El BFI London Film Festival alcanza su recta final durante este fin de semana tras diez días de proyecciones que han presentado buena parte de las películas más destacadas que no tardarán en llegar a las salas cinematográficas durante este otoño-invierno, especialmente aquellas que aspiran a entrar en las contiendas principales de la temporada de premios que acaba de comenzar. Pero nuestra mirada se detiene principalmente a lo largo de estas crónicas en películas que tienen menos resonancia pero que sin embargo contienen una riqueza formal y narrativa sobresaliente. En este post que dedicamos a hablar de ilusiones y realidades, no como dos elementos de confrontación, sino de coexistencia, nos introducimos en un viaje personal que mezcla espiritualidad e identidad, en una experiencia psicológica que habla de mitología y trauma, en una muestra de terror con resonancias medioambientales, en una historia real sobre la rebeldía contra las normas establecidas y en la última incursión de Lars von Trier en el hospital en el que las enfermedades forman parte de lo sobrenatural.
Crows are whiteAhsen Nadeem, 2022 | BFI London Film Festival | Sección Strands: Journey | ★★★★☆ |
El aspecto más fascinante de un documental es la posibilidad de que, enfrentados a una realidad cambiante, el proceso de producción comience de una forma completamente diferente a su desarrollo. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la película In the Court of the Crimson King. King Crimson at 50 (Toby Amies, 2022), que presenta su estreno mundial el 22 de octubre en un evento global en streaming desde Londres, y que se centra en la trayectoria de la banda Crimson King para expandirse hacia una reflexión mucho más amplia sobre la existencia y sobre la muerte. Quizás no es tan profunda en ese sentido, pero el documental Crows are white (Ahsen Nadeem, 2022), que se estrenó en el pasado SXSW Film Festival, también se enfoca en la naturaleza humana a través de un viaje que pretende mostrar el aspecto espiritual del budismo pero que se convierte en una reflexión personal sobre lo incontrolables que pueden llegar a ser las mentiras. En su pasión casi obsesiva por los monjes budistas, el cineasta musulmán Ahsen Nadeem narra su experiencia a través de varios viajes a Kioto para mostrar la vida de los llamados monjes maratonianos de Hiei, una comunidad del culto budista Tendai que lleva a cabo una práctica ascética de meditación llamada kaihōgyō, que consiste en caminar una ruta por el Monte Hiei de 1.000 días. Este proceso está reservado a los miembros más elevados de la comunidad, y la mayor parte de ellos no consigue completarlo. El kaihōgyō se desarrolla a lo largo de 7 años, cada uno de los cuales se aumenta el número de kilómetros diarios que deben recorrer los monjes, y en el séptimo año el aspirante a alcanzar la trascendencia debe permanecer sin dormir, comer ni beber durante siete días y medio, solo sentado y recitando.
Este es el punto de partida del documental rodado a lo largo de varias visitas al templo de Hiei, pero poco a poco, y por circunstancias que tienen que ver con cierta mala suerte del director, va derivando hacia un viaje más personal. Lo más atractivo del trabajo de Ahsen Nadeem es que no tiene ningún problema en parecer un director poco preparado, incluso cayendo en algunas contradicciones. Cuando su teléfono móvil empieza a sonar en medio de una oración budista a la que los monjes no suelen permitir el acceso de cámaras, Nadeem es expulsado del templo y debe encontrar una manera de congraciarse con los monjes de nuevo. Y lo hace estableciendo contacto con Ryushin, un joven monje que trabaja con desgana en la tienda de souvenirs del templo, y que no tiene clara su vocación como budista. En parte, su dedicación se produce para seguir los pasos de su familia, cuyo abuelo fue un destacado miembro de la comunidad, pero su comportamiento no es, precisamente, el más ortodoxo: es aficionado a beber sake, disfruta con los helados de las famosas cafeterías de parfait de Kioto y es un fan del heavy metal, cuando se supone que un monje no debe consumir alcohol, disfrutar de placeres mundanos ni escuchar música.
La amistad entre Nadeem y Ryushin es lo mejor de la película, y establece en cierta manera un paralelismo entre ambos. Porque Nadeem también está marcado por una familia que en cierta manera le ha impuesto su forma de enfrentarse al mundo. Nacido en Arabia Saudí, cuando estalló la Guerra del Golfo su familia se trasladó hasta la pequeña localidad irlandesa de Canvas, lo que supuso un choque cultural importante para un niño de solo diez años. Sus padres siguen practicando la religión musulmana de forma ortodoxa, inculcando siempre a su hijo que su obligación es casarse con una mujer musulmana, porque lo contrario es un pecado grave. Pero cuando Nadeem se traslada a vivir a Los Angeles conoce a su actual pareja, una joven norteamericana, y el temor a confesar que ha incumplido los preceptos del Islam le lleva a ocultar a sus padres que está casado desde hace tres años. Nadeem lleva una doble vida en la que incluso maneja dos móviles distintos, uno solo para las comunicaciones con su familia y otro para su círculo de amistades. En sus diversas entrevistas a monjes budistas, uno de ellos cuenta a Nadeem la anécdota de un maestro que tuvo en su infancia y que un día dijo a sus alumnos: "Los cuervos son blancos". A pesar de tratarse de una falsedad evidente, ninguno de ellos le contradijo, aceptando esa mentira como un acto de fe. Es una metáfora inteligente sobre la propia experiencia de Nadeem, arrastrada a un camino sin salida que cada vez se hace más complejo. Crows are white tiene una habilidad especial para equilibrar el sentido del humor (como cuando se plantea hacer una entrevista a un monje que ha hecho un voto de silencio) con la honestidad trágica del director, aunque sea en contra de su propia imagen. Y en este sentido es un documental que utiliza esta trayectoria personal, y notablemente emocional conforme se acerca el desenlace, que plantea algunas reflexiones interesantes sobre las imposiciones culturales y religiosas y la incomunicación dentro de la familia.
InlandFridtjof Ryder, 2022 | BFI London Film Festival | Sección Strands: Dare | ★★★☆☆ |
En los últimos años hemos visto un interés creciente por las historias que abordan la relación del ser humano con la naturaleza, elemento principal del denominado "horror folk" que se alimenta de la tradición oral de relatos de misterio para construir estudios psicológicos que hablan de la retribución de la naturaleza frente a la traición del ser humano, y que está principalmente representada en la tradición celta del "greenman", el hombre verde que metafóricamente representa la renovación y el cambio, un rostro envuelto en ramas y hojas que alienta la transformación. Películas como In the earth (Ben Wheatley, 2021) o Men (Alex Garland, 2022) han explorado estas tradiciones recientemente, y se puede decir que Inland (Fridtjof Ryder, 2022) conecta con aquellas en su narrativa misteriosa que elabora un drama sobre la pérdida y la familia sosteniéndose en las tradiciones orales del condado de Gloucestershire. Es en el Forest of Dean, uno de los bosques más antiguos que sobreviven en Inglaterra, donde se desarrolla esta historia que comienza con la representación de la diosa del bosque y los recuerdos de un niño que ha sufrido el trauma de la desaparición de su madre, una mujer de origen gitano, siempre ligado a su carácter nómada.
El joven director debutante Fridtjof Ryder (2000, Inglaterra) elabora un cuento misterioso que se sostiene en la frontera difusa entre la mitología y los sueños para acompañar a Tom (Alexander Lincoln) en su regreso a la sociedad después de permanecer durante unos años en un centro psiquiátrico. Cuando le acoge el mecánico local, Dunleavy (Mark Rylance), lo primero que le pregunta es "¿Te han arreglado?", como si se tratara de un objeto defectuoso. Su regreso, marcado aún por las secuelas psicológicas de la ausencia de su madre, se apoya en la camaradería de Dunleavy, un hombre que a veces trata de suavizar los momentos más serios con alguna broma, y del que Mark Rylance extrae una mundanidad que al mismo tiempo también tiene algo de misterio. En su proceso de readaptación a la vida normal, ayudando a Dunleavy en el taller de reparación, es fácil entender que Tom no está del todo "arreglado", que el trauma que sufrió cuando era niño continúa todavía presente. La madre se manifiesta a través de la voz tan característica de la actriz Kathryn Hunter, a la que recientemente hemos visto en La tragedia de Macbeth (Joel Coen, 2021), interpretando a una bruja, lo que parece un guiño cinematográfico. Pero esta voz en la mente de Tom, que habla de la relación con su hijo, también tiene un carácter etéreo que la acerca a la figura simbólica de madre naturaleza. El director explora la psicología del protagonista, adentrándose en la desconexión de la sociedad que le atrae sin embargo hacia una conexión cada vez mayor con la naturaleza, con ese Bosque de Dean atravesado por un devenir de personas que forman parte del paisaje. Y aunque no pertenece al subgénero de horror folk explícitamente, la trayectoria del protagonista se acerca a la de una pesadilla.
En este sentido, la propuesta es tan fascinante como irregular, quiere ser tan misteriosa e intrincada que no permite al espectador imbricarse del todo en la historia, aunque es fácil entender por qué un director debutante ha conseguido seducir a nombres tan destacados como Mark Rylance, que incluso participa como productor en una película de muy bajo presupuesto. Evidentemente influido por directores como David Lynch, con el que comparte la referencia en su título a la película Inland Empire (David Lynch, 2006), que era también un viaje surrealista, Fridtjof Ryder es un director hábil que sabe elaborar secuencias de gran elegancia, con momentos de introspección que se representan a través de una mirada llena de simbolismos, como cuando Tom acompaña a un grupo de amigos a un local de strip-tease que tiene resonancias de Terciopelo azul (David Lynch, 1986). El bar se llama The Faerie Queen, otra referencia a la tradición folclórica irlandesa, la Reina de las Hadas, y su escenario está presidido por cuatro estatuas de diosas como Venus, la diosa de la belleza, que representan distintos arquetipos de la mujer/madre. Con solo veintidós años, Fridtjof Ryder sabe manejar el drama con referencias mitológicas, utilizando también elementos sonoros rurales como la canción folk "Black is the colour (of my true love's hair)", parte del repertorio musical celta, que llegó a interpretar Nina Simone y que la cantante Patty Waters desarrolló en una fantasmagórica versión de casi catorce minutos en 1965. También juega un papel fundamental la música etérea y sinuosa de Bartholomew Mason, pero quizás el trayecto que nos plantea el director y guionista acaba resultando demasiado abstracto, aunque tiene evidentes aciertos. Al final, el personaje de Tom se manifiesta como una referencia directa a aquel Green Man, el hombre verde que representa el cambio, la transformación que solo puede manifestarse a través de la consciencia interior de formar parte intrínseca de la naturaleza.
MoshariNuhash Humayun, 2022 | BFI London Film Festival | Feel the rush of adrenaline | ★★★★☆ |
También hay una relación con el entorno y la naturaleza en el premiado cortometraje Moshari (Nuhash Humayun, 2022), ganador entre otros del Gran Premio del Jurado en el SXSW Film Festival y del Premio del Público al Mejor Cortometraje Asiático en el Festival Fantasia, lo que le permite estar calificado para las nominaciones de los Oscar. El joven director Nuhash Humuyun (1992, Bangladesh), residente en Los Angeles, crea una atmósfera post apocalíptica en su país de origen, mostrando un mundo en agonía y en el que solo quedan pequeños grupos de supervivientes. El comienzo de este cortometraje de veintidós minutos muestra el esqueleto de una cabeza de vaca rodeado de moscas, representando la progresiva extinción de los seres aparentemente más fuertes en favor de las especies más pequeñas y numerosas. La adolescente Apu (Sunerah Binte Kamal) está impaciente por marcharse mientras su hermana menor Ayra (Nairah Onora Saif) quiere rezar por el animal muerto. Pero la oscuridad acecha, y por tanto el peligro en forma de depredadores nocturnos. En una secuencia espléndida, el director muestra a las dos hermanas manejando una pequeña barca en un río, con su simbología sobre la vida y navegar hacia la muerte, mientras se muestra al fondo el majestuoso edificio del Jatiya Sangsad Bhaban, la Asamblea Nacional de Bangladesh, ahora convertido en restos abandonados, y escuchamos a través de un altavoz el requerimiento para que los supervivientes se escondan al llegar la noche.
Nuhash Humuyun desafía la imagen estereotipada de Bangladesh como un país pobre y marcado por las creencias religiosas: "Puedes aferrarte a tu religión, libros sagrados o tus símbolos", dice la voz: "Pero te advierto que tu religión no podrá salvarte. Ellos solo buscan tu sangre". La supervivencia depende de resguardarse en un lugar cerrado y cubrirlo con un mosquitero ("moshari"), el único elemento que previene del ataque de los mosquitos propagadores de enfermedades, pero también de los vampiros. Nuhash Humuyun comenta que "si naciste en el Sur de Asia siempre recuerdas quedarte dormido debajo de un moshari... que nos hacía sentir seguros, no solo de los mosquitos sino de todo lo que acechaba en la oscuridad". De forma que utiliza estos recuerdos de la infancia para construir una historia de terror en la que Ayra no puede retener su curiosidad. Con un destacado trabajo de fotografía de Ejaz Mehedi, el cortometraje se envuelve en una ambientación terrorífica que mantiene una tensión constante, y utiliza hábilmente la fragilidad de un mosquitero como un elemento de defensa, incluso visualmente cercano a la iconografía occidental, como cuando Apu se envuelve en él de forma que parece una especie de novia vengativa.
Sin apenas diálogos, el cortometraje Moshari es un notable trabajo no solo por su envoltura visual y atmosférica, sino porque desarrolla a través de pequeños detalles la relación entre las dos hermanas. Suponemos que son las únicas supervivientes de su familia, y Apu ejerce como protectora de su hermana menor Ayra, adoptando una posición maternal que la conduce a actuar de una forma decidida cuando siente que su hermana está en peligro. Hay momentos absolutamente terroríficos que están muy bien construidos, pero sobre todo hay un trasfondo más profundo que se refiere a otro tipo de depredadores: "Nos llaman el tercer mundo. Los occidentales se han burlado de nuestra pobreza. Han succionado nuestra sangre. Pero ahora han desaparecido". De alguna forma, la pandemia del coronavirus que retrasó el rodaje del cortometraje se ha convertido en otro elemento de reflexión, una capa adicional a su riqueza temática. Porque Bangladesh fue uno de los países que se enfrentó a la pandemia con un elemento más peligroso, la extensión del dengue transmitida a través de los mosquitos. De forma que Moshari se revela no solo como una destacada muestra de terror apocalíptico, sino como una interesante llamada de atención hacia cómo Occidente ignora la necesidad de controlar los peligros medioambientales en los países más desprotegidos.
La ragazza del futuroMarta Savina, 2022 | BFI London Film Festival | Sección Strands: Journey | ★★★☆☆ |
The Kingdom: ExodusLars von Trier, 2022 | BFI London Film Festival | Sección Strands: Cult | ★★★★☆ |
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