Uno más de los festivales de cine afectados por la crisis del coronavirus es Play-Doc. XVI Festival Internacional de Cine Documental, que habitualmente se celebra en primavera en la ciudad de Tui (Pontevedra), pero que se vio obligado a posponerse el pasado mes de abril hasta septiembre. El festival de documentales gallego nació en 2005 con el objetivo de ofrecer un encuentro con este género, y se ha ido consolidando con una programación de películas muy cuidada y enfocada a producciones que ofrecen una visión más experimental de la narración cinematográfica, con interesantes retrospectivas de cineastas de todo el mundo. La edición híbrida de este año, que se celebra entre el 23 y el 27 de septiembre, tiene como sede presencial la ciudad de Tui, pero en su versión online en Filmin tiene la posibilidad de dar a conocer en el resto de España buena parte de su programación, compuesta por unos cuarenta títulos.
Casi diríamos que Play-Doc se ha dividido este año en dos festivales, con actividades diferentes y complementarias. Mientras que la edición presencial está compuesta principalmente por las proyecciones de su Sección Oficial, y por conciertos, talleres y encuentros, la edición online incluye también las películas a competición, pero está ampliada con retrospectivas de autores como los cineastas brasileños Aloysio Raulino y Ozualdo Candeias; el director experimental canadiense Dominic Gagnon; el británico Lech Kowalski; o los estadounidenses Les Blank y Ross McElwee. Hay una cierta conexión entre estas retrospectivas con el año 2013, porque ese año fallecieron Aloysio Raulino y Les Blank, y también en la edición de 2013 de Play-Doc estuvo presente la obra del realizador Lech Kowalski. La edición online incluye asimismo una selección de documentales que destacaron en años anteriores, y donde encontramos obras de gran altura.
Cuatro títulos forman parte de la Sección Oficial de Play-Doc 2020: Nunca subí El Provincia (Ignacio Agüero, 2019), Las poetas visitan a Juana Bignozzi (Laura Citarella, Mercedes Halfon, 2019), Suzanne Daveau (Luisa Homem, 2019) y Victoria (Sofie Benoot, Liesbeth de Ceulaer, Isabelle Tollenaere, 2020).
El director chileno Agustín Agüero es uno de los nombres más destacados del género documental en Latinoamérica. La memoria es uno de los temas presentes en buena parte de sus películas, pero también el retrato de la cercanía y la destrucción de los barrios tradicionales, lo que llamamos la gentrificación. Su último documental, Nunca subí El Provincia (Ignacio Agüero, 2019), que fue seleccionado en el Festival de Marsella 2019, regresa en cierta manera a otros documentales anteriores: en Aquí se construye (o ya no existe el lugar donde nací) (2000) realizaba una crítica a la modernidad, a la reconstrucción de los barrios a través de edificaciones modernas que les hacían perder su idiosincrasia. Mientras que El otro día (2012) estaba rodado en su propia casa y sus pensamientos eran interrumpidos por personas que llamaban al timbre y que se convertían en parte del documental. En Nunca subí El Provincia confluyen estos mismos temas, es un documental "de proximidad", que muestra la esquina de su barrio, se acerca a sus vecinos, rebusca en sus recuerdos, mientras frente a su casa construyen un nuevo edificio que tapa la visión del cerro Provincia.
Al mismo tiempo, Ignacio Agüero escribe cartas a una joven cineasta que posiblemente nunca las recibirá, como una especie de trasposición manuscrita de sus pensamientos, que habitualmente están reflejados en sus documentales a través de su propia voz en off. En realidad, la escritura de estas cartas es un ejercicio personal, un "escribir por escribir", pero se convierte en una especie de interlocución con los espectadores, que finalmente somos los destinatarios de sus reflexiones. Siguiendo el estilo que caracteriza a su cine, el director no pretende contar una historia con principio y final, sino que construye una visión íntima sobre su relación con el entorno, y la transmite en forma de pensamientos que se sostienen en sus recuerdos.
En la película argentina Las poetas visitan a Juana Bignozzi (Laura Citarella, Mercedes Halfon, 2019) la memoria también es un recurso destacado. Pero en este caso la búsqueda de la memoria está desarrollada por protagonistas jóvenes que bucean en la antigua casa de la poetisa Juana Bignozzi tras su fallecimiento. Ella deja en su testamento la gestión de su obra literaria a Mercedes Halfon, que comienza una reordenación de la ingente cantidad de libros y objetos que ha dejado la autora. Este ejercicio de recomposición del pasado se convierte en un documental que pretende alcanzar una respuesta en torno a la representación de la poesía en el cine. Pero la respuesta no la encontramos en la película, porque las directoras toman la decisión de convertirse ellas mismas en protagonistas, y su equipo de rodaje en actores secundarios.
El sujeto principal del documental cambia en cierta manera. El equipo de rodaje termina siendo un intruso que juega en contra del desarrollo de la película, y obstaculiza esta reflexión sobre la representación. Mientras que las intervenciones de Ignacio Agüero resultan naturales, aunque puedan estar más o menos elaboradas, la introducción de las cineastas en este documental son artificiales, redundantes y molestas. Hay un empeño excesivo en mostrar el artificio de la construcción cinematográfica, por ejemplo interrumpiendo entrevistas, que en realidad no aportan una lectura diferente en torno a la representación. Cuando el documental adopta una forma más estructurada, cuando Juana Bignozzi adquiere el protagonismo que se merece, es cuando mejor funciona, pero resulta finalmente una ocasión perdida para conectar la literatura con el cine, la palabra con la imagen.
Suzanne Daveau (Luisa Homem, 2019), que se estrenó en DocLisboa 2019, es también el retrato de una mujer. Aquí las imágenes de archivo y fotografías de la protagonista, una geógrafa y climatóloga francesa que fue prácticamente adoptada por Portugal, se superponen a sus palabras, que escuchamos a lo largo del documental en off. Su vida de contemplación y de catalogación de los paisajes que amaba, los de Portugal pero también los de Senegal, está descrita con pasión. Desde su relación con su esposo, el geógrafo e historiador portugués Orlando Ribeiro, hasta sus viajes a África o sus inquietudes feministas. Al final del documental se nos recuerda que cualquier aspecto de la vida, incluso aquellos que pueden resultar tediosos, se hacen atractivos si se describen con pasión. Y ciertamente este monólogo de la protagonista está contado con la vitalidad de una persona que ha disfrutado de su vida. La película pide al espectador que se deje llevar por los recuerdos de Suzanne Daveau. Y, aunque puede resultar un poco denso en su contenido, en sus casi dos horas de metraje, tiene un gran poder de fascinación.
Entre las propuestas retrospectivas de Play-Doc encontramos algunas producciones que pasaron por el festival en ediciones anteriores. Entre ellas destacamos títulos como On the bowery (Lionel Rogosin, 1956), posiblemente uno de los retratos más acertados del alcoholismo y de las adicciones que se han realizado nunca. Aunque se produjo como un documental, con rodaje de escenas en el barrio neoyorquino de Bowery, algunas de ellas grabadas con cámara oculta, la película se construye como una historia de ficción, acompañando a un personaje protagonista en su búsqueda de trabajo y en su alcoholismo. Ray Salyer, el personaje principal, se interpreta a sí mismo y cuenta parte de su propia historia, mientras que Gorman Hendricks también representa parte de su vida cuando vivía en el Bowery, aunque en el momento de rodarse la película ya había abandonado el barrio.
On the Bowery, que ganó el Premio al Mejor Documental en la Mostra de Venecia y fue nominado al Oscar, es un clásico que aborda la relación entre ficción y documental, una especie de pionero de una forma de presentación del género que en la actualidad ya no resulta tan atípica. La película influyó en directores como John Cassavetes, y al mismo tiempo se vio influida por trabajos anteriores de Robert Flaherty o Vittorio DeSica. Esta reconstrucción de la realidad como un ejercicio cinematográfico refleja, en los rostros de sus protagonistas, las huellas de la soledad y de la pobreza, y tiene más sentido incluirlo en la categoría de 'cinema verité' que en la de documental. Pero ciertamente es una película atípica, que se encuentra a medio camino, que desborda toda clasificación, y por ello quizás ha conseguido mantener su fuerza a lo largo de los años. Los protagonistas de On the Bowery no consiguieron salir del círculo vicioso del alcoholismo: Gorman Hendricks se mantuvo sobrio durante el rodaje, pero su regreso a la bebida le provocó la muerte unos meses después. Lionel Rogosin consiguió que su cadáver no fuera enterrado en una fosa común. Mientras que Ray Salyer tuvo incluso una oportunidad de convertirse en actor profesional (tiene una presencia robusta y masculina en la película), pero decidió dejar el cine, y en 1961 fue encontrado en un callejón, ahogado en su propio vómito.
En cierto modo, se puede decir que el alcoholismo es también co-protagonista de la película Pharos of chaos (Manfred Blank, Wolf-Eckart Bühler, 1983), una entrevista sugerente e intensa al actor Sterling Hayden en el último tramo de su vida, porque fallecería tres años después víctima de un cáncer. En el documental vemos al actor, al hombre, al borracho, al traidor, entre elucubraciones provocadas por su adicción al alcohol y el hachís. Sterling Hayden, marinero y capitán de barco desde los 20 años, confiesa haber trabajado en Hollywood solo para ganar dinero fácil y poder invertirlo en su pasión: el mar. Casi convertido en un personaje de las novelas marítimas de Robert Louis Stevenson, este bucanero moderno, que habita una barcaza situada cerca de la catedral de Notre Dame, es contemplado por la cámara con cierta distancia, a pesar de las interlocuciones del actor en algunas ocasiones. Y poco a poco se van desgranando aspectos de su vida como estrella de Hollywood, y su desdén por las películas que hizo en los años cincuenta después de haber delatado a compañeros de trabajo en el Comité de Actividades Antiamericanas, la traición que le acompañó el resto de su vida.
Sterling Hayden se refugió en los últimos años en la bebida, pero también en la soledad. En el documental le vemos incómodo en los escasos momentos en los que abandona su barcaza y camina por las calles de París. Pero al mismo tiempo transmite una sensación de hartazgo hacia la sociedad, de melancolía ahogada en una botella de whisky. Los directores adoptan una postura de no intervención, y quizás sobran algunas de las elucubraciones del actor, palabras de borrachera que citan a escritores pero no elaboran un discurso coherente. Wolf-Eckart Bühler consiguió los derechos de la autobiografía del actor, Wanderer (1963), y la llevó al cine en un ejercicio de experimentación cinematográfica en la película Der havarist (Wolf-Eckart Bühler, 1984), ambas proyectadas en la edición del año pasado en Play-Doc.
Otro de los documentales imprescindibles como obras destacadas en el festival de años anteriores es And when I die, I won't stay dead (Billy Woodberry, 2015), que se plantea como un trabajo de recomposición de la errante vida del poeta afroamericano Bob Kaufman, uno de los representantes más destacados de la Generación Beat, y en cierto modo trata de darle un espacio destacado en la literatura de este movimiento, que de alguna manera lo repudió. Esta es también una historia de adicciones, de una vida marcada por el alcohol y las drogas que se desarrolló como un constante esfuerzo por la supervivencia, pero también por lo contrario. En su etapa neoyorquina, Bob Kaufman bien podría haber sido uno de los habitantes del Bowery que describíamos antes. Su poesía estaba marcada por los ritmos del jazz, y en Francia le definieron como el Rimbaud norteamericano. En el documental se apunta también la influencia de Federico García Lorca en su poesía, especialmente de su poemario Poeta en Nueva York (1940).
El director va componiendo a lo largo de la película las piezas del puzzle que forman la trayectoria personal y como escritor de Bob Kaufman, que tenía etapas en las que desaparecía o vivía en la calle. La estructura del documental, que avanza y retrocede en el tiempo, no ayuda especialmente a organizar la narrativa, pero va componiendo una serie de bocetos del personaje que conforman un retrato que tiene sonoridades jazzísticas. Es una película con cierta tendencia a la dispersión, pero de alguna manera esto también refleja la personalidad de su protagonista.
Play-Doc se puede ver en Filmin hasta el 27 de septiembre.
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