La construcción cinematográfica no siempre sigue una narración estructurada a la manera usual. Hay cineastas de los sentidos, más interesados en trasladar a imágenes la sensibilidad artística que en elaborar un discurso contado a la manera de una estructura convencional. Es el caso del mexicano Carlos Reygadas, un director en cuyas principales películas se desprende una sensualidad que va más allá de la necesidad de contar una historia con principio y final. El realizador presentó en Film fra Sør su última película, Nuestro tiempo (Carlos Reygadas, 2018), que compitió en la pasada edición de la Mostra de Venecia y aquí también se encuentra en la Sección Oficial. Reygadas, habituado a ofrecer un cine de mirada pausada pero de elaboración técnica impecable, ahonda en su particular visión cinematográfica con una historia que analiza las relaciones de pareja a través de la crisis que se produce en un matrimonio en el que aparentemente las reglas emocionales están perfectamente equilibradas pero que en realidad zozobra en en la delimitación de las libertades de cada uno. Ambientada en un criadero de toros en el México central y protagonizada por el propio Carlos Reygadas y su mujer, Natalia López, en Nuestro tiempo el director plantea la masculinidad como un estado emocional primitivo y animal, por lo que la presencia de los toros en imágenes de gran belleza pero también de intensa ferocidad, actúa como elemento metafórico de cierta condición viril que en realidad esconde una profunda debilidad. Como suele suceder en su cine, la película se toma su tiempo para elaborar el discurso, casi tres horas de duración, pero contiene esos planos secuencia de gran precisión técnica que tan característicos son de su autor, y algunos momentos de especial belleza que sin duda marcan uno de los títulos más accesibles, pero no por ello menos complejos, del director mexicano.
Este cine de los sentidos del que hablamos en nuestra crónica de hoy tiene también ramificaciones que le permiten construir un universo misterioso y violento a través de una historia policíaca que sin embargo tampoco recurre a la estructura lineal a la que estamos acostumbrados. Hablamos de la producción china Ash (Li Xiaofeng, 2017), que se presenta en la Sección Thrills & Chills. La película se centra en dos asesinatos que tienen lugar con diez años de diferencia, pero que están relacionados entre sí. El director apuesta por una puesta en escena que elabora un interesante planteamiento visual, en el que la utilización de la iluminación funciona como un recurso que describe a los personajes no solo desde un punto de vista corporal, sino también desde una propuesta emocional y psicológica. Sin duda esto es lo mejor de una película que, sin embargo, zozobra en su desarrollo narrativo, tan desestructurado que resulta a veces confuso, y que se alimenta de determinados puntos de inflexión que sin embargo resultan para nosotros algo insustanciales.
Este alegato de los sentidos también está presente en la ganadora del Premio Fipresci en la pasada edición del Festival de Cannes, la coreana Burning (Lee Chang-Dong, 2018), que representa a su país de cara al Oscar de Hollywood. Estamos ante un thriller que sin embargo está contado con la cadencia de una historia de amor triangular en la que la creación de una atmósfera asfixiante pero al mismo tiempo con cierto aire poético compensa en buena medida la ausencia de una narración que ofrezca respuestas o literalidad. Esto no es un defecto, sino todo lo contrario, porque el director aquí prefiere elaborar la historia más desde la confección sensorial y el desarrollo de unos personajes cuyas acciones se van gestando a fuego lento. Y eso le confiere una solidez narrativa incluso más compleja que si hubiera optado por un camino más tradicional.
En el Festival de Estocolmo también encontramos títulos que tienen en la presentación emocional su principal virtud, y no solo en el terreno del largometraje. La Sección Oficial de cortometrajes incluye algunos interesantes muestras en este sentido, especialmente el extraordinario corto australiano All these creatures (Charles Williams, 2018), ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. De gran belleza formal, el corto se adentra en la aparición de una enfermedad mental en una familia, contada desde la perspectiva de un joven adolescente que convive con la desestabilización emocional que comienza a experimentar su padre. Es un cortometraje que ahonda más en la perspectiva de su protagonista, que nos traslada sus sensaciones a través de una voz en off, pero sobre todo contiene imágenes poderosas que están entre lo mejor que hemos visto recientemente en el cine. Y es esta envoltura visual la que confluye en una historia que resulta dura y compleja.
En la película serbia que compite dentro de la Sección Oficial, Teret (The load) (Ognjen Glavonic, 2018), el director también está especialmente interesado en la contemplación y la descripción de un paisaje desolador, más que en la confección de una narración más o menos formal. Ambientada en el final de la guerra de los Balcanes, la película acompaña a un transportista que acepta el encargo de llevar una carga misteriosa (que no terminaremos de saber exactamente en qué consiste) entre Kosovo y Belgrado. Y en realidad esta road-movie de post-guerra sirve al director para mostrar las consecuencias de un conflicto que desembocó en genocidio y en crímenes humanitarios, algo que ya afrontó en su documental Depth Two (Ognjen Glavonic, 2016), quizás más certero en el fondo del genocidio que esta primera incursión en la ficción. En todo caso, hay elementos de interés en la película, especialmente cuando se trata de mostrar ese paisaje de fondo que recorre el protagonista. Hay momentos en los que la cámara abandona por un instante a sus protagonistas para ofrecernos una panorámica del ese escenario de destrucción que provocó la guerra, y son esos momentos los que describen de una forma más precisa las intenciones de su director. Presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, no estamos ante una película del todo lograda, pero funciona bien como reflejo de las consecuencias de la guerra y las cicatrices, físicas y psicológicas, que deja tras sí.
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