13 abril, 2022

Visions du Réel 2022 - Parte 4: Descendencia

En este repaso a las películas incluidas en la programación del Festival Visions du Réel, reflexionamos sobre la representación de la familia, más concretamente la mirada hacia las relaciones de los propios cineastas con sus propios familiares. Este punto de vista personal e íntimo tiene un precedente importante en Santiago (João Moreira Salles, 2007), en el que el director brasileño entrevista a un hombre que había sido mayordomo de su familia desde los años 50. Sea una representación de la propia familia o adoptando un punto de vista externo, estas películas reflexionan sobre las relaciones familiares para abordar otras problemáticas que tienen una dimensión más universal. 

COMPETICIÓN INTERNACIONAL DE LARGOMETRAJES

La realizadora Vida Dena (Irán, 1984) amplió sus estudios en Suecia y obtuvo un Master de Cine en Gante, cerca de Bruselas, donde actualmente vive y desarrolla su trabajo. Su primer largometraje, Ma vie en papier (Vida Dena, 2022) se centra en la familia de Naseem Alabdallah, un refugiado sirio al que la directora conoció en un taller de dibujo. Naseem vive con su mujer y sus cuatro hijos en Bruselas, pero desde el principio el documental establece la estructura familiar. Mientras él y sus hijos varones ven la televisión, sus hijas Hala y Rima están en la cocina fregando los platos y limpiando. Ellas son las protagonistas de la película, dos adolescentes que tienen recuerdos de la guerra, de la emigración y de la vida en una sociedad diferente que, dentro del entorno familiar, sin embargo, no ha cambiado. La directora establece un diálogo con las dos jóvenes sobre su memoria, su nueva vida y sus aspiraciones de futuro, mezclado con fragmentos de animación en las que se utilizan los dibujos que ha realizado la familia para contar su propia historia. Desde una vida relativamente tranquila, con olor a kibbe, a zoolbia y a té recién preparado, hasta el comienzo de una guerra que ellas nunca han entendido. Un conflicto en el que Irán, el país de origen de la directora, se convirtió en un apoyo fundamental para Bashar Al Asad. Tras un intento de huir a Europa por mar al comienzo del conflicto, frustrado en España, finalmente la familia Alabdallah consigue cruzar la frontera de Siria por tierra. 


El pequeño apartamento, claramente insuficiente para una familia con cuatro hijos, es el escenario casi único de la película, lo que acaba transmitiendo cierta sensación claustrofóbica, pero también centra el punto de vista en las dos protagonistas. Los hijos de Naseem van a la escuela y ya hablan francés con fluidez, y tanto Hala como Rima tienen aspiraciones de seguir estudiando y tener profesiones estables. Pero la tradición parece tener más fuerza, sobre todo en esta última, que toma la decisión de casarse con el primo de su madre, al que solo ha conocido hace dos semanas. No es una imposición familiar, aunque se intuye que la madre ha podido influir en esta determinación, mientras que Naseem adopta una posición más equilibrada, aceptando la elección que ha hecho su hija. Se trata por tanto de una admisión de las costumbres familiares no específicamente impuesta por los padres, que choca con las intenciones de Rima al comienzo de la película, cuando manifestaba su propósito de continuar sus estudios y aspirar a un trabajo. La última parte Ma vie en papier se centra en los preparativos de esta boda precipitada, y la propia directora muestra cierta decepción por esta decisión en sus diálogos con Rima. De alguna forma, igual que la guerra rompió la vida de la familia Alabdallah, el matrimonio rompe las aspiraciones de la joven adolescente, aunque es ella la que ha elegido seguir este camino. Centrada principalmente en la historia de Rima en la parte final del documental, se siente incompleta el perfil de su hermana Hala, que no vuelve a aparecer de forma central. La película es una crónica del difícil equilibrio entre la tradición y las esperanzas de una vida más independiente, pero en un entorno que no se manifiesta como opresivo. Es un trabajo interesante que adquiere especial énfasis estético gracias a la música compuesta e interpretada por Noma Omran, cantante siria afincada en París, que aporta la hermosa sonoridad del tradicional maqâm, característico tono melódico oriental.
 
La complejidad de las relaciones familiares está bien representada en A holy family (Elvis Lu, 2022), que comienza con una llamada telefónica de la madre del director en la que se muestra preocupada por el futuro de la familia. El director regresa al pequeño pueblo de Taiwán del que partió hace 20 años para graduarse en la Universidad Nacional de Artes y dedicarse al cine. Su anterior película, The shepherds (Elvis Lu, 2018), estaba centrada en el trabajo de los pastores de la primera Iglesia dedicada a los cristianos LGBT en Taiwán, el primer país asiático que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo en 2019. La familia de Elvis Lu está formada por su madre, una mujer testaruda que parece estar obsesionada con la muerte, su padre, que pasa el tiempo haciendo apuestas con dinero que pide prestado (es un adicto al juego desde hace años) y su hermano, un hombre que no tiene demasiada suerte con los negocios que emprende. La espiritualidad cumple un papel fundamental en esta familia, aunque el curso de los acontecimientos indica que los dioses no parecen prestarles demasiada atención: "Hermano, ¿crees que los dioses han ayudado alguna vez a nuestra familia?", se pregunta Elvis Lu. "O debería decir, ¿acaso existen los dioses?". Se intuye a lo largo del documental que esta es una de las razones por las que se marchó del hogar, junto a su deseo de dedicarse al cine. Una familia que basa y justifica todo lo que le ocurre en las creencias religiosas, aunque éstas no parecen dar sus frutos. 


Pero A holy family funciona no solo como retrato lúcido de la familia, sino como un viaje de reencuentro del director consigo mismo, una exorcización de los demonios sobre la soledad y el egoísmo que parecen haberle acompañado. La película transmite con delicadeza las diferentes relaciones familiares, con la madre siempre activa, la que aglutina al hogar pero también la que lo colapsa en ocasiones, la presencia de un padre que está habitualmente ausente en su presencia y, sobre todo, la relación entre los dos hermanos, el que decidió partir y el que tomó la decisión de quedarse, el que parece haber conseguido el éxito profesional y el que lucha todavía por lograrlo. Para los hijos que han salido del hogar para llevar una vida independiente, las sensaciones que les transmiten los padres, especialmente en entornos menos favorecidos, son a veces malinterpretadas. Al principio de la película, Elvis Lu recibe la llamada de su madre con cierto fastidio, pensando que de nuevo se trata de una solicitud de dinero para ayudar a la familia. Pero hay una sutil gradación en el desarrollo de la relación entre madre e hijo, en la forma en que éste va asumiendo que él también tiene cuentas pendientes con su madre, en la necesidad de devolverle a ella algunos momentos de vida.  

En My old man (Steven Vit, 2022), el director se centra principalmente en la figura de su padre en una etapa complicada de su vida cuando, después de 43 años trabajando para la empresa Schleuniger, dedicada al procesamiento de cables para la industria automotriz, está a punto de jubilarse. Desde que comenzara a trabajar en 1976, ha supervisado las fábricas en los mercados orientales y esto ha supuesto una constante ausencia del hogar familiar, viajes continuos que tenían breves intermedios en los que ejercía la paternidad con dedicación. Rudy ha aportado a su familia una buena posición económica, pero también ha sido en buena medida un desconocido para sus hijos, por lo que Steven Vit (1990, Suiza) decide acompañarle en su última misión en la empresa, viajando a Shanghai y Japón para participar en adquisiciones de material. Pero la percepción del trabajo de su padre era diferente a la realidad: "Me imaginaba que su trabajo era más glamuroso", dice el director después de su último viaje. La segunda parte del documental se detiene en el retiro, la readaptación a un hogar que Rudy ha construido pero del que ha participado poco, pero es también una nueva realidad para la madre, Käthi, que se había acostumbrado a esa independencia que le permitían las ausencia de su marido, a tener el control de la vida familiar, que ahora debe compartir de forma habitual. 


En este sentido, My old man es una aproximación inteligente a una etapa compleja en la etapa laboral de un hombre que se podría calificar como workalcoholic, cuya última parada teóricamente supone una nueva forma de disfrutar la vida, pero en realidad es una transformación difícil que afecta a la propia convivencia. Käthi recibe, pero también se resigna, a las consecuencias de esta situación, el sarcasmo y la ironía que despliega su marido como formas de enfrentarse a un futuro inesperado que nace, sobre todo, de un profundo miedo a afrontar el paso del tiempo, la cercanía de una vejez que acabará tomando posesión de su entorno y de su vida. La jubilación se convierte en una especie de retiro forzoso que, por otro lado, manifiesta claramente la dependencia del trabajo, pero también la conciencia de la finitud, del camino lento hacia el destino. A pesar de este difícil proceso, de esa especie de máscara de protección emocional, Rudy acaba siendo generoso en la representación de sus miedos, en algunos momentos delicados como el visionado de antiguas grabaciones caseras o en la celebración del cumpleaños de Käthi. Hay una reflexión interesante sobre una sociedad enfocada al trabajo en este retrato particular de un retiro difícil. 

NATIONAL COMPETITION

Si en A holy family se hablaba del regreso familiar, en Le film de mon père (Jules Guarneri, 2022) también hay una vuelta al hogar por parte del hijo que decidió tomar el camino de la independencia profesional y vital. Pero, como el propio título indica, se trata de una película del padre, es decir, surge de una propuesta personal de Jean, que decidió un día comprarse una cámara y grabarse a sí mismo para darle a su hijo el suficiente material para que pudiera rodar su primera película. En una escena eliminada del montaje final, pero que aparece en el trailer, Jean le pregunta a su hijo si ha hecho alguna película, y éste le responde que ha grabado documentales sobre esquiadores. Pero la figura del padre, lo que realmente aporta entidad a la película, es muy particular y en cierta medida ejerce un control, más simpático que opresivo, en la vida de sus hijos. Él mismo se define como un hombre que nunca ha trabajado. Se casó con el amor de su vida, Christabel, la heredera de una fortuna familiar y ha vivido siempre en los terrenos familiares llamados La Belle Poulle, donde se encuentran también las casas de Iwa y Oskar, dos hijos adoptados originarios de Colombia. Durante el rodaje del documental se construye un tercer chalet para Jules, el director, aunque éste tomó hace años la decisión de no vivir junto a su familia. De nuevo, es la historia del hijo que abandona el nido frente a los hijos que se quedan pero que su padre redefine con inteligencia: "Eres el único que se fue, pero has regresado para hacer esta película. Por tanto, eres el que tiene una conexión más estrecha con la familia". 


Mientras Iwa parece mantener una cierta independencia, Oskar es más dependiente del padre, que en ocasiones tiene que asumir algunos de los pagos que su trabajo no le permite afrontar. Jean incluso llega a elaborar un plan de vida para los próximos veinte años para su hijo, en el que no está la novia nigeriana con la que acaba de iniciar una relación. Le film de mon père consigue establecer una mirada que aporta sentido del humor al retrato de este entono familiar tan particular, en el que ejercen una notable influencia dos mujeres: Pura, la sirvienta latina que prácticamente ha educado a los hijos, y Christobel, la madre ausente que murió hace años, pero que está muy presente en la casa, bien sea a través de los retratos colgados en las paredes o de una cierta presencia fantasmal que Jean siente de forma constante. Hay también cierta espiritualidad en las relaciones familiares, y el propio Oskar es conocido en el pueblo por su capacidad para conectar con los espíritus. Pero sobre todo hay un interesante diálogo entre padre e hijo que se establece a través de la imagen (las grabaciones algo amateurs del padre frente a las que realiza su hijo) y a través del contraste entre las palabras de Jean y los comentarios irónicos que hace Jules Guarneri (1994, Suiza) como narrador. Le film de mon père adopta de esta forma la consideración de reflejo de una cierta toxicidad parental, que sin embargo es incorporada con una mirada en cierta manera paródica que diluye su presión. 

BURNING LIGHTS

En su último documental, Getting old stinks (Peter Entell, 2022), el veterano realizador suizo nacido en Estados Unidos se acerca también a la figura de su padre, al que ha grabado durante los últimos quince años, cumpliendo los deseos de éste de hacer una película sobre la vejez. Pero, mientras las imágenes se centran en su padre, el realizador utiliza como narración un diálogo con su madre, fallecida hace años debido a una hemorragia interna que los médicos no supieron detectar, lo que le permite mirar el presente desde los ojos del pasado, estableciendo así un relato vital de su familia. Su padre, Max Entel, nació en Kiev en 1912, pero emigró con su familia a los Estados Unidos en 1914 cuando tenía solo dos años, poco antes del comienzo de la Revolución de 1917 por la independencia de Ucrania. Peter Entell (1952, Nueva York) ha presentado en Visions du Réel algunos de sus trabajos más destacados como A home far away (2012), Like dew in the sun (2016) y Sisters (2018), algunos de los cuales también son retratos familiares, que provienen de su propia experiencia o de visiones periféricas de otros entornos. Ahora compone una mirada hacia el envejecimiento que es más desesperanzada que la que tiene su propio padre, un simpático anciano que vive en una residencia, y que recita aún a sus 91 años poemas que permanecen en su memoria. 

Personalmente, tengo algunos problemas con las películas que se centran en el declive físico de las personas, porque eliminan cierto grado de dignidad a la senilidad o a la enfermedad. La decisión de Peter Entell de mostrar los últimos quince años de vida de su padre es por tanto debatible, pero al menos aporta cierta celebración de la vida, especialmente en las reuniones familiares entre el director, siempre cámara en mano, y sus hermanos cuando celebran un año más de vida de su padre. Pero esta vitalidad proviene más del protagonista, que quería titular a la película It's fun to be old (envejecer es divertido) y que finalmente acabó titulándose Getting old stinks (envejecer apesta).  

El regreso al hogar está representado en A long journey home (Wency Zhang, 2022), a través de la relación entre la joven directora y su familia, aunque la definición de hogar como un espacio de convivencia y tranquilidad no parece especialmente adecuado en este caso. Wency Zhang (1992, China) se graduó en la School of the Art Institute of Chicago, donde dirigió el cortometraje experimental 2069, A letter from Huami (Wency Zhang, Yue Huang, 2020) y en este "largo viaje a casa" se encuentra con una relación tóxica entre su padre y su madre, que viven junto a los padres de ésta. Aunque gozan de una buena posición económica, hay una brecha emocional importante que ha provocado que la convivencia sea tolerable hasta cierto punto, rota por continuas discusiones sobre las cuestiones más insignificantes. El padre parece haber caído en una especie de crisis desde que tuvo problemas en su trabajo, mientras que la madre ejerce una cierta dominación que la lleva incluso a maltratar físicamente a su marido, al que considera un holgazán. Mientras él se refugia en las cartas que enviaba a su esposa cuando trabajaba fuera de la ciudad, que están marcadas por cierto romanticismo, ella tiene una posición más pragmática, pero al mismo tiempo es la que intenta ejercer mayor control sobre la vida de su hija, que tiene previsto trasladarse a Shanghai. 


Wenqian Zhang toma una decisión técnica que juega a favor de la representación honesta de su familia, pero que en algunos casos provoca una excesiva rigidez en la propuesta visual. En vez de tomar la cámara y grabar desde su propio punto de vista, como en otros casos, coloca la cámara en un lugar concreto y la deja grabando de forma continua. La película se compone por tanto de largos planos estáticos que se asemejan a los de una cámara de vigilancia (incluso los pocos movimientos se hacen en forma de paneos) que benefician a la visión realista porque los protagonistas no parecen tener conciencia de estar siendo filmados. Esta invisibilidad de la cámara descubre el interior de la tensión constante que hay en la casa, que acaba en discusiones (algunas de ellas fuera de campo) durante una comida, en una de las habitaciones o en los pasillos. Hay una separación emocional evidente que sin embargo en ningún momento se plantea como una posible separación real. Las conversaciones entre la directora/hija y su madre reflejan otra brecha importante entre dos generaciones que tienen formas muy diferentes de afrontar su vida. La madre reprocha a su hija que tenga novio pero sin ninguna intención de casarse (hay razones evidentes en su propia familia para entender esta negación del matrimonio) y también que prefiera alquilar antes que comprar un piso en Shanghai. Son dos conceptos distintos que reflejan, y es uno de los aspectos más interesantes del documental, la brecha generacional en China, entre unos padres influidos por la idea tradicional de la familia y unos hijos que afrontan otro tipo de realidad personal. A long journey home nos recuerda, en la relación entre padres e hijos y la toxicidad del entorno familiar, a la extraordinaria Les enfants terribles (Ahmet Necdet Çupir, 2021), ganadora del Premio Especial del Jurado en Visions du Réel 2021, pero tiene mucha menos contundencia y queda lastrada por la rigidez de su propuesta técnica, alargada hasta unas dos horas que son innecesarias. 

También hay un regreso al hogar familiar, aunque sea momentáneo, en el documental español Los saldos (Raúl Capdevila Murillo, 2022) cuando el director decide volver a casa para ayudar en las labores diarias a su padre, José Ramón Capdevila, uno de los últimos supervivientes de una pequeña granja ganadera en la localidad aragonesa de Binéfar (Huesca), que viene sufriendo la crisis provocada por los permisos municipales para el asentamiento de macrogranjas. De hecho, su jubilación supondrá también el cierre de su negocio, con sus hijos dedicados a otros trabajos como el de cineasta. Raúl Capdevila Murillo adopta un tono de western desde los títulos de crédito del inicio, una mirada irónica que establece un paralelismo con un estilo de vida ligado a la tierra que está en absoluta decadencia. Los saldos es por tanto una especie de documental-western crepuscular en el que no hay victoria, sino solo una derrota que viene desarrollándose a lo largo de los años, pero que se intensifica a partir de la llegada a la localidad de Binéfar en 2019 de una macroinstalación ganadera propiedad del Grupo Litera Meat, una planta que ha tenido recientemente conflictos laborales debido a los turnos de trabajo de hasta once horas diarias.  


Pero la presencia de las macrogranjas en el documental está presente siempre en segundo plano, como una especie de amenaza en la sombra que solo escuchamos a través de las noticias de la radio ficcionadas y de las declaraciones de los políticos. El interés del director se detiene más en el trabajo casi en solitario que desarrolla su padre, entre las plantaciones y el cuidado de la ganadería, en sus reuniones con otros ganaderos para incorporar un depósito de agua y la convivencia con su madre y su esposa. Es el retrato de un estilo de vida que parece una mirada al pasado, lo que se expresa de forma clara a través del excelente trabajo de fotografía de Gerard Aparicio, que otorga una textura otoñal, que saca partido de los tonos ocres y de una cierta oscuridad gradual que acompaña al trabajo de José Ramón. Hay sin embargo algunas decisiones que pueden ser dudosas, como un tramo final que tiene un evidente significado como paralelismo con el deceso de esta forma de vida tradicional, pero que no es necesario como no lo es en otros documentales recientes como Vaca (Andrea Arnold, 2021). Porque de hecho, a lo largo de Los saldos funciona mejor lo implícito que lo explícito, lo que se sugiere que lo que se muestra, aunque finalmente Raúl Capdevila Murillo toma la decisión de sacrificar la sutileza en favor del impacto emocional. 

COMPETICIÓN INTERNACIONAL DE CORTOMETRAJES Y MEDIOMETRAJES

Otra de las propuestas españolas que se incluyen en la programación a competición del festival Visions du Réel es el mediometraje Puerperio (Pili Álvarez, 2022), cuyo título hace referencia a la etapa intermedia entre el parto y el momento en el que el cuerpo de la madre regresa a su estado normal. La directora establece, a partir de fragmentos de los paseos con su hija recién nacida, una reflexión sobre la maternidad y la idea preconcebida que se tiene sobre ésta. Estas preconcepciones obvian los momentos de tedio y de frustración para elaborar una imagen exclusivamente positiva sobre la maternidad. Pero también existe un cierto paternalismo, incluidas algunas recomendaciones polémicas como la que la Organización Mundial de la Salud hizo hace unos años sobre la necesidad de la lactancia materna al menos durante seis meses, lo que a veces implica mastitis (inflamación del tejido mamario). La directora extrae también el arraigo tradicional de esta idea de que una madre no parece tener derecho a quejarse a través de la cinta, una planta medicinal que es llamada popularmente "mala madre" porque cuando los pequeños brotes que crecen al borde de sus hojas llegan a cierto tamaño, caen al suelo para crecer de forma independiente.


En su concepción formal, la directora opta por sustituir la narración tradicional por un diseño de sonido creativo que utiliza las interacciones de la madre con su bebé para elaborar una especie de acercamiento experimental a la experiencia de la maternidad, siempre con una mirada crítica hacia la unidimensional representación que la sociedad (y el propio discurso externo que hacen las madres) ofrecen de ésta. Es un interesante planteamiento que quizás no necesitaba 43 minutos para desarrollarse, pero que aporta una forma creativa e inteligente de abordar la vivencia maternal. 



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