En 1997 se despenalizaron en China las relaciones gays, pero existe una aceptación que tiene más que ver con la invisibilidad, no existen leyes contra la discriminación y no hay una manifestación externa de los movimientos LGTBI. De hecho, se calcula que el 80% de los hombres homosexuales chinos se casan con mujeres por presiones familiares, y según un estudio de las Naciones Unidas, apenas el 5% de las personas gays o lesbianas viven su sexualidad de forma abierta. Todo ello se refleja, como trasfondo, en la película Suk suk (Ray Yeung, 2019), que tiene como protagonistas a dos hombres ya maduros que a lo largo de su vida han mantenido una visibilidad heterosexual aunque sus sentimientos sean realmente homosexuales, y que formó parte de la programación de Zinegoak 2021.
Pak (Tai-Bo) trabaja como taxista y vive un matrimonio respetuoso pero aburrido, mientras prepara los detalles de la boda de su hija. En un parque donde se practica el cruising conoce a Hoi (Ben Yuen), un hombre viudo que vive con la familia de su hijo, pero que tiene una sexualidad más liberada, visitando algunas de las saunas gay de la ciudad de Hong-Kong. La relación que se establece entre ambos supone un efecto liberador para Pak, que comprueba cómo se puede vivir la homosexualidad de una forma más o menos exteriorizada, pero siempre envuelta en una discreción obligada por la sociedad.
La propuesta del joven director Ray Yeung es interesante porque se enfoca en un amor de madurez, lo que le permite reflejar también la envoltura heterosexual que rodea a la vida familiar de los dos protagonistas, y que es una evidencia de esa aceptación a través de la negación que se practica en China. La actitud del hijo de Hoi, por ejemplo, cuando se da cuenta de que su padre está viendo una información relacionada con la homosexualidad revela esa realidad: el silencio, la mirada hacia otro lado... Y en el caso de Pak parece claro que nunca se planteará el divorcio, aún más afianzado por el hecho de que se encuentra realizando los preparativos para la boda de su hija. La relación se convierte por tanto en clandestina, en subrepticia. Los momentos de intimidad entre los dos protagonistas son hermosos, se sostienen en las miradas y en las caricias, pero también en momentos de cotidianidad que parecen representaciones de un sueño, de una vida probable pero inviable.
La película Monsoon (Hong Khaou, 2019) cuenta la historia de un regreso a través del personaje principal, Kit (Henry Golding) que vuelve a Saigón treinta años después de que su familia escapara del régimen comunista (cuando él solo tenía seis años), y se instalara en Inglaterra. Su intención es esparcir las cenizas de su madre, que falleció recientemente, y de su padre, que murió hace tiempo, en algún lugar de Vietnam. Primero lo intenta en la casa donde vivían en Saigón, y después en el lugar donde nacieron sus padres en Hanoi, pero el Vietnam contemporáneo se transforma muy deprisa, como si quisiera borrar las huellas de su pasado. El propio Kit no es más que un turista en una ciudad de la que no recuerda muchas cosas, y en conversaciones con su primo se da cuenta de que tampoco sabe demasiado sobre la parte de la familia que no pudo escapar.
Este reencuentro con las personas del pasado se mezcla con el encuentro con nuevos rostros, como Lewis (Parker Sawyers, que interpretó a Barack Obama en la película Michelle & Obama (Richard Tanne, 2016)), un norteamericano que también tiene una especie de deuda pendiente con su pasado, a través de la experiencia de su padre como soldado en la guerra de Vietnam. Hay un sentimiento de culpabilidad por el daño provocado, por una guerra que solo causó muertos y víctimas de estrés post traumático. Ambos se conocen a través de una aplicación de contactos gay y de alguna manera se sienten atraídos no solo sexualmente sino también por una especie de melancolía. Curiosamente, a pesar de esta culpabilidad que expresa, Lewis se dedica a diseñar camisetas que fabrica en Saigón, donde la mano de obra es más barata, e incluso responde a la crítica con cierto cinismo: "Estoy contribuyendo al crecimiento económico del país".
La propuesta que hace el director británico-camboyano Hong Khaou tiene elementos de interés, como la introducción de esa especie de eclosión del arte contemporáneo que lideran los jóvenes artistas vietnamitas, pero la película se siente mucho más densa de lo que debería ser. Hay una languidez en la construcción de las escenas, incluso en la composición del personaje principal por parte del actor Henry Golding, que, expresa efectivamente una cierta sensación de placidez, pero también de sopor. Tampoco consigue trasladar de forma eficiente esa sensación de extrañeza del personaje en un país que sin embargo es el suyo, entre otras cosas porque no se muestra una desconexión con el idioma (Kit siempre encuentra a algún angloparlante por el camino). Y solo en escenas muy bellamente filmadas como la de la aromatización del té, encontramos algunos apuntes de este aislamiento.
La adaptación de la única novela escrita por Pedro Lemebel Tengo miedo, torero (2001) era un reto para el cine chileno, teniendo en cuenta que es una de las obras más icónicas de la representación de la homosexualidad en el Chile de Pinochet. Y el resultado de Tengo miedo torero (Rodrigo Sepúlveda, 2020) acaba siendo quizás no completamente satisfactorio pero sí lo suficientemente cercano a la obra original como para ofrecer esa visión particular de unos personajes que tratan de aislarse del mundo exterior para no afrontar la represión de la dictadura. Porque la Loca del Frente (Arturo Castro) prefiere estar metida en su casa, bordando manteles para las mujeres de la alta sociedad, al margen de lo que está ocurriendo en un país que se enfrenta a la dictadura. "No me gusta la realidad, me da miedo", dice a Carlos (Leonardo Ortizgris) el revolucionario que utiliza su casa para esconder armas.
La adaptación realizada por Pedro Sepúlveda ha simplificado algunos aspectos de la novela, en la que se desarrollan dos historias paralelas, la de La Loca y Carlos, y la de Pinochet y su esposa Lucía Hiriart. Pero esta segunda trama no está presente en la película, en favor de la descripción de ese mundo travesti solo tolerado y muchas veces reprimido por los militares, en el que no faltan las que incluso tienen alguna tendencia pinochetista. Poco a poco, la actitud de La Loca del Frente pasa de la inacción a la resistencia, pero su instrumento es la palabra y su propia presencia es su mejor forma de subversión. Alfredo Castro, uno de los grandes actores chilenos, no decepciona en su composición del personaje protagonista e incluso tiene un notable parecido físico con Pedro Lemebel, componiendo una cierta alegría melancólica en el personaje, evitando la representación exagerada de su rol femenino.
Al centrarse más en la relación entre los dos personajes centrales, el director consigue explorar sus contradicciones, esa dualidad entre el amor y la amistad que nace del interés pero que se va convirtiendo en un nexo de unión vitalista, y por tanto también en una forma de resistencia. En ese enfoque se pierde una representación más certera del entorno travesti de La Loca, que está más presente al principio pero que se va difuminando lentamente. Y eso resulta algo decepcionante, porque es uno de los elementos más interesantes de la novela. La película, que estuvo presente en el Festival de Venecia y ganó el Premio al Mejor Actor en el Festival de Guadalajara, consigue construir una mirada elocuente desde la individualidad como reflejo de la colectividad, en una sociedad sometida al mismo tipo de opresión a la que los transexuales se enfrentaron durante toda su vida.
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Proveniente de la Ley de Vagos y Maleantes que fue instaurada en la 2ª República en 1933, y en la que no se incluía a los homosexuales, en 1970 el gobierno franquista reformó este Código convirtiéndolo en la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que establecía penas de hasta cinco años de prisión o internamiento psiquiátrico para los homosexuales. Como respuesta al anteproyecto de ley, Armand de Fluvià y Francesc Francino fundaron el Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH); que tenía la intención de presionar, con la ayuda de sus contactos en el extranjero, para que se realizaran modificaciones en la futura ley. Y efectivamente consiguieron que en el texto el delito se centrara en la realización de prácticas homosexuales, no en el hecho de ser homosexual. Un cambio pequeño, pero muy importante en una época de represión. El documental MELH: Armand y la historia de un movimiento (Jordi Samsó, Mario Allegranzi, Carme Porta, Ramón Martínez, 2021) habla precisamente de esta primera etapa en el activismo gay en España, que más tarde, con la llegada de la democracia, se convirtió en el Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FGAC).
Armand de Fluvià también participó en la creación de la actual Casal Lambda, una institución más dedicada al apoyo, la información y la difusión que al activismo político, y que incorpora el Centro de Documentación Armand de Fluvià, el fondo documental más amplio de España sobre temática LGTBI. Básicamente, la película se sostiene en entrevistas al que fue pionero de los movimientos de lucha en la comunidad gay en nuestro país, y en ese sentido son muy interesantes sus recuerdos y anécdotas sobre la dificultad de ser homosexual en España en las décadas de los setenta y ochenta, como la diferencia que existía entre la aceptación de la homosexualidad en Cataluña y en el resto de España, incluso durante la democracia: "En Madrid el Partido Comunista de Santiago Carrillo no quería a los maricones dentro de sus filas. Aquí en Cataluña estábamos más integrados en la política", comenta Armand de Fluvià.
Solo por eso es interesante ver la película, pero también hay que decir que hubiera merecido un documental más elaborado, menos amateur, que parece enfocado más en el contenido que en la forma. Las entrevistas a otras personas relacionadas con los movimientos de reivindicación tienen poca coherencia formal, incluso las dos entrevistas principales a Armand de Fluvià adolecen de encuadres desequilibrados y un trabajo de realización mediocre, que en muchas ocasiones distrae al espectador de quien es verdaderamente el protagonista. MELH: Armand y la historia de un movimiento se queda como una producción amateur que está bien como difusión en un Centro de Documentación, por ejemplo, pero que no merece estar en la Sección Oficial de un festival de cine. Y tenemos la sensación de que Armand de Fluvià y todo el movimiento gay pionero se merecen una película que realmente esté a la altura de sus importantes logros.
Uno de los estrenos más destacados del festival es el documental No straight lines: The rise of Queer Comics (Vivian Kleiman, 2021), que hace tan solo unas semanas tuvo su estreno mundial en Tribeca Film Festival y poco después su estreno internacional en Sheffield Doc Fest. La directora toma como elemento principal de su relato las intervenciones de cinco pioneros de los cómics de temática queer en Estados Unidos, encabezados por el responsable de esta apertura, Howard Cruse, que comenzó a dibujar personajes homosexuales en los años setenta y que no pudo ver terminada la película porque falleció en 2019, víctima del cáncer. Pero este documental ofrece la oportunidad de contar con sus declaraciones en torno a estos primeros pasos en el mundo del cómic. También se incluye al veterano Rupert Kinnard junto a Alison Bechdel, Jennifer Camper y Mary Wings. No straight lines se encuentra cómodo cuando entrevista a estos dibujantes que abrieron un camino hacia la representación de la homosexualidad a través de los cómics, y cómo éstos funcionaron como vehículo de transmisión de la vida homosexual. Iván Vélez jr. es uno de los jóvenes dibujantes que se crió con estos tebeos: "Eras gay, lesbiana, o lo que sea... pero no sabías cómo serlo. No había referencias, no había nada, no había cuentos, ni películas".
El documental aborda, por supuesto, parte de la evolución del activismo homosexual a lo largo de los años, junto a la pandemia del SIDA, introduciendo elementos que tratan de completar las intervenciones de los dibujantes principales, pero que no terminan de encontrar el equilibrio necesario. En el Q&A de Sheffield Doc Fest, la directora Vivian Kleiman comentaba: "La primera versión del montaje estaba enfocada solo en los cinco artistas que seleccionamos. Pero era demasiado estático. Así que decidí arriesgarme, y en una conferencia sobre cómics queer grabé a varios jóvenes tratando de saber quienes eran y por qué les interesaba esta parte de la historia de los cómics. Tuve la corazonada de que este material me serviría como una especie de signos de puntuación entre las entrevistas con estos cinco artistas pioneros, aumentando esa sensación de comunidad, no solo entre los propios artistas sino entre ellos y los jóvenes en la actualidad".
Pero la película se siente inconexa, y es más, trata de estar conectada todo el tiempo con una banda sonora que acaba estando presente en casi todo momento, y que resulta exasperante por repetitiva. Falta también una mirada a los artistas más jóvenes, a la evolución de los tebeos de contenido homosexual que, como apuntaba en Sheffield Rupert Kinnard, autor de los primeros personajes afroamericanos abiertamente gays y lesbianas, está mucho más diversificado. "Creo que los jóvenes artistas actuales tienen la capacidad de incorporar otros aspectos de sus vidas a las historias que cuentan, como sus preocupaciones sobre la salud o el tema racial, y eso hace que sus personajes sean más completos". El documental es interesante porque nos introduce un tipo de historias de cómics que, a pesar de ser protagonistas incluso de Encuentros internacionales, sin embargo están ausentes todavía de las principales plataformas audiovisuales como Disney+ o Netflix, y aunque han abandonado su condición de producciones artísticas underground, permanecen todavía en un plano secundario.
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