En The conscience (Aleksey Kozlov, 2021), que se presentó en la sección Current Waves del Tallinn Black Nights Film Festival y en el Russian Film Festival que ha programado el British Film Institute a través de su plataforma digital a principios de diciembre, el director de La batalla de Leningrado (Aleksey Kozlov, 2019) se refleja en el cine negro clásico para construir un excelente policíaco que cuida al mínimo detalle la puesta en escena y una profunda fotografía en blanco y negro. La historia, que se inspira en una huida de la cárcel que tuvo lugar en la realidad, se desarrolla en la etapa soviética de los años veinte, cuando el profesor Boris Letush (Vladislav Komarov) que colabora con la policía, debe investigar el asesinato de su propio hermano, un conocido abogado que trabajaba de incógnito para el servicio secreto. El jefe de policía Matveer (Vasily Shcipitsyn) quiere acabar pronto con la investigación porque teme que las actividades secretas del abogado salgan a la luz en un juicio, y detiene a Lyonka Panteleev (Alexandre Komonets), un ladrón de poca monta al que pretenden silenciar provocando una fuga de la prisión que está preparada para que acabe siendo ejecutado por los guardias. Pero cuando la fuga tiene éxito, parece claro que alguien les ha traicionado. La conciencia del título se refiere a la moralidad del protagonista, que no cree en la culpabilidad del acusado hasta que no tenga pruebas concluyentes de su participación en el asesinato. Es la máxima que enseña a sus alumnos en la Universidad: "La vida humana es la base de todo sistema judicial, su valor principal. La ley debe proteger el derecho a la vida, no arrebatarlo." Pero este sentido del deber moral choca frontalmente con las oscuras maquinaciones de la era soviética, el espionaje a los ciudadanos, la opresión de las fuerzas del orden. Como le recuerda un agente del servicio secreto: "Usted forma parte del sistema".
Más que la propia mirada crítica a una sociedad que surgió de la Revolución de 1917 solo para encontrarse con una hambruna generalizada, la película funciona bien como reflexión sobre el sentido de justicia, mientras esa moralidad del profesor Boris Letush va resquebrajándose lentamente enfrentada a las traiciones en el seno de la propia policía. Por tanto, la investigación sobre la muerte de su hermano es en realidad una excusa para construir una película principalmente psicológica, a la que contribuye en buena manera una fotografía excelente de Viacheslav Tyurin, que se acerca al cine negro norteamericano, con una composición espléndida, sobre todo en los numerosos primeros planos del actor Vladislav Komarov, que abundan precisamente en este tratamiento psicológico del personaje. El director utiliza planos secuencia de movimientos lentos que tienen gran profundidad expresiva, como en una escena de interrogatorio entre Matveer y Boris que tiene siempre el rostro de éste en primer plano o plano medio, mostrando en su rostro las consecuencias de lo que está ocurriendo a su alrededor. The conscience es una película elegante, inteligente y espléndidamente filmada e interpretada, un policíaco contundente que ofrece una reflexión muy actual sobre cuál es el verdadero objetivo de la administración de justicia.
Si en The conscience se retrata la Rusia de la post-revolución, Masha (Anastasiya Palchikova, 2020) muestra la sociedad rusa en el post-estalinismo, a través de una protagonista adolescente que vive rodeada de violencia sin que sea demasiado consciente de ello, o más bien tan acostumbrada a los registros de la policía y los disparos que forman parte de su monotonía diaria. Masha (Polina Gukhman) quiere ser cantante de jazz, fascinada por canciones como "At last" (1960) de Etta James o "Cheek to cheek" (1935) de Irving Berlin para la película Sombrero de copa (Mark Sandrich, 1935). Su tío es el líder de una banda de mafiosos de poca monta que tiene controlado el barrio y que maneja un gimnasio en el que no solo se aprende boxeo. Cuando sus primos la ven llorar en la calle y ella acusa de su tristeza a un joven, la reacción inmediata es la de pegarle una paliza. Masha es una especie de ángel en medio del infierno, una niña intocable a la que sus familiares protegen de una violencia que ellos mismos practican.
En realidad, en su retrato de los bajos fondos de la Rusia de los noventa, la debutante guionista y directora Anastasiya Palchikova no aporta nada especialmente novedoso que no siga los cánones marcados por directores como Aleksey Balabanov en sus contundentes reflejos de la violencia en su corta pero muy influyente filmografía en la que destacan títulos como Brother (1997), que en cierta manera ha marcado la estética en los realizadores rusos de las últimas generaciones. De hecho, los personajes masculinos son algo planos, pero introduce la mirada femenina, mostrando que los entornos violentos también son traumáticos para la protagonista, aunque su adolescencia la haya vivido en una burbuja en la que la muerte solo aparece en segundo plano. De hecho, cuando Masha es adulta (Anna Chipovskaya) parece haber cumplido su sueño, pero sigue de alguna forma ligada a ese mundo mafioso que es el único que le da la oportunidad de salir al escenario. Y la única forma de resolver su trauma es, precisamente, a través de la violencia, lo que construye una personalidad casi desquiciada. La película consiguió el premio a la Mejor Ópera Prima en el Sochi Open Russian Film Festival.
Actriz reconocida en su país, Renata Litvinova ha desarrollado también una carrera como directora, debutando con la película The Godddess (2004), que se presentó en la sección Tiger Competition del Festival de Rotterdam. Su tercer largometraje, The North wind (Renata Litvinova, 2021), que ha formado parte de la programación de la pasada edición del Rotterdam Film Festival, es el más ambicioso hasta la fecha, y presenta una especie de fantasía barroca que se desarrolla durante varias celebraciones de Año Nuevo en un cuento de hadas en el que existe el matriarcado, que está a medio camino entre el universo de su mentora, la directora rusa Kira Murátova, y las creaciones mágicas de su muy admirada J.K. Rowlings. Lo que destaca en esta historia de escenarios nevados y castillos llenos de objetos que parecen animados y de animales que pueblan los pasillos, es la creación de esta puesta en escena excesiva y gótica.
A veces, la directora y también protagonista, parece moverse con soltura en el caos que provocan estas reuniones familiares en las que también hay componendas y conspiraciones, en una especie de frenesí verborreico, de ritmo constante, que sin embargo nos hace añorar esa capacidad de Luis García Berlanga para manejar secuencias de un movimiento interno y externo frenético. La historia se desarrolla en un momento en el que el poder de la matriarca se tambalea cuando su hijo pierde a su prometida, y reflexiona sobre esta construcción de un matriarcado que se enfrenta constantemente a desafíos casi insalvables. The North wind, que se presentó anteriormente en el Festival de Toronto, es una propuesta que parece querer liberarse de todos los límites, y en esta liberación sin embargo no encuentra el equilibrio adecuado.
En enero de 1941, Alemania invadió Rusia y en tan solo tres meses consiguió sitiar la ciudad de Leningrado. Los oficiales alemanes decidieron no invadir la ciudad para evitar bajas de sus soldados, sino que sometieron a sus 2,3 millones de habitantes a un bloqueo en el que se lanzaron ataques continuos y se pretendía que la población estuviera tan diezmada debido a las muertes por hambre que no habría apenas resistencia cuando decidieran entrar en la ciudad. Los alemanes pensaban que en solo tres meses podrían ocupar Leningrado, pero el bloqueo duró más de dos años, desde septiembre de 1941 hasta enero de 1944. Se calcula que murió más de un millón de personas a causa del frío y el hambre. La película A siege diary (Andrey Zaytsev, 2020) se basa en los textos escritos por la poetisa rusa Olga Bergholz durante el asedio, que se publicaron tras su muerte en el libro Estrellas del día (1955), llevado a la pantalla en la película The stars of the day (Igor Talankin, 1966), y también en otros textos del escritor Daniil Granin, que relató su experiencia en el libro A book of the blockade (1979).
Entre otros reconocimientos, A siege diary ha ganado el premio al Mejor Director en el Festival de Cine de Pekín 2021 y tiene una propuesta visual impactante, con una destacada fotografía en blanco y negro de Irina Uralskaya y el uso del formato 4:3 que aporta una cierta mirada casi documental a las imágenes. Situada en febrero de 1942, cuando ya el asedio llevaba varios meses, ofrece una visión fantasmagórica de un Leningrado invernal, en el que los edificios están cubiertos de hielo y los pocos habitantes que se encuentran en las calles se mueven lentamente, como si fueran seres espectrales. La ropa de abrigo y las caras cubiertas del hollín que provocan las hogueras en las que se quema cualquier cosa, hace que los rostros sean irreconocibles y que las figuras ennegrecidas contrasten con la nieve que cubre los caminos. Olga (Olga Ozollapinya) atraviesa estas calles tratando de llevar a su marido muerto a la morgue, mientras a su alrededor hay filas de personas que tratan de conseguir un mendrugo de pan. Pensando que le queda poco tiempo de supervivencia, decide ir a buscar a su padre para pedirle perdón antes de morir.
El director utiliza esta visión casi irreal para mostrar, por otro lado, una realidad sobrecogedora que los habitantes de Leningrado sufrieron durante años. Hay algunas escenas en color que corresponden a recuerdos idealizados de la infancia de Olga, que contrastan con la dureza del presente, y que en cierta manera funcionan como refugios de su memoria. Esta sensación de alucinación sobrevuela buena parte de la película, no solo en esos flashbacks sino también en el reencuentro con su familia, y especialmente en la conmovedora conversación con su padre (Sergey Dreyden). A siege diary tiene un claro gesto patriótico que se evidencia en los títulos de crédito finales en los que se recita un poema titulado "A la patria" y se describe ese sentimiento de lealtad ("Aquí está mi sangre, mi respiración. Patria, te las entrego"), aunque consigue evitar el carácter puramente propagandístico enfocándose en la experiencia personal de los habitantes de Leningrado. Entre los agradecimientos se menciona al director Nikita Mikhalkov, para el que Andrey Zaytsev trabajó como montador de su reconocida película 12 (Nikita Mikhalkov, 2007).
El Festival de Cine Ruso se puede ver en Filmin hasta el 19 de diciembre.
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