30 julio, 2020

Atlàntida Film Fest: La Europa fascista

Una nueva jornada siguiendo la programación del Atlàntida Film Fest nos lleva a algunos de los títulos más esperados de esta edición. El festival llega a su ecuador en su formato presencial, en Palma de Mallorca, pero seguirá presente en la plataforma Filmin hasta finales de agosto. La edición de este año es la más ambiciosa, con una selección de 110 películas que aspiran a duplicar la cifra de espectadores de 2019. El año pasado el festival ya vivió un aumento del 60% en el número de visionados con respecto a 2018, alcanzando la cifra de 160.000, de los cuales 15.000 estuvieron en el formato presencial en Mallorca y 135.000 en el formato online. 

Memoria Histórica

La programación del festival da cabida también a series de televisión, lo cual es una propuesta lógica teniendo en cuenta que la plataforma Filmin se alimenta también de series. Entre las más esperadas se encuentra la producción sueca Stieg Larsson: El hombre que jugaba con fuego (TV4, 2019), una serie documental que a lo largo de cuatro episodios se revela, más que como un biopic al uso, como una interesante reflexión sobre el peligro del auge de los movimientos de extrema derecha en Europa. Se trata de la versión televisiva del documental Stieg Larsson: The man who played with fire (Henrik Georgsson, 2018), que se presentó como película en el Festival de Sundance 2019. Pero el formato de largometraje, creado básicamente para su distribución internacional, se queda corto para una historia con tantas ramificaciones, así que el estreno de esta serie que en su conjunto dura unas tres horas, ofrece una información mucho más exhaustiva.



Stieg Larsson, escritor sueco que consiguió la fama con los tres libros que escribió bajo la denominación "Millennium", falleció a los 50 años debido a un ataque al corazón (según se apunta en la serie provocado por el exceso de trabajo). De hecho, su mitificación se produjo porque, cuando murió, acababa de entregar la tercera novela, cuando la primera aún no se había publicado, por lo que no tuvo la oportunidad de conocer el éxito de su trabajo. Pero la serie se centra principalmente en su labor como investigador periodístico y recopilador del auge de los movimientos de extrema derecha en su país. Y especialmente en su obsesión por tratar de resolver el asesinato del presidente de Suecia, Olof Palme en 1986, que provocaría posteriormente una de las etapas más negras de la política extremista en Suecia. Así, la serie se construye como una especie de crónica periodística, ofreciendo rasgos de la personalidad de Stieg Larsson que resultan insólitos. En lo que más flojea el documental es en la recreación de algunas escenas utilizando un actor que "interpreta" a Stieg Larsson, porque esos momentos resultan demasiado obvios e innecesarios (mientras se nos habla de su estado de salud, vemos al actor-Larssen comiéndose un bocadillo grasiento). Son precisamente estas incursiones en la semi-ficción las que lastran parte de las virtudes de la serie. 

Al margen de la algo idealizada imagen que se tiene de los países escandinavos, con sus paisajes espectaculares y su forma de vida ejemplar, lo cierto es que Suecia, Dinamarca o Noruega han sido durante años foco de movimientos ultranacionalistas y de extrema derecha, en parte consecuencia de las diferentes posturas que cada uno de estos países adoptó durante la invasión nazi (el colaboracionismo sueco, la pasividad danesa y la rebeldía noruega). The exception (Jesper W. Nielsen, 2019) bucea precisamente en la naturaleza del mal que se encuentra en el ser humano. Utilizando como telón de fondo una serie de reflexiones en torno al nazismo y los nacionalismos extremos, compone un thriller que tiene como protagonistas a cuatro mujeres que trabajan precisamente en una ONG cuyo objetivo es documentar datos sobre genocidios y crímenes contra la humanidad. 



Pero este telón de fondo, que se pretende actúe como explicación psicológica de los acontecimientos, acaba siendo más bien una excusa para desarrollar una trama en la que las sospechas entre las cuatro mujeres se encienden cuando reciben amenazas de muerte. El problema es que la narración que elige el director acaba siendo confusa y retorcida, pero no en un sentido inquietante, sino de una manera desordenada. Al final nos damos cuenta que esta forma de contar la historia siguiendo continuos atajos esconde realmente una resolución simple pero al mismo tiempo obvia. 

Controversia

Desde una premisa que en principio puede parecer interesante, acaba desarrollándose un intento fallido por construir una comedia alocada. Es lo que ocurre en How to fake a war (Rudolph Herzog, 2019), largometraje que ha pasado por festivales como Edimburgo sin que sepamos muy bien por qué. La historia se centra en un equipo de RRPP de un rapero que pretende dar un concierto a favor de la paz en medio de la guerra que enfrenta a los habitantes de Georgia, hasta que se declara una tregua que aparentemente da al traste con las intenciones del rapero de ser una especie de Bono por la causa pacifista. Al director, Rudolph Herzog, hijo de Werner Herzog y hasta el momento realizador de algunos documentales, no le interesa introducir a los personajes o la propia historia, sino que en los primeros cinco minutos ya pone sobre la mesa todo el planteamiento. Es una opción, pero lo que viene después no justifica tantas prisas. 



How to fake a war pretende ser una comedia con ciertas dosis de locura, pero está tan mal escrita que no consigue ni acercarse a sus pretensiones. El director, además, tampoco parece saber medir los tiempos para las escenas cómicas, ni trazar nexos de unión entre sketches que parecen independientes. No ayuda la construcción de algunos personajes francamente bochornosos como el que interpreta Lily Newmark, ni el desarrollo insulso de su premisa inicial. Queda, eso sí, una parodia de esos macro-conciertos que pretenden salvar el mundo. Pero para hacerlo con eficacia hacía falta más talento. 

Domestik

Otra de las películas más esperadas del Atlàntida Film Fest es The painter and the thief (Benjamin Ree, 2020), ganadora del Premio Especial del Jurado en Sundance 2020. Sin duda estamos ante uno de los documentales del año, una historia sorprendente que habla de amistad sobre una base insólita e increíble. Y es, junto al también documental The self portrait (Katja Høgset, Margreth Olin, Espen Wallin, 2020) la otra gran producción noruega que este año llegará a nuestras pantallas. La historia comienza cuando a una joven pintora checa que consigue exponer en una de las galerías más importantes de Oslo, le roban dos cuadros. Los ladrones son detenidos días después por la policía, pero las pinturas están en paradero desconocido. Durante el juicio a uno de los ladrones, la joven pintora solicita al convicto la posibilidad de hacer un retrato de él en algún momento. Y así surge una historia de amistad sorprendente. 



El director, Benjamin Ree, encontró esta historia en los periódicos y pudo utilizar algún material previo grabado por personas cercanas a la protagonista. Pero el desarrollo de la historia real es tan cinematográfico que ha ayudado sin duda a poder construir una narración interesante y atractiva. Lo más llamativo de la propuesta, sin embargo, es que el camino autodestructivo que lleva Bertil, ladrón y drogadicto, acaba siendo menos profundo que el retrato psicológico de la pintora, Barbora, que se nos va revelando como más autodestructiva si cabe, pero en términos psicológicos. Así, el personaje "marginal" va encontrando vías de recuperación, mientras que la artista se alimenta con sus propias obsesiones. 

El trabajo de Benjamin Ree como director es notable, y sin él posiblemente estaríamos ante un documental curioso y poco más. Primero, porque en cierto modo expone la relación de amistad entre los dos personajes como una sesión de terapia, en la que, principalmente el ladrón, describe los antecedentes psicológicos de ella, que explican perfectamente las razones por las que decide retratar a la persona que ha robado sus cuadros. Por otro lado, porque propone una estructura no-lineal que ayuda a ir dosificando la información, casi como en un relato policíaco en el que al final encontramos un nuevo punto de inflexión que de nuevo nos sorprende. Pero de esta creatividad narrativa no se desprende falta de credibilidad. Por el contrario, hay momentos de una honestidad emocionante, como ese en el que Bertil ve por primera vez el retrato que ha pintado Barbora. 

El terror doméstico es el protagonista de la película Pelican blood (Katrin Gebbe, 2019), que pasó por la Sección Oficial de Sitges 2019. Esta producción alemana plantea una reflexión sobre la relación entre una madre y su hija recién adoptada. Como en el relato que da título a la película, en el que la madre pelícano revive a sus hijos muertos dándoles de mamar su propia sangre, la protagonista (la espléndida actriz Nina Hoss) se enfrenta a la desafección emocional de la niña adoptada, sacrificando su propio entorno. 

La primera parte de la historia es interesante, y la directora consigue mantener el suspense con inteligencia, provocando el desasosiego del espectador frente a una niña de cinco años sin necesidad de escenas impactantes. Pero los antecedentes como directora de cine de terror de Katrin Gebbe se revelan en una segunda parte que directamente abraza el género, y esa contención que dotaba a la película de interés desaparece, malogrando lo que hasta ese momento era una propuesta notable. 


Atlántida Film Fest se puede ver en Filmin hasta el 27 de agosto.

Hoy, 30 de julio, se estrenan en Filmin:

Oh, les filles (François, Armanet, 2019)
Journey to Utopia (Erlend Eirik Mo, 2020)
Banksy most wanted (Seamus Haley, Aurélia Rouvier, Laurent Richard, 2020)
The souvenir (Joanna Hogg, 2019)
El buzo (Günter Schwaiger, 2020)
El escritor de un país sin librerías (Marc Serena, 2019)
Origen (Ana Pastor, 2020)


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