El sábado 25 de septiembre tendrá lugar la ceremonia de entrega del Premio Ariel, que reconoce el cine hecho en México durante la pasada temporada. El galardón lo entregó la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) desde que se fundó en 1946, coincidiendo con la llamada Época de Oro del cine nacional, un periodo de esplendor que se extendió desde 1936 hasta 1956, con nombres clave en la historia del cine mexicano, como Luis Buñuel, Emilio "el indio" Fernández, Fernando de Fuentes o Juan Bustillo. La primera entrega se efectuó el 15 de mayo de 1947, pero el declive de la popularidad del cine durante los años cincuenta frente a la llegada de la televisión y la incapacidad para renovar tecnológicamente las salas cinematográficas derivó en la extinción de la Academia, y por tanto, de la entrega de premios.
No fue hasta 1971 que, coincidiendo con la celebración de los cuarenta años de la llegada del cine sonoro, surgió la idea de volver a instaurar la Academia de Cine y el reconocimiento a los profesionales, y desde 1972 la ceremonia de entrega del Premio Ariel ha vuelto a celebrarse de forma ininterrumpida. El nombre del galardón proviene del libro Ariel (1900, Ed. Mestas Ediciones), del escritor colombiano José Enrique Rodó, en el que simboliza al personaje de Ariel como un joven con ideales y defensa de la cultura de América Latina. El autor incita a la juventud a mantener las tradiciones culturales frente a la llegada de influencias externas. La estatuilla fue esculpida por el escultor mexicano Ignacio Asúnsolo y representa a un hombre en actitud de emprender el vuelo, un símbolo del espíritu idealista y la libertad.
En esta edición del Premio Ariel buena parte de las películas que optan a un mayor número de nominaciones están disponibles en plataformas digitales, por lo que es interesante hacer un repaso a algunas de ellas. Nuestra crónica se detiene solamente en aquellos títulos que compiten como Mejor Película, en la que sorprende la ausencia de Nuevo orden (Michel Franco, 2020) que, a pesar de sus diez nominaciones, no opta a los principales galardones. También destacamos algunos títulos que ya hemos comentado en anteriores crónicas de festivales, como el emocionante documental Cosas que no hacemos (Bruno Santamaría, 2020), nominado como Mejor Documental y Montaje, que pudimos ver en Zinegoak 2020; el reivindicativo La vocera (Luciana Kaplan, 2020), también finalista en Documental y Montaje, que estuvo en DOK.fest 2021; o el doloroso Volverte a ver (Carolina Corral Paredes, 2020), nominada como Documental y Ópera Prima, que pasó por Sheffield Doc Fest 2020. En cuanto a presencia española, la categoría de Película Iberoamericana incluye entre sus nominadas a Las niñas (Pilar Palomero, 2020) y la producción colombiana El olvido que seremos (Fernando Trueba, 2020), escrita por David Trueba.
La película con mayor número de nominaciones es Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020), con posibilidad en 16 candidaturas. En nuestra reseña del III Festival de Cine Hecho por Mujeres decíamos que era una de las películas latinoamericanas del año, y este sorprendente número de candidaturas lo ha refrendado. Entre ellas destacamos las de Película, Ópera Prima, Dirección y Guión original, así como la de la actriz principal Mercedes Hernández, a la que podemos ver en la serie creada por Diego Luna Todo va a estar bien (Netflix, 2021-), y el joven actor David Illescas, que también trabajó con Diego Luna en su película Sr. Pig (Diego Luna, 2016). Destacamos también la nominación a la banda sonora compuesta por la violonchelista norteamericana Clarice Jensen, colaboradora de Max Richter o Nico Muhly.
Sin señas particulares ganó el Premio Horizonte en el Festival de San Sebastián y el Premio del Público en el Festival de Sundance. Sigue a dos mujeres cuyos hijos han desaparecido tras iniciar un viaje a través de la frontera entre Estados Unidos y México, y que han sido dados por muertos. Pero una de estas madres está convencida de que su hijo debe estar aún vivo. Y este recorrido que inicia para buscarlo se convierte en una de las visiones más inteligentes que hemos visto en torno a la inmigración. La capacidad de la directora y su co-guionista Astrid Rondero para construir un drama que huye de los lugares comunes es sorprendente. Se trata de una historia que va ampliando paulatinamente su campo de visión, aglutinando temas muy diferentes, pero sin caer en esa habitual recopilación de tramas superficiales.
El drama de la película se construye de forma horizontal, abarcando a diferentes personajes con una escritura limpia, clara, inteligente. Los personajes están construidos con profundidad, y el trabajo de dirección contribuye a ello. Con una planificación muy cuidada, hay secuencias como aquella en la que la cámara acompaña a un joven que es expulsado de los Estados Unidos que, sin palabras, abunda más en la problemática de la inmigración y de las fronteras, que otras historias aleccionadoras. Es un trabajo minucioso que, en su último tramo, está cargado de una tensión casi difícil de soportar.
Los lobos (Samuel Kishi Leopo, 2019) ha logrado 13 nominaciones, entre ellas Mejor Película, Dirección, Guión original, Fotografía y Montaje, así como los de Actriz principal para Martha Reyes Arias, que interpreta a la madre y Actriz coprotagonista para Cici Lau, que da vida a una vecina que se ocupa de los niños. Porque la propuesta de Samuel Kishi Leopo en Los lobos funciona como un homenaje a su madre, que trata de mantener a sus dos hijos pequeños mientras los deja escondidos en un complejo de apartamentos en Alburquerque. Basada en experiencias reales del director, en esta especie de The Florida Project (Sean Baker, 2017) mexicana, el sueño infantil de Disneyworld también está presente como una representación de esa meta que los inmigrantes pretenden alcanzar al llegar a Estados Unidos. Una visión ficticia, edulcorada, que al final se queda en atracción de feria local.
El director sabe sacar el máximo partido a la relación entre los dos hermanos pequeños, aunque quizás su propuesta sea demasiado amable, con personajes que no son una amenaza real, que no tienen duplicidad en sus intenciones, construyendo una fábula que parece irreal, pero acaba transmitiendo ternura. Curiosamente, el hermano al que hace referencia la historia es Kenji Kishi Leopo, que ha sido el encargado de poner música a la película, y que también ha sido nominado en el apartado de Música Original, categoría a la que optó asimismo por la película Somos Mari Pepa (Samuel Kishi Leopo, 2013).
Por su parte, El baile de los 41 (David Pablos, 2020) compite en 12 categorías, entre las que se encuentran Mejor Película, Dirección, Fotografía y Vestuario, además de los tres intérpretes principales, que están espléndidos: los amantes Alfonso Herrera y Emiliano Zurita, y la esposa despechada, Mabel Cadena. La historia se basa en un hecho real acontecido en 1901, cuando una redada policial descubrió una hermandad secreta formada por hombres homosexuales. La película utiliza los resortes del drama de época para construir una historia que, sin embargo, lleva el hecho principal hacia el clímax, interesándose más por la relación entre los dos protagonistas. Es por tanto una trama de amor prohibido, muy bellamente filmada, con una puesta en escena espléndida, muy a lo Luchino Visconti, y un trabajo de fotografía notable de Carolina Acosta que merecería un premio si no fuera porque tiene duras competidoras. También destaca la música sobria, más cercana al interior de los personajes, que han compuesto Carlo Ayhllón, que alcanza su tercera nominación al Premio Ariel tras Las elegidas (David Pablos, 2015) y Las tinieblas (Daniel Castro Zimbrón, 2016), y Andrea Balency-Béarn.
El director realiza una planificación cuidada, que es moderna en ocasiones, con planos secuencia de las fiestas que a veces parecen hacer referencia a Eyes wide shut (Stanley Kubrick, 1999) y en otras tiene cierto aire retro a través de la utilización del zoom, absolutamente sobrecogedor en algunas escenas protagonizadas por Amada Díaz (Mabel Cadena, que está realmente espléndida en su difícil personaje de mujer traicionada que descubre el secreto de la vida nocturna homosexual de su marido, y se enfrenta a él con rabia y con impotencia al mismo tiempo). El guión de Monika Revilla permite precisamente que los actores destaquen en sus interpretaciones, porque construye personajes que son poliédricos, ambivalentes, crueles incluso, especialmente en el caso de Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera), atrapado en su condición de político con aspiraciones en el gobierno de Porfirio Díaz y su deseo sexual en una sociedad que lo considera una depravación. La tensión del tercer acto, cuando las actitudes del protagonista son vox populi, está construida con talento, con una gradación que marca el inicio de la tragedia.
Presentada en la Sección Orizzonti de la Mostra de Venecia, Selva trágica (Yulene Olaizola, 2020) se adentra en la profunda jungla maya en la frontera entre México y Belice durante el año 1920 para elaborar una historia que conecta con la mitología indígena. Nominada en 12 categorías, entre ellas Mejor Película, Dirección, Vestuario y Efectos Visuales, este drama que tiene elementos mágicos comienza con una joven beliceña huyendo de un terrateniente británico al que ha rechazado, para encontrarse con un grupo de trabajadores del chicle, que se convierten al mismo tiempo en sus salvadores y en su amenaza. Ella es el objeto del deseo, la tentación de la carne en medio de una selva que parece resistirse a ser invadida.
El contexto juega un papel fundamental en la película, atrapando a los personajes en un camino complicado, casi como si se tratara de una tela de araña que atrae para destruir. Agnes (Indira Rubie Andrewin, nominada como debutante) representa a la mujer que es tratada como un objeto, pero también con cierta distancia. Surge entonces el mito de Xtabay, que describía Antonio Mediz Bolio en La tierra del faisán y del venado (1922), una hermosa mujer con apariencia indígena que mataba a los hombres con los encantos de su apasionado amor. Sobre esta leyenda maya se construye la venganza de la selva frente a los invasores, pero también se crea una visión feminista en favor de la libertad sexual y en contra de la visión tradicional de la mujer, que utiliza la feminidad para establecer sus propios límites.
La historia de Selva trágica contiene por tanto lecturas en diversos planos, el narrativo, el mitológico y el social, llevando a cabo un viaje que resulta trágico, como en esos trayectos que modifican el comportamiento del ser humano en Aguirre, o la cólera de Dios (Werner Herzog, 1972) o Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982), cineasta del que Yulene Olaizola se confiesa admiradora. Hay también una representación de la opresión colonial, las condiciones de trabajo de los "chicleros", trabajadores que escalaban en los árboles de chicozapote para extraer la resina. Pero la decisión de la directora de crear una textura visual que embellece, con una fotografía de Sofía Oggioni (también nominada) que extrae sin duda imágenes hermosas de la selva pero que se queda en la superficie, acaba lastrando parte de los objetivos de profundidad narrativa. En buena medida se impregna este tono de spot publicitario debido al rodaje en 2K, que aplana las imágenes de la selva, aunque obtiene buenos resultados en una primera parte que tiene un tono más documental, en la descripción del trabajo de los chicleros. Aunque también está nominada, no resulta demasiado efectiva la música electrónica de Alejandro Otaola, que en ocasiones estorba más que aportar profundidad.
Al final del documental Las tres muertes de Marisela Escobedo (Carlos Pérez Osorio, 2020) se dan algunas cifras sobre feminicidio que nos pueden parecer terribles: "En México, un promedio de 10 mujeres son asesinadas cada día. El 97% de los feminicidios quedan impunes". Por tanto, en un país que solo resuelve judicialmente el 3% de los asesinatos domésticos, según uno de los procuradores entrevistados porque hay saturación en los juzgados, el caso ocurrido durante el año 2010 que se narra en este documental puede sentirse como algo habitual. Pero no fue un caso más. Y la relevancia que tuvo en la visibilidad de la violencia doméstica en un México que todavía amparaba y justificaba a los maltratadores, se demuestra en sus 7 nominaciones, haciendo pleno además en las categorías como producción cinematográfica. Es finalista como Mejor Película, Mejor Ópera Prima y Mejor Documental, y también por su Guión original y Dirección.
El problema de Las tres muertes de Marisela Escobedo es que, estrenada en Netflix el año pasado, puede perderse en la ingente cantidad de series y documentales true crime que pueblan los algoritmos de la plataforma. Pero, aunque utiliza recursos efectistas muy en la línea del género a través del montaje de Ricardo Poery (también nominado), con algunos cliffhangers a lo largo de la narración, la película destaca porque aborda una problemática que va más allá de la propia historia personal de Marisela, y que acusa directamente al gobierno mexicano y a la policía de colaboración con el narcotráfico y a la justicia de corrupción. El gobernador de Chihuahua entre 2010 y 2016, César Duarte, está en la actualidad pendiente de la orden de extradición que fue aprobada por la justicia mexicana, tras una condena por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero.
La historia de Marisela Escobedo es tan compleja que se agradece la claridad con la que el director y guionista Carlos Pérez Osorio la expone. Todo comienza en 2008 cuando su hija Rubí Escobedo es asesinada y quemada por su marido, Sergio Barraza, que se confiesa autor de los hechos pero que, por un supuesto defecto de forma, es absuelto de todos los cargos. A partir de entonces Marisela comienza una peregrinación por todo México tratando de buscar justicia y de encontrar al asesino de su hija, que acaba siendo prófugo de las autoridades. En su largo camino que dura dos años, se enfrenta a la pasividad de la policía y a la escasa implicación de la Gobernación de Chihuahua, causando una cierta molestia al nuevo gobernador, César Duarte.
Las tres muertes de Marisela Escobedo es un documental necesario aunque no sea una película notable, porque cae en la sobreexplotación de los sentimientos y embellece demasiado las recreaciones de ficción, teniendo en cuenta que la plasmación visual de la historia está hecha únicamente a través los testimonios de los entrevistados. Es destacable la valentía de la propuesta que no evita las acusaciones directas, ya sea a los políticos, a los jueces o al crimen organizado, así como la claridad con la que se cuentan de forma cronológica unos hechos que tiene tantos giros que parecen ficción. Y fundamental la denuncia de una sociedad que permite como un hecho normal el maltrato y el asesinato de mujeres en el seno del matrimonio. La esperanza con la que finaliza la película está en que personas valientes como Marisela Escobedo han sido fundamentales para que una parte de la sociedad mexicana condene estos hechos, aunque las autoridades políticas y policiales no estén a la altura. El documental incluye en los créditos finales la "Canción sin miedo", que se ha convertido en un emocionante himno contra el feminicidio. Compuesta por la artista mexicana Vivir Quintana como encargo de la cantante chilena Mon Laforte, resonó el año pasado en el Día Internacional de la Mujer por todo México: "Cantamos sin miedo, pedimos justicia / Gritamos por cada desaparecida / Que resuene fuerte "¡nos queremos vivas!" / que caiga con fuerza el feminicida".
Somos Mari Pepa y Aguirre, la cólera de Dios se pueden ver en Filmin.
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