Mientras e prepara la ceremonia de entrega de los premios oficiales de esta 75 edición del Festival de Berlín, se se han dado a conocer los primeros premios, que en este caso corresponden a las votaciones del público en la sección Panorama, que ha reconocido como Mejor Película a la producción española Sorda (Eva libertad, 2025). En segunda posición ha quedado la australiana Lesbian space princess (Emma Hough Hobbs, Leela Varghese, 2025) y en tercera posición el drama finlandés sobre los cuidadores domiciliarios Home sweet home (Frelle Petersen, 2024). En cuanto a Documentales, el Premio del Público ha recaído en Die Möllner Briefe (Martina Priessner, 2025), y la segunda y tercera posición en las películas Yalla Parkour (Areeb Zuaiter, 2024) y Khartoum (Anas Saeed, Rawia Alhag, Ibrahim Snoopy, Timeea M Ahmed, Phil Cox, 2025).
Nuestra última crónica dedicada a películas que forman parte de la programación de secciones paralelas del Festival de Berlín ofrece el retrato de personajes inconformistas, enfrentados a llas barreras de una sociedad normativa. La próxima semana seguiremos centrados en el Festival de Berlín, pero hablaremos de series y de bandas sonoras.
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L'incroyable femme des neigesSébastien BetbederFrancia 2025 | Panorama | ★★★★☆ |
Situándose entre la comedia y el drama mucho más que sus otras películas, la última propuesta de Sébastien Betbeder (1975, Francia) se encuentra constantemente en una línea intermedia de géneros y de mundos distintos, remarcando los contrastes. El propio personaje de Coline Morel (Blanche Gardin) se presenta refiriéndose a su próxima muerte, y la veremos morir y volver a vivir dentro de la estructura narrativa sinuosa que nos propone L'incroyable femme des neiges (Sébastien Betbeder, 2025), una comedia dramática que se siente cómoda en los términos medios. Coline, una exploradora especializada en el Gran Norte, acaba de ser despedida de su trabajo por "mala conducta grave", y nos anuncia desde el principio que está a punto de morir. El director rodea las noticias dramáticas con un tono de humor, como cuando un médico inuit comunica a Coline que tiene una enfermedad incurable, y comienza a cantar "Les Champs-Élysées" (1969), que popularizó Jules Dassin. Ella decide regresar a su pueblo natal, en las montañas del Jura, de donde partió hace años sin mirar atrás, como una especie de despedida de su hermano Basile (Philippe Katerine), que la recibe con un golpe en la cabeza, pero también se reencuentra con su ex-novio Christophe (Laurent Papot). El contraste entre el espíritu aventurero de Coline, que dejó atrás todo su entorno y su familia, con la vida elegida por sus hermanos se subraya en este regreso que sirve como despedida. Pero también en el propio comportamiento de la protagonista, que a veces es caótico e impredecible, tanto que Basile acaba llamando a su otro hermano Lolo (Bastien Bouillon) para que le ayude a manejar la situación. En las montañas del Jura, conformando una primera parte que refleja la inadaptación de una inconformista, el director utiliza algunos recursos formales que refuerzan esta sensación de inestabilidad, como el uso de zooms y un estilo visual que se acerca a los westerns humanistas de los setenta, al estilo de Los vividores (Robert Altman, 1971) o Pequeño gran hombre (Arthur Penn, 1970), a la que se hace una referencia directa cuando uno de los habitantes de una aldea inuit mira la película en un pequeño televisor, en la segunda parte de la historia. Coline tiene cuentas pendientes, como escribir un libro sobre sus experiencias como exploradora, en busca de ese ser mitológico de la cultura groenlandesa conocido como Qivittoq, el "caminante de las montañas", que no es solo una figura legendaria, sino que puede llegar a convertirse en él una persona que abandona la sociedad y se dirige a las montañas para sobrevivir sola. Coline ha perseguido toda su vida la visión de los Qivittoq, pero ella misma también se ha ha ido transformando en uno, en cierta manera.
Regresando al punto de partida, L'incroyable femme des neiges se reinicia volviendo a la escena del principio, en la que veíamos a Coline aparentemente congelada en medio de las montañas nevadas de Groenlandia. El director regresa a este lugar del mundo tras su comedia Viaje a Groenlandia (Sébastien Betbeder, 2016), en la que nuevamente se contrastaban los comportamientos de dos hermanos con las costumbres locales de la comunidad inuit. Rescatada por los habitantes de una pequeña aldea, Coline parece sentirse más cómoda en este entorno, y la película adquiere otra textura, un tono más realista, cámara en mano en un estilo casi documental, en parte obligado por el reducido equipo de rodaje, que está marcado también por la intervención de actores no profesionales que ya participaron en la anterior película del director rodada en esos paisajes helados: Ole (Ole Eliassen) y Martika (Martin Jensen) llevan a Coline hasta su aldea, haciéndola resucitar de esa casi muerte en el hielo, pero también mostrándole el camino hacia la liberación de su espíritu al enfrentarse a un destino inevitable. La película se coloca así en ese lugar intermedio entre un toque de comedia absurda y un punto de drama reflexivo que ya hemos visto en otros títulos del director, pero que en este caso se equilibra bien. Hay una escena particularmente divertida y subversiva en la que Coline describe a un grupo de niños sus aventuras como exploradora, en la que no deja sin mencionar los momentos más violentos, mientras la última parte de la historia, serena y reflexiva, ofrece un desenlace dramático y emocionante que permite a la protagonista encontrar esa forma de serenidad absoluta que ha ido buscando a lo largo de toda su vida.
A melhor mãe do mundoAnna MuylaertBrasil, Argentina 2025 | Berlinale Special | ★★★☆☆ |
A lo largo de su trayectoria en el cine y la televisión, la directora Anna Muylaert (1964, Brasil) ha retratado diferentes tipos de relaciones materno-filiales, en películas como E além de tudo me deixou mudo o violão (2013), Una segunda madre (2015) o Madre solo hay una (2016), lo que se ha convertido en una constante en su filmografía. Pero hay elementos que diferencian a esta nueva relación entre una mujer y sus hijos, que se sitúa en la ciudad de São Paulo, entre la vorágine del tráfico intenso y la superpoblación, en medio de la cual el personaje de Gal (Shirley Cruz) trabaja como carretera recogiendo envases de plástico para entregarlos en la Asociación Nova Glicério, una de las cooperativas civiles que existen en Brasil dedicadas a la gestión de los materiales reciclables. Pero la realidad de Gal es mucho más dramática: ha huido de su casa después de haber sido maltratada y abusada por su pareja Leandro (Seu Jorge), y tiene la intención de sacar a sus hijos de ese entorno, aunque ella no tenga realmente un lugar donde quedarse. Gal convierte la huida junto a Rihanna (Rihanna Barbosa) y Benin (Benin Ayo) por las calles de la ciudad en una especie de aventura hasta que consiga una cierta estabilidad. La película adopta una perspectiva tan directa en torno a la situación de Gal que acaba resultando poco sutil, a la manera de aquel "cine de la pobreza" que se desarrolló en la industria latinoamericana en los años ochenta y noventa. Retratada físicamente como una mujer fuerte, en esa imagen de Gal tirando de un carro que se asemeja a la imagen de unos bueyes de carga, su aspecto recio contrasta sin embargo con el miedo que se apodera de ella cuando es traicionada por su propia familia, que le organiza un reencuentro con Leandro, una reconciliación con el hombre que la fuerza a tener relaciones sexuales cuando ella no quiere. Esta aceptación del maltrato por parte de su propio entorno dibuja una atmósfera especialmente opresiva: "Tu madre también fue golpeada" le dicen como una justificación de la necesidad de soportar lo insoportable, porque "no encontrarás un hombre mejor que yo", le llega a decir Leandro después de pedirle perdón. Pero la película brasileña A melhor mãe do mundo (Anna Muylaert, 2025) ofrece muchas veces una representación demasiado simple, con referentes como La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) en esa construcción de una fantasía para proteger a los hijos de una realidad dramática, en ese uso de la imaginación para escapar de la evidencia.
Hay algunos aspectos especialmente destacados en este drama, como la relación de Gal con sus hijos, que tiene un carácter diferente en cada caso: respecto al pequeño Benin, hay un sentimiento protector que se extiende también al que ejerce su hermana mayor. Mientras que con Rihanna, madre e hija no solamente comparten un vínculo materno-filial, sino también una conexión de sororidad, una relación que es simbólicamente política en cuanto a la reivindicación de la libertad personal. Rihanna es la que menos relación quiere tener con su padre, lo que hace sobrevolar una sensación inquietante, provocando que la decisión de Gal sea urgente y decisiva par evitar que el mal del abuso se extienda a otros miembros de su familia. Pero la directora evita cuidadosamente mostrar a Leandro en su faceta más perversa, representándolo en su fase de arrepentimiento; cuando Gal comienza a darse cuenta de que su pareja continúa bebiendo, intuye el desenlace de una situación que ha vivido otras veces. Incluso más que en su propia familia, Gal y sus hijos encuentran cobijo en una casa ocupada, gracias a la solidaridad de Munda (Rejane Faria), un espacio que tradicionalmente es considerado en Brasil como generador de criminalidad pero que adopta un carácter protector alrededor de su entorno. La última parte de la película se desarrolla en la Ocupación 9 de Julio, un conocido edificio ocupado en 2016 por el Movimiento de los Sin Techo del Centro (MSTC), en São Paulo, que acoge a 124 familias con el objetivo de garantizar el derecho constitucional a una vivienda. Esta imagen del capitalismo invadido por las familias en un edificio que estuvo abandonado durante 20 años es una de las representaciones más poderosas de una película que adopta una mirada humanista pero al mismo tiempo demasiado subrayada. La actriz Shirley Cruz, que trabajó con la directora en su película O clube das mulheres de negócios (2024) y a la que hemos podido ver recientemente en la miniserie Ciudad de Dios: La lucha sigue (Max, 2024), ofrece una interpretación contundente y física de su personaje, pero también cargada de sensibilidades.
El sensible drama que supone el regreso al largometraje de la directora Čejen Černić Čanak (1982, Croacia) tras su debut en la película de aventuras infantil The mystery of Green Hill (2017), aborda una relación homosexual entre dos jóvenes que sin embargo no comienza en la fase de enamoramiento, sino que se desarrolla tiempo después de que sus familias les obligaran a separarse. Marko (Lav Novosel) es un estudiante de secundaria que se entrena con su padre Franjo (Filip Šovagović) como luchador de pulso, un deporte basado en la fuerza y la masculinidad, mientras le ayuda en un taller mecánico en el que teóricamente está destinado a trabajar cuando termine los estudios. Entre los entrenamientos y las reparaciones de coches tiene poco tiempo para su novia Petra (Franka Mikolaci), llevando una vida tradicional de un joven en un pequeño pueblo de las montañas. La crecida del río amenaza con inundar la localidad, por lo que se está organizando la construcción de un muro de sacos de arena, de donde la película toma su título, para tratar de contrarrestar la llegada del agua. De alguna manera, el muro que trata de contener la crecida del río es una representación del muro de normalidad heteronormativa que ha construido Marko a su alrededor, hasta que el regreso de Slaven (Andrija Žunac) al pueblo acaba resultando tan inestable como los sacos de arena que tratan de contener el agua. A lo largo de la película, las noticias de la radio describen la situación de esta presa improvisada de una manera que parece describir también la propia relación entre Marko y Slaven, que al principio tratan de mantenerse distantes pero que no pueden evitar que los sentimientos vuelvan a fluir de manera incontrolable. Sandbag dam (Čejen Černić Čanak, 2025) establece por tanto un interesante planteamiento en el que no somos testigos del nacimiento de una relación romántica, sino que parte de una situación de distanciamiento entre los protagonistas. Como en otras historias sobre amores homosexuales, el entorno de un pequeño pueblo en el que es difícil mantener secretos acaba siendo un elemento claustrofóbico que la directora subraya con los planos cerrados y la cámara en mano. Slaven ha regresado al pueblo para asistir al entierro de su padre homófobo, que le echó de su casa cuando Vanča (Tanja Smoje), la madre de Marko, les reveló que sus hijos tenían una relación.
La película se beneficia de una construcción de personajes que proviene de uno de los autores teatrales más reconocidos del país, Tomislav Zajec (1972, Croacia), del que en España se han publicado algunos de sus textos en la recopilación Teatro croata contemporáneo (2018, Ed. Antígona). Pero a pesar de tratarse de un guión escrito por un autor teatral, consigue evitar que las relaciones entre los personajes se sostengan en las palabras. Por el contrario, se establece una conexión con las miradas y los gestos, especialmente entre Marko y Slaven, pero también entre Marko y su hermano pequeño Fićo (Leon Grgić), un joven con síndrome de Down con el que tiene una cercanía especial. Conforme se desarrolla la historia, la intensidad de la corriente del río se acrecienta, amenazando con inundar el pueblo; también la intensidad de los sentimientos de Marko aumenta, poniendo en peligro la estabilidad que su entorno ha construido a su alrededor. En una granja en la que crían conejos, cuando Fićo se refiere a uno de ellos como un conejo salvaje, Marko le dice: "Si es un conejo salvaje, entonces debe correr libremente". La vida de Marko se ha construido como se crean las cajoneras en las que se guarda a los conejos, con todas las necesidades cubiertas, con un futuro ya diseñado, pero sin espacio para la libertad. La figura paterna que representa Franjo para su hijo es particularmente significativa, menos expresiva que la de su madre pero igualmente opresiva, a través de los rasgos de heteronormalidad que rodean al trabajo como mecánico y la competición como luchador de pulso. Esa masculinidad acaba siendo posesiva, aparentemente protectora pero igualmente intolerante: "No te crié para que te metieras en peleas de bar. Eres mío. Mi hijo". Hay un tono melancólico que impregna la película, quizás por su procedencia en los países de los Balcanes, una especie de fragilidad que rodea a los personajes, pero que aporta una tonalidad diferente a un drama sobre una relación prohibida. Sin embargo, Sandbag dam nunca cae en los tópicos ni en el retrato de los personajes estereotipados, aunque establece claramente las consecuencias de los actos personales.
Otra de las películas que recuperamos del European Film Market, fuera de la programación oficial del Festival de Berlín, es esta producción danesa que se estrena el próximo mes de abril en su país. Second victims (Zinnini Elkington, 2025) es un drama médico que aborda en su título un término introducido por primera vez por el doctor Albert Wu en el año 2000, para referirse a los profesionales médicos afectados por el impacto de eventos adversos y errores, cuyas primeras víctimas son los pacientes que sufren las consecuencias de un diagnóstico equivocado o de un tratamiento erróneo, pero que también se manifiesta en los propios profesionales. Desde que se introdujera esta denominación, se han realizado estudios en los países desarrollados para analizar su frecuencia, describir sus manifestaciones y establecer sus determinantes y consecuencias. En España se ha realizado uno de los últimos estudios, que ha dado como resultado que un 62% de los profesionales sanitarios de atención primaria y el 72% de los profesionales de hospitales han vivido de cerca esta circunstancia. Algunos de los resultados de este estudio se pueden consultar en la página web www.segundasvictimas.es. Inspirándose en conversaciones con familiares que desarrollan su trabajo en el sistema sanitario danés, la directora Zinnini Elkington (1989, Dinamarca) debuta en el largometraje con una historia de ficción que traslada directamente una situación dramática alrededor de un error de diagnóstico. Durante un turno especialmente complicado en el hospital de Herlev en Copenhague, la neuróloga Alex (Özlem Saglanmak), se enfrenta al diagnóstico del joven Oliver (Jacob Spang Olsen), que ha acudido al hospital junto a su madre Camilla (Trine Dyrholm), a causa de un dolor de cabeza. Aunque en principio no parece haber indicios de mayor problemas que una simple jaqueca, Alex desestima la sugerencia de la enfermera Emilie (Mathilde Arcel) de realizar un escáner cerebral para estar seguras del diagnóstico. Por el contrario, Alex le da de alta antes de dirigirse a otra de las muchas consultas que debe realizar, hasta que Oliver cae desplomado en estado de coma. La doctora se da cuenta entonces que había pasado por alto una advertencia de la enfermera en la que indicaba por escrito que Oliver sufría rigidez de cuello, síntoma de una posible hemorragia cerebral. La película establece con intensidad el drama de un error médico que afecta principalmente a paciente y a sus familiares pero que tiene una víctima colateral, la de los propios profesionales.
Second victims es un sólido drama que se sitúa principalmente en la perspectiva de los profesionales de la sanidad, sin exculpar sus equivocaciones e incluso su propia dinámica de poder interna entre médicos y enfermeras, pero estableciendo como una causa relevantes de los diagnósticos prematuros, el nivel de presión a los que el sistema sanitario somete a los profesionales. Pero también dibuja un carácter egocéntrico de la protagonista en su relación con Emilie, la enfermera que se derrumba emocionalmente cuando siente que su falta de insistencia ha podido ser una de las razones por las que Oliver no ha recibido el diagnóstico correcto. Hay dos partes claramente definidas en el estilo visual que imprime Zinnini Elkington a una película que se desarrolla exclusivamente dentro del hospital durante una larga jornada. El sentido de urgencia se transmite a través de largos planos secuencia en los que acompaña a la doctora en la diferentes consultas que debe realizar a lo largo de la planta de neurología. Pero Second victims no tiene vocación de ser un drama médico de tensión constante, sino que se estabiliza en la segunda parte, cuando las consecuencias del diagnóstico prematuro sitúan al joven entre la vida y la muerte. La dinámica de poder entre Alex y el cirujano jefe Esben (Olaf Johannessen) sobre la conveniencia o no de operar al paciente construye también elementos de tensión que alimentan la trama principal. Mientras la relación de la doctora con la madre, interpretada por la dama de la interpretación Trine Dyrholm, a la que hemos visto también en este Festival de Berlín en la película Beginnings (Jeanette Nordahl, 2025), reflejan su habitual comodidad en papeles dramáticos. Es interesante la introducción de una subtrama relacionada con una mujer anciana Winnie (Pernille Højmark) y su hijo Anders (Morten Hee Andersen), que sirve para contrarrestar el error cometido, reflejando la profesionalidad de la protagonista. La cámara se detiene en los personajes para reflejar las situaciones complejas pero urgentes a las que se tienen que enfrentar los familiares, como firmar el permiso para una donación de órganos. Aunque estamos saturados de series médicas que abordan temas diversos, Second victims consigue distinguirse por la relevancia de su propuesta y la fortaleza de sus interpretaciones, abordando cuestiones como la estructura laboral de un sistema invisible que deja el destino de sus pacientes en decisiones individuales.
Sorda se estrena en salas de cine el 4 de abril.
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Películas mencionadas:
Pequeño gran hombre y Madre solo hay una se pueden ver en Filmin.
Una segunda madre se puede ver en Filmin y Tivify.