Esta semana se entregaron los premios musicales en los que los premios son lo que menos importa. Los MTV Music Awards reconocen cada año los mejores videoclips, pero en realidad la cita anual no es más que una excusa para concentrar a algunos de los artistas más potentes del momento y para mostrar también la supremacía de MTV como canal de referencia. ¿Los premios? Poco importan. Es más, en la propia gala solo se entregan cuatro o cinco y el resto nos lo muestran en forma de recorrido audiovisual. Lo importante en esta cita musical es que MTV ha sabido venderla a los artistas que la protagonizan y, por tanto, a los espectadores, como una celebración menos encorsetada y más desinhibida que los American Music Awards o los Premios Grammy. Y eso le ha valido para hacerse un hueco entre las citas más destacadas del panorama musical norteamericano. Otra cosa es que el resultado acabe colmando las expectativas, que en esta edición eran muchas: premio "honorífico" a Rihanna, consolidación de Beyoncé como la gran diva de la música pop, reaparición de Britney Spears, monólogo del bocazas Kanye West y hasta celebración de los éxitos deportivos estadounidenses en Río 2016.
En realidad, podemos decir que la mayor parte de las apuestas más sonadas no terminaron de cuajar, y que el gran espectáculo con el que se nos presentaba la gala tenía más parafernalia que profundidad. También que la ceremonia consolidaba el black power en el mundo musical (Nick Jonas y Britney Spears parecían fuera de lugar) y al mismo tiempo la predominancia de las mujeres como auténticos buques insignia de la música del momento.
Precisamente a Britney Spears parece que se le tenía ganas. Su reaparición fue decepcionante, todo hay que decirlo, pero acusarla de utilizar playback en su actuación cuando tanto el playback como el over playback fueron la tónica de casi todos los cantantes resulta algo cínico. Fue el caso de Rihanna en la primera actuación de las cuatro que ofreció esa noche (nunca un premio honorífico se lo han currado tanto), un popurrí de canciones como Only girl, We found love y Where have you been que dejaban claro que ella iba a ser la gran protagonista de la ceremonia, gracias al MTV Michael Jackson Video Vanguard que le concederían al final de la gala. La sobredosis de over playback dejaba en entredicho la capacidad vocal de la artista, que más tarde se desquitaría con otras de sus presentaciones.
Dejamos a un lado la lista de presentadores ridículos que nos suele ofrecer MTV, y que por desgracia también estaban en la gala. Y pasamos por alto algunos discursos hipócritas en torno a los orígenes que desarrollaron artistas invitados como Puffy Daddy, haciendo referencia al nacimiento de la música negra en el Bronx de Nueva York (ese nacimiento que nos muestra Baz Luhrman en su lograda serie The get down (2016-)). Uno de los nuevos nombres del hip hop actual, Chance the Rapper dio paso, disfrazado de Super Mario Bros, a otro de los momentos esperados, la actuación de Ariana Grande (también algo ahogada al principio de la canción) y una embutida Nicki Minaj, que interpretaron el éxito de la primera Side to side. Sobre el over playback es habitual la controversia alrededor de la necesidad de utilizarlo cuando los cantantes están realizando un importante esfuerzo físico con coreografías más o menos elaboradas. Quienes lo defienden abogan por el espectáculo que el público quiere ver, y que por tanto juega en contra de la voz en directo; los que están en contra hablan de cierta estafa a los espectadores. Pero al fin y al cabo, es el público el que elige llenar o no conciertos en los que sabe que sus ídolos no cantan ni la mitad de las canciones (Madonna, Britney Spears, Rihanna...).
En este sentido, fueron de agradecer algunos momentos menos artificiosos y más honestos como el que protagonizó Alicia Keys, con un discurso-poema con el que quiso celebrar el aniversario del discurso "I have a dream" que pronunció Martin Luther King en Washington el 28 de agosto de 1963, refiriéndose a la igualdad de derechos entre razas y sexos, y utilizando su voz a capela para emocionarnos sin necesidad de envolturas técnicas.
La referencia a los logros de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos fueron un recurso algo metido con calzador, pero al fin y al cabo se trataba de construir un espectáculo a mayor gloria del espíritu americano. El medallista de natación Michael Phelps y el equipo de gimnasia con la talentosa Simone Biles a la cabeza, e incluso la tenista Serena Williams, eliminada a las primeras de cambio en el torneo, fueron los abanderados del orgullo patrio deportivo. Su presencia no aportó nada especial a la gala (aunque el nerviosismo adolescente de las medallistas gimnastas les dio algo de autenticidad), pero la mejor y más divertida referencia al olimpismo fue la del presentador Jimmy Fallon disfrazado del nadador Ryan Lochte, el que hizo el ridículo en Río protagonizando aquella incomprensible trama inventada de robo a mano armada para ocultar una fiesta salida de madre.
Una de las pocas presencias masculinas sobre el escenario fue la del rapero Future, sin duda uno de los más inteligentes representantes del hip hop combativo. Pero mucho menos popular que el mediático Kanye West, talentoso músico metido en los últimos años a protagonista de controversias insulsas que hacen un flaco favor a sus más que recomendables álbumes. Por eso precisamente parecía tener más morbo ponerlo en el escenario a dar un discurso que a cantar una canción. Esto es lo peor que le puede pasar a un artista, cuyo vehículo de expresión se supone que deben ser sus creaciones. El discurso "controvertido" se quedó en lugares comunes (otra vez la cansina referencia a Taylor Swift), justificación de su penoso y aburrido videoclip Famous y comentarios sobre las muertes raciales que se suceden en ciudades norteamericanas cada dos por tres. Kanye West quedó finalmente como un fraudulento reclamo de polémica que le sirvió para estrenar su último videoclip, Fade, otra gilipollez seudoartística ideada por él mismo.
Presentada por su buena amiga Naomi Campbell, Rihanna protagonizó su segunda actuación con un medley de Rude boy, What's my name y Work, mostrando mejores recursos vocales sin una coreografía tan elaborada y por tanto mucho más acertada en ese lado "canalla" que tan bien ha sabido explotar la artista de Barbados.
Por supuesto, nada hay que decir en torno a la presencia constante de marcas comerciales como soporte de este tipo de espectáculos. Esos artistas algo pagados de sí mismo que hablan de sus orígenes y de su influencia en el mundo como personajes famosos son los mismos que se venden a cualquier postor mediático. Al fin y al cabo, como el mundo deportivo, patrocinado por mercenarias marcas comerciales, los discursos "buenistas" acaban siendo fagocitados por la realidad del patrocinio. Aquí el que más y el que menos, por mucha rebeldía que nos quieran vender, acaba siendo comprado y debe rendir pleitesía a la multinacional de turno. Así que, ¿por qué no ofrecer una actuación directamente patrocinada? Nick Jonas fue el encargado de protagonizar un anuncio publicitario de Pepsi Cola envuelto en forma de actuación musical en el exterior del Madison Square Garden. El mundo mercenario de la música al descubierto.
Y entonces llegó ella. Fue el gran momento de la noche. Nadie puede negar a estas alturas que Beyoncé es la gran diva de la música. Y hasta el horroroso comienzo de su actuación se lo perdonamos por el espectáculo que supo dar en los siguientes 15 minutos. Mientras que Rihanna necesitó cuatro actuaciones para demostrar sus recursos vocales, a Beyoncé le bastó con este poderoso medley de su álbum Lemonade para poner los puños sobre la mesa. Incontestable, poderosa, sobrecargada en su vestuario pero de presencia siempre hipnótica. Sudando la actuación como solo las grandes cantantes pueden hacer, especialmente porque a Beyoncé no le hicieron falta playbacks para demostrar sus grandes dotes vocales. Solo una inteligente combinación de algunos fragmentos de su último álbum que iban de cierto aire reggae a un potente sonido rockero que acabó poniendo a todo el público de pie. Y a nosotros con los vellos de punta. Esto sí es auténtico espectáculo.
Una estirada Kim Kardashian se encargó de presentar uno de los momentos más esperados de la noche: la reaparición de Britney Spears en los MTV Awards años después de uno de los momentos más bochornosos de su carrera musical, protagonizado en 2007 en esta misma ceremonia. La nueva canción Make me..., junto al rapero G-Eazy, no fue precisamente un alarde de coreografía y puesta en escena. Y a Britney Spears le jugó una mala pasada aparecer justo después de la soberbia eclosión de Beyoncé. Pero, más allá de que la propuesta escénica fuera más bien pétrea y de que utilizara el playback la mayor parte del tiempo (algo por lo demás bastante habitual en Britney Spears desde hace tiempo), lo peor de todo es que se vio a una cantante enconsertada y desfasada. Por poner un ejemplo, Beyoncé y Britney Spears tienen la misma edad, 34 años, pero la segunda parecía una cantante apática, fuera de órbita, empeñada en volver a unos escenarios que ya no parecen tener sitio para ella.
Rihanna volvió a tomar el escenario como para dejarnos claro que, sí, que Beyoncé se podía estar llevando premios y haber protagonizado una mega actuación, pero que esa era su noche. Quizás por eso brilló especialmente en su tercera presentación, con el medley formado por Needed me, Pour it up y Bitch better have my money en la que dejó bien claro por qué es una de las voces más solventes de la actual escena musical norteamericana.
Entre tanta estrella fulminante femenina, quizás una de las actuaciones más interesantes de la noche pasó algo desapercibida. La que protagonizó el dúo neoyorquino The Chainsmokers con su primer single Closer, interpretado junto a la cantante Haley. En medio de tanta parafernalia, su puesta en escena fue la más simple, pero también de las más efectivas, desprendiendo química entre el cantante Andrew Taggart y la invitada Haley, que desde luego no dejaron a nadie indiferente.
Entre Taco Bell, Twix y Pantene, el final de la gala llegó con esa especie de premio honorífico que no se sabe si es un galardón a la trayectoria o un reconocimiento al futuro por venir. Por si acaso, la denominación deja abierta la puerta a cualquiera interpretación: Michael Jackson Video Vanguard Award. En todo caso, MTV quiso agradecer a Rihanna una trayectoria que, aunque ha tenido momentos difíciles, se ha acabado convirtiendo en la perfecta visualización del éxito gracias al talento (y a un inteligente juego de provocación mucho más sensual que la verdulería de Miley Cyrus, por ejemplo). Y lograr un premio honorífico con solo 28 años es toda una declaración de intenciones. Su última actuación, medley sinfónico de sus éxitos Stay, Diamonds y el reciente Love on the brain, demuestran su posición en el firmamento musical. Y el valor que tiene una trayectoria que, con sus altibajos, la han convertido en una estrella a la que difícilmente se la podrá destronar. Palabra de MTV.
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