En uno de los intentos de los jóvenes directores para contar con la participación de la musicóloga Dorothé Schubarth en su documental Dorothé na vila (Alejandro Gándara, Olaia Tubío, 2021), ella les responde que no quiere ser protagonista de una historia en la que los protagonistas reales son las personas que cuyas canciones y cantigas grabó en durante su recorrido por los pueblos más recónditos de Galicia desde 1978. Sus grabaciones recogían la tradición musical oral, que recopiló en el Cancioneiro Popular Galego (1984, Fundación Barriè), una obra co-escrita junto a Antón Santamarina que recogía en siete volúmenes que recogía no solo fichas sobre los más de trescientos participantes, muchas de ellas mujeres que aprendieron las melodías de sus madres y de sus abuelas, sino también las cassettes en las que se pueden escuchar estas grabaciones. Como hemos comentado en ocasiones, el documental es un género cinematográfico que está vivo, que va cambiando durante su desarrollo y grabación. Y el hecho de que la autora de este Cancioneiro al que se dedica la película no quisiera participar en él, provocó un cambio de enfoque absoluto en la narrativa, de forma que los directores decidieron contar la historia desde su punto de vista, narrando sus propias ambiciones y sus muchas frustraciones.
Dorothé na vila, que ha conseguido una Mención Especial del Premio DOCMA, se convierte, así, en la crónica de un encuentro personal con el trabajo de esta musicóloga suiza que se enamoró de Galicia, tratando de recuperar algunas de las voces que ella misma grabó hace más de cuarenta años. Cuando los directores le enseñaron algunas de las imágenes que habían grabado, Dorothé Schubarth se sintió decepcionada, porque pensaba que la película tendría un enfoque más antropológico. Pero el enfoque que adoptan los directores gana en honestidad, si se quiere incluso en cierta ligereza, pero quizás pierde en profundidad. Ellos realizan un trabajo de investigación para localizar a las mujeres que participaron en esas grabaciones, ahora ancianas que recuerdan con dificultad las cantigas que compartieron con la musicóloga suiza. Hay algo de melancolía en el documental, de pérdida de una tradición oral que va desapareciendo con la desaparición de las personas, pero también con la pérdida de memoria.
En este sentido, a pesar de que hubiera sido deseable un acercamiento menos improvisado en los encuentros con estas mujeres, Dorothé na vila consigue plantear una reflexión interesante sobre cómo preservar esta poesía cantada en las labores de siega cuando solo existe una recopilación de esta tradición oral. Y cómo el olvido provoca la desaparición, que también está subrayada por el desinterés. Antón Santamarina comenta, por ejemplo, que los músicos gallegos actuales no utilizan ninguna de estas fuentes de tradición oral, que la desconocen o, simplemente, no están interesados en ellas. El documental se convierte así en una crónica de la memoria musical de Galicia tratando de sobrevivir en una época en la que parece no haber espacio para ella. Una tradición oral con la que los habitantes de las pequeñas poblaciones rurales de Galicia afrontaban las penurias del duro trabajo y las penurias. Esa memoria que se convierte en un nudo en la garganta para una de las "informantes" (así las llamaba Dorothé Schubarth en su libro), que es incapaz de cantar sin que las lágrimas hagan su aparición.
Otro documental que se expresa a través de la descripción de su propia forma de producirse es Poblado Dirigido de Orcasitas (Rocío Cabrera, 2021), un proyecto colectivo realizado por una decena de vecinos del barrio madrileño de Orcasitas, que es un buen reflejo de la especulación inmobiliaria en España. Este barrio surgió en los años cincuenta, cuando la afluencia de trabajadores provenientes de Andalucía y Extremadura, principalmente, sin acceso fácil a viviendas, provocó que se construyera la 1ª Fase del Poblado Dirigido de Orcasitas, pisos promovidos por el Ministerio Nacional de la Vivienda a los que se podía tener acceso con una entrada de 30.000 pesetas. Pero la improvisación y la corrupción influyeron en la construcción, realizada sin ningún estudio sobre el suelo (después se comprobó que se había construido sobre suelo arcilloso, incapaz de sostener el peso de los edificios) y con una mínima cimentación, lo que provocó el realojo de muchos habitantes en viviendas prefabricadas, y una reconstrucción de las viviendas que no se terminó hasta veinte años después.
Orcasitas es considerado como uno de los precursores de los movimientos vecinales en España, a través de la AAVV Guetaria, aunque su movilización comenzó más tarde que en otros barrios. La directora del documental inició un proyecto para implicar a los vecinos en la realización de una película, y ellos decidieron contar esta historia de movilizaciones a lo largo de los años setenta. De forma que el documental es al mismo tiempo una crónica de la lucha vecinal y un reflejo del trabajo colectivo, que expresa el sentimiento de comunidad en el barrio. Las movilizaciones se hicieron más intensas a partir de 1976, hasta llegar a un acuerdo con el Director del Instituto de la Vivienda, Joaquín Garrigues, en 1977, pero el incumplimiento por parte de la administración generó nuevas manifestaciones. Hasta 1984 los vecinos no consiguieron un compromiso firme de viviendas dignas para todos, y por el camino quedaron incluso víctimas de agresiones, como el asesinato de Arturo Pajuelo, uno de los pioneros en la organización del barrio, que fue apuñalado junto a otros dos jóvenes por miembros de ultra derecha, tras la manifestación del 1 de mayo de 1980.
La directora Rocío Cabrera, que ha trabajado como directora de producción de documentales como el premiado El silencio de otros (Robert Bahar, Almudena Carracedo, 2018), no solo da voz a los vecinos, sino que permite que sean ellos mismos los que construyan su propia historia, en un proyecto del que surgieron las ideas principales en reuniones semanales en la asociación. Hay un sentimiento de homenaje a Arturo Pajuelo y su liderazgo vecinal, pero quizás esta fórmula también provoca que haya un desenfoque en el punto de vista, dedicando más tiempo a la personalización que a la colectividad. Casi podríamos decir que de la misma manera en que describíamos Dorothé na vila, hay también aquí un sentimiento de desaparición del concepto de comunidad. Aunque Rocío Cabrera tenía la intención de trabajar con personas mayores, se transmite una sensación de melancolía por unos movimientos vecinales que se han domesticado con el paso de los años. Y hay un intento de lanzar un mensaje de esperanza a las nuevas generaciones que sin embargo queda algo disperso. Orcasitas es un barrio de la periferia de Madrid que sigue teniendo problemas, especialmente debido a la delincuencia, pero son las personas mayores (y especialmente las mujeres) las que continúan empujando este sentimiento de solidaridad vecinal.
La selección de Alcances 2021 abunda en proyectos personales, que se traducen en películas en cuya gestación participamos directamente. En La cigüeña de Burgos (Joana Conill, 2021) la directora se hace a sí misma protagonista de un recorrido por la vida de su padre, cuya trayectoria como anarquista que le llevó a permanecer diez años en la cárcel represaliado, es prácticamente desconocida para ella. El espectador se convierte en un compañero de viaje a través de entrevistas y descubrimientos de documentación relacionada con su padre, como un interrogatorio en un comisaría de policía. Jordi Conill ingresó en las Juventudes Libertarias en 1958, y desarrolló una intensa actividad antifranquista hasta que fue detenido en 1962, acusado de haber participado en el atentado frustrado del Palacio de Ayete, residencia de verano de Francisco Franco, con la colocación de un artefacto explosivo que pretendía matar al dictador. A pesar de que no se reconoció oficialmente que se había producido un atentado contra el caudillo, los detenidos fueron condenados a muerte, pero una campaña de apoyo internacional consiguió que la pena se conmutara por 30 años de cárcel de los que cumplió 10. Tras salir de prisión en 1972, Jordi Conill se sumó al PSUC y en plena democracia terminó siendo vicepresidente de la Diputación Provincial de Barcelona.
Pero Joana Conill nunca escuchó a su padre hablar de la cárcel, solo a través de una pequeña historia sobre una cigüeña que apareció en el patio de la prisión. Por tanto, el documental se construye como una forma de reencuentro en el se quiere hacer partícipe al espectador. La directora habla con algunos compañeros anarquistas de su padre, encuentra el acta de matrimonio por primera vez, trata incluso de acceder a la cárcel de Burgos en la que estuvo su padre, aunque sin conseguirlo. Es una propuesta personal que sin embargo no quiere ser solitaria, en la que escuchamos las reflexiones de la directora, sus dudas y sus emociones. Y al mismo tiempo es una puesta en escena en la práctica de la memoria histórica desconocida, la que ni siquiera conocen los más cercanos a quienes la protagonizaron. Dicen algunos amigos de Jordi Conill que, si no hubiera iniciado una trayectoria política, podría haber sido cineasta. De hecho, formó parte del equipo de rodaje del documental Informe general sobre unas cuestiones de interés para una proyección pública (Pere Portabella, 1977), y el director catalán afirma que tenía talento para el cine. Pero aquella fue una de sus ilusiones frustradas o sustituidas por algo que era más importante en una época de transformación política y social de todo un país.
El viaje de Joana Conill no se queda solo en el documental, sino que trasciende más allá en una serie de textos que publica en www.laciguenadeburgos.com, un blog en el que también nos hace partícipes de reflexiones sobre su propia película y el largo proceso posterior al rodaje cuando, a punto de estrenar en 2020, la pandemia retrasó la distribución y sus compromisos con festivales de cine. La directora expresa, incluso en 2021, sus dudas de que pueda llegar a estrenar su documental: "Pasé tantos años concentrada en acabarla, que dediqué poco tiempo a imaginar cómo sería luego una vez terminada". Pero finalmente La cigüeña de Burgos ha comenzado ya su trayectoria por festivales en Alcances, donde ha logrado la Caracola a la Mejor Dirección.
En torno a la memoria se desarrolla Venceremos (Taxio Ardanaz, Pablo Marte, 2021), pero en este caso acercándose a la controvertida pero necesaria recuperación de la memoria, pero también a la demolición de los ideales a través de sus monumentos. La película comienza con la demolición de una cruz franquista, y continúa con la búsqueda de un monolito en honor de las Brigadas Internacionales que permanece escondido en una zona boscosa. La permanencia o destrucción de los símbolos del enfrentamiento durante la Guerra Civil se muestra a través de la mirada de los dos cineastas, cuya juventud les permite contemplar con distanciamiento esta dificultad de narrar los hechos históricos con objetividad, y reflexionar sobre cuáles son los elementos que deben quedar más allá de la memoria. El monolito se convierte en un reflejo opuesto de la cruz franquista. Aquel ha sido restaurado por Ángel Arcilla, una especie de guardián de la memoria de los brigadistas a los que se homenajea, mientras que la cruz ha sufrido la destrucción marcada por la Ley de la Memoria Histórica.
El documental surge de un trabajo de investigación de Taxio Ardanaz, interesado en reflexionar sobre la permanencia de las ideologías a través de representaciones físicas. En el caso del monolito, que se encuentra en la sierra de Pàndols, en Tarragona, fue erigido en 1938 por el Batallón de Zapadores de la 5ª Brigada Internacional en honor a sus compañeros caídos, y de alguna manera refleja esta necesidad de mantener en el tiempo, a través de una construcción estética, los valores e ideales que con el tiempo han desaparecido, pero que han dejado su huella.
¿Es por tanto necesario un museo que muestre objetos de ambos bandos? Hay un proyecto que pretende ponerlo en marcha, que recupera la memoria de una forma equidistante, igual que los participantes en una recreación de la batalla del Ebro a veces representan a los rojos y en otras ocasiones a los fascistas. El paso del tiempo coloca las cosas en su sitio, o las descoloca. Hay, por ejemplo, una doble versión sobre el martirio de un beato, la que se ha difundido por el pueblo, y la versión oficial del Ayuntamiento. La memoria es tan frágil que resulta fácilmente contaminable. A veces la propuesta de Venceremos está dotada de cierto grado de ironía, como cuando se recrea en la intervención de un transformista en la conmemoración de la Batalla del Jarama. El documental, que forma parte de un proyecto multidisciplinar que se inició con la exposición de pinturas y esculturas Venceremos, inaugurada en 2012 en el Centro de Arte Contemporáneo de Huarte (Navarra), plantea preguntas sobre cómo se contempla desde una visión contemporánea la representación artística que contiene un profundo carácter ideológico. El documental no propone respuestas, y quizás por eso provoca cierta frustración, pero construye una narrativa que cuestiona de alguna manera la visión estrictamente política de estas representaciones.
La mirada de la directora, sin embargo, es la de una mujer que ha decidido no pasar por ese proceso, y en cierta manera la película se plantea más como una especie de ensayo que como un documental. Pero esta posición del no-deseo hacia la maternidad implica también un punto de vista respecto a lo que se muestra, incidiendo quizás demasiado en los aspectos negativos del embarazo, en las molestias y la transformación física: "El otro día lloré por el cambio de escena, por no reconocerme a mí misma". La nueva vida se convierte así en una especie de invasora de la intimidad, de un espacio personal y único que dejará de ser único y personal. Hay también una reflexión sobre el concepto de familia y de maternidad, pero no ayuda demasiado esa tonalidad lánguida que sobrevuela toda la película, esa especie de reflejo de cierta trascendencia que quieren tener las palabras.
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