The artist está llamada a convertirse en uno de los éxitos comerciales más inesperados de los últimos años. Pero, desde el comienzo se hace patente la naturaleza real del simulacro, que resulta artificial y artificioso.
La sorpresa del pasado Festival de Cannes también va camino de ser la sorpresa del año, incluidas sus más que probables nominaciones al Oscar (insólito para una producción que, aunque homenajea a los inicios del cine en Hollywood, es de origen francés). The artist está llamada a convertirse en uno de los éxitos comerciales más inesperados de los últimos años. Porque, el hecho de que, en medio de toda la parafernalia artificial del 3D, consiga llegar al público una propuesta de cine “mudo” en blanco y negro, tiene verdadero mérito.
Se establece así un curioso paralelismo entre la realidad y la ficción que nos cuenta el director y guionista Michel Hazanavicius: el de un momento de crisis fundamental en la forma de ver el cine. Aquí es el desembarco de los formatos (y las formas) digitales, allí es el paso del cine sin palabras al “estruendo” del sonoro. Y quizás en ese paralelismo podamos encontrar uno de los valores esenciales de esta producción, y también su verdadera razón de ser.
Cuenta Michel Hazanavicius que llevaba tiempo queriendo realizar una película muda. Se nota, desde luego, que el director, tiene una tendencia a la reconversión de fórmulas clásicas (sus anteriores títulos, las dos entregas de OSS 117, éxitos en Francia e intrascendentes a nivel internacional, eran parodias del género de espías). The artist es, pues, una mirada que se nos antoja algo superficial hacia el cine clásico que sentó las bases de lo que ahora vemos en la pantalla.
Lo que no terminamos de creernos es que el director, como afirma, tratara de acercarse estilísticamente a la forma de hacer cine a la que homenajea. Porque, aunque tiene el indudable mérito de conseguir que resulte entretenida una historia sin palabras, la planificación y la construcción visual tienen más que ver con cualquier película actual que con las que se hacían en los años veinte. Y ahí encontramos el principal problema de The artist: se nos vende como un tributo a las silent movies pero en realidad acaba homenajeando a producciones posteriores. Y esas referencias anacrónicas a títulos como Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles o Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, son la representación más clara de esta imitación caprichosa.
También hay que reconocer que el director nos avisa desde la secuencia inicial de cuáles son sus intenciones, cuando vemos la película (muda) representada en la pantalla de un cine cuyos aplausos y risas (mudos) se mezclan con la música (diegética) que interpreta la orquesta. Desde el comienzo se hace patente la naturaleza real del simulacro, que resulta artificial y artificioso (tanto como el envoltorio digital contra el que, aparentemente, compite en inferioridad de condiciones). En este sentido, resulta mucho más emocionante el otro homenaje a los orígenes del cine que veremos este año, el que hace Martin Scorsese en su película Hugo, con la presencia de un Georges Méliès mágico.
No obstante, al margen de esta condición de ejercicio de estilo algo frívolo, y de la poca consistencia del folletín melodramático que se nos cuenta, hay que reconocer que las referencias cinéfilas están bien integradas en la historia, y el resultado final acaba siendo tan aparente como atractivo. Y a ello contribuyen sin duda el trabajo de Jean Dujardin (con su aire a lo Douglas Fairbanks), ganador de una merecida Palma de Oro en Cannes, y Bérénice Bejo, arropados por un plantel de secundarios de lujo. Y también la acertada música compuesta por el desconocido Ludovic Bource (colaborador habitual del director), aunque de nuevo nos encontramos ante un planteamiento anacrónico, que bebe más de las fuentes de la música de cine de los años cuarenta y cincuenta que de la época que se referencia.
Desde que fuera adquirida por Harvey Weinstein, uno de los productores con más olfato y menos escrúpulos del cine actual, ya intuíamos que The artist iba a ser una de las sorpresas del año. Si Weinstein logró lanzar hasta los Oscar El discurso del rey en la pasada edición, ¿cómo no iba a lograr hacerlo con un homenaje al propio Hollywood? Las nominaciones a los Globos de Oro y los premios de la crítica estadounidense lo han dejado claro. La fórmula, dentro de su artificiosidad, funciona.
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