La presencia de la mujer en el mundo del cine, especialmente en apartados relevantes, sigue siendo una asignatura pendiente. En el pasado Festival de Cannes, la presidenta del Jurado, la actriz Cate Blanchett, encabezó una protesta sobre la alfombra roja que pretendía visibilizar la escasa importancia de la mirada femenina a lo largo de la historia del festival, con solo 82 películas dirigidas por mujeres en su Sección Oficial, frente a las 1.688 de directores masculinos. Este año, de hecho, la selección oficial tampoco destacó especialmente por cambiar la tendencia habitual de una directora por cada siete directores.
En los países escandinavos, sin embargo, suele haber un compromiso más palpable con la presencia de mujeres en puestos directivos y relevantes en las empresas. En Noruega, por ejemplo, existen varias productoras audiovisuales influyentes que cuentan en sus filas prácticamente solo con mujeres, tanto en los puestos empresariales como técnicos. Y representantes del festival Film fra Sør se enorgullecen de destacar que este año el 80% de su programación completa está formada por películas dirigidas por mujeres. También el Festival de Estocolmo destacó ayer en una de sus notas de prensa que 19 de las 22 películas a concurso de este año tienen a personajes femeninos como principales protagonistas, lo que s una muestra también de la mayor presencia de directoras en su programación.
De esta forma, 2018 se ha convertido en algunos relevantes festivales de cines el momento de la reivindicación de la igualdad de oportunidades para ambos sexos. Y precisamente en la quinta jornada que hemos vivido entre Estocolmo y Oslo, hemos podido ver cuatro retratos destacados del universo femenino.
En el Festival de Estocolmo destacamos la presencia de la película marroquí Sofia (Meryem Benm'Barek, 2018), dentro de su Sección Discovery. Ganadora del Premio al Mejor Guión en la Un Certain Regard, en Cannes, se centra en una adolescente que, cuando descubre que está embarazada, debe enfrentarse al rechazo de una sociedad en cuyas leyes está penado con hasta un año de cárcel las relaciones sexuales fuera del matrimonio. la directora, también actriz en un pequeño personaje, muestra con acierto las contradicciones de la sociedad marroquí, aparentemente más abierta que la de otros países árabes, pero aún aferrada a determinadas posturas frente al matrimonio y el papel de las mujeres. Es una película sencilla, bien interpretada por la actriz protagonista, la debutante Maha Alemi, que va construyendo lentamente su condición de catalizadora de las acciones que se irán sucediendo entre dos familias, representando también una cierta lucha de clases. En una de las escenas, cuatro mujeres discuten en un balcón las consecuencias de este embarazo, y esta imagen de cielo poder femenino que resulta inconcebible en una sociedad como la marroquí es también el retrato de un país en el que las mujeres se esfuerzan por desempeñar un cometido importante en los cambios que son necesarios y posiblemente inevitables.
Por otro lado, la Sección American Independents presentaba la producción norteamericana Nancy (Christina Choe, 2018) que ciertamente, poco de independiente tiene ya que en la producción se encuentra Barbara Broccoli, la responsable de las últimas películas de James Bond. En todo caso, se trata de una película que también es pequeña en su forma, pero que contiene grandes dosis de talento, reflejada en el Premio al Mejor Guión del Festival de Sundance. Nancy, debut en el largometraje de la cortometrajista Christina Choe, es un retrato amargo de su protagonista, una mujer algo alienada cuya vida cambia radicalmente en el momento que se plantea que podría ser una niña secuestrada hace treinta años. La historia, bien contada y estructurada, se sostiene en un excelente trabajo de la actriz Andrea Riseborough, que consiguió el Premio a Mejor Actriz en el Festival de Sitges, secundada por excelentes actores veteranos como J. Smith-Cameron y Steve Buscemi. La evolución de un personaje que se nos antoja casi psicótico, en su elaboración de la mentira como forma de integrarse en una sociedad frente a la que siente rechazo, está perfectamente dosificada, mientras el suspense por saber si finalmente es la hija que fue arrebatada de sus padres, funciona con precisión aunque no sea realmente nomás importante de la película. Nancy, el personaje, no busca la empatía del espectador, y en ocasiones resulta especialmente antipática, pero hay un poso de amargura en su existencia que acaba resultando conmovedor.
Pero el retrato certero del universo femenino no es exclusivo de la dirección de una mujer. Realizadores masculinos han sabido ofrecer una visión completa y compleja de esta particular esfera de una condición femenina que en muchas ocasiones está enfrentada a la propia sociedad. El director de Las herederas (Marcelo Martinessi, 2018), cuenta en los encuentros con el público en el festival Film fra Sør que su película refleja la incomprensión y el conservadurismo de la sociedad paraguaya frente a las mujeres que mantienen una posición marcada por una vida al margen del status quo familiar. Y especialmente el rechazo que existe aún en su país por las relaciones homosexuales. Pero la relevancia de la protagonista, interpretada por una excelente Ana Brun que construye un personaje íntegro a base de silencios y de gestos casi imperceptibles, no está en su condición de mujer homosexual, sino en la complejidad de una personalidad perturbada por el rechazo constante. Las herederas, Premio del Jurado y Mejor Actriz en al Festival de Berlín, y representante de una cinematografía casi escasa como la paraguaya para los Oscar de Hollywood, es una de las películas del año, dirigida con una elegancia que envuelve a unos personaje conmovedores y en algunos casos entrañables, pero que al mismo tiempo describe con cierta actitud mordaz, la debacle económica de un país que no termina de sobrevivir a 70 años de dictaduras constantes. Y que también se enfrenta a sus propias contradicciones: cuenta Marcelo Martinessi que cuando regresaron del Festival de Berlín con los premios obtenidos fueron recibidos en Paraguay casi como estrellas de rock, pero que muchos de los que alababan sus logros ni siquiera sabían que estaban celebrando la victoria de una película que tenía a una lesbiana como protagonista.
También hemos podido ver, dentro de la Sección Nye Stemme (Nuevas Voces), la última película del director Sergei Dvortsevoy, que ha tardado nueve años en poner en marcha su último proyecto a pesar de los premios obtenidos por su excelente Tulpan (Sergei Dvortsevoy, 2008). Ahora, en Ayka (Sergei Dvortsevoy, 2018), que representa Kazajistán para el Oscar a Mejor Película Extranjera, nos ofrece un retrato femenino que no da ninguna concesión al espectador, y acaba resultando una de las propuestas más escalofriantes que hemos visto recientemente. Porque la protagonista de Ayka no parece encontrar ningún tipo de salida a una situación vital que comienza mal y se desarrolla peor, y que en cierto modo, especialmente en la utilización por parte del director de largos planos secuencia rodados con cámara en mano, a ese cine de los hermanos Dardenne, y conecta especialmente, casi como si se tratara de una revisión, con la película Rosetta (Jean-Pierre Dardenne, Luces Dardenne, 1989) en ese reflejo de la desesperación por salir de una situación cada vez más complicada. Con un excelente trabajo, físico y psicológico, de Samal Yeslyamova, que consiguió el Premio a Mejor Actriz en el Festival de Cannes, la película resulta demoledora, pero en ningún momento trata de sentar cátedra, ni siquiera de encontrar la complicidad del espectador, que desde la primera secuencia se encuentra en una tesitura complicada, entre empatizar o rechazar a la protagonista, en su esfuerzo por devolver una deuda que sabemos que no podrá devolver.
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