Nuestra crónica de Visions du Réel aborda las dependencias en diferentes formas, bien sea en forma de adicciones a las drogas o de radicalismo religioso, de ideologías marcadas por la violencia. El Festival aborda su tramo final reivindicando la normalidad con las salas llenas de público, pero manteniendo la programación online.
COMPETICIÓN INTERNACIONAL DE LARGOMETRAJES
Hay una dependencia vital en la adicción a las drogas, un viaje en una montaña rusa de la que algunos consiguen salir y otros permanecen sin apenas darse cuenta. En How to save a dead friend (Marusya Syroechkovskaya, 2022), una coproducción entre Suecia, Noruega, Francia y Alemania que ha adquirido para sus ventas internacionales la distribuidora suiza Ligthdox, se aborda el tema de la dependencia en el entorno de un país como Rusia que la directora califica como "Depression Federation". Marusya Syroechkovskaya (1989, Rusia) habla de la oleada de suicidios de jóvenes que ha vivido a lo largo de sus días de adolescencia, cuando recién acababa de conocer a Kimi, que será el compañero de sus adicciones y de parte de su experiencia vital. En 2005, cuando solo tenía 16 años, ya pensaba en la sensación de morir, tras una larga trayectoria de autolesiones con todo tipo de objetos que ella enumera en una narración que parece quitar importancia a esta etapa. Porque básicamente son descritos como años de felicidad junto a Kimi, al que conoció precisamente cuando Marusya ya había decidido que ese sería su último año de vida. Él es descrito como una especie de salvador, de esperanza de vida en un ambiente que sin embargo es gris y opresor. La directora establece continuamente un paralelismo causa-efecto en el hecho de vivir en Rusia, un país que conduce a la depresión que lleva a las drogas. Pero el entorno que describe no es diferente al que hemos visto, por ejemplo, en Reindeerspotting (Joonas Neuvonen, 2010), que se desarrollaba en Finlandia y en la que los protagonistas tenían consciencia de sus adicciones, y puede ser discutible si es la depresión la que conduce a las drogas o, en realidad, son las drogas las que provocan depresión.
Marusya y Kimi tienen una canción preferida de Joy Division, escuchan a Nirvana y en las paredes de su casa cuelgan carteles de Kurt Cobain, pertenecen a una generación rebelde cercana al grunge que en algunas ocasiones sale a la calle en manifestaciones contra el sistema. La película surge de más de 150 horas de grabaciones entre 2005 y 2016, una obsesión por grabar que proviene de la primera cámara que sus padres regalaron a la directora cuando tenía solo 10 años. Dos años después de la muerte de Kimi (el documental comienza con imágenes de su funeral), Marusya volvió a ver las imágenes y decidió que debía contar su historia. Trabajando de forma remota durante el confinamiento por el Covid-19 con el montador sirio Qutaiba Barhamji, ganador del Premio a la Mejor Contribución Técnica en Venecia por el multipremiado documental Still recording (Saeed Al Batal, Ghiath Ayoub, 2018), ella en Moscú y él en París unieron las piezas para construir una historia contundente sobre la desesperación. El paso del tiempo está marcado por las noticias en televisión de la celebración de la Copa de la UEFA en Moscú en 1998, el discurso de fin de año del presidente Dmitri Medvédev en 2012 o el regreso de Putin a la presidencia en 2013.
Hay algunos elementos que indican la resistencia de esta juventud contra un gobierno al que no consideran democrático, con cierto contexto político que se enmarca a través de manifestaciones en las calles de Moscú. Pero es más evidente una cierta necesidad de evasión a través de las drogas, en las que Kimi se envuelve con pasión autodestructiva, en un entorno no demasiado apropiado (su hermano ha sido encarcelado varias veces por tráfico de drogas), con entradas y salidas de centros de rehabilitación que no consiguen su objetivo porque Kimi no tiene voluntad de salir del infierno, e incluso decisiones casi suicidas que provocan un empeoramiento de su estado mental. Este sentimiento de autodestrucción es más suave en Marusya quien, no obstante, ha dejado de autolesionarse pero mantiene cierto grado de flagelación cuando la vemos, en una escena demasiado explícita, colgar de unos ganchos clavados en su espalda. Este diario de la muerte presente en la vida extrae imágenes casi poéticas de bloques de edificios que parecen explorar la posibilidad de otros cientos de Kimis en el interior de los apartamentos. La directora, Marusya Syroechkovskaya ha seguido asistiendo a manifestaciones en contra de Putin y actualmente vive en Israel junto a su pareja, huyendo de la persecución política en Rusia hacia los ciudadanos que están en contra de la guerra en Ucrania.
En Gulistan, Land of roses (Zaynê Akyol, 2016), que recibió el Premio al Mejor Documental en la Semana de Cine de Valladolid, la directora canadiense de origen turco abordaba el entrenamiento de mujeres soldados de Kurdistán en su lucha contra el ISIS en los territorios kurdos de Iraq y Siria. La estructura de entrevistas en primer plano cerrado e imágenes de su preparación es nuevamente utilizada en Rojek (Zaynê Akyol, 2022), que ahora nos sitúa en el proceso de expulsión del Estado Islámico de Siria llevado a cabo por las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), una milicia formada por kurdos, árabes, asirios, armenios, turcomanos y circasianos que durante una década han luchado para recuperar los territorios ocupados por el Daesh. Miles de yihadistas permanecen en prisión mientras sus familiares han sido llevados a campos de refugio, según se indica al principio de la película. Alternando las imágenes de unos territorios que tratan de recuperarse de la ocupación islamista con entrevistas a algunos de estos prisioneros, el documental elabora una lúcida representación del fundamentalismo.
En algunos momentos vemos cómo los prisioneros que van a ser entrevistados son conducidos, esposados y con el rostro cubierto por mordazas, hasta una pequeña habitación donde se encuentra el equipo de filmación. Algunos son arrepentidos, otros sin embargo permanecen fieles a sus creencias, pero no hay una clara evidencia de si lo que se esconde en realidad es el miedo a las consecuencias que sus palabras ante la cámara puedan tener en sus familias. Uno de los entrevistados tiene dificultades para encontrar la expresión adecuada para no despertar la venganza del Daesh: "¿Dónde está el Daesh?", le pregunta la directora. "Mejor dime dónde no está", responde el prisionero, reafirmando la omnipresencia de un grupo que puede tomar represalias contra su familia. La directora Zaynê Akyol (1987, Turquía) opta por las imágenes cenitales tomadas con drones de una vasta extensión de tierras que han sido recuperadas por los pastores, pero en las que todavía permanece la presencia militar, con checkpoints en los que se controla el contrabando de gasolina en los camiones que atraviesan las carreteras, y se muestran imágenes de entrenamientos que parecen sacadas del anterior documental de la realizadora. Hay una representación, sin embargo, casi fantasmal en el desplazamiento de la cámara a través de campos marcados por las cicatrices de la guerra. Los prisioneros hablan, en primeros planos cerrados, sobre el Islam, el yihadismo, el sentimiento religioso, sus responsabilidades dentro del Daesh o la presencia de las mujeres. Una de ellas afirma que "las mujeres eran consideradas como diamantes, y a los diamantes hay que esconderlos", mientras que otra, que tuvo puestos de responsabilidad en los servicios secretos del Daesh, habla de su experiencia como los mejores años de su vida: "Yo me sentía segura y con libertad. En el Estado Islámico había un gran respeto por las mujeres. Me sentí respetada, sentí que estaba en un mundo en el que la mujer era sagrada y libre. Me gustaría volver a esa vida". Otro de los prisioneros entrevistados es hermano de Abu Mohammad al-Abdani, que fue el segundo líder del grupo yihadista y falleció en 2016 en un ataque aéreo de las fuerzas de coalición contra Alepo.
No parece haber demasiado arrepentimiento en aquellos que participan en el documental, pero en cierta manera parecen prisioneros escogidos para evitar soflamas a favor del yihadismo. Hay una cierta "domesticación" en su presencia delante de las cámaras que, como apuntábamos, puede estar provocada por el miedo a las consecuencias. A veces la directora confronta las afirmaciones de algunos de ellos con imágenes de arengas grabadas en video sobre montículos de cadáveres. Rojek nos coloca delante de los rostros de quienes están convencidos de la justicia de su lucha contra los no creyentes, representada en una idea del paraíso como lugar de descanso, al que solo se puede llegar provocando el infierno en esta vida.
LATITUDES
Aunque también podría haber formado parte de nuestra crónica dedicada a la representación de la familia (Visions du Réel Parte 4), la película Things I could never tell my mother (Humaira Bilkis, 2022) establece una conexión directa con la dependencia de las creencias religiosas a través de la relación entre la directora y su madre, una mujer bangladesí que sufrió un cambio radical cuando realizó una peregrinación a la Meca. Antes poetisa emancipada, el viaje convirtió a Khaleda Bilkis en una devota religiosa siempre temerosa de las consecuencias que sus acciones en la vida pudieran tener en su destino espiritual. Cuando Humaira Bilkis lee algunos de los poemas que escribía su madre, que reivindicaban la libertad de pensamiento, no puede reconocer a la persona que ahora habita la casa, obsesionada con las oraciones y molesta con la dedicación de su hija al cine, a pesar de que ella fue artista años atrás. La educación de Humaira estuvo marcada por actos de rebeldía contra los convencionalismos, como el hecho de recibir el apellido de su madre, Bilkis, en contra de la tradición que marcaba que los hijos debían recibir el apellido de su padre. Éste, también con profundas convicciones religiosas, adopta sin embargo una posición de equilibrio, una especie de intermediación entre el radicalismo de la madre y la independencia de la hija. El título original, Bilkis ebong Bilkis (Bilkis y Bilkis) parece una celebración de esa emancipación que le transmitió su madre. El conflicto se agrava cuando Humaira pretende tomar como esposo a un hindú, una relación que solo podría ser aceptada en el caso de que él se convirtiera al Islam, lo que complica la relación entre Humaira y su prometido, cuya evolución se muestra principalmente a través de los mensajes de texto que se envían.
El vínculo entre madre e hija se tensa cuando llega el confinamiento provocado por el coronavirus, lo que obliga a la convivencia familiar, mientras la directora graba y edita el documental en su propia habitación. Las creencias religiosas son también un caldo de cultivo para la actitud temeraria de sus padres, que se niegan a llevar mascarilla a pesar de ser vulnerables (el padre padece cirrosis y asma), pretendiendo que el virus solo afecta a los no creyentes. El documental es un retrato familiar que surge del conflicto, hay poca narración y se sostiene en las continuas discusiones entre la directora y su madre, y cabe la duda de si algunas de ellas tienen su origen en una cierta provocación por parte de Humaira Bilkis. Pero el conjunto ofrece una visión muy clara de las consecuencias de la radicalización religiosa, incluso a pesar de que la madre reprocha, pero en última instancia acepta, a su hija grabando continuamente, siendo practicante de la religión musulmana que no acepta la representación de las imágenes, especialmente en el caso de las mujeres. Como en A holy family (Elvis Lu, 2022), hay una reflexión sobre la llegada de la muerte y sobre la ausencia física de los referentes paternos, especialmente cuando el padre, Abdul Mannan Miah, a quien está dedicada la película, empeora de salud. El documental Things I could never tell my mother queda por tanto como un conmovedor retrato que extrae del conflicto la fortaleza de las relaciones familiares.
No place for you in our town (Nikolay Stefanov, 2022) es la primera co-producción de HBO Max en Bulgaria, y tiene previsto su estreno en la plataforma para el próximo otoño. Previamente, se ha podido ver en CPH:DOX y ahora en la programación de Visions du Réel, en el que parece el comienzo de una trayectoria fructífera. Sin embargo, es el primer proyecto de su director, que regresó a su ciudad natal de Pernik en Bulgaria para abordar historias relacionadas con un entorno que en el país es conocido por su agresividad y machismo, especialmente entre los hooligans del equipo de fútbol local, el FC Mynor, que juega en segunda división. La ciudad de Pernik, al oeste de Bulgaria, es un pueblo minero que se empobreció después de la desintegración de la Unión Soviética, y los descendientes de aquellos trabajadores realizan ahora labores en la clandestinidad, trabajos mal pagados cuyos sueldos se gastan principalmente en cerveza. Entre ellos se encuentra Testso, un tipo con querencias nazis, que forma parte de los hooligans y establece una especie de agresividad comunal intimidatoria, pero que en las distancias cortas se muestra vulnerable e incluso emocional, cuando recuerda una infancia marcada por el maltrato de su padre. Este crecimiento en la cultura de la violencia de alguna forma ha moldeado una personalidad que solo sabe utilizar esta violencia para resolver los conflictos.
La ventaja con la que cuenta Nikolay Stefanov es la de haber crecido en ese ambiente y conocer a muchos de aquellos a los que entrevista. Practica por tanto una especie de labor de infiltrado en el grupo de hooligans, que permite una transparencia de sus accciones que resulta fundamental para el buen seguimiento de la historia. Hay también un intento de eliminar etiquetas, de mostrar la realidad con sus complejidades, de enseñar la otra cara de una ciudad y de unos aficionados al fútbol entre los que también hay comportamientos normales. El decrecimiento de los seguidores del FC Mynor, que antes llegaban a 20.000 personas y ahora no pasan de 1.000, de alguna manera ha permitido que los hooligans conquisten las gradas. Pero esta cultura dependiente de la violencia, que se manifiesta en las tardes de partido en el estadio local, curiosamente llamado Estadio de la Paz, responde principalmente a una profunda frustración vital. Y también siembra las semillas de un radicalismo que a veces reúne a diferentes convicciones en contra de un enemigo común, ya sean las desigualdades sociales o la insatisfacción con el sistema, una desafección que ha venido utilizando el populismo de extrema derecha para abrirse camino en los parlamentos de los principales países europeos. Las contraculturas también se desintegraron con la descomposición del comunismo y el cierre de las minas y las fábricas, y por tanto las distintas ideologías se han difuminado. Hay poca justificación en las actitudes racistas y machistas que los personajes de este documental (casi no hay presencia femenina) transmiten a sus hijos. Pero al menos el director consigue radiografiar el germen de estos comportamientos.
Reinderspotting. Escape from Santaland se puede ver en Filmin.
Galiston, land of roses se puede ver en dafilms.com
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