Los programadores del festival de Sitges tienen un festival de referencia que parece fuente de inspiración todos los años. Cualquier película de género fantástico que se presente en el Festival de Sundance acabará formando parte de la programación de Sitges, prácticamente sin que exista demasiado criterio de selección. Pero algunas veces encontramos títulos destacados como la producción británica Censor (Prano Bailey-Bond, 2021), que formó parte de la Sección Oficial de Sundance. La historia tiene como trasfondo la década de los años ochenta durante una época de paranoia respecto a la proliferación de películas de terror sangrientas que dio lugar a una política de censura para evitar que las producciones más explícitas pudieran ser distribuidas, especialmente con el auge del VHS y la posibilidad de rebobinar las escenas, bajo la creencia de que la visión de esta violencia sangrienta podría provocar crímenes reales. Eran las denominadas nasty movies, a las que los medios de comunicación reprobaban provocando involuntariamente publicidad gratuita a través de sus artículos. La directora ya situó su aclamado cortometraje Nasty (Prano Bailey-Bond, 2015) en el año 1982, utilizando una estética cercana a aquellas películas.
Hay referencias directas a títulos destacados como Killer: El asesino del taladro (Abel Ferrara, 1979) o Pesadilla mortal (Romano Scavolini, 1981), que la censora Enid Baines (Niamh Algar) visiona para decidir si se pueden distribuir o no, si es necesario cortar determinadas escenas. Hay una cierta paradoja en la descripción de unos censores que se nos presentan hablando con referencias culturales y cinematográficas como Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929), que en su momento también sufrió la censura. Personas con una educación notable que sin embargo se dedican a ver películas de terror sangrientas. Y hay también interesantes paralelismos entre esta fiebre de la represión con las imágenes en un televisor de Margaret Thatcher calificando a los mineros en huelga como una amenaza para la democracia. El planteamiento inicial tiene algunos apuntes que recuerdan al ejercicio cinematográfico de Berberian Sound Studio (Peter Strickland, 2012), en la que Toby Jones interpretaba a un ingeniero de sonido trabajando en una película giallo italiana, pero el desarrollo está más cerca de Videodrome (David Cronenberg, 1983), en el que la ficción se apodera de la realidad a través de un proceso psicológico complejo.
La evolución del personaje hasta los infiernos está representada con gran efectividad por la actriz Niamh Algar, que aporta matices y una cierta fragilidad a Enid, marcada por un pasado traumático relacionado con la desaparición de su hermana pequeña. Pero el interés de la directora por centrarse progresivamente en la protagonista desatiende algunos de los aspectos más interesantes que plantea la historia, y realmente da la impresión de que no tiene mucho que decir sobre la censura y la violencia en el cine, sobre hasta qué punto la realidad puede copiar a la ficción o es la ficción la que se inspira en la realidad, al margen de algunos mensajes más o menos obvios. En una escena, un director de películas de terror dice: "La gente piensa que yo soy el creador del horror. Pero no es así. El horror está ahí fuera, en todos nosotros." Hay un inteligente uso de los formatos de pantalla, la grabación de imágenes en 35 mm., 8 mm. y video que van transformando el aspecto de la película progresivamente de forma paralela a como se transforma la protagonista. Y ahí demuestra la directora un talento excepcional.
En cierta manera, se puede decir que esta histeria sobre la violencia en el cine que caracterizó a los años ochenta no está tan lejos de la actualidad, solo que ahora es trasladada a los videojuegos. La matanza de la Mezquita de Christchurch (Nueva Zelanda) en 2019 fue retransmitida por el asesino como si se tratara del juego Fortnite (2017, Epic Games); un niño de 11 años disparó en un colegio de Torreón (México) en enero de 2020, supuestamente influido por el juego Natural selection (2002, Unknown Worlds). Es el eterno dilema sobre la violencia en el arte.
Otro de los títulos que provienen de la programación del Festival de Sundance es la película de animación Cryptozoo (Dash Shaw, Jane Samborski, 2021), que ganó el Premio NEXT Innovator. La película parte de una historia sencilla sobre la búsqueda de críptidos por parte de la criptozoóloga Lauren (con la voz de Lake Bell), que pretende encontrarles un lugar seguro donde puedan escapar de los cazadores. Los críptidos son criaturas no reconocidas por la ciencia, que están entre la mitología y la rumorología, y entre los que se encuentran los unicornios, el yeti, el Bigfoot y, sobre todo, el bakú, una criatura de origen japonés que fue la inspiración del director y guionista Dash Shaw. Pero la película comienza con Amber (con la voz de Louisa Krause) y Matthew (con la voz de Michael Cera), que pasan una tarde en el bosque, practicando sexo y disfrutando de una acampada hasta que descubren una valla tras la cual habitan algunos de estos animales mitológicos. Aunque su encuentro no será especialmente amistoso.
Esta introducción es la mejor parte de la película, planteando la condición de animación para adultos de esta propuesta (más adelante asistiremos a una orgía), cuyos diseños están creados por Jane Samborski, esposa de Dash Shaw. Para el grupo de exploradoras en busca de críptidos, éste se inspiró en un grupo de rol solo para mujeres de "Dragones y Mazmorras", al que pertenecía Jane Samborski. La mitología está muy presente en la trayectoria profesional de estos dos artistas, colaboradores en la creación de cómics y ahora en la realización de esta película. La historia plantea una reflexión sobre cómo lo seres humanos nos relacionamos con nuestro entorno, y establece un paralelismo entre el hombre como depredador y el sistema capitalista, que trata de sacar rendimiento económico sin pensar en las consecuencias, o lo que es lo mismo, la cultura de agotar los recursos para obtener el mayor beneficio posible sin tener en cuenta que la explotación provoca también escasez a corto plazo. Los críptidos también son seres que desafían al poder establecido, son rebeldes sin pretender serlo, convertidos en enemigos del pensamiento oficial. Pero estos planteamientos político-sociales acaban siendo demasiado difusos en una historia que se desarrolla con una evidente falta de ritmo.
Cryptozoo, que en España distribuirá Filmin pero aún no tiene fecha de estreno, no es una película visualmente espectacular, y los diseños son más o menos simples, aunque tratan de buscar una paleta de colores que, especialmente en el caso de los críptidos, crea una atmósfera de ensueño, frente a la representación más plana de los personajes humanos. Pero esto no sería un mayor problema si no fuera porque la película encuentra su mayor obstáculo en el trabajo de dirección, que no consigue insuflar el ritmo adecuado, incluso en las interpretaciones de reconocidos actores como Michael Cera o Peter Stormare, cuyas voces tienen una cadencia apática, contribuyendo a la indiferencia que provocan los personajes. Uno de los elementos que más destaca es la música compuesta por John Carroll Kirby, músico norteamericano que ha lanzado este año su álbum autónomo Septet (2021, Stone Throw Records), que consigue crear una atmósfera de irrealidad a través de sonoridades electrónicas y uso de voces. Cryptozoo es una película que acaba frustrando sus propias posibilidades, mucho menos mágica y fascinante de lo que hubiéramos querido.
La carrera cinematográfica del director sudafricano Neill Blomkamp se inició con el éxito internacional de District 9 (Neill Blomkamp, 2009), al que siguió la fantasía futurista Elysium (Neill Blomkamp, 2013), situándole en un nivel destacado en el cine de Hollywood, hasta el punto que se barajó su nombre para poner en marcha una quinta entrega de la saga de Alien. El octavo pasajero (Ridley Scott, 1979). Pero su película Chappie (Neill Blomkamp, 2015) fue un fracaso en taquilla y de crítica, y recientemente afirmó en una entrevista, entre broma y serio, que posiblemente esa era la razón por la que Ridley Scott decidió apartarlo del proyecto. De hecho, ha tardado seis años para poner en marcha su última película, Demonic (Neill Blomkamp, 2021) fuera del circuito de Hollywood, autofinanciándose. Durante este tiempo ha estado trabajando en cortometrajes para su productora Oats Studios, dedicada a la producción de proyectos con distribución a través de YouTube y Steam, que se han recopilado en la serie Oats Studios (Netflix, 2021-) estrenada hace una semana.
Demonic es una mezcla entre su interés por la utilización de las nuevas tecnologías en la producción cinematográfica y los videojuegos, y el género de terror. Rodada durante la pandemia, la historia está protagonizada por Carly (Carly Pope), hija de una asesina en serie que se encuentra en coma, y que es contactada para una prueba experimental que consiste en utilizar la realidad virtual para introducirse en la mente de Angela (Nathalie Bott), su madre, y así comunicarse con ella. Pero esta incursión psicológica provoca el renacimiento de los monstruos interiores de la asesina. Se trata de un planteamiento interesante que permite al director utilizar nuevas tecnologías de captura de movimiento, lo que se denomina captura volumétrica, que filma la actuación de los actores en 3D para colocarlos en entornos virtuales creados en tiempo real. Esta tecnología permite que las imágenes puedan ser utilizadas más allá de la propia experiencia cinematográfica pasiva, porque también se puede usar para que los espectadores se introduzcan en los escenarios a través de la realidad virtual, viviendo las escenas en primera persona.
Por el momento, sin embargo, Demonic solo se puede disfrutar de una forma tradicional, y por tanto la implicación del espectador en la historia proviene de los elementos habituales de la empatía y el desarrollo narrativo. Y en este aspecto la película se siente incompleta, como si no tuviera claro en qué género se sitúa, como si la tecnología fuera un obstáculo para desarrollar a los personajes en vez de una contribución que alimente la historia. Hay un trasfondo que tiene que ver con el Vaticano y el uso de las nuevas tecnologías para combatir las posesiones, pero queda demasiado difuso, algo así como lo que hace la serie Evil (SyFy, 2019) con mayor fortuna. Demonic se pierde en sus propias pretensiones, y al final da la impresión de que podría haber sido un interesante cortometraje de Oats Studios pero que parte de una idea poco desarrollada para abarcar las necesidades de un largometraje. Hay una frialdad en la propuesta que sorprende en un cineasta que, al menos en sus dos primeras películas, manejaba los ritmos y la acción con bastante acierto.
PANORAMA FANTÁSTICO
La plataforma Shudder es la distribuidora de Caveat (Damian Mc Carthy, 2020), una producción irlandesa que supone el debut en el largometraje de su director, realizada con pocos medios y en la que ejerce también como guionista y editor. Tras una pequeña introducción en la que se plantea la historia, ésta se desarrolla exclusivamente en el interior de una casa protagonizada por dos personajes. Isaac (Jonathan French) es contratado por Moe Barrett (Ben Caplan) para que se haga cargo de la adolescente Olga (Leila Sykes), que sufre problemas psicológicos provocados por la pérdida traumática y violenta de sus padres. Pero hay una serie de reglas que Isaac debe cumplir para poder aceptar el trabajo. Desde el principio, las referencias a Alicia en el país de las maravillas (1865, Lewis Carroll) son claras, desde el uso de los agujeros en las paredes como elementos de conexión entre la joven y el cuidador, hasta la presencia de un conejo de juguete que es posiblemente una de las representaciones más inquietantes que hemos visto recientemente de un objeto supuestamente inanimado.
La escasez de presupuesto se convierte en un extraordinario ejercicio de suspense en el que el director está más interesado en crear tensión que en dar sustos, lo cual se agradece. Hay un espléndido diseño de producción de Damian Draven, que construye una casa decadente, de paredes desvencijadas y humedad constante que ofrece una visión bizarra cercana a la surrealista adaptación del cuento de Lewis Carroll que realizó el animador checo Jan Švankmajer en Alice (1988). En cierto modo, Olga es una Alicia enclaustrada, atrapada en una pesadilla de la que sin embargo ella tiene también responsabilidad. El director ha declarado que una de sus películas preferidas es La cosa (John Carpenter, 1982), por la capacidad de convertir una habitación vacía en un escenario de tensión. Y efectivamente despliega buena parte de sus virtudes en la creación de esos momentos en los que Isaac se enfrenta a un leve ruido, a una fugaz sombra, en una habitación que parece inhabitada.
Caveat es un ejemplo notable de cómo sacar partido a los elementos más sencillos, construyendo una atmósfera que va desarrollando la tensión hasta un tercer acto en el que deja de ser una historia básicamente de suspense para abrazar claramente el género de terror, conforme la memoria del protagonista, que había sufrido un accidente, se va reconstruyendo mientras los resortes del género se acaban deconstruyendo (la utilización del cadáver es magnífica).
NUEVAS VISIONES
La historia de Bloodthirsty (Amelia Moses, 2020) utiliza la licantropía como una representación del proceso creativo, a través de la protagonista, Grey (Lauren Betty), una cantante que trabaja en una mansión aislada con un famoso productor musical para elaborar su nuevo album. La guionista y autora de las canciones es la canadiense Lowell Boland, conocida artísticamente como Lowell, que escribió el guión junto a su madre, Wendy Hill-Tout inspirándose en las dificultades que encontró para componer su segundo album, que no por casualidad se tituló Lone Wolf (2018, Arts & Crafts Productions). De alguna forma, la representación de Vaughn Daniels (Greg Bryk), el productor que acoge a la cantante, conecta con una cierta forma de acoso, una forma de mostrar las presiones de una industria esencialmente masculina en el proceso de creación de las artistas.
Grey se encuentra en una encrucijada en la que tiene que encontrar su propia personalidad pero al mismo tiempo es atraída hacia una transformación que la definen como una figura violenta y con sed de sangre. La metáfora de la figura del lobo humano como representación de una sociedad en la que "solo hay depredadores y presas" se convierte en una decisión vital: "Elige quién quieres ser, el depredador o la presa", le dice el productor. La película aborda este proceso de cambio con un ritmo y un acercamiento a los resortes del terror que quizás puede decepcionar a quienes esperan una historia del género más o menos tradicional. Hay algunas escenas violentas y sangrientas, pero el interés de la directora está más allá de la propia recreación del horror en estado puro. A pesar de ello, no consigue del todo su propósito, se queda a medio camino entre sus objetivos y sus logros, y especialmente el guión no consigue desarrollar un retrato psicológico que realmente profundice en el personaje.
La falta de presupuesto provoca que los efectos visuales de la transformación sean artesanos, más apoyados en el maquillaje que en el CGI, pero esto no es necesariamente negativo. De hecho, le aporta una cierta perspectiva artesanal, y recuerda a clásicos del cine de licantropía como Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1982), especialmente en una escena en la que el planteamiento visual parece hacer una referencia consciente. Donde sí encuentra una identidad propia la película es en su condición de musical de terror, con un ramillete de interpretaciones a cargo de la actriz Lauren Betty de canciones compuestas por Lowell, que aportan una heterogeneidad en la propuesta que resulta atractiva.
SESIONES ESPECIALES
El director japonés Sion Sono es una de esas mentes desbordantes de imaginación que han sido más reconocidas en el circuito de festivales y, especialmente, entre los amantes de las propuestas salvajes. Su cine está lleno de enfoques creativos que sin embargo tienen un trasfondo siempre relacionado con temas que están impregnados en la sociedad japonesa, como los traumas de la postguerra o la reencarnación. Desde sus películas más conocidas internacionalmente, sobre todo la trilogía que comenzó con Love exposure (2008), con la que ganó el Premio FIPRESCI en el Festival de Berlín, Sion Sono ha ido desplegando un universo propio que consiste en construir mundos ficticios en los que se desarrollan historias que a veces rozan el absurdo, como en El bosque sangriento (2019), una especie de compilación de sus temas habituales que le produjo Netflix. Pero en España los circuitos de festivales han ninguneado al cineasta, y aunque Sitges estrena su última película, Prisoners of the Ghostland (Sion Sono, 2021), pocas veces ha programado títulos del director, solo en el caso de Bad film (1995-2012), edición de una película inconclusa que había rodado en 1995, y Why don't you play in hell? (2013).
Prisoners of the Ghostland (2021), que también estuvo en el Festival de Sundance, es la primera coproducción con Estados Unidos que ha realizado Sion Sono, lo que le ha permitido combinar los géneros más característicos de ambas cinematografías: las películas yakuza y el western, creando esa ciudad fantasma en la que se encuentran todos los parias, y en la que el protagonista, un personaje sin nombre pero que a partir de la mitad de la película es conocido como Hero (Nicolas Cage) debe encontrar a Bernice (Sofia Boutella), la supuesta nieta de un capo que se hace llamar Gobernador (Bill Moseley), y que en realidad forma parte de su círculo de geishas. Aparte de su carácter de coproducción, la película también se diferencia de la mayor parte de los títulos de Sion Sono en que él no ha participado en el guión (por supuesto, habrá cambiado muchas cosas e introducido buena parte de su iconografía propia), pero esto también indica que de alguna manera es una de sus películas menos personales.
Y efectivamente Prisoners of the Ghostland contiene muchos temas propios del director, reflexiones sobre Japón y el contraste entre la cultura oriental y la occidental, e incluso alguna referencia a la reencarnación (Sono sufrió un ataque al corazón poco antes de comenzar el rodaje). Este pueblo fantasma habitado por personas que han sido desechadas de una sociedad que en realidad produce explotación humana, se enfrenta a una salida difícil en medio de un desierto que parece sacado de un spaghetti western (recordemos que Sergio Leone se inspiró en el cine de Akira Kurosawa), y en el que tiene lugar una explosión nuclear, referencia al desastre de Fukushima en 2011 que está presente en otras películas de Sion Sono como The land of hope (2012). Se puede decir que Nicolas Cage es el actor adecuado para una película del director japonés, con su histrionismo tardío y su tendencia a la caricatura. Es el único que puede dar cierta seriedad al hecho de llevar un traje con pequeñas cargas explosivas que lo mismo le pueden reventar un brazo que arrancarle un huevo, y desde luego el único que puede decir frases como "I'll karate chop you!" (algo así como "te voy a dar un karaketazo"), sin que se le mueva una pestaña. Pero la combinación Cage-Sono no termina de funcionar, es menos extravagante de lo que nos hubiera gustado, más domesticada de lo que ambos han hecho en los últimos años. Prisoners of the Ghostland se queda en una película descafeinada del director, con más tendencia al absurdo que a lo creativo.
El Festival de Cine Fantástico de Sitges se celebra entre el 7 y el 17 de octubre.
Demonic se estrena en cines el 12 de noviembre.
Videodrome, Alice, La cosa, Love exposure y Why don't you play hell? se pueden ver en Filmin.
Distrito 9, Chappie y El bosque sangriento se pueden ver en Netflix.
Elysium se puede ver en Netflix y Starz.
Alien. El octavo pasajero se puede ver en Prime Video y Disney+.
Evil se puede ver en SyFy.
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