Continuamos
nuestra serie de posts en los que repasamos parte de las películas
preseleccionadas por la Academia de Cine Europeo para sus premios
anuales. Títulos que en su mayor parte permanecen inéditos en España
aunque ya han pasado por los festivales internacionales más destacados o han sido reconocidos en sus respectivos países.
Ha-shoter (Policeman), de Nadav Lapid. Una de las películas que logró mayor número de nominaciones en los Premios de la Academia de Cine de Israel. Pero la gran vencedora, la espléndida Footnote, de Joseph Cedar, terminó por arrebatarle los galardones importantes. El mérito que tiene Ha-shoter, Premio Especial del Festival de Locarno en 2011, es que consigue describir una sociedad enferma que solo encuentra su sentido en la violencia. Y lo hace a través de dos historias que, por supuesto, acaban cruzándose: la de un policía de la brigada antiterrorista isreaelí, investigado por una poco clara intervención policial, y la de un grupo de jóvenes metidos a rebeldes armados. Aunque mantiene un difícil equilibrio entre el drama pasado de rosca y el policíaco más o menos sutil sin llegar a encontrar un término medio, el dibujo de personajes es interesante: el policía es un imbécil obsesionado con su cuerpo y los terroristas son un grupo de pijos que pretenden "salvar" a los demás de aquello que ellos mismos representan. Resulta loable que el director haya querido mostrar la devastación moral en el interior de la propia sociedad israelí, sin caer en la tentación de echarle la culpa a los árabes, que bastante tienen con lo suyo.
Djeca (Children of Sarajevo), de Aida Begic. Premio Especial del Jurado de Un Certain regard en el pasado Festival de Cannes, esta película también retrata, como la anterior, una sociedad en la que la violencia se ha convertido en forma de convivencia. Nacida de las consecuencias de la guerra, sostenida sobre la todavía latente intolerancia entre religiones, esta historia nos acerca a una joven que trata de mantener la custodia de su hermano adolescente, mientras trabaja en un restaurante y recibe las muestras de desprecio en su propio barrio por llevar un velo. La actriz Marija Pikic logró un merecido premio en el Festival de Sarajevo, porque realiza una intensa interpretación de un personaje infravalorado incluso por su propio hermano. Pero al mismo tiempo describe con precisión los efectos de una contienda fratricida, no solo en quienes la vivieron, sino también en aquellos jóvenes hijos de la guerra. Aquí, la relación entre la protagonista, que ha decidido buscar cierto sosiego en la religión islámica, y el adolescente rebelde, cuyo futuro es más bien oscuro, dedicado a trapicheos con mafias de la zona, se convierte en el elemento más interesante de una película a ratos irregular pero decididamente atractiva.
Kauwboy, de Boudewijn Koole. Al realizador holandés debutante en el largometraje le ha salido una de las películas más poéticas en torno a la infancia que hemos visto últimamente. Sencilla en su desarrollo, se centra en la vida de un niño y su padre, y en la relación que se establece entre el chaval y una cría de pájaro a la que decide convertir en su forma de salir de una realidad a la que no quiere enfrentarse. De desarrollo narrativo sobrio, sin grandes alardes, pero con una inteligente descripción de personajes, Kauwboy es una película que se disfruta a través de los sentidos y de los colores (esa negra figura de la cría de pájaro, ese chicle de color azul), que al mismo tiempo permiten definir a los personajes. De la relación de un padre herido y un hijo indomable surge el principal conflicto de esta hermosa historia sobre la infancia y sobre la supervivencia. Kauwboy fue premiada en la Sección Generation de la pasada Berlinale, y el jurado la definió acertadamente como "una historia sobre el amor, y los claroscuros de la relación entre un padre y un hijo". Esperemos que su selección como representante holandesa a los Oscar de Hollywood le de algo más de visibilidad.
Vuosaari (Naked Harbour), de Aku Louhimies. Otra película de historias que se cruzan y personajes más o menos abocados al drama. En esta ocasión, el director finlandés consigue enebrar una interesante mezcla de vidas paralelas que, aunque están aparentemente protagonizadas por adultos, tienen en la infancia su principal foco. Así, son los jóvenes los que acaban elaborando un discurso más coherente, y también más tenebroso, sobre cómo afecta la vida adulta a los niños, o cómo los adultos terminan siendo los peores enemigos de los chavales. Por eso también son las tramas protagonizadas solamente por adultos las que se deshilachan en este compendio de dramas superpuestos. Tal es la condición de amalgama de esta película que incluso una de las historias previstas acabó saliéndose de la mesa de montaje para ser objeto de una película independiente. Y aunque el director pretende al final darnos cierto toque de esperanza, la verdad es que su película es de todo menos optimista.
Paradise: Love, de Ulrich Seidl. El director de títulos tan polémicos como Dog days (2001) o Import/export (2007) sigue en su empeño de retratar el lado más sórdido de la sociedad austríaca a través de una trilogía que comienza con ésta. Mientras Paradise: love se presentó en Cannes, Paradise: Faith se llevó un Premio Especial en Venecia y suponemos que Paradise: Hope estará lista para la Berlinale. Centrada en los viajes de tres mujeres desde diferentes aspectos vitales, Paradise: love habla del sexo, o mejor dicho, de la humillación sexual. Con cierto aire exhibicionista que no gusta a todo el mundo, Ulrich Seidl se adentra en ese turismo sexual de mujeres maduras buscando jóvenes cuerpos negros que ya retratara Laurent Cantet en Hacia el Sur con más sofisticación. Pero al director austríaco lo de ser sofisticado no le pega, y prefiere trasladarnos a Kenia, donde todo es más sucio, más sórdido, más real. No hay en esta película ninguna concesión a la galería, y su tendencia a la provocación es manifiesta; pero resulta efectivo ese retrato patético de estas solitarias maduras necesitadas de reconocimiento sexual, aunque sea pagando. La realidad pura y dura trasladada al cine con toda su putrefacción moral.
Djeca (Children of Sarajevo), de Aida Begic. Premio Especial del Jurado de Un Certain regard en el pasado Festival de Cannes, esta película también retrata, como la anterior, una sociedad en la que la violencia se ha convertido en forma de convivencia. Nacida de las consecuencias de la guerra, sostenida sobre la todavía latente intolerancia entre religiones, esta historia nos acerca a una joven que trata de mantener la custodia de su hermano adolescente, mientras trabaja en un restaurante y recibe las muestras de desprecio en su propio barrio por llevar un velo. La actriz Marija Pikic logró un merecido premio en el Festival de Sarajevo, porque realiza una intensa interpretación de un personaje infravalorado incluso por su propio hermano. Pero al mismo tiempo describe con precisión los efectos de una contienda fratricida, no solo en quienes la vivieron, sino también en aquellos jóvenes hijos de la guerra. Aquí, la relación entre la protagonista, que ha decidido buscar cierto sosiego en la religión islámica, y el adolescente rebelde, cuyo futuro es más bien oscuro, dedicado a trapicheos con mafias de la zona, se convierte en el elemento más interesante de una película a ratos irregular pero decididamente atractiva.
Vuosaari (Naked Harbour), de Aku Louhimies. Otra película de historias que se cruzan y personajes más o menos abocados al drama. En esta ocasión, el director finlandés consigue enebrar una interesante mezcla de vidas paralelas que, aunque están aparentemente protagonizadas por adultos, tienen en la infancia su principal foco. Así, son los jóvenes los que acaban elaborando un discurso más coherente, y también más tenebroso, sobre cómo afecta la vida adulta a los niños, o cómo los adultos terminan siendo los peores enemigos de los chavales. Por eso también son las tramas protagonizadas solamente por adultos las que se deshilachan en este compendio de dramas superpuestos. Tal es la condición de amalgama de esta película que incluso una de las historias previstas acabó saliéndose de la mesa de montaje para ser objeto de una película independiente. Y aunque el director pretende al final darnos cierto toque de esperanza, la verdad es que su película es de todo menos optimista.
Paradise: Love, de Ulrich Seidl. El director de títulos tan polémicos como Dog days (2001) o Import/export (2007) sigue en su empeño de retratar el lado más sórdido de la sociedad austríaca a través de una trilogía que comienza con ésta. Mientras Paradise: love se presentó en Cannes, Paradise: Faith se llevó un Premio Especial en Venecia y suponemos que Paradise: Hope estará lista para la Berlinale. Centrada en los viajes de tres mujeres desde diferentes aspectos vitales, Paradise: love habla del sexo, o mejor dicho, de la humillación sexual. Con cierto aire exhibicionista que no gusta a todo el mundo, Ulrich Seidl se adentra en ese turismo sexual de mujeres maduras buscando jóvenes cuerpos negros que ya retratara Laurent Cantet en Hacia el Sur con más sofisticación. Pero al director austríaco lo de ser sofisticado no le pega, y prefiere trasladarnos a Kenia, donde todo es más sucio, más sórdido, más real. No hay en esta película ninguna concesión a la galería, y su tendencia a la provocación es manifiesta; pero resulta efectivo ese retrato patético de estas solitarias maduras necesitadas de reconocimiento sexual, aunque sea pagando. La realidad pura y dura trasladada al cine con toda su putrefacción moral.
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