El Sheffield International Documentary Film Festival dedica este año tres retrospectivas a cineastas: la norteamericana Lynne Sachs, de la que hablamos anteriormente, y dos directores africanos: Sarah Maldoror y Simplice Herman Ganou. Tanto en su versión online como en la edición presencial que se celebrará en octubre, Sheffield nos presenta a dos directores diferentes, pero que tienen en común una mirada particular, desde el sentimiento de la colonización, en un caso física y en otro caso intelectual. Sarah Maldoror fue una veterana cineasta nacida en Francia, pero cuyo padre era un emigrante de Las Antillas, que desplegó en su cine una visión sobre la descolonización con un cierto aire poético. Simplice Ganou es un joven director de Burkina Faso que habla también de esa colonización psicología que proviene de Occidente, y que provoca un distanciamiento de la juventud de sus propias raíces.
La filmografía de Simplice Herman Ganou es breve, formada por dos largometrajes documentales y un cortometraje, pero su nombre empieza a sonar como uno de los pocos que, desde su país, ha conseguido traspasar las fronteras internacionales. Sheffield Doc/Fest programa sus dos películas, y también su último trabajo, un cortometraje de este año que ha producido fuera de su país, en Suiza.
En realidad, los dos largometrajes de Simplice Ganou podrían considerarse como uno solo, ya que propone una mirada complementaria sobre la vida de los adolescentes callejeros en Bakoroman (2011) y, años más tarde, regresando a uno de sus protagonistas en Le koro du Bakoro. Les naufragés du Faso (2017). En la primera, el director nos introduce a un grupo de jóvenes adolescentes, entre 14 y 16 años, que toman la decisión de abandonar la escuela y vivir en las calles, en una pequeña aldea, y posteriormente caminar por carreteras llenas de polvo hacia la capital de Burkina Faso, Uagadugú, donde aspiran a encontrar mejores condiciones de vida.
Bakoroman es una especie de road-movie en la que el director acompaña a este grupo de jóvenes en un largo viaje, mezclando una descripción de ese sentimiento de comunidad que tienen, fusionada con la adicción al pegamento, y entrevistas individuales en las que cada uno de los jóvenes cuentan su historia. Crónicas de una vida difícil, en medio de maltratos y abusos, que les obligan a madurar prematuramente. En realidad, no buscan una vida mejor, sino una vida menos cruel. Al mismo tiempo, desgranan sus sentimientos sobre las raíces, sobre la vida en campos estériles, y sobre todo la esperanza de encontrar en la ciudad una salida al abandono y la pobreza.
El documental utiliza una estructura básica que conjuga los perfiles individuales con el retrato grupal, y quizás es una estructura demasiado repetitiva, pero al mismo tiempo resulta efectiva para mostrar una visión clara de esta realidad. No hay espacio para movimientos de cámara elaborados, ni para una planificación pretenciosa, porque la carga que sostienen los protagonistas es lo suficientemente poderosa. Y tampoco hay demasiado espacio para la esperanza. Como espectadores, nos quedamos con ganas de saber más de la trayectoria de estos jóvenes tras un final abierto, inconcluso, porque sus vidas también lo son. Pero hay una sensación de pesimismo en el futuro de estos jóvenes.
Esta ausencia de esperanza se confirma con Le koro du Bakoro. Les naufragés du Faso (2017), porque Simplice Ganou nos ofrece una continuación de aquella historia, ahora protagonizada por Polo, uno de los jóvenes que retrató nueve años antes. Viviendo en las calles desde los 12 años, ahora afronta su paso a la madurez con 29, pero sigue siendo un joven sin hogar y sin horizonte vital. Le vemos primero en la capital, Uagadugú, donde sigue viviendo en las calles y se dedica a adornar su bicicleta con coloridos objetos de plástico. Simplice Ganou opta en este documental por centrarse en el retrato personal, pero no utiliza en esta ocasión entrevistas a cámara, sino que el protagonista nos habla de sus pensamientos en off, como una especie de narrador de su propia historia.
Polo decide regresar a su aldea para visitar a los familiares a los que abandonó. Y este encuentro con sus raíces es la parte más interesante del documental: el intento de su tío de que abandone la vida en la calle y ayude a la familia en un huerto cuyos frutos ni siquiera consumen ellos mismos (son para vender), mientras Polo muestra sus reticencias a permanecer en la aldea, sometido a las imposiciones de los mayores y con cierta aprensión por las creencias en brujerías. En la visita a su madre y su abuela, que casi no le reconocen, hay una interesante incorporación del director a la propia historia, porque se hace cómplice del protagonista apareciendo delante de la cámara. Ya no es un narrador externo, sino que se convierte en compañero, rompiendo el distanciamiento documental.
La intervención de Simplice Ganou se va haciendo cada vez más presente en su cine, hasta que finalmente él mismo es el protagonista de su último trabajo, el cortometraje L'inconnu (2020), producción realizada fuera de Burkina Faso. Su planteamiento es sencillo y teñido de un sentido del humor que no oculta una idea principal interesante. En su visita a Winterthur, ciudad suiza del cantón de Zúrich, Simplice Ganou reflexiona sobre la interrelación entre las personas, tratando de establecer contacto con aquellos que pasan por la calle. Como él mismo afirma, en su país resulta fácil tener una conversación con alguien; pero en el centro de la ciudad suiza, esta conexión resulta compleja. "La gente tiene miedo al desconocido", comenta un joven argentino con el que sí consigue hablar. Estamos ante un cortometraje sencillo, que propone una mirada a Occidente desde la perspectiva de un joven africano, con detalles humorísticos pero que al mismo tiempo establecen una interesante idea sobre las diferencias culturales. Posiblemente el planteamiento del director es exagerado, pero hay un sentimiento de choque social y cultural sobre el que es necesario reflexionar.
El pasado 13 de abril la directora Sarah Maldoror fallecía en Francia a los noventa años víctima del coronavirus. Su última visita a España se produjo en mayo de 2019, cuando el Museo Reina Sofía y la Cineteca de Madrid organizaron un ciclo bajo el título Sarah Maldoror, poeta y cineasta de la negritud, que fue la primera retrospectiva dedicada a esta directora en nuestro país. Sheffield International Documentary Film Festival también propone una mirada a su cine, que estará presente el próximo otoño en la edición presencial del festival con algunas de sus obras cinematográficas, no todas ellas estrictamente enfocadas al género documental.
Sarah Maldoror nació en Francia en 1929, de madre francesa y de padre proveniente del archipiélago de Guadalupe, que aún hoy en día forma parte de la República de Francia. Aunque nació como Sarah Ducados, ella decidió tomar el apellido artístico Maldoror en honor a la obra Los cantos de Maldoror, del poeta franco-uruguayo Lautréamont. Estudió cine en Moscú y se unió a los movimientos de liberación africanos en Guinea, Argelia y Guinea-Bissau, y fue asistente de dirección en La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1965). En París fundó la compañía teatral Les Griots (Los Grillos) en 1956, la primera que estaba compuesta exclusivamente por artistas africanos.
Su primera película como directora fue el cortometraje Monangambée (1968), una historia entre ficción y documental que mostraba la falta de entendimiento entre colonizadores y colonizados. Se trata de una pieza cinematográfica muy curiosa, que tiene un cierto halo poético (la prisión tiene una estética muy cercana a Jean Genet, cuya obra Les nègres (1948) llevó a los escenarios teatrales), y que introduce interesantes elementos culturales como la música de jazz de Chicago Art Ensemble y fotografías de la periodista Augusta Conchiglia.
Las películas de Sarah Maldoror no tienen un buen estado de conservación. Monangambée, fue restaurada recientemente en Alemania, bajo la supervisión del Goethe-Institut, transfiriendo la única copia en 16 mm. que existía a formato digital 2K, aunque algunos fragmentos están algo borrosos y la pista de sonido está defectuosa en algunas partes.
Una de sus películas más relevantes es Sambizanga (1972), que tampoco se encuentra en un buen estado de conservación. Se trata de un largometraje de ficción en el que se incorporan de nuevo elementos documentales, con el estilo característico de la directora, introduciendo fotografías de archivo para demostrar que la realidad está muy presente en la historia. Se centra en la lucha del movimiento de liberación de Angola que, de hecho, estaba en pleno auge cuando se rodó la película, por lo que tuvo que realizarse en la República Democrática del Congo. Los protagonistas son un hombre que es arrestado y torturado hasta la muerte, y su mujer, que inicia una búsqueda desesperada por encontrar a su marido. Este co-protagonismo de la esposa empeñada en saber qué ha ocurrido a "su hombre" es uno de los elementos más destacados de la película, porque ofrece un punto de vista femenino que no se limita a permanecer esperando, sino que toma partido en la lucha por la liberación. Sambizanga fue uno de sus trabajos más reconocidos internacionalmente, consiguiendo dos premios en la Sección Forum of New Cinema del Festival de Berlín.
Aunque sus incursiones en el cine de ficción pegado a la realidad, una especie de Cinema Vérité africano, son las que le han dado una mayor resonancia internacional, Sarah Maldoror se dedicó durante buena parte de su carrera al género documental, ofreciendo retratos de artistas como en Un homme une terre, Aimé Césaire (1976), poeta mozambiqueño que acuñó por primera vez el término négritude; Louis Aragon, A mask in Paris (1978); o su última película, Ana Mercedes Hoyos (2009), dedicada a la artista colombiana, cuya mirada a la idiosincrasia africana fue también importante.
Sarah Maldoror estableció durante toda su filmografía una conexión directa e intelectual entre las artes, especialmente la música y el cine. De esta conexión surgen algunas de sus obras más interesantes, como Dessert for Constance (1981), una comedia costumbrista que cuenta la historia de unos barrenderos africanos en París que tratan de ayudar a un compañero enfermo a conseguir dinero para poder regresar a África. Aunque la película tiene un aire desenfadado, contiene una cierta mirada satírica hacia la sociedad occidental, haciendo que los protagonistas se conviertan en expertos en cocina francesa solo leyendo un libro de recetas que encuentran en la calle. A través de las ensoñaciones del joven enfermo que anhela su tierra, Sarah Maldoror introduce elementos documentales que muestran el modo de vida africano, así como sonoridades musicales que contrastan con la introducción de elementos jazzísticos. Sarah Maldoror introduce en cierta manera una mezcla artística que incorpora también su relación con el teatro, porque la estancia en la que viven los protagonistas se muestra con una puesta en escena que resulta casi teatral (cámara fija).
Aunque sus incursiones en el cine de ficción pegado a la realidad, una especie de Cinema Vérité africano, son las que le han dado una mayor resonancia internacional, Sarah Maldoror se dedicó durante buena parte de su carrera al género documental, ofreciendo retratos de artistas como en Un homme une terre, Aimé Césaire (1976), poeta mozambiqueño que acuñó por primera vez el término négritude; Louis Aragon, A mask in Paris (1978); o su última película, Ana Mercedes Hoyos (2009), dedicada a la artista colombiana, cuya mirada a la idiosincrasia africana fue también importante.
Sarah Maldoror estableció durante toda su filmografía una conexión directa e intelectual entre las artes, especialmente la música y el cine. De esta conexión surgen algunas de sus obras más interesantes, como Dessert for Constance (1981), una comedia costumbrista que cuenta la historia de unos barrenderos africanos en París que tratan de ayudar a un compañero enfermo a conseguir dinero para poder regresar a África. Aunque la película tiene un aire desenfadado, contiene una cierta mirada satírica hacia la sociedad occidental, haciendo que los protagonistas se conviertan en expertos en cocina francesa solo leyendo un libro de recetas que encuentran en la calle. A través de las ensoñaciones del joven enfermo que anhela su tierra, Sarah Maldoror introduce elementos documentales que muestran el modo de vida africano, así como sonoridades musicales que contrastan con la introducción de elementos jazzísticos. Sarah Maldoror introduce en cierta manera una mezcla artística que incorpora también su relación con el teatro, porque la estancia en la que viven los protagonistas se muestra con una puesta en escena que resulta casi teatral (cámara fija).
Para televisión, Sarah Maldoror ha colaborado en diversas ocasiones, como en el cortometraje Miró, peintre (1980), un perfil del artista español Joan Miró que realizó para el programa Aujourd'hui France. O el cortometraje Scala Milan AC (2003), que tenía como protagonistas a un grupo de jóvenes de la banlieue (la periferia) parisina de St. Denis, una cohesión de razas y culturas diferentes, que encuentran en la música y la poesía la forma de expresarse a sí mismos y de describir su vida en el barrio, contando con la colaboración de la leyenda del jazz Archie Shepp. Saint Denis fue el barrio al que se trasladó la familia de Sarah Maldoror después de haber vivido en Argelia en los años sesenta. Producido por su amiga Agnès Varda, se trata de un cortometraje sencillo, quizás con cierto aire de ingenuidad, que centra su historia en la educación de los jóvenes, un aspecto que preocupaba especialmente a Sarah Maldoror como absolutamente necesario para "construir un mundo más justo".
Bakoroman y Le koro di bakuru se pueden ver hasta el 31 de agosto en Sheffield Doc/Fest Selects.
Monangambée se puede ver en el Museo Reina de Sofía de Madrid.
Los ciclos de Simplice Ganou y Sarah Maldoror se podrán ver en Sheffield Doc/Fest en Octubre.
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