07 julio, 2023

Sheffield '23 - Parte 8: Paisajes

Seguimos repasando la programación del Sheffield Doc/Fest, que se ha celebrado en las últimas semanas de junio, con películas en las que el paisaje aporta un elemento esencial no solo como trasfondo de las historias que cuentan, sino en ocasiones como el principal protagonista. Desde la isla de Wight en la costa de Southampton hasta el Himalaya nepalí, pasando por la ciudad de Richland en Estados Unidos, pasando por el Círculo Polar Ártico y por la provincia de Soria, los títulos de los que hablamos muestran el entorno para entender a quienes lo habitan. 

© Heiki Franzen

Richland

Irene Lusztig, 2023 | Competición Internacional | ★★★★☆

Estrenada casi simultáneamente en el Festival de Tribeca y en Sheffield, esta nueva película de la directora Irene Lusztig (1974, Reino Unido) surgió en cierta manera de su anterior proyecto Yours in sisterhood (2018), en el que confrontaba el feminismo actual y el de hace cuarenta años a través de la lectura de cartas escritas a la revista Ms. Magazine-America en los años setenta, leídas por mujeres en diferentes Estados de Norteamérica. Durante ese viaje, confiesa la directora que se sintió especialmente atraída por la ciudad de Richland, situada en el Estado de Washington, que también mantiene una conexión permanente con el pasado. Se trata de un antiguo pequeño pueblo agrícola hasta que en 1943 el Ejército compró varias hectáreas, desalojando a sus habitantes y convirtiéndola en una ciudad dormitorio para los trabajadores del Proyecto Manhattan en el que se diseñaron las bombas atómicas que se lanzaron en Hiroshima y Nagasaki. Richland mantiene un vínculo cercano con este pasado no solo porque todavía viven allí algunos de los que trabajaron en la empresa gubernamental Hanford, sino porque representa con orgullo su papel fundamental en el desarrollo de la 2ª Guerra Mundial, como afirma uno de los ex-trabajadores: "No estoy diciendo que fuera bueno, pero si no se hubieran lanzado las bombas sobre Japón no se hubiera podido preservar Estados Unidos como lo conocemos ahora", mientras otro comenta con convicción que "somos la única nación que ha utilizado una bomba atómica para matar a otros seres humanos". Frente a los habituales discursos antinucleares, la ciudad tiene un equipo de fútbol llamado Bombers, una mascota que es un hongo atómico y celebra con desfiles la conmemoración del lanzamiento de las bombas atómicas.

Pero en Richland (Irene Lusztig, 2023), la directora no pretende dibujar la habitual confrontación entre partidarios de la energía nuclear y los detractores de ella, incluso si aún permanecen en los antiguos terrenos aproximadamente unos 50 millones de galones de residuos radiactivos en tanques subterráneos que suponen un problema sin resolver. Lo que parece interesarle sobre todo es describir en la película las contradicciones internas que se viven en esta ciudad, que también dispone de un museo en el que se muestran objetos y fotografías de un trabajo realizado de forma secreta, hasta el punto que muchos de los trabajadores ni siquiera sabían exactamente cuál era la naturaleza de sus funciones. Irene Lusztig describe con acierto muchos de estos aspectos a veces contradictorios, abordando una serie de temas que surgen con una hábil narrativa en la que se establecen conexiones entre ellos, y entrevistando a personas que de una u otra forma están relacionadas con el desarrollo y las consecuencias del Proyecto Manhattan. Hay detalles sorprendentes, como esa cierta normalidad que se establecía entre las familias que habitaban Richland con hábitos como realizar pruebas de orina diarias. En una secuencia, la cámara se detiene en las tumbas de niños que fallecieron de manera temprana, haciendo referencia al aumento de muertes por cáncer entre los propios trabajadores de Hanford, donde se llevaron a cabo pruebas de explosiones atómicas controladas. Pero también se muestra en la ciudad una especie de perseverancia por rodearse de zonas verdes y ajardinadas en un intento quizás por maquillar la imagen del desierto radiactivo. 

La película encuentra una forma en cierta manera poética de adentrarse en estos temas, lo que la distingue de forma sobresaliente de una simple mirada superficial hacia las contradicciones de una ciudad que se enorgullece de un sentimiento patriótico pero también asume su propia controversia. A lo largo de la narración se intercalan fragmentos del libro de poesías Plume (2012), escrito por Kathleen Flenniken, que creció en Richland y cuyo padre trabajaba como químico en Hanford, mientras que una de las imágenes finales corresponde a la instalación que la artista Yukiyo Kawano realizó para la conmemoración del 76 aniversario del lanzamiento de las bombas en 2021. Ella es hibakusha de tercera generación (descendiente de supervivientes de Hiroshima y Nagasaki), y creó una escultura de las bombas, Little Boy y Fat Man, realizadas con parches de kimonos pertenecientes a su abuela, teñidos con varios tonos del color de la tierra, y cosidos con mechones del propio cabello de la artista. Es la primera vez que aparece una representación de las bombas en la película, que hasta ese momento son solo una sombra permanente, pero no se ven de forma física. La música que acompaña a las escenas finales también es una composición coral que canta las palabras de Robert Oppenheimer citando el texto sagrado hinduista Bhagavad-gītā: "Me he convertido en la muerte". Pero sobre todo resuenan al final de la película los ecos de los asentamientos indígenas que fueron desalojados por el ejército con la promesa de que regresarían a unas tierras donde vivieron sus antepasados pero que acabaron convirtiéndose en un terreno baldío e inhabitable. 

© Christopher Morris/Bosena 2022

A year in a field

Christopher Morris, 2023 | Competición Ópera Prima | ★★★★☆

La primera película del cineasta Christopher Morris es lo que podría catalogarse como un documental ecológico y al mismo tiempo todo lo contrario. Inspirándose en el libro de Michael Allaby A year in the life of a field (1981), el director aprovechó dos circunstancias importantes para colocar su cámara durante un año en el paisaje de Cornualles (Inglaterra): vivir cerca de lo que se denomina Land's End, al Oeste de la región, donde se trasladó en 2015 para dirigir la Escuela de Cine en la Universidad de Falmouth, y el inicio de la pandemia del coronavirus. La presencia solitaria de una gran roca megalítica a la que se denomina Longstone, y que se yergue sobre un campo de cebada desde hace 4.000 años, le causó impresión. Aunque no se conoce su origen, la posición de esta roca junto a otra más pequeña ha dado lugar a teorías sobre su condición de altar para sacrificios, lo que la ha rodeado de un cierto aire místico. El director decidió comenzar su rodaje desde el solsticio de invierno de 2020, elaborando una mirada tranquila y relajada que se coloca a distancia del habitual ritmo dinámico de cualquier película, incluidas aquellas que se centran en la observación de la naturaleza. Utilizando simplemente un trípode y con algunas reglas que ha mantenido firmes como tratar de tener siempre en el plano a la roca desde diferentes perspectivas, la mirada de Christopher Morris se detiene en los detalles, a través de primeros planos que muestran la vida que se ha desarrollado sobre la piedra, desde el musgo hasta los insectos, o mostrando planos generales en los que la roca parece mantenerse vigilante frente a un paisaje solitario.  

A lo largo de la película, el propio Christopher Morris describe a través de su voz en off algunos acontecimientos que ocurren alrededor del mundo, haciendo referencia al aumento de la temperatura en el planeta o la cantidad de CO2 que generan los habitantes de Gran Bretaña cada año. De alguna manera, la introducción de estas descripciones parecen hacer referencia a un mundo en proceso de autodestrucción mientras la roca permanece como una superviviente arcaica en medio de un paisaje que se transforma a lo largo del año. En esa línea, la cámara también centra su atención en los restos que han dejado los seres humanos a su paso por la zona: envolturas de la barra de chocolate Snickers y de queso cheddar, o un paquete de ropa interior femenina parecen objetos que no encajan con el paisaje, como elementos externos que lo degradan. Una revista con una modelo que tiene tatuado en el brazo "Oggi sono grata" (Hoy estoy agradecida) ofrece una mirada irónica sobre la representación de la huella humana en la naturaleza, como la estela de un avión sobre el cielo. De forma que A year in a field (Christopher Morris, 2023) es una película que hace continuas referencias al cambio climático, pero de una forma soterrada. 

Aunque el director rodó prácticamente en solitario hasta el 23 diciembre de 2021, su último día en el campo, hay referencias en los créditos finales a algunos de sus ocasionales acompañantes, como su perro Ted o el dueño del campo de cebada donde se encuentra la roca, un agricultor local llamado Roger Jenkin, al que se denomina "guardián" en los títulos de crédito. A través de recursos sencillos, sorprende la capacidad de Christopher Morris para capturar momentos especiales con una belleza singular, desde una tormenta hasta el crecimiento de la cebada que transforma el entorno, o un arco iris que acaba sirviendo de marcado momentáneo a la roca. A year in a field es el reflejo de cómo la naturaleza se adapta a unas estaciones que cada vez son más difíciles de distinguir, pero sobre todo una mirada ecológica que no pretende ser discursiva, sino que se sostiene en la observación para mostrar las amenazas. Tras su estreno mundial en Sheffield, está previsto que llegue a las salas de cine de Gran Bretaña coincidiendo con el Equinoccio de otoño, el 22 de septiembre. Y hace un recordatorio en los créditos sobre la contradicción de que una película comercial, incluso aquellas que advierten sobre el cambio climático, acabe generando más 500 toneladas de CO2.

No winter holidays

Rajan Kathet, Sunir Pandey, 2023 | Competición Ópera Prima | ★★★☆☆

Si hablamos de la importancia del paisaje, esta película lo utiliza con especial habilidad como un elemento fundamental que conforma el desarrollo de la historia. Pero en un espacio como el Himalaya nepalí, en el valle de Dhor, resulta imposible que el entorno no acabe trascendiendo su propia condición de telón de fondo para tomar un protagonismo principal. De hecho el título original de la película, Dhorpatan, hace referencia a esta zona que se encuentra a 3.900 metros de altura, donde se refugian poco más de 25.000 habitantes de diferentes castas. Pero a la llegada del duro invierno, la mayor parte de ellos abandona el valle y se dirige a otros municipios e incluso a la ciudad de Katmandú, para pasar la estación con otros familiares. En Dhorpatan, sin embargo, permanecen dos mujeres, viudas del mismo hombre, que se han quedado sin recursos para salir del valle y se ven obligadas a sortear la peor época del año manteniendo una convivencia como vecinas. En su debut como directores, Rajan Kathet y Sunir Pandey construyen una película que se recrea en la mirada hacia el paisaje a través de una fotografía contemplativa de Babin Dulal, que también trabajó en otro documental localizado en Nepal, The porter: The untold story at Everest (Nathaniel J. Menninger, 2020) y que por tanto conoce bien los entresijos de un entorno montañoso. 

Ratima y Kalima mantienen una convivencia más o menos respetuosa pero también distante, con algunos reproches que indican una relación diferente con el esposo compartido y recién fallecido. Ratima, que tiene una actitud mucho más melancólica, a veces le recuerda y le dedica ofrendas a orillas del río, afirmando que algunas noches sueña con su marido: "La otra mujer dice que nunca sueña con él". Y se lamenta de que después de haberse vuelto a casar con Kalima, ella podría haber iniciado una nueva vida: "Después de casarse, si no hubiera seguido cuidando de mí, podría haberme casado otra vez y haber vivido en otro lugar", mostrando su decepción porque su marido, en vez de renunciar a ella cuando se volvió a casar, decidió mantenerla junto a él, lo que la obligó a esa condena final de permanecer en un lugar inhóspito. Por el contrario Kalima es una mujer mucho más habladora, para pesar de Ratima, y también suele maldecir constantemente. Cuando en una ocasión que se marcha en medio de una gran tormenta para buscar a una cabra perdida, comprueba a su regreso que la ropa que había tendido permanece fuera de la casa, comienza a lanzar troncos sobre el tejado de Ratima: "La puta podía haber recogido mi ropa de la lluvia". A través de una observación que se mantiene a distancia, No winter holidays (Rajan Kathet, Sunir Pandey, 2023), un título internacional que tiene algo de ironía, elabora un retrato de estas dos mujeres que a veces parece estancarse, demasiado pendiente de la representación del espacio como un entorno que moldea las personalidades de Ratima y Kalima de forma diferente. 

A pesar de que da la impresión de que la cámara se mantiene más cerca de la segunda, Kalima esconde una realidad más compleja, marcada por la ausencia de su hija, que parece la justificación adecuada para beber demasiado por las noches, algo de lo que Ratima se queja constantemente. Esta confrontación de caracteres, de dos mujeres que están condenadas a vivir juntas porque un día fueron elegidas como esposas por el mismo hombre, incluso construye algunos momentos divertidos, pero sobre todo establece una mirada segura en torno a la vejez, a la dependencia de las mujeres y a la rivalidad femenina provocada por una sociedad patriarcal. En cierta manera, el retrato de las protagonistas se conforma de una forma completa cuando los vecinos y sus familiares regresan al pueblo después del invierno, y una de ellas se plantea que el próximo año tratará de ir a Katmandú para evitar el carácter agrio de un invierno que se hace largo en una soledad que, aunque es compartida, sigue siendo solitaria. 

Y arquitectura un sueño de palmeras

Patxi Burillo Nuin, 2023 | Competición Internacional de Cortometrajes | ★★★★☆

El segundo cortometraje dirigido por Patxi Burillo Nuin (1990, Pamplona), quien realizó el posgrado de Creación en la Escuela de Cine Elías Querejeta, se acerca más a su faceta como arquitecto, al tomar como elemento principal una antigua ermita para elaborar un discurso sobre al arte, los espacios y la relación con las diferentes sociedades. Su anterior corto, Argileak (Los que hacen la luz) (2022), hablaba sobre la mirada de la infancia a partir de una pantalla de cine colocada en los campos de Ezkio donde en 1931 hubo supuestas apariciones de la Virgen, y fue seleccionado en Punto de Vista, Documenta Madrid y L'Alternativa. El punto de partida en este caso es el trayecto de dos hombres que caminan por las áridas tierras de Soria en dirección a la ermita mozárabe de San Baudelio, construida en el siglo XI y habitada durante años por un ermitaño. El entorno aislado en medio de un desierto, a dos kilómetros de la localidad de Casillas de Berlanga, le otorga a la construcción un tono que rompe con el paisaje, como un lugar de oración al que se llega atravesando un lugar inhóspito. La imagen de los dos hombres caminando recuerda a los personajes que atraviesan un desierto en la película Gerry (Gus Van Sant, 2002), hasta encontrarse con esta construcción prerrománica con influencias mozárabes. Con una estructura que utiliza un enfoque arquitectónico, marcando claramente los espacios y usando encuadres rectilíneos, Y arquitectura un sueño de palmera (Patxi Burillo Nuin, 2023) establece cuatro partes que comienzan y terminan en la ermita, para recorrer otros dos espacios destacados de su trayectoria histórica. 

La ermita de San Baudelio está soportada por un pilar central en el que apoyan ocho arcos de herradura que sustentan una bóveda esquifada, formando una especie de palmera. Se dice que el octógono representa el paso del cuadrado al círculo, y por tanto de la tierra al cielo. Aunque fue declarada Monumento Histórico Artístico en 1917, los vecinos de Casillas vendieron parte de las pinturas murales en la década de 1920, quedando solo algunos fragmentos en la propia ermita. El título del cortometraje está extraído de un verso de un poema que Gerardo Diego dedicó a la ermita: "Toda luz se ha vuelto disciplina / y arquitectura un sueño de palmera". Algunas reproducciones de estos murales se pueden contemplar en un spa construido en el sótano de un edificio del siglo XVI que se encuentra en Burgos de Osama, y el diseño se asemeja al de la planta principal del interior de la ermita. El director hace referencia a la influencia de las estructuras temporales y la narrativa repetitiva del cine de Hong Sang-Soo, con sus planos de composición milimétrica. El tercer espacio en el que se desarrolla es el Museo del Prado, donde se conservan en una sala aquellas pinturas, un total de 23 fragmentos románicos, que fueron arrancadas de las paredes de la ermita. Estableciendo un paralelismo entre los tres espacios, Y arquitectura un sueño de palmera elabora una narrativa que habla del expolio artístico, de las huellas de la reconquista y de las conexiones a veces intrincadas y sorprendentes de distintas épocas y diferentes lugares. 

Piblokto

Anastasia Shubina, Timofey Glinin, 2023 | Panorama Cortometrajes | ★★★★☆

Al final de su película, los directores plantean una reflexión sobre nuestra propia mirada hacia los habitantes de la región ártica de Chukotka. Que el gobernador de esta región sea el millonario ruso Román Abramóvich, antiguo dueño del Chelsea, dice mucho de hacia dónde va la riqueza petrolífera de la zona mientras sus habitantes se dedican principalmente a la pesca y a la caza. Pero la mirada de Anastasia Shubina (1991, Rusia) y Timofey Glinin (1991, Rusia), ambos fotógrafos que residen en San Francisco y colaboran juntos desde 2018, cuestiona incluso el propio punto de vista antropológico que pudiera tener su cortometraje. El término "piblokto" ha sido acuñado por los occidentales y se refiere a lo que se ha denominado como "histeria ártica", una enfermedad mental que se asigna a determinados comportamientos de los autóctonos de estas tierras, pero que también puede estar relacionada con la presencia de espíritus. De esta forma, Piblokto (Anastasia Shubina, Timofey Glinin, 2023) es una aproximación a la muerte a través de la relación de un grupo de habitantes con su entorno, y plantea cuestiones sobre cómo estas costumbres son asimiladas por una mirada occidental. Con el sonido de los rituales del chamán de forma constante, las primeras escenas muestran a una gran ballena cazada que es descuartizada sobre la orilla y cuya carne servirá como alimento. Pero hay otros elementos de muerte y vida a lo largo del documental: los niños jugando con las aves muertas o la propia defensa del pueblo de la presencia de los osos, mientras el paisaje de la tundra se convierte también en un entorno que delimita la propia vida. 

Los directores abordaron ya las prácticas chamánicas en su anterior documental, The art of falling apart (2019), sobre los pastores de renos de Mongolia. Pero a pesar de su carácter aislado, las aristas del capitalismo se introducen también en las comunidades esquimales. Las vísceras de la ballena se convertirán en alimento para una granja de zorros árticos cuyas pieles acabarán vendiéndose a las sociedades occidentales. A través de estos apuntes de realidades que tienen una textura poética, como si de alguna manera consiguiera una inmersión total en el entorno, la película construye un retrato ambiguo en el que la "histeria ártica" se convierte en la única explicación razonable desde un punto de vista externo. Con una estructura que imita las ceremonias chamánicas que establecen la conexión entre la vida y la muerte, Piblokto se adentra en las comunidades chukchi de una manera visceral. El cuento sobre un oso que se resguarda junto a un grupo de morsas como si fuera una de ellas, pero que no puede evitar finalmente el instinto de matar y alimentarse con ellas, indica que la naturaleza es inalienable. Esta mirada establece una conexión entre la vida y la muerte, entre los rituales espirituales y las necesidades vitales, entre el hombre y la naturaleza. 


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Películas mencionadas:

Yours in sisterhood se puede ver en Filmin.


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