16 junio, 2021

Mostra FIRE!! 2021 - Parte 1: Tan diferentes, tan semejantes

Entre el 10 y el 20 de junio se celebra la 25 edición de la Mostra FIRE!! Muestra Internacional de Cine Gay y Lésbico de Barcelona con una programación amplia que ofrece la oportunidad de ver algunos títulos destacados en su presencia en festivales durante los últimos tres años. En este 25 aniversario, la Muestra vuelve a su fecha habitual, después de que el año pasado se cancelara la edición de junio y finalmente se celebrara una edición especial online a través de Filmin en el mes de septiembre. Este año, la Mostra FIRE!! regresa también a una edición presencial, y ofrece una selección de algunas de sus películas en la plataforma Filmin, que iremos comentando en nuestras próximas crónicas. 

OFICIAL LARGOMETRAJES

El Atlàntida Film Fest estrenó el año pasado Barn (Cuidado con los niños) (Dag Johan Haugerud, 2020), producción noruega que estuvo en la Giornate degli Autori del Festival de Venecia y fue la gran vencedora de los Amanda Awards, los premios del cine noruego, con nueve de los diez galardones a los que estaba nominada, entre ellos Mejor Película y Dirección. Barn (Cuidado con los niños), que forma parte del catálogo de Filmin, comienza directamente con el suceso que provocará el argumento de la película: la discusión entre dos jóvenes que termina con derrame cerebral en uno de ellos. Pero a partir de este hecho, el director y guionista traza una serie de líneas argumentales que en realidad no hablan de lo que sucedió en esa pelea, sino que se centra más ampliamente en la comunicación entre las personas. Es un hecho puntual que nos permite conocer a una red de personajes (profesores, padres, amigos...) y sus interrelaciones. Y, no teniendo a los jóvenes como principales protagonistas, el comportamiento de éstos sí que ejerce una influencia primordial en cómo los adultos se relacionan.


Es indudable que Dag Johan Haugerud, que aborda aquí su segundo largometraje, tiene un lenguaje muy personal. Hay muchos diálogos en la película, algunos de ellos fuera de campo, como si la imagen en ocasiones se disociara de las palabras. Y se plantean muchos temas paralelos: la política, representada en los padres de diferentes ideologías, la responsabilidad de los adultos frente al comportamiento de los niños, o la eficacia de los servicios de protección al menor (que en Noruega están rodeados de cierta controversia). Quizás sus dos horas y media de duración suponen un lastre para la ejecución de sus planteamientos, pero la película tiene una solvencia formal que la convierte en uno de los títulos más interesantes del año pasado.

El director Eytan Fox ha contado en varias películas historias relacionadas con la vida gay en Israel, desde Yossi & Jagger (2002) y su continuación Yossi (2012) hasta The bubble (2006), que es la que más puntos en común tiene con Sublet (2020), porque también está centrada en el retrato de un Tel-Aviv gay-friendly que sirve como trasfondo para las relaciones personales y la convivencia entre israelíes y árabes. En su última película se centra en dos personajes, Michael (John Benjamin Hickey), un escritor de crónicas de viajes para The New York Times, casado, que visita la ciudad durante cinco días para escribir su experiencia, y Tomer (Niv Nissim), un veinteañero estudiante de cine que sueña con hacer películas y ganar un Oscar. Este último se convertirá en el particular guía que descubrirá a Michael una ciudad alejada de los tópicos, poblada de una juventud que sueña con un futuro diferente, aunque sea abandonando una ciudad que a su manera resulta asfixiante para quienes quieren comerse el mundo. 


Pero lo que mejor funciona en la película no es la descripción de Tel-Aviv, sino la relación entre dos personajes que afrontan su libertad sexual de forma diferente, marcada por la diferencia de edad. Mientras Tomer representa a la juventud que no cree en el compromiso, que no está interesada en los happy endings, Michael es un maduro sereno que tiene tras de sí un intento frustrado de ser padre, con una relación duradera en la que muchos aspectos se han ralentizado, forjados en una vida en común. La película funciona mejor en las distancias cortas, cuando ambos personajes muestran sus diferentes perspectivas sobre las relaciones sexuales; "no entiendo que se conozca a alguien como si se pidiera una pizza", dice Michael cuando Tomer le muestra cómo ligar a través de la APP Atraf, el Grindr israelí. O la percepción que tienen sobre el SIDA, más despreocupada  en el joven y más concienciada en Michael, que conoció el horror de los comienzos de la epidemia en los años ochenta. 

Aunque Sublet es una película que no parece buscar una mayor trascendencia que la de mostrar la relación entre dos personajes gays en una ciudad como Tel-Aviv, de alguna manera consigue el propósito de ser tremendamente emocional, a través de la construcción de algunas escenas de intimidad que, si bien son predecibles, terminan atrapándonos, como cuando ambos visitan a la madre de Tomer. Y en ello tiene mucha responsabilidad el buen trabajo de los actores, un John Benjamin Hickey que le da cierta melancolía y ternura a su personaje, y un simpático Niv Nissim, debutante seleccionado cuando aún estudiaba en la escuela de teatro, que consigue impregnar a Tomer de una espléndida desinhibición y de una cierta sensualidad. Como curiosidad, en papeles secundarios encontramos a Lihi Kornowski, que interpreta a Daria, una amiga de Tomer, a la que se ha visto recientemente en un ambiguo personaje en la serie Perdiendo a Alice (Apple tv+, 2020), y a Miki Kam, que da vida a la madre del joven, y que es una de las protagonistas de la espléndida serie Shtisel (Netflix, 2013-).

Se pueden intuir elementos autobiográficos en Benjamin (Simon Amstell, 2018), centrado en las dificultades de un joven cineasta que afronta su segunda película (siempre dicen que es más difícil de hacer que la primera) con una inseguridad terrible porque, además, la historia habla de una crisis sentimental que experimentó en su vida real Benjamin (Colin Morgan, conocido por haber protagonizado las series Merlín (BBC, 2008-2012) y Humans (Channel 4, 2015-2018)). También ésta es la segunda película de Simon Amstell, que debutó con el falso documental vegano Carnage: Swallowing the past (Simon Amstell, 2017), sobre un futuro en el que los humanos experimentan sentimientos de culpa por su pasado carnívoro. 


Mientras Benjamin lidia con sus inseguridades, confirmadas en un pase privado que resulta ser un fracaso, al mismo tiempo comienza una nueva relación con un cantante francés, Noah (Phénix Brossard) que se verá afectada precisamente por la forma de ser del joven cineasta, cuya obsesión por mantener la estabilidad de la relación es lo que provoca la inestabilidad de la pareja. En este sentido, el personaje es interesante y en algunos momentos parece una especie de Woody Allen millennial, aunque también recuerda al Josh Thomas de la serie australiana Please like me (ABC, 2013-2016). Pero el desarrollo de la película fluctúa entre secuencias que tienen en su rareza cierto encanto, y otras que son directamente insufribles. El mejor momento lo protagoniza un cameo de Nathan Stewart-Jarrett, al que recordamos de Misfits (Channel 4, 2009-2013) y que ahora interpreta a un profesor en Genera+ion (HBO Max, 2021-), dando vida al ex-novio de Benjamin al que éste ha retratado en su película, haciendo que su papel lo interprete un actor blanco, y que es la escena más divertida de esta película desequilibrada (en todos lo sentidos). 

OFICIAL DOCUMENTALES

En Ahead of the Curve (Jen Rainin, Rivkah Beth Medow, 2020) Franco Stevens, la fundadora de una de las primeras revistas de contenido lésbico que se editaron en Estados Unidos, se plantea si en la actualidad tiene sentido una publicación de estas características. Ella vendió el formato hace años debido a un accidente que la dejó incapacitada, pero piensa en la posibilidad de volver a embarcarse en un proyecto de similares características (finalmente volvió a comprar la revista en 2020 y creó The Curve Foundation). Pero uno de los temas que plantea el documental es, precisamente, el acceso a todo tipo de información que tienen las jóvenes a través de las redes sociales e internet, algo impensable cuando Franco Stevens fundó la revista Deneuve en el año 1991, y decidió incluir en la portada el subtítulo "Lesbian Magazine". Tanto han cambiado las cosas desde los años noventa que incluso se discute la utilización del término lesbiana, que muchas jóvenes consideran restrictivo, prefiriendo ser definidas con la palabra queer, de la que se apropió una parte de la comunidad LGTB+ que no se veía representada en esa tendencia a la "normalización" adoptada por una comunidad que parecía buscar la imitación de la sociedad heterosexual en vez de encontrar su propio camino. Queer significa "raro, excéntrico" en inglés, e identifica a una corriente del movimiento que no se cataloga dentro de la forma tradicional con la que se definen los géneros.  


El documental funciona mejor cuando sigue la trayectoria de la revista que cuando se centra, sin centrarse, en la figura de Franco Stevens. En este sentido, el hecho de que la directora Jen Rainin sea su esposa restringe el enfoque más personal, como evitando entrar en detalles de los que la protagonista no quiere hablar. Posiblemente una directora menos implicada emocionalmente y mucho más incisiva hubiera podido ofrecer un retrato más certero, menos superficial. Por eso destacan más los aspectos generales que se refieren a la forma en la que en los años noventa se experimentaba la visibilidad de las mujeres lesbianas, la dificultad de que personajes públicos salieran del armario y fueran protagonistas de la portada de la revista, como hicieron las cantantes Melissa Etheridge y K.D. Lang, mientras otras exposiciones eran más sutiles (se recupera una divertida entrevista en la televisión de Rosie O'Donnell a Ellen DeGeneres). 

Resulta curiosa la historia de la demanda que interpuso la actriz francesa Catherine Deneuve a la revista por utilizar su apellido como título, lo que obligó a cambiar el nombre Deneuve Magazine por el de Curve Magazine, que al final ha resultado incluso más apropiado y más significativo. Y se apunta, aunque sin desarrollar excesivamente, el retroceso que ha sufrido la comunidad LGTB+ desde la llegada de Donald Trump a la presidencia, aparcando la Ley de Igualdad de 2019 que prohibía la discriminación por razones de orientación sexual o prohibiendo el acceso al Ejército de las personas transgénero, lo que demuestra que la lucha no consiste solo en alcanzar derechos, sino en, una vez alcanzados, conseguir mantenerlos. 

Ganador del Gran Premio del Jurado en el Festival DOC NYC, Maurice Hines: Bring them back (John Carluccio, 2019)  tiene como protagonista a este bailarín de claqué y coreógrafo que triunfó desde que era niño junto a su hermano, el actor Gregory Hines, con el que tuvo una relación complicada que les llevó a dejar de hablarse durante diez años. Tras un tiempo separados, volvieron a reunirse para interpretar a los hermanos Williams en Cotton Club (Francis Coppola, 1984), pero mientras Gregory Hines desarrolló una carrera en Hollywood, Maurice Hines se mantuvo trabajando en Broadway, con una imagen que en cierto modo se consideraba eclipsada por su hermano, pero en realidad siguió manteniendo un importante prestigio como intérprete y coreógrafo, como corroboran las intervenciones de personalidades como Debbie Allen o Chita Rivera. Este documental reivindica la carrera de Maurice Hines, que sobrevivió a su hermano pequeño, Gregory, fallecido a los 53 años víctima del cáncer en 2003, y que continúa a sus 75 años dando clases en la Academia de Baile de Debbie Allen y en otras instituciones. 


Bring them back es una película que transmite la pasión por los musicales de Broadway en un recorrido que resulta conmovedor cuando se acerca a una figura de la escena teatral norteamericana que se enfrenta a los achaques de la vejez, especialmente la pérdida de memoria, y que en otro sentido es emocionante en la revisión de una carrera llena de éxitos, que le llevó a estar nominado al Premio Tony como Mejor Actor por la obra Uptown... It's hot! (1986), un musical que dirigió y coreografió pero que resultó un fracaso. Y tiene una fuerza especial cuando se refiere a la relación de Maurice y Gregory, extrayendo momentos intensos como cuando Gregory Hines agradeció el premio Tony conseguido por el musical Jelly's last jam (1992) nombrando a cada uno de los miembros de su familia, pero sin mencionar a su hermano. Hay algunos aspectos de esta relación en los que Maurice no quiere entrar, como la causa de la discusión que les llevó a no hablarse durante diez años, o el momento de la reconciliación. Y eso provoca cierta frustración, porque son elementos importantes para entender esta relación. 

Pero la personalidad de Maurice Hines siempre parece haber tenido consecuencias en parte de su carrera, y especialmente se menciona su tendencia a hablar claro de temas que sin embargo no eran habituales en las entrevistas en los años ochenta y noventa, como la discriminación racial en el teatro o su actitud siempre abiertamente gay, habiendo tenido la suerte de contar con una familia que nunca planteó ningún tipo de conflicto con su orientación sexual (Maurice Hines recuerda emocionado una conversación con su padre en la que éste le mostró su apoyo). Y son estos detalles más personales los que convierten al documental en una mirada fascinante hacia el mundo de los musicales a través de una de sus figuras más relevantes. 



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