El cine africano, y en especial el género documental, vive un momento especialmente dulce, con la presencia de numerosas películas en los festivales internacionales. Les voix croisés (Xaraasi Xane) (Raphaël Grisey, Bouba Touré, 2022) consiguió el premio Louis Marcorelle y el Premio de la Juventud en Cinéma du Réel 2022, y estuvo presente en la sección Markers de Hot Docs 2022. La película propone también un profundo recorrido histórico, en este caso por la emigración maliense y las reivindicaciones laborales de los inmigrantes. La colaboración entre el director Raphaël Grisey (1979, Francia) y el fotógrafo Bouba Touré (1948, Tafacirga, antiguo Sudán francés) ha supuesto un trabajo que funciona en una doble vertiente como relato histórico y como homenaje a este último, quien no pudo completar la película, porque falleció en enero de 2022. Bouba Touré formó parte de la ola de emigración africana que llegó a París en 1965, para trabajar en fábricas que requerían mano de obra barata. Pero las condiciones en las que vivían hacinados, los sueldos bajos y las horas de trabajo, que fueron documentadas por el activista a través de sus fotografías, provocaron las primeras protestas laborales de los inmigrantes, procedentes de las colonias africanas. En 1971 se fundó la Asociación Cultural de los Trabajadores Africanos en Francia (ACTAF) y a mediados de los setenta, un grupo de estos trabajadores decidió formarse como agricultores para regresar a Malí, donde crearon la cooperativa llamada Somankidi Coura en 1977. En ambas asociaciones se encontraba Bouba Touré como uno de sus principales impulsores.
El documental utiliza el ingente material gráfico del activista para reconstruir estas diferentes etapas de la emigración y el regreso, elaborando un trabajo dinámico y complejo que mezcla las imágenes de archivo con rodaje actual, enlazado con el relato en off del propio Bouba Touré, que viene colaborando con Raphaël Grisey desde 2006 en una labor de archivo y documentación que tiene como objetivo la transmisión audiovisual de la historia, del que surgen el video Cooperative (Raphaël Grissey, 2008) y el cortometraje Bouba Touré, 58 rue Trousseau, Paris, France (Bouba Touré, 2008), en el que muestra su antiguo apartamento del Distrito 11 de París convertido en un archivo de fotografías y material de la época en la que fue inmigrante. Parte de ese documental se incluye en Les voix croisés, así como fragmentos de la película de ficción Safrana ou le droit à la parole (Sidney Sokhona, 1978), en la que Touré participó como actor. Hay por tanto un amplio material que es utilizado con inteligencia en un montaje complejo en el que no se sigue una narración lineal sino que mezcla las protestas de los trabajadores africanos en los años sesenta con las de los inmigrantes sin papeles en la actualidad, la creación de la cooperativa en los setenta y la situación de la inmigración en Francia. Pero hay una sorprendente cohesión en esta fusión de espacios temporales en la que se reflexiona sobre la dificultad de mantener una agricultura de subsistencia en África, que sigue siendo económicamente dependiente de los países occidentales, promotores de una agricultura industrial que socava las posibilidades de emancipación de los países africanos. Como afirma Bouba Touré en el documental: "La ayuda humanitaria es otra forma de colonización".
AFROSCOPE
Uno de los fenómenos musicales más curiosos es el nacimiento de la denominada rumba congolesa, que en diciembre del año pasado fue incluida por la UNESCO en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y que surgió en los años cuarenta del siglo pasado, entre las dos ciudades que limitaban con el río Congo, Léopoldville (actual Kinshasa) y Brazzaville. La película The rumba kings (Alan Brain, 2021) entrevista a muchos de los músicos que participaron en el desarrollo de este estilo musical, que fusionaba los sonidos de la música cubana que traían los marineros que llegaban al puerto de Matadi, y que se difundía a través de las ediciones discográficas y la radio, una de las principales formas de evasión que tenían los congoleños explotados por la administración belga, que ejercía un control férreo. Pero la prohibición de bailar en la calle, por ejemplo, impulsó la creación de los primeros bares, lugares en los que se reunían los trabajadores al finalizar su jornada laboral y que acabó creando un espacio de libertad a través de la música. Las primeras canciones de rumba "imitaban" el idioma español, pero eran palabras inventadas por los músicos congoleños que no tenían sentido, pero que sonaban bien, hasta que lentamente se fue integrando la lengua original en las canciones, estableciendo una mezcla singular entre la cultura caribeña y la africana, siempre conectadas entre sí.
El documental del director norteamericano-peruano Alan Brain, que actualmente reside en Marruecos, ofrece una narración lineal en torno al nacimiento de este estilo musical a través de entrevistas con numerosos músicos y de imágenes de archivo, con la música presente en todo momento. Es un acercamiento convencional sin embargo, y que a veces ofrece lecturas algo exageradas, como afirmar que la rumba congolesa contribuyó a la independencia de la República del Congo, pero consigue transmitir la resonancia de la música en el entorno social de la diáspora africana. Uno de los primeros éxitos internacionales de la rumba congolesa fue el álbum Marie-Louise (1999, Label Bleu), en el que el cantante Antoine Wendo Kolosoy introdujo como canción principal que daba título al disco un diálogo entre él y el guitarrista Henri Bowane en el que se hablaba sobre la forma de conquistar a una joven, introduciendo insinuaciones sexuales en la letra que molestaron tanto a las autoridades que acabaron expulsando a Papa Wendo de Léopoldville y la iglesia católica congoleña le excomulgó. En este disco se introdujo por primera vez el denominado sebene, un solo improvisado de guitarra eléctrica que servía como intermedio para que los bailarines exhibieran sus habilidades, y que se ha convertido en un elemento principal de la rumba congolesa.
LA TERCERA RAÍZ
También la música está presente en Vals de Santo Domingo (Tatiana Fernández Geara, 2021), un documental que enfoca su mirada a la sociedad dominicana a través de tres adolescentes que estudian danza, y que es una de las películas presentes en esta sección dedicada a la afrodescendencia en Latinoamérica, este año más centrada en la República Dominicana. Raymundo, Ángel y Víctor, que tienen entre 12 y 14 años, se consideran bailarines profesionales, a pesar de los prejuicios sobre esta faceta artística que provoca el hecho de que sean los únicos miembros masculinos de la clase de danza. Esta hermosa película, con tonalidades poéticas, se beneficia de la simpatía de sus tres protagonistas, pero también de una forma sutil de conectar sus sueños con la sociedad dominicana, cuyo conservadurismo crea dificultades, como en el juego popular del palo encebado o cucaña con el que empieza el documental, para alcanzar el premio. De alguna manera, la danza se convierte en en un espacio de expresión personal, y las improvisaciones que plantea la profesora en una forma de encontrar las identidades personales. Representar las relaciones familiares a través de los movimientos muestra los entresijos de unas familias que apoyan el camino emprendido con mayor o menor interés. La identidad sexual también se representa cuando se les pide que cambien los roles masculino y femenino, lo que manifiesta después las bromas y los insultos que los tres han recibido cuando eran más jóvenes sobre su dedicación al baile. Ellos también están educados en esa sociedad patriarcal en la que el hombre es "el colchón de la mujer", como en la danza clásica, mientras que la danza contemporánea establece una posición más equilibrada entre mujeres y hombres. "A mi no me importa ser el colchón siempre que la mujer esté flaca", concluye Víctor.
El "Vals de Santo Domingo" es una composición del maestro dominicano Bullumba Landestoy, que murió en 2018 a los 93 años, y que ha creado algunas de las piezas más bellas de la música de su país. En la hermosa banda sonora de la película esta composición está interpretada por el dúo de piano y clarinete de Laura Pimentel y Darleny González. En Vals de Santo Domingo, que logró una Mención Especial en el Festival de Guadalajara 2021, Tatiana Fernández Geara (1983, Santo Domingo) crea una intimidad especial con los tres protagonistas, que demuestran su pasión por la danza bailando en los ensayos, pero también en los recesos, expresando esa unión singular que ha provocado el hecho de que sean los únicos chicos de la clase, como una barrera de protección mutua frente a las posibles incomprensiones que no tiene que ver con la identidad sexual. Ellos cuentan sus historias a través de los movimientos, pero también del juego en el que sus cuerpos son los instrumentos para reivindicarse. Cuando la directora, que también se encarga de la fotografía, compone esa secuencia conmovedora en la que Raymundo, Ángel y Víctor bailan en las calles, les permite un acto de resistencia frente a la sociedad dominicana, una provocación frente a la incomprensión. Y así el relato íntimo se amplía para mostrar una visión mucho más extensa de su país.
Seleccionada en el Festival de Rotterdam 2021, Liborio (Nino Martínez Sosa, 2021) es la primera película como director del dominicano Nino Martínez, cuya carrera en el cine comenzó cuando se trasladó a Madrid, donde se inició como montador, siendo colaborador habitual del director Jaime Rosales en filmes como La soledad (2007) o Tiro en la cabeza (2008), y también en otras producciones como Yo, también (Antonio Naharro, Álvaro Pastor, 2009) o El silencio del viento (Álvaro Aponte Centeno, 2017). La película está basada en la figura de un campesino al que se dio por desaparecido durante una tormenta y que regresó a la aldea en la que vivía como una especie de profeta. Muchos de los campesinos creyeron que había vuelto de la muerte, y en una época como 1916, con el contexto de la intervención de Estados Unidos en República Dominicana, provocó que esta personalidad mesiánica fuera el germen del liborismo, una creencia popular que persiste hoy en día, pero que en su época se transformó básicamente en un movimiento de resistencia campesina contra los invasores norteamericanos.
Lo que más le interesa al director es el retrato de esta figura de jornalero-curandero en la que se erigió Liborio Mateo. Desde el principio, en la representación de su desaparición literal, se nos cuenta la historia tal como quedó en la memoria de sus seguidores. Hay por tanto en la película un velo de espiritualidad que se fusiona de forma inteligente con la descripción de una realidad en la que los pueblos campesinos comenzaban a sentirse oprimidos por la intervención militar. Y este carácter de Mesías que es capaz incluso de devolver la vida a los muertos, se muestra a través de una fotografía de claroscuros con una gran profundidad no solo visual sino también mística. Pero lo más interesante de la propuesta es cómo el director decide aproximarse a través de la mirada de una serie de personajes que acompañaron a Liborio. Hay momentos en los que se nos cuenta la historia desde el punto de vista de su hijo, que le vio desaparecer, otros en los que el punto de vista se acerca a su amante, a uno de sus seguidores o a un niño al que adopta tras la muerte de su madre durante el embarazo. El protagonista de esta historia se convierte en una especie de personaje secundario, pero que sobrevuela la textura, la narrativa y el sentido espiritual de la película. Curiosamente, aun siendo él mismo montador, Nino Martínez Sosa ha contado con el prestigioso Ángel Hernández Zoido como co-editor. Liborio es una película muy hermosa en su superficie y muy profunda en su contenido.
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