentan sus historias. El planteamiento visual puede llegar a ser demasiado estático, pero también aporta el suficiente espacio para que las historias que se cuentan adopten una mayor relevancia, aportando el trabajo de dirección algunas pausas en los relatos que permiten absorber emocionalmente algunas de las reflexiones. Elías, un ex-soldado, decidió renunciar a la vida militar después de ver cómo su compañero se desangraba delante suya. Estos habitantes de Homs, obreros, mecánicos, ancianos y jóvenes, tratan de encontrar la forma de llevar una vida cotidiana, mientras otros solo ven el tiempo pasar y algunos expresan su deseo de irse lejos para no volver. Anas Zawahri muestra con especial sensibilidad la relación de sus habitantes con la ciudad, en permanente contradicción: "Seguramente muchos vivimos el mismo conflicto. Amamos esta ciudad, pero ya no podemos quedarnos aquí". En el recorrido final por una avenida flanqueada por edificios destruidos se refleja el incierto camino que queda por delante.
La hermosa estética de esta película rodada en blanco y negro que recuerda al cine de Andréi Tarkovski proviene de un proyecto titulado Ex-Voto (GOST Books, 2019) de la fotógrafa Alys Tomlinson (1975, Reino Unido), una extensión del trabajo que desarrolló en Lourdes, y que se acercaba a lugares de peregrinaje en Francia, Irlanda y Polonia. Una de las retratadas en este proyecto era Madre Vera, una monja ortodoxa en un convento de Bielorrusia que anteriormente, con su nombre real Olga, llevó una vida relacionada con las drogas y la criminalidad, considerándose culpable del encarcelamiento de su marido Oleg. La ausencia de su pareja y el sentimiento de culpa la llevó a tomar los hábitos cuando tenía 20 años, como una manera de rendir cuentas de un pasado en el que ella se confiesa responsable (el tono de la narración es precisamente el de una confesión susurrada) de haber introducido a otras jóvenes en la heroína y haber destrozado la vida de algunas personas cercanas. Pero también pesa el estigma del VIH: "Me contagié de la persona que amaba. No me arrepiento de nada", dice Vera. La elección de esta fotografía en blanco y negro a cargo de la directora franco-británica Cécile Embleton, apoyada en la co-dirección por Alys Tomlinson, y la ausencia de elementos externos como una banda sonora, refuerzan la condición de viaje interior de la película, un acercamiento confesional hacia la protagonista que funciona como un reflejo de su pasado desde su propia narración, mientras la vida monacal se muestra en su carácter repetitivo, que recuerda en textura a la película Ida (Pawel Pawlikowski, 2013). Y le da al entorno un cierto aire atemporal, como un tiempo detenido entre los caminos nevados del exterior y los claroscuros del interior del convento.
Empujada por la ausencia de su pareja, Vera también sigue de alguna manera relacionada con el mundo de la delincuencia, porque el monasterio acoge a ex-presidiarios en rehabilitación: "La libertad se encuentra cuando tienes a Dios en tu interior", les dice un sacerdote, mientras intenta controlar el ostracismo al que el grupo ha sometido a un condenado que ha sufrido una agresión sexual, al que consideran en cierto modo contaminado. "Tenemos que creer que las personas pueden cambiar, que combatirán al demonio que les arrastra". También surge en este encuentro un perfil más cercano a Olga, cuando hace algunos comentarios sobre lo atractivo que es alguno de los asistentes. Y sin embargo, los auténticos momentos de liberación en Mother Vera (Cécile Embleton, Alys Tomlinson 2024) se producen cuando la protagonista visita a su familia o cuando comparte el cuidado de los caballos y otros animales. El travelling que acompaña a Vera cabalgando con su hábito negro en contraste con un blanco paisaje nevado no solo es particularmente hermoso sino significativamente representativo de la auténtica libertad que no está entre las paredes del convento o en la sensación que le proporcionaba la heroína, sino en ese espíritu independiente que le aporta el contacto con la naturaleza. La película contrasta una mirada espiritual con el reflejo de la realidad más terrenal, el mundo de la delincuencia y la pobreza con la búsqueda de la redención, lo que se expresa en esa naturaleza repetitiva de las imágenes y el ritmo lento de su desarrollo. Pero de alguna manera consigue trasladar ese viaje interior de Vera que sin embargo no parece tener una convicción religiosa muy profunda: "No tenía intención de ser monja", comenta. Cuando aparece el color en la película, Vera ha sufrido una transformación que en realidad es un punto de partida.
La promesa de una pareja atrapada durante 47 días en la cordillera del Himalaya toma forma como película en un relato que trata de honrar la memoria de quien no pudo sobrevivir. Durante una ruta de senderismo por el Monte Everest en 2017, Chen-Chun Liu y Sheng-Yueh Liang desaparecieron durante más de un mes. Después de estar perdidos en la montaña, decidieron cobijarse en una cueva, donde permanecieron con las subsistencias que tenían, pero Chen-Chun Liu murió tres días antes de que los equipos de rescate pudieran encontrarles. Ambos se prometieron que quien sobreviviera debería contar la historia, mientras que Chun dejó varias cartas escritas destinadas a las personas cercanas, entre ellas Lo Yi-Shan, que a través de este relato sobre la pérdida de su amiga, de alguna manera trata de mantener su memoria y cumplir la promesa. Se transmite a lo largo de esta película poética y conmovedora no solo una sensación de pérdida sino también un cierto sentimiento de culpabilidad, porque Lo Yi-Shan iba a encontrarse con ellos en Nepal para formar parte de esa ruta, pero contrajo malaria en la India y tuvo que regresar a su casa. La película adopta desde las primeras imágenes que muestran unas pisadas en la nieve una cadencia de ensoñación, una tonalidad melancólica que se sostiene en las reflexiones de Lo Yi-Shan sobre las palabras de su amiga, o en su intento de que Yueh salga de su estado de negación emocional. Evita hablar sobre aquellos días en la cueva junto a Chun y se protege con una cierta actitud despreocupada sobre dejar atrás el pasado, como cuando Yi-Shan trata de mostrarle imágenes grabadas por el equipo de rescate. También hay una cierta sensación de fatalidad, en las cartas que escribe Chun en las que reflexiona sobre la vida, o en las palabras de algunas amigas que hacen referencia a cómo ella había dicho que le gustaría morir en la montaña.
After the snowmelt (Lo Yi-Shan, 2024) es un homenaje que se apoya en la ausencia para reconstruir una amistad que nació en una escuela católica para niñas, cuando Chun lidiaba con los comentarios de sus compañeras en torno a su identidad transgénero, aunque no se menciona en la película. La directora crea un trayecto que comienza en el trauma de la pérdida para ir construyendo un relato de crecimiento en el que ella misma asume la responsabilidad de la superviviente que debe compartir su historia. A través de las fotografías de otros viajes que realizaron juntas se refleja la conexión con la naturaleza, un estilo de vida aventurero que para su círculo de amigas resultaba demasiado peligroso, y una necesidad de agarrarse a la vida en su expresión más amplia. El trayecto acaba llevando a Lo Yi-Shan hasta Nepal, siguiendo las huellas del viaje que realizaron Chun y Yueh, desde una pequeña aldea en la que todavía la recuerdan cuando compartieron comida y cobijo con los viajeros, hasta la llegada a la cueva donde se refugiaron y de donde Chun no salió nunca. Hay una omnipresencia de ese entorno montañoso de la cordillera del Himalaya que a pesar de su belleza no puede evitar transmitir una sensación de aislamiento. Pero el trayecto que ha construido la directora termina en un encuentro silencioso con algunos restos de ropa que habían quedado en la cueva, y que al mismo tiempo da paso al lento proceso de curación del trauma por la pérdida y de reconciliación con la memoria.
Save our soulsJean-Baptiste BonnetFrancia 2024 | Grand Angle | ★★★☆☆Visions du Réel '24: Premio Perception Change |
El Parlamento inglés ha aprobado la controvertida Ley de Inmigración que permitirá al Reino Unido realizar deportaciones en caliente de solicitantes de asilo, pero no a sus países de origen, sino a Ruanda, un país que el gobierno de Rishi Sunak considera seguro a pesar de que el año pasado aprobó leyes homófobas que pueden llevar a condenas a cadena perpetua. Lo que los analistas consideran una medida desesperada por parte del actual primer ministro para contrarrestar las pocas posibilidades que parece tener para repetir mandato en las elecciones de finales de año, está sin embargo en la línea de otras medidas aprobadas en la Unión Europea que tratan de combatir la inmigración a través del cierre de fronteras. Sin embargo, ninguna de estas medidas en destino consiguen disuadir a los inmigrantes procedentes de África porque, básicamente, su situación no puede ser peor que la que tienen. El director francés Jean-Baptiste Bonnet grabó durante seis semanas a bordo del barco Ocean Viking, que fue fletado por la organización humanitaria SOS Méditerranée para rescatar a aquellos inmigrantes que cruzan el Mediterráneo procedentes de Libia. Enfrentándose a confiscaciones, abordajes ilegales y al rechazo de determinados sectores políticos europeos, a pesar de todo Ocean Viking ha rescatado a más de 40.000 personas desde 2016. Se trata de una labor que incluso llega a ser peligrosa debido a las constantes acciones de la guardia costera libanesa que vulneran la legalidad. En una de las primeras escenas de la película, estos guardacostas efectúan disparos al aire con fusiles kalashnikov, una práctica que está prohibida en aguas internacionales. Save our souls (Jean-Baptiste Bonnet, 2024) utiliza una estructura lineal para mostrar uno de los rescates que realiza esta embarcación en el Mar Mediterráneo, en colaboración con la Federación Internacional de la Cruz Roja.
El primer acto muestra a los tripulantes del Ocean Viking coordinándose con informaciones externas sobre posibles naufragios. El mar se refleja como si se tratara de un desierto por el que deambulan perdidos grupos de inmigrantes que huyen de la violencia, del hambre y ahora también de las consecuencias del cambio climático, algo que podría convertir en exiliados en un futuro próximo a una parte de los habitantes de países occidentales. El encuentro con 92 solicitantes de asilo que se encuentran a la deriva en una pequeña barca en la que casi no caben, pone en alerta a los tripulantes del Ocean Viking. La cámara de Jean-Baptiste Bonnet, quien durante todo el tiempo fue el encargado de grabar con un equipo mínimo, sin técnico de sonido, adopta una posición de observación a lo largo del organizado y estructurado proceso de acogida de estos refugiados en el barco: se les proporcionan mantas, chalecos salvavidas y comida, se les asigna un número y se comienzan a realizar entrevistas individuales. Uno de los cometidos de la organización SOS Méditerranée también es ofrecer asesoramiento sobre el proceso de solicitud de asilo y responder a las posibles dudas. La película muestra desde dentro el trabajo de los tripulantes, que acaban convirtiéndose en receptores de las historias que quieren contar los inmigrantes, las escenas de violencia que han contemplado y las ausencias que han experimentado a lo largo de sus vidas, habiendo perdido a padres y hermanos a pesar de su juventud. SOS Méditerranée también realiza una recopilación de estas experiencias durante el trayecto hasta encontrar un puerto europeo que les acepte. Save our souls no necesita elaborar una narrativa demasiado compleja para mostrar una realidad que, desde el punto de vista más emocional, ya nos han ofrecido películas de ficción recientes como Yo capitán (Matteo Garrone, 2023). Por el contrario, su estructura tradicional elabora un relato claro y sin adornos sobre un rescate que forma parte de la cotidianidad solidaria del Ocean Viking, un barco construido en 1986 que también comienza a sufrir las consecuencias del paso del tiempo.
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Películas mencionadas: Ida se puede ver en Filmin y Movistar+.
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