La infancia es la etapa fundamental en el crecimiento físico y psicológico de las personas. Nuestra mirada en esta crónica del festival Visions du Réel está dedicada a documentales que abordan esta fase de crecimiento, pero en circunstancias que provocan traumas en los niños. En los últimos meses estamos viendo en primera página la forma en que una guerra y el desplazamiento provocado por ella puede afectar a los más jóvenes. Las catástrofes naturales, la violencia, las enfermedades o la guerra afectan a la psique de forma contundente. Un estudio de la Universidad Técnica de Munich realizado en 2015 en el centro de recepción de refugiados de Bavaria, señalaba que un 22% de los niños refugiados procedentes de Siria sufrían estrés postraumático y que el 16% tenía trastornos de adaptación. Es decir, un 38% había desarrollado enfermedades mentales. Esta realidad la veíamos en el documental Éclaireuses (Lydie Wisshaupt-Claudel, 2022), sobre una escuela infantil de Bruselas dedicada a la adaptación de niños sirios antes de incorporarse al sistema educativo convencional. Los protagonistas de las duras historias que comentamos en esta crónica son niños, pero sobre todo, niñas, obligadas a crecer demasiado deprisa, mostradas en películas sobresalientes.
GRAND ANGLE
Children of the mist (Hà Lệ Diễm, 2021) fue una de las vencedoras del pasado Festival IDFA, donde consiguió el Premio a la Mejor Dirección, mientras que en Visions du Réel ha obtenido el Premio al Mejor Documental Humanista, y acaba de conseguir el Premio Aldeas Infantiles del festival DOK.fest, que se celebra en formato híbrido, del 4 al 15 de mayo presencial y del 9 al 22 de mayo online. La protagonista, Má Thị Di, una joven de solo 12 años, afirma al final de la película: "Me gustaría volver a ser niña", sin tener una conciencia clara de que ella es, todavía, una niña. Pero en una aldea rural al Norte de Vietnam, las mujeres se quedan embarazadas antes de llegar a la adolescencia, a pesar de que la ley vietnamita estipula que los hombres deben tener al menos 20 años y las mujeres 18 años para poder casarse. Sin embargo, la tradición en la comunidad Miao, una de las nacionalidades reconocidas de forma oficial por China, donde habitan junto a otros países como Vietnam, choca directamente con la ley. En las zonas rurales es todavía habitual llevar a cabo el denominado "secuestro de novias", que consiste en que un joven rapte a la niña con la que se quiere casar durante las festividades del Año Lunar, una práctica que aún se produce en numerosas comunidades de tipo patriarcal en países como Kirguistán, Kazajistán o Georgia. Ya veíamos como en el documental armenio 5 dreamers and a horse (Aren Malakyan, Vahagn Khachatryan, 2022) un anciano recomienda, más en serio que en broma, a un joven granjero que busca esposa que, simplemente, secuestre a la mujer que quiera.
Esta práctica está tan enraizada en la tradición popular de la comunidad Miao que la directora nos muestra a los niños y niñas jugando con inocencia a secuestrarse. Pero la realidad es muy diferente, cuando Di es raptada por el joven Vang con la intención de tomarla en matrimonio. A partir de ese momento Children of the mist se convierte en un relato que provoca impotencia y desasosiego. Porque Di, que no tiene intención de aceptar el matrimonio, es empujada por las dos familias a un destino impredecible, aun cuando su madre la ha advertido en numerosas ocasiones de que se mantenga alejada de los chicos hasta que crezca. El alcoholismo es otra de las problemáticas presentes en una comunidad en la que los hombres, y especialmente en el caso del padre de Di, están borrachos casi todo el tiempo, y las mujeres sufren el maltrato doméstico como una práctica habitual. A pesar de la intervención de las profesoras de la escuela, que recuerdan a las familias que el matrimonio entre Di y Vang supondría castigos para los padres, éstas no parecen aceptar la negación de esta forma tradicional de enlace matrimonial. Sobre todo porque, para los padres de la niña supone la aceptación de una dote en forma de dinero y comida que resulta demasiado tentadora.
Lo que se traduce en esta comunidad patriarcal, sin embargo, es una aceptación resignada de las mujeres, que se manifiesta en una resistencia poco contundente, y en ocasiones contradictoria. La madre de Di sufrió un secuestro por parte de su marido cuando ella estaba enamorada de otro joven (que terminó suicidándose) y enseña a su hija que no acepte una vida de maltratos y borracheras como la que ella tiene. Pero por otro lado apenas defiende su intención de esconderse en la escuela para huir de la obligación del matrimonio: "No debes confiar en tus profesores. Ellos solo quieren que acabes la escuela y no piensan en tu futuro", afirma. La propia Di parece mantener una resistencia mezclada con cierta actitud de divertimento cuando habla con sus amigas. Hasta que en una escena desgarradora, la propia directora no puede evitar traicionar su posición como narradora objetiva, para intervenir. En realidad, hay una complicidad entre Di y Hà Lệ Diễm (1991, Vietnam), que se muestra en conversaciones a cámara, como cuando la directora le expresa su decepción porque se está tomando el tema del secuestro "como si fuera un juego". Children of the mist es una extraordinaria película sobre las tradiciones y la opresión patriarcal, que también trata de comprender (o hacernos comprender) al secuestrador. Vang, en realidad, es otra víctima de una mentalidad machista: "Soy solo un niño. No sé por qué la he secuestrado", le dice a la directora. El destino de Di parece inevitable y, en posteriores entrevistas, Hà Lệ Diễm ha comentado que finalmente pudo seguir estudiando en la escuela y consiguió graduarse para empezar a estudiar en la Universidad, pero se enamoró de un joven y quedó embarazada, lo que finalmente interrumpió su carrera como estudiante.
Otro de los documentales más premiados este año es A house made of splinters (Simon Lereng Wilmont, 2022), que logró el Premio al Mejor Director en Sundance, Mejor Documental Nórdico en Gotemburgo, Mejor Documental en Tesalónica y el Premio Politiken:Dox en CPH:DOX. Las razones de esta contundente victoria en los principales festivales de documentales de esta temporada es evidente, porque se trata de otra de esas películas que habla sobre la infancia rota en el contexto de un país que también está roto como es Ucrania, aunque la historia se desarrolla antes del comienzo de la invasión rusa. De hecho, el director Simon Lereng Wilmont (1975, Dinamarca) ha abordado en otras ocasiones el drama de las zonas desfavorecidas de Ucrania: en la también multipremiada The distant barking of the dogs (La guerra de Oleg) (2017) se centraba en un niño de diez años que habitaba la aldea de Hnutove, cerca del frente de Donbass, cuya historia siguió contando en el mediometraje Oleg og krigen (2018). La anterior película se ha proyectado online en los últimos meses para obtener una recaudación destinada a la organización Voices of the Children, y su protagonista fue evacuado a una zona más segura de Ucrania tras el comienzo de la guerra, en un trabajo de colaboración entre Simon Lereng Wilmont y la productora Monica Hellström, quien recientemente consiguió un importante éxito con las tres nominaciones al Oscar de la película Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021).
A house made of splinters es, de hecho, una perfecta crónica de las consecuencias de las rupturas familiares, a veces provocadas por los conflictos armados que permanecen ausentes de la película, pero cuya sombra siempre se cierne sobre los protagonistas. En Lysychansk, una ciudad ucraniana del sudeste de la que hemos visto en los informativos imágenes de edificios destrozados por los cohetes rusos, un condominio da cobijo a una especie de refugio que trata de buscar familias adoptivas para niños huérfanos o que los servicios sociales han arrebatado a sus padres, consecuencia de la violencia doméstica o del alcoholismo. El Centro para la Rehabilitación Social y Psicológica de Niños es un paso intermedio que, por alguna razón que no se indica claramente, intenta evitar que los niños acaben en un orfanato público, lugares donde quizás su destino acabe ligado a las pandillas y las drogas. El director adopta el punto de vista de los niños (apenas hay una presencia importante de los adultos, aunque vemos las conversaciones telefónicas de los responsables en su búsqueda de nuevas familias), y tiene como principales protagonistas a cuatro niños y niñas: Sasha, Eva, Kolya y Alina, al margen de sus interacciones con otros jóvenes que pasan por el centro. Hay un cierto contraste entre el pesimismo que manifiestan las cuidadoras, que se refieren a la dificultad de salvar a estos niños, e incluso a la posibilidad de que algunos se conviertan en padres maltratadores, y la armonía en la que viven dentro del refugio los más pequeños, una especie de mundo ideal de juegos y camaradería que sin embargo tiene fecha de caducidad (la permanencia no puede sobrepasar los nueve meses, que parece una irónica referencia a un posible renacimiento para ellos). Pero, al adoptar el punto de vista de los niños, el director ofrece una mirada más optimista, que igualmente expresa la difícil realidad en la que viven.
Eva casi ha alcanzado el tiempo límite de permanencia en el centro, a la espera de que su abuela finalmente decida hacerse cargo de ella, puesto que es difícil sacar a su madre del alcoholismo. La única esperanza para Sasha sería conseguir una familia adoptiva, mientras que Kolya es el mayor de todos, casi un adolescente, que ha alcanzado una edad en la que ya no puede seguir estando en el centro. Es una de las historias más emocionantes, un joven rebelde que poco a poco asume su papel como responsable de los más pequeños, pero cuyo destino parece menos optimista que el de sus compañeros. Entre juegos, dibujos y música, esta "casa hecha con astillas" muestra la fragilidad de la infancia cuando se enfrenta a situaciones extremas de falta de apoyo familiar. La cámara está siempre atenta a los gestos y las miradas, esas miradas tan expresivas, de los niños cuando un amigo se tiene que marchar o cuando una de las cuidadoras les explica circunstancias que nunca deberían explicarse a un niño, sobre un futuro igual de frágil. Es fundamental en esta descripción la emocionante partitura de Umo Helmersson (1977, Suecia), uno de los compositores más destacados del panorama nórdico, responsable de las bandas sonoras de destacados documentales como La pintora y el ladrón (Benjamin Ree, 2020) y Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021). Es un trabajo musical que refuerza la delicadeza de la mirada del director hacia la infancia, pero que también se ausenta en los momentos decisivos como cuando sentimos el silencio de las habitaciones de los niños que ya no están. Los ataques rusos posteriores destruyeron buena parte de la ciudad de Lysychansk, por lo que el gobierno ucraniano evacuó a buena parte de los niños a la zona Oeste del país, más segura, donde permanecen, ahora sí, azotados por una guerra en primera persona.
La directora Jenifer Malmqvist (1977, Suecia) realizó hace unos años el desgarrador cortometraje documental On suffocation (Jenifer Malmqvist, 2013), que mostraba durante siete minutos, sin diálogos, la preparación de la ejecución de dos hombres homosexuales en Irán. Es uno de sus trabajos de mayor repercusión internacional, pero su carrera como directora se consolida ahora con Daughters (Jenifer Malmqvist, 2022), que es su primer largometraje, y que comenzó a rodar haca diez años, cuando conoció a tres hermanas en 2011. Sofia tenía ocho años, Maja tenía dieciséis y Hedvig cumplía diez años el mismo dia que su madre decidió quitarse la vida. Durante un año entero, Jenifer Malmqvist se limitó a hablar con ellas hasta que comenzó a filmar en 2012, imágenes que se mezclan con las tres hermanas reunidas en 2021, que por primera vez comparten algunas de sus reflexiones sobre la muerte de su madre. La mayor parte de su juventud han vivido separadas, y la más pequeña, Sofia, solo ha sabido hace unos meses que su madre padecía trastorno bipolar. La directora mezcla las conversaciones de las tres hermanas jóvenes con las imágenes grabadas en la casa flotante de su padre hace diez años, elaborando una reflexión sobre el paso del tiempo y el proceso de duelo, diferente para cada una de ellas. "Yo ni siquiera estaba triste entonces", dice Sofia. "Solo era una niña". Hay un diálogo entre pasado y presente que aborda con delicadeza los recuerdos y la imagen de una madre que, para sus hijas, nunca parecía mostrar las huellas de su enfermedad. Pero de alguna forma, recordando, las hermanas mayores Hedvig y Maja, descubren pistas en pequeños detalles de su relación con la madre.
Hay una cierta negación de la enfermedad al principio del documental, especialmente en Maja, la que pasó más tiempo con su madre, cuando menciona que ella era una persona alegre, que siempre tuvo buena relación con sus hijas, pero poco a poco se hace referencia a las etapas depresivas de Carolina, la madre, y las veces que tuvo que ser hospitalizada. Aunque es inevitable que afloren sentimientos de dolor y tristeza, Jenifer Malmqvist evita abusar de ellos, dejando que la conversación aflore de forma natural, especialmente en el momento actual, mientras que en las grabaciones realizadas a las hermanas un año después de la muerte de su madre las niñas están claramente respondiendo a preguntas. Pero esta diferencia también contribuye a marcar el paso del tiempo, con una mayor conciencia del sentimiento de duelo en la actualidad. De alguna forma, la directora contribuye a desdramatizar gracias a los insertos de las hermanas realizando aquellas actividades en las que han encontrado consuelo: bien sea a través de la música en el caso de Sofia, o cuidando de caballos en el de Hedvig... Pero el trauma que sufrieron en su infancia y adolescencia aún permanece de forma evidente. Hedvig se niega a entrar en detalles sobre el día de la muerte de su madre, Sofia ha encontrado ayuda externa para solventar sus ataques de pánico, mientras que Maja, la mayor, que fue quien encontró a su madre, parece haber creado una especie de muro emocional que posiblemente deba resolver en algún momento. Cuando habla con su mejor amiga sobre su madre, es la amiga la que se derrumba emocionalmente. Daughters es por tanto un documental que habla del trauma y de cómo afrontarlo a lo largo del tiempo, aunque las heridas sean difíciles de cicatrizar.
COMPETICIÓN CORTOMETRAJES Y MEDIOMETRAJES
En el cortometraje Primer paquete para Honduras (Jakob Krese, 2022), una coproducción entre México y Alemania, la mirada se coloca en el punto de vista de una madre que inicia el viaje desde su país hasta los Estados Unidos. La protagonista, Dinora, formó parte de una caravana de inmigrantes junto a sus hijos pequeños y ha acabado en un centro de recepción en Washington, donde ha conseguido una cierta estabilidad solo frustrada por la tobillera GPS que le recuerda constantemente que su proceso de acogida en el país puede acabar en cualquier momento con su expulsión. Mientras, su hijo Walter comienza a estudiar inglés con tutores, aunque su futuro tampoco está del todo claro. El documental tiene dos partes diferenciadas: En la primera, Jakob Krese (1984, Alemania) aborda la caravana de emigración desde los países latinoamericanos hasta los Estados Unidos, que ya había tratado en el cortometraje seleccionado en el IFFR La espera (Jakob Krese, 2020), y posteriormente en su primer largometraje, Lo que queda en el camino (Danilo do Carmo, Jakob Krese, 2021).
La segunda parte se centra en la vida de Dinora en Washington, y en cierto modo reformula el propio concepto del cortometraje a partir del momento en que ella misma se convierte en narradora de su propia historia a través de las redes sociales, donde denuncia que sufre maltratos y abusos desde que vive en Washington. "Esta es la realidad del emigrante", dice Dinora a sus seguidores en las redes sociales. Hay una vuelta de tuerca interesante entre la mirada externa del director y el punto de vista personal de la protagonista, que a partir de ese momento es quien cuenta su propia historia. Hay también una dramática reflexión sobre los futuros posibles de la inmigración desde el momento en que Dinora inicia el viaje desde Honduras para tratar de encontrar una vida mejor, pero acaba introduciendo a sus hijos en un hogar donde la violencia doméstica se sostiene sobre el chantaje de la posible expulsión del país, cuando la actual pareja de Dinora le esconde los papeles con los que ha iniciado el proceso de petición de asilo. Hay un profundo sentimiento de resistencia, pero también una cierta frustración sobre cómo la búsqueda de un futuro mejor se puede convertir en el encuentro de un presente peor.
Más cerca de la adolescencia, Cian Kilbane es el protagonista de Ramboy (Matthias Joulaud, Lucien Roux, 2022), un cortometraje documental producido en Suiza, rodado en Irlanda y dirigido por dos franceses. A lo largo de sus 30 minutos se centra en la vida rural del joven al que su abuelo Martin Calvey enseña el oficio de granjero para que en un futuro próximo se encargue del mantenimiento de las ovejas: el esquilado o el pastoreo, para el que es fundamental un buen entrenamiento de su perro pastor Thomas, un border collie que debe estar atento a las ovejas que se separan del grupo, son algunas de las prácticas que debe aprender. También el muy polémico descornado de las ovejas Cladoir, una raza autóctona de Irlanda dotadas de grandes cuernos que los ganaderos cortan con una sierra por razones de seguridad básicamente. La historia de esta raza de ovejas muy característica del país es tan curiosa que incluso se consideró en extinción durante los años noventa, pero un asesor agrícola jubilado y un granjero de Westport consiguieron reunir varios ejemplares y reintroducir a estas ovejas en Irlanda. Este grupo de regeneración fue adquirido por el Parque Nacional de Connemara en 2019.
Cian y su abuelo viven en la isla de Achill, un paraje idílico que está unido a Irlanda a través de un puente. Es una película que tiene algo de ensoñación, una hermosa aproximación a las viejas tradiciones ganaderas (en la isla ya apenas hay pesca porque la Unión Europea ha apoyado predominantemente el pastoreo) que al mismo tiempo contribuye al mantenimiento de una raza de ovejas autóctonas en vías de desaparición. Cian tiene otras aficiones como jugar al fútbol durante el tiempo libre que le deja el trabajo en la granja, y sueña con estudiar fuera de la isla, pero siempre con la intención de regresar y ocuparse de la granja. Los directores están especialmente interesados en la supervivencia de las prácticas agrarias (su próxima película se centrará en un campesino sordomudo que tiene una relación especial con los animales), y consiguen transmitir con un equipo reducido (el cortometraje se rodó en plena pandemia) esta vida campestre que no está exenta de inestabilidad, pero de la que principalmente ofrecen una mirada etnográfica y una cierta esperanza de futuro.
Flee se puede ver en Movistar+.
La pintora y el ladrón se puede ver en Filmin.
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