El director de El cadáver de Anna Fritz (Héctor Fernández Vicens, 2015), comentaba en el Festival de Sitges donde la presentó que no estaba tan interesado en la necrofilia como en la situación extrema a la que se enfrentan los personajes. En realidad la película, que se estrenó en salas el pasado mes de octubre con una distribución tan pírrica como lo fueron sus resultados en taquilla, abandona pronto la supuesta necrofilia como tema principal, cuando el cadáver ya no es tal, y la joven estrella que le da título se despierta como si solo estuviera dormida. Se trata de un recurso habitual en las películas que se acercan al tema, como si trataran de inocular al espectador de la crudeza de las relaciones sexuales que se están mostrando en pantalla.
La necrofilia no ha sido descrita, en realidad, en casi ninguna de las películas que nos la han presentado como "reclamo". Deadgirl (Marcel Sarmiento y Gadi Harel, 2008), resultaba mucho más sórdida que el ejemplo español que hemos puesto, y de hecho guarda ciertas similitudes con ella. Y de nuevo el supuesto cadáver no es tal, sino que se revela como una especie de zombi imposible de matar. Así que, si no la puedes matar, te la follas. Hay una suerte de timidez a la hora de adentrarse con verdadera profundidad en una temática que, desde el punto de vista psicológico, resulta fascinante. Aunque en el caso de Deadgirl al menos reflejaba con mayor realismo el estado de descomposición progresiva del cadáver, lejos de la etérea belleza que encarna Alba Ribas en El cadáver de Anna Fritz.
Por supuesto, cuando se habla de la necrofilia en el cine es de obligada mención NEKromantic (Jörg Buttgereit, 1987). Quizás sea ésta y su secuela las representaciones más oscuras y tenebristas (por ende, más explícitas) del sentimiento enfermizo de profanar sexualmente cadáveres. Aunque su visitando posterior la hacen menos impactante, lo cierto es que al menos Buttgereit no tenía contemplaciones a la hora de mostrar la obsesión de su pareja protagonista (con dosis de macabro ensañamiento), aunque también con más tendencia al gore que al tratamiento psicológico. El director, por cierto, no ha podido huir de cierta maldición que le ha venido acompañando desde el estreno y repercusión envuelta en polémica de sus películas, desarrollando posteriormente una filmografía escasa y poco llamativa.
Ya Oscar Wilde o Edgar Allan Poe se acercaron con sigilo al tema de la necrofilia. Pero el hecho de tratarla, aunque con sutileza, en el siglo XIX (Wilde en Salomé (1891) y Edgar Allan Poe en poemas como Annabel Lee (1849) o relatos como Ligeia (1838)) les otorga una mayor valentía creativa. Sus reflexiones, en el monólogo necrófago en, Oscar Wilde o en el retrato admirado de la belleza de una joven muerta en Edgar Allan Poe nos introducen más en una visión romántica, mientras que en la actualidad se hace mayor hincapié en el deseo puramente sexual.
El cadáver de Anna Fritz languidece en su propuesta narrativa a partir del momento en el que la muerta abre los ojos. Y no solo por el mediocre trabajo actoral, compuesto por jóvenes intérpretes que no son capaces de dar credibilidad a sus personajes, ya de por sí escasa en la propia base narrativa de la película. Y aunque la escena de la profanación sexual está resulta con imágenes explícitas, no acaba de transmitir la desazón necesaria para provocar al espectador, incapaz de traspasar la pura teatralidad.
Edgar Allan Poe hablaba de la belleza de una la muerte en el rostro de una joven, y algunos han llegado a entender estas palabras como reflejo de la necrofilia del escritor, nunca demostrada. Sería interesante descubrir en alguna película esta estampa, y cómo puede reflejarse en las obsesiones de los personajes, sin necesidad de maquillarla con los fastos del deseo que puede provocar una joven de extremada popularidad, como en el caso de El cadáver de Anna Fritz.
En este sentido, Deadgirl es mucho más siniestra, y por tanto más efectiva en la transposición de la necesidad enfermiza de sus protagonistas. El cadáver no es ya el de una mujer hermosa, sino el de un cuerpo que comienza a dar muestras de putrefacción. Aunque también acaba jugando con el recurso de la muerta no muerta, en este caso, zombie, como una especie de vaselina para que el espectador digiera con mayor predisposición la profanación de la muerte, al menos no necesita encubrir la psicología enferma de sus personajes y en el sentido narrativo resulta mucho más creíble e interesante.
En ambos casos, eso sí, aparece la figura del arrepentido, ese protagonista que no termina de asumir con convencimiento la necesidad de traspasar la frontera de la moralidad, y que se convierte en cómplice, pero al mismo tiempo víctima, identificándose con la muerta-no muerta. Al final son, como comentábamos antes, herramientas para suavizar la obscena representación del lado más oscuro de nuestra psique. Porque aunque otras desviaciones sexuales, como la pederastia, han sido asumidas y justificadas en algunos sociedades (y en la jerarquía católica) la necrofilia sigue siendo un tabú que refleja con impudicia la naturaleza sádica y primitiva del ser humano.
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