01 junio, 2022

Las series españolas de 2022: Parte 3

En nuestra tercera crónica de las series españolas de este año repasamos aquellas que se han estrenado entre finales de marzo y el mes de mayo. Escasa producción con escasos resultados, aunque podemos destacar la última apuesta por el thriller de Movistar+, Rapa, o la amable crónica estudiantil que RTVE Play presentó hace dos meses, Ser o no ser. Entre las sorpresas del mes se encuentra la audiencia que ha logrado el primer episodio de la docuserie Los Borbones: Una familia real (Atresmedia, 2022), dirigida por Aitor Gabilondo y Ana Pastor, que se presenta como la primera serie que habla de la monarquía, aunque el podcast XRey (The Story Lab, 2020-), un excelente trabajo de investigación periodística, ya abordaba la figura del rey Juan Carlos en formato serie, y de hecho ha estrenado su segunda temporada el pasado mes de diciembre. El año pasado tamBién se anunció que el podcast, el primero producido en España para la plataforma Spotify en exclusiva, se convertiría en una serie de ficción. Con una audiencia del 17.1 % de share (2.235.000 espectadores), fue el programa más visto del 31 de mayo, una cifra que La Sexta, que tiene una media del 6%, no ha alcanzado con un estreno desde 2015. Habrá que ver si Atresmedia decide cambiar la estrategia inicial de emitir el resto de episodios solo a través de la plataforma ATRESplayer o decide apostar también por la emisión lineal. Aunque trataremos la serie cuando tengamos una visión completa, el primer episodio ya apunta los principales problemas de los documentales de Newtral, esa tendencia a parecer reportajes de La Sexta Columna en vez de producciones con un estilo propio.

Este mes de junio llegarán otros títulos que tienen interés en principio, como Intimidad (Netflix, 2022), con un reparto de actrices sobresalientes encabezado por Verónica Echegui, Patricia López Arnaiz, Emma Suárez, Ana Wagener e Itziar Ituño; la crónica del viaje de Magallanes protagonizada por Rodrigo Santoro y Álvaro Morte que presenta Sin límites (Prime Video, 2022), coproducida por RTVE; la segunda temporada de Paraíso (Movistar+, 2021-), siempre a rebufo de Stranger things (Netflix, 2016-); la muy esperada serie documental Locomía (Movistar+, 2022); la primera serie de ciencia-ficción española producida por StarzPlay, El refugio (StarzPlay, 2022); y la versión coreana de La casa de papel (Netflix, 2022-). 

Los siguientes comentarios se basan exclusivamente en el visionado de las temporadas completas de las series y pueden contener información relevante sobre sus argumentos.

Una de las series más esperadas de esta temporada es Rapa (Movistar+, 2022), la última creación de Jorge Coira, Pepe Coira y Fran Araújo, que además es el responsable de la producción de ficción de Movistar+, tras la repercusión conseguida con Hierro (Movistar+, 2019-2021), que había agotado las posibilidades que ofrecía una nueva investigación criminal en la isla canaria. Con buen criterio, la nueva propuesta tiene cierta continuidad en cuanto a la construcción de un thriller humanista, pero cambia radicalmente de escenario y por tanto de enfoque, trasladándose a una Galicia brumosa y utilizando como metáfora la tradición gallega de la rapa das bestas, en la que una vez al año se cortan las crines, se desparasita y se curan las heridas de los caballos salvajes, para construir un entorno humano que también tiene algo de salvaje y de primitivo, aunque se vista con trajes. La historia que plantea Rapa comienza con el habitual crimen, del que es testigo Tomás (Javier Cámara), un profesor de instituto aficionado a la literatura negra y cansado de sus alumnos, que se convertirá en el improbable compañero de investigación de la agente de la Guardia Civil Maite (Mónica López), a la manera en que resultaba improbable la colaboración entre la jueza Candela (Candela Peña) y el traficante Díaz (Darío Grandinetti) en Hierro. Pero en este caso el trabajo conjunto es más convencional en cuanto a la interacción de los personajes, lo cual no significa necesariamente que sea un aspecto negativo, sino que es lo que necesita una trama que, sin embargo, pronto se revela como menos convencional de lo que parece. 


La serie está producida por Portocabo, productora gallega nacida en 2010 y gestionada por Alfonso Blanco, responsable de éxitos como Hierro (Movistar+, 2019-2021) y Auga seca (TVG-RTP-HBO, 2020-2021). Aunque se pueden encontrar paralelismos con otras series policíacas inglesas, Rapa nos parece más cercana a esa atención que se dispensa a los personajes y cómo les afecta el crimen que podemos ver en el nordic noir, y de hecho se cita en el Episodio 1 a Henning Mankell, el autor sueco creador del personaje de Kurt Wallander, lo que ya es una pista de cuál es el tratamiento del crimen en esta producción. El espectador no necesita averiguar quién ha cometido el asesinato, sino cuál ha sido su motivación, y de qué forma afecta a su entorno. Se agradece por tanto que se plantee una historia casi diríamos que anticlimática en cuanto a la relación del criminal con el resto de los personajes, que aunque en ocasiones está teñida de tensión por la imprevisibilidad de éste, sin embargo tiene una interacción más natural, porque sus motivaciones no están en su personalidad, aunque se apunta que siente cierta satisfacción en el acto de matar. Porque, en realidad, forma parte de un entorno salvaje, que establece un paralelismo con las bestas, en una de las secuencias más espectaculares de la serie, que incorpora ese carácter antropológico que los creadores suelen introducir en sus  historias. Esta apuesta por el riesgo de salir de la zona de confort de este tipo de narrativas es interesante, aunque no siempre acertada. 

(©Jaime Olmedo / Movistar Plus+)
Menos oportuna es la subtrama medioambiental que se desarrolla en el Ayuntamiento, en torno a la corrupción política y la posible construcción de una mina que podría romper el paisaje de la Serra da Capelada, ya de hecho roto por un parque eólico. Aunque introduce un concepto interesante como el del Monte Vecinal en Mano Común, terrenos cuya titularidad no está en manos privadas, sino que pertenecen a la comunidad de vecinos con residencia habitual en una demarcación, que son los que toman las decisiones sobre las actuaciones que se realizan en él, evitando así la especulación. Según datos de la Xunta de Galicia, la cuarta parte del territorio gallego, unas 700.000 hectáreas, corresponde a este tipo de titularidad especial. Pero hay un desarrollo menos consistente sobre el poder y las influencias, sobre la confrontación entre ecología y crecimiento económico. Rapa sin embargo acierta en la construcción de personajes ambiguos como Norma (Lucia Veiga) y su madre Balbina (Berta Ojea), se beneficia de un reparto de actores y actrices gallegos como Mabel Ribera, Eva Fernández, Ricardo Barreiro, César Cambeiro, Tito Asorey o Santi Prego que dan credibilidad a sus personajes y en la creación de una atmósfera opresiva que está subrayada por los paisajes grises de Cedeira, que apunta esa capacidad de los guionistas para incorporar el entorno a la trama principal. Alternando la dirección entre Jorge Coira y Elena Trapé, directora de la película Las distancias (2018) y de algunos episodios de HIT (RTVE, 2020-), Rapa es una serie que apuesta por el riesgo y camina a veces por senderos tortuosos en vez de seguir una línea recta, y esta circunstancia le hace caer en algunos desaciertos pero consigue crear un policíaco diferente, anticlimático y humanista.   

Muchos son los problemas que han provocado una auténtica crisis en la plataforma Netflix debido a la pérdida de suscriptores, en todos los sentidos, desde despidos de trabajadores hasta modificaciones de los códigos de conducta internos, pasando por cancelaciones de series que estaban en desarrollo y recuperaciones de algunas franquicias de éxito que parecían haber sido abandonadas. Si perder 200.000 suscriptores puede provocar un tsunami como el que está experimentando la plataforma en los últimos meses, no sabemos qué pasará si se cumplen las previsiones de una continua bajada de suscripciones durante este año. Donde no parece que rueden cabezas, por el momento, es en los departamentos de programación, que sin embargo es uno de los problemas más graves que tiene la plataforma, con una reputación en cuanto a calidad muy por debajo de la que tienen sus principales competidoras. Y no parece que regresar otra vez a la fórmula de la isla habitada por una secta misteriosa sea el camino más adecuado, a pesar del éxito de series como The wilds (Prime Video, 2020-). Y ciertamente Bienvenidos a Edén (Netflix, 2022-) tiene entre sus carencias el problema de las referencias, de lo ya conocido y escasamente desarrollado, de la comodidad de construir una comunidad sin esforzarse demasiado en darle cierta entidad y acabar utilizando los elementos del thriller de escapatoria como único instrumento para mantener la atención del espectador. 


Cuando se plantean historias sobre comunidades aisladas, enseguida surgen las interpretaciones sobre el verdadero significado de estas propuestas, sobre una sociedad que aparenta respeto y en realidad ejerce el control, una especie de Rebelión en la granja (1945) en la que Orwell mostraba una mirada satírica a la opresión del estalinismo. Pero no hay que hacer demasiados esfuerzos para desvelar los entresijos filosóficos que lideran Astrid (Amaia Salamanca) y Eric (Guillermo Pfening), porque no los hay, ni los creadores Joaquín Górriz y Guillermo López Sánchez se esfuerzan demasiado en elaborarlos. De hecho, parece haber tanta vocación de continuidad en siguientes temporadas (el desenlace invita a ello) que no existe intención de dar demasiadas explicaciones, ni siquiera sobre la aparición de Isaac (Max Sampietro), esa especie de Obi-Wan Kenobi que descubrimos en el episodio Lilith (T1E7). Eso sí, hay un trasfondo en torno a la preocupación por el cambio climático y una inspiración en el famoso fraude manejado por Billy McFarland con la fiesta Fyre que se describió en los documentales Fyre (Chris Smith, 2018) y Fyre fraud: Fraude Fest (Jenner Furst, Julia Willoughby Nason, 2019). Pero es solo un punto de partida que no tiene mayores repercusiones en el desarrollo de una serie que decide tomar el camino del thriller de la forma más previsible y anodina posible. Producida por Brutal Media, productora creada en 2009, responsable de documentales como El caso Wanninkhof-Carabantes (Tània Balló, 2021) y películas como La vampira de Barcelona (Lluís Danés, 2020), la serie ha cosechado una gran repercusión internacional, situándose en segunda posición en el Top 10 de Netflix a nivel mundial. Por lo que parece que, efectivamente, volveremos a los espectaculares paisajes de Edén, que se captaron en las playas de Lanzarote. 

La nueva propuesta de Cristóbal Garrido y Adolfo Valor, creadores de Reyes de la noche (Movistar+, 2021), que la plataforma no se atrevió a continuar debido a presiones de Telefónica (lo mejor que le podría pasar a Movistar+ es que Telefónica se decidiera de una vez por todas a venderla), tiene la etiqueta de "dramedia" en su más amplio sentido de la definición. Porque Días mejores (Movistar+, 2022) aborda una terapia de duelo por la muerte de un familiar, que encabeza la doctora Laforet (Blanca Portillo), pero con sentido del humor, también mezclado con ciertas dosis de sentimentalismo. Los componentes de esta terapia de grupo son Sara (Marta Hazas) que ha perdido a su marido; Pardo (Erick Elias), un músico mexicano que vuelve a España después de la muerte de la madre de sus hijos; Gracia (Alba Planas), una joven que vivió el cáncer terminal de su novio; y Luis (Francesc Orella), un empresario de éxito que fue un mal marido para su esposa recientemente fallecida. Igual que en Doctor Portuondo (Filmin, 2021), la parte central de la serie se desarrolla en el salón donde se celebra esta terapia, pero introduciendo flashbacks en los que se descubren diferentes aspectos en torno a las relaciones de los protagonistas con sus parejas. 


La serie camina por terrenos cómodos en los que se construyen las diferentes historias de una forma desequilibrada, algunas menos creíbles y algo previsibles como la propia experiencia de la doctora Laforet, pero con un tono que mezcla adecuadamente el humor con el drama, con cierta tendencia a la sentimentalidad de series como Madres. Amor y vida (Prime Video, 2020-), que parece una fórmula muy del gusto de la plataforma. Incluso series policíacas como Desaparecidos (Prime Video, 2021-), en realidad están muy marcadas por los dramas familiares. Suponemos, porque no hay información al respecto, que se debe a que estas propuestas funcionan bien de cara a los suscriptores, lo que ha llevado incluso a continuar por dos temporadas más una historia como Madres. Amor y vida que en sus emisiones lineales en Telecinco ha sido un fracaso. El principal problema de Días mejores son sus referencias, no sabemos si conscientes, pero demasiado palpables con This is us (NBC, 2016-2022), que de hecho también se puede ver en Prime Video. Todo en la serie producida por ViacomCBS y Zeta Studios recuerda a la saga familiar norteamericana que concluye este mes, desde el tono hasta la estructura de los episodios, la utilización de los flashbacks para ir revelando aspectos desconocidos de los personajes, e incluso la propia música compuesta por Julio de la Rosa. Da la impresión de que cada episodio está construido siguiendo la línea de alguno de los más de cien capítulos de This is us. Y esta sensación constante de deja vu perjudica a la serie, a pesar de tener ciertos atractivos, especialmente en el plano interpretativo, con pesos pesados como Blanca Portillo y Francesc Orella (aunque curiosamente las interacciones de sus personajes son las más forzadas). Porque Días mejores comienza siendo una aproximación distinta al sentimiento de duelo, pero es menos incisiva que After life (Netflix, 2019-2022), porque acaba siendo una mezcla de dramas familiares ñoños y previsibles. A pesar de ello, la serie ha conseguido una repercusión importante en los países latinoamericanos, donde se emite a través de Paramount+ Latinoamérica, situándose como la tercera producción más vista a principios de mayo. 

La segunda temporada de Desaparecidos (Tele 5, 2020-) está marcada por la decisión de la cadena privada de sustituir a la productora que creó el proyecto, Plano a Plano, de César Benítez y Emilio Amaré, por la productora de Ana Rosa Quintana, Unicorn Content, que aborda su primera producción de ficción. Este cambio ha supuesto la salida del actor Maxi Iglesias, que ha preferido mantenerse fiel a Plano a Plano, participando en la segunda temporada de Toy boy (Netflix, 2020-) y la incorporación de Ignacio del Moral como coordinador de guiones, una apuesta por un veterano guionista que ha sido responsable de la serie Cuéntame (RTVE, 2012-2022), lo que indica ya el tono que la serie ha reforzado. Porque Desaparecidos tiene más de drama familiar que de policíaco, un aspecto que ya estaba presente en la primera temporada pero que se consolida todavía más en la segunda. Y a pesar de contar con una nueva productora, tiene vocación continuista, siguiendo el desarrollo de algunas de las subtramas de la temporada anterior, como la desaparición del hijo de Carmen (Elvira Mínguez). Aunque la estructura mejora con la incorporación de una trama horizontal que permanece durante toda la temporada en torno a unas desapariciones cerca de un pantano, la serie pierde parte de su concepto procedimental y transmite la sensación de haber reducido presupuesto en cuanto a la participación de actores secundarios destacados, elaborando historias personales poco inspiradas. 


Porque resulta tan aburrida y estereotipada la subtrama del abuelo Santiago Abad (Juan Echanove) como la del padre Sebas Cano (Chani Martín), por no mencionar la perezosa tensión sexual entre Sonia Ledesma (Michelle Calvó) y el recién incorporado Rubén Ramallo (Édgar Vittorino). La serie ha tenido siempre un problema a la hora de definir a la que se supone que es su protagonista principal, Sonia, cuya personalidad surge siempre del enfrentamiento con personajes masculinos estereotipados, lo cual no dice mucho del trabajo de la construcción de un personaje que siempre necesita, por confrontación, otros personajes para poder reivindicarse. Pero en esta temporada pierde protagonismo en favor de una mayor colectividad, lo cual es positivo. Mucho más interesante es el arco de Azhar García (Amanda Ríos) que aborda, aunque sea de forma superficial, la tensión entre las comunidades islámicas y los prejuicios, como cuando tiene que enfrentarse a un grupo de neonazis. No han cambiado demasiadas cosas en la serie Desaparecidos, pero hay una evidente tendencia hacia el drama con tintes policíacos, lo cual provoca una cierta languidez en la producción. Pero al menos se le puede adjudicar a la segunda temporada una mayor coherencia formal frente a la primera, que en los últimos episodios introducía una trama de corrupción policial innecesaria que el director Miguel Ángel Vivas convirtió en una especie de copia mediocre de La unidad (Movistar+, 2020-). Curiosamente, Tele 5 ha decidido estrenar en abierto la primera temporada dos años después de su estreno en Prime Video, coincidiendo con el estreno de la segunda en la plataforma, con resultados no demasiado positivos, ya que solo los dos primeros episodios han superado el millón de espectadores. A pesar de su formato más enfocado a la televisión que a las plataformas digitales, con episodios de más de una hora de duración adaptados al prime time tradicional, la serie parece funcionar mejor en su emisión digital que en su emisión lineal, y por ello está confirmada una tercera temporada que se rodó al mismo tiempo que estos últimos ocho episodios. 

Siguiendo la especial querencia de la plataforma Netflix por los documentales true crime, 800 metros (Netflix, 2022) es una serie de tres episodios que realiza un trabajo de investigación exhaustivo en torno a los atentados cometidos por un grupo de jóvenes yihadistas en Barcelona y Cambrils los días 17 y 18 de agosto de 2017, en los que murieron 16 personas y fueron heridas más de un centenar. Producida por Bambú Producciones, fundada en 2007 por Ramón Campos y Teresa Fernández-Valdés, y responsable de éxitos como Velvet (Antena 3, 2013-2016), esta docuserie cuenta en la dirección con Elías León Siminiani, realizador cántabro de interesantes documentales como Apuntes para una película de atracos (2018) y de series como El caso Asunta (Operación Nenúfar) (Netflix, 2017) y El caso Alcàsser (Netflix, 2019), y ha contado también con la coordinación del conocido periodista gallego Nacho Carretero, autor de los libros en los que se basaron las series Fariña (Atresmedia, 2018) y En el corredor de la muerte (Movistar+, 2019) y de la periodista catalana Anna Teixidor, cuyo libro Los silencios del 17-A (2020, Ed. Dieresis) se ha tomado como base para el desarrollo de esta serie. Ambos aparecen en pantalla realizando el trabajo de investigación y entrevistando a los participantes en el documental, una propuesta narrativa que parece subrayar la absoluta transparencia del relato, el reflejo de la trastienda del rodaje para reforzar la idea de que todo lo que se está contando es fruto de un trabajo de contraste profundo con la realidad. Son sin embargo las partes menos logradas, demasiado forzadas por cierto acartonamiento de la puesta en escena, aunque tienen la función de resumir, de recolocar la narración de unos acontecimientos que son complejos porque a veces se producen hechos en paralelo. 

Desde el punto de vista del thriller policial, 800 metros realiza un relato claro de todo el proceso que llevó a estos jóvenes, muchos de ellos nacidos en España, con un grado de integración en la sociedad española notable, descritos por amigos, tutores y empresarios como gente amable, alegre y buenos trabajadores, a iniciar un camino de radicalización yihadista que parece provenir de una carencia identitaria, de la proliferación de imágenes provenientes de las intervenciones militares de Occidente en Afganistán, Irak y Siria, y de la participación de un imán de Ripoll, Abdelbaki es Satty, como catalizador de esta radicalización. La grabación de videos que hicieron ellos mismos en los que manejan elementos explosivos sin preocupación transmite la conciencia real de lo que estaban preparando, ataques contra la Sagrada Familia e incluso contra la torre Eiffel en París, frustrados tras la explosión del chalet de Alcanar en el que preparaban los artefactos el mismo día 17 de agosto. Tras esta explosión fortuita, Younes Abouyaaqoub decidió dirigir la furgoneta que conducía contra los transeúntes que paseaban por la Rambla. Las cámaras CCTV permiten construir un relato exhaustivo del atentado y de la huida, apoyado por la narración de testigos y supervivientes. 

Hay algunos aspectos que esta serie documental apunta, pero que no termina de desarrollar posiblemente por falta de tiempo, lo que debilita su capacidad para ir más allá de la simple descripción de los atentados. Por ejemplo, la indefensión de las víctimas después de haber sufrido un ataque terrorista, la incapacidad de la administración pública por atender debidamente a los supervivientes, con un asesoramiento que sin embargo tienen que llevar a cabo asociaciones de víctimas de otros atentados, unidas para evitar la desatención y la falta de ayuda en los procesos legales y emocionales posteriores. Se transmite también indefensión en el proceso posterior del agente de la policía que mató a tres de los integrantes del grupo terrorista cuando en la madrugada del 18 de junio realizaron un nuevo ataque en el puerto de Cambrils, abocado a depresiones que permanecen años después de los hechos. También se abordan de forma tangencial algunas controversias en torno al hecho de que el imán de Ripoll fuera confidente del CNI, pero no se menciona la polémica sobre la recomendación previa que había hecho el Ministerio del Interior a la Generalitat de Catalunya para que colocara bolardos en Las Ramblas, para evitar un posible atentado, o las recientes declaraciones de Manuel Villarejo en enero de este año respecto a la implicación del CNI en estos atentados (El Mundo, 18/01/22). Desde el punto de vista periodístico, 800 metros es un relato interesante y exhaustivo, que describe de forma cronológica el antes, durante y después de los atentados, y que propone reflexiones, aunque sin lograr del todo trascender la descripción de los hechos. 

Para los amantes de las series que se desarrollan en el mundo juvenil, este mes hay tres propuestas que sobrepasan el nivel habitual de los estereotipos. Y hay que agradecer que RTVE se enfoque en propuestas educativas como HIT (RTVE Play, 2020-) y Ser o no ser (Playz, 2022-) que ofrecen una visión de la juventud mucho más abierta y desdramatizada, aunque la serie protagonizada por Daniel Grao es un compendio de las problemáticas juveniles. Creada por Coral Cruz, que ha trabajado como guionista en la primera temporada de Hierro (Movistar+, 2019-2021), esta historia aborda la identidad de género a partir del personaje de Joel (Ander Puig), un joven transexual que ha iniciado su proceso de tránsito de género y que en su nuevo instituto prefiere mantener en secreto para no tener que dar las explicaciones de siempre. De forma acertada, Coral Cruz circunscribe la acción en el instituto al interior de una clase de teatro, sin el habitual entorno de profesores y alumnos que suelen darse en otras series. Esta limitación, posiblemente provocada por el formato adaptado al concepto de producción de Playz, de seis episodios de 25 minutos (la propuesta original estaba formada por episodios de 45 minutos), contribuye sin embargo a enfocar la historia en los aspectos centrales, y utilizar el personaje de la profesora de teatro, Carmen (Emma Vilarasau) como la representante de la mirada adulta educativa dentro del mundo de estos adolescentes. 


En este sentido, la serie simplifica la representación de los adultos a través de dos o tres personajes que reflejan también el punto de vista de las diferentes generaciones. Y sobre todo resulta interesante la relación del protagonista con su madre (Anna Alarcón), porque establece un paralelismo entre la disforia que siente ella con su cuerpo motivada por las consecuencias del cáncer, y la que sufre Joel, motivada por su identidad. Son ambos personajes que se encuentran en proceso de tránsito, ella esperando una operación de reconstrucción del seno después de la mastectomía a la que se tuvo que someter, y por tanto en un proceso que busca volver a sentirse una mujer con la recuperación de sus atributos femeninos, en contraste con el proceso contrario de Joel, que se encuentra en un tratamiento con hormonas que tiene como objetivo perder esos atributos femeninos con los que no se siente identificado. Más estereotipado es el personaje de la abuela (Llüisa Mallol), aunque se entiende que se introduzca un elemento generacional que se sitúe en una posición de incomprensión. 

La clase de teatro representa el mundo real en el que todos llevamos diferentes máscaras para adaptarnos a las situaciones, pero también consolida la mirada positiva en torno a la juventud que coincide en las propuestas de series juveniles que comentamos este mes, frente a las representaciones más melodramáticas de otras producciones. Aunque esta adopción de un escenario como reflejo de la realidad coincide con la última temporada de Euphoria (HBO Max, 2019-), en la que también hay una visibilización de las relaciones personales a través de la representación de una ficción que contiene buenas dosis de realidad. Es más interesante el trabajo de construcción de personajes que la propia visualización, a cargo de la directora Marta Pahissa, que ha dirigido series catalanas como Las del hockey (TV3, 2019-2020), sobre un equipo de hockey femenino, o la veterana docuserie protagonizada por Quim Masferrer El foraster (TV3, 2017-). En Ser o no ser, consigue extraer naturalidad de sus jóvenes actores y actrices, especialmente Berta Galo, que interpreta a Laia, un acierto en cuanto a la mirada de una joven adolescente que se sale del arquetipo, y el ecuatoriano Lion Armas, exconcursante de La Voz (Antena 3, 2012-) , que interpretan a los amigos del protagonista, al que da vida con valentía el debutante Ander Puig. Lo más interesante de Ser o no ser es que convierte en una subtrama secundaria la historia de amor secreta entre Ricky (Lion Armas) y Alex (Enzo Oliver), que habitualmente suele ser el centro de las historias juveniles LGTBI+, para plantear una realidad mucho más diversa en cuanto a la representación de las identidades. Es una serie fresca y emocionante que habla sobre reconocerse a sí mismo para ser reconocido por los demás. Ser o no ser está producida por Big Bang Media, que pertenece a The Mediapro Studio.

En su última película, Un efecto óptico (Juan Cavestany, 2020) el director y guionista proponía una historia en la que los dos protagonistas viajaban desde Burgos a Nueva York para encontrarse con que Nueva York se parecía demasiado a Burgos, planteando la alienación y la necesidad de evasión forzosa que sin embargo no funciona como una evasión real, una búsqueda del ocio que está tan compartimentado como nuestras vidas diarias. Algo de eso hay en la serie Sentimos las molestias (Movistar+, 2022), creada por Juan Cavestany (1967, Madrid) y Álvaro Fernández Armero (1969, Madrid) sobre dos amigos que afrontan la vejez con diferentes puntos de vista. Rafael Müller (Antonio Resines) es un director de orquesta que lleva una vida desahogada, mientras que Rafael Jiménez (Miguel Rellán) es un rockero que sobrevive como puede tratando de relanzar el grupo de música Cuidado con el Perro con el que tuvo cierto éxito en los ochenta, y que toma su nombre de la productora fundada por Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero en 2019, con la que tratan de controlar todos los aspectos de producción de sus proyectos. Los achaques de la edad y las complicaciones sentimentales obligan a los dos Rafael a convivir durante unos días, lo que provoca tensión por un lado pero también les hace entender la dificultad de encontrar una forma de afrontar la vejez con dignidad. 

La serie contiene buena parte de los elementos que se desarrollaban en otros proyectos conjuntos de los dos creadores, como la excelente Vergüenza (Movistar+, 2017-2020), de nuevo protagonizada por personajes que a veces rozan el ridículo en sus decisiones, con un humor irónico y mordaz que encuentra en las situaciones más absurdas los resortes de la comedia, como ocurre también en Vota Juan (TNT, 2019), serie en la que estuvo involucrado Juan Cavestany en la primera temporada, pero que luego ha seguido de la mano del co-creador Diego San José. Pero la construcción de estos personajes no encuentra el equilibrio necesario de la comedia agridulce, utiliza planteamientos de confrontación demasiado obvios (la música clásica frente a la música rock, la seriedad frente al desparpajo...) que no profundiza demasiado en la reflexión sobre cómo se afronta la tercera edad, y que se limita en muchas ocasiones a la interrelación entre los dos protagonistas, sin que introduzca elementos externos que sitúen su propia experiencia vital en un entorno social. Se pretende una mirada hacia la vejez pero no se reflexiona sobre la vejez dentro de una sociedad que les adelanta sin mirar atrás, más que en algunas referencias a la introducción de las nuevas tecnologías en la retransmisión de un concierto. Y en este sentido la propuesta resulta simple y poco elaborada, sostenida en una química entre los dos personajes principales que tampoco termina de funcionar, mucho más certera en el dibujo de la despreocupación que hace Miguel Rellán, que en la personalidad rígida que quiere mostrar Antonio Resines. Sentimos las molestias se revela así como una serie mucho menos entretenida e infinitamente menos cínica de lo que parecía.

Tras el gran éxito de la novela La catedral del mar (2006, Ed. Grijalbo), debut como escritor del abogado Ildefonso Falcones, que llegó a superar el millón de lectores solo en España, diez años después publicó Los herederos de la tierra (2016, Ed. Debolsillo), un culebrón de ambientación histórica en la Barcelona del siglo XIV que consiguió, no solo mejorar el éxito de la novela original, sino también mejores críticas. Pero básicamente la historia construía una sucesión de infortunios en torno a la figura de Hugo Llor (David Solans, Yon González), que trataba de describir una sociedad cruel y violenta. Dados sus antecedentes, Los herederos de la tierra (Netflix, 2022) vuelve sobre los pasos que marcaron el tono de culebrón de sobremesa de la adaptación de La Catedral del mar (Netflix, 2018). En ambos casos, la serie está adaptada por Rodolf Sirera para la productora Diagonal Televisió con la participación de Atresmedia y TV3, y la dirección de Jordi Frades en los ocho episodios. Uno de los aspectos más sobresalientes de la serie es la utilización de escenarios reales para las secuencias más importantes, con algunas localizaciones en Barcelona como la Basílica de Santa María del Mar, que vuelve a tener un papel destacado, el Monasterio de Murtra en Badalona o el barrio judío de Gerona, lo cual aporta credibilidad al entorno del siglo XIV, aunque en otros aspectos aparenta una cierta falta de recursos, especialmente cuando se muestran ejecuciones públicas con figuración.


Los herederos de la tierra repite en buena medida los problemas que tenía la anterior adaptación, especialmente en el trabajo de unos actores y actrices poco convincentes, como Nancho Novo incorporando al judío Jucef o Elena Rivera como Caterina. Igual que la novela, hay una tendencia al melodrama de culebrón, con hijos secretos, monjas embarazadas, infidelidades, celos y traiciones que, en vez de construir un contundente drama histórico de conspiraciones, acaba siendo un folletín repleto de desgracias interminables. En este sentido, al menos, hay que admitir que la adaptación consigue ser casi tan mediocre como la propia novela, y en realidad no se esfuerza demasiado en establecer un distanciamiento del texto original, lo cual en este caso hubiera sido necesario y deseable. Por el contrario, quiere ser excesivamente fiel a la novela, lo que se convierte en su principal problema, y lo hace además precipitando los acontecimientos, como si se pretendiera incluir todos los males que provienen del enfrentamiento de Hugo Llor con Bernat Estanyol (Rodolfo Sancho) aunque no haya tiempo para ello. Así, especialmente los primeros episodios se sienten precipitados, estableciendo saltos en el tiempo que avanzan la acción sin darnos tiempo a asimilar los acontecimientos. El primer episodio, Destino (T1E1) se siente incluso como si estuviéramos viendo un resumen de la temporada anterior en vez de una narración estructurada. El prolífico compositor Federico Jusid, que ha elaborado una magnífica banda sonora para la serie argentina Iosi, el espía arrepentido (Prime Video, 2022), se mueve en este caso por terrenos conocidos y cómodos, pero sin lograr un trabajo consistente, tan heterogéneo y difuso como la propia serie.


Las distancias se puede ver gratuitamente en RTVE Play. 
Fyre, Apuntes para una película de atracos y Las del hockey se pueden ver en Netflix. 
Un efecto óptico se puede ver en Filmin. 


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