Lo fascinante del trabajo de Isabelle Huppert en Villa Amalia es que no intenta en ningún momento que su personaje empatice lo más mínimo con el espectador. Ann es fría, distante, apática... pero al mismo tiempo resulta admirable su arrojo a la hora de acabar con todo y resucitar desde la nada; ese par de ovarios que la convierten en una heroína de la soledad.
Benoît Jacquot es un cineasta cuya filmografía permanece inédita en nuestro país. De su notable lista de títulos protagonizados por algunas de las actrices más relevantes del cine francés, recordamos La escalera de la carne (1998) como el único que se ha podido ver en los circuitos comerciales. Y si no fuera porque existen otras alternativas a la distribución tradicional, éste sería uno más de los directores de interés usurpados a nuestra memoria cinéfila. También hay que decir que revistas que ahora reivindican su filmografía, como Cahiers du Cinéma, le ningunearon sin compasión en los años ochenta y noventa. Isabelle Huppert no necesita presentación. Es una de esas actrices que parecen componer sus personajes con una facilidad sorprendente, aportando esa corporeidad extraña, pero también seductora. Ambos son los ejes fundamentales de esta película sobre la soledad. No es la primera vez que trabajan juntos (ya tienen cinco películas en su haber) pero sí se trata de la que mejor ha sabido ensamblar la caligrafía narrativa del autor con la creación artística de la intérprete.
Villa Amalia habla, como decíamos, de la soledad buscada. Benoît Jacquot, cuyo cine camina sobre los pasos de Robert Bresson, especialmente por el inteligente uso de la elipsis, plantea el punto de partida con rapidez y con cierta sequedad (no confundir con frialdad). Y la excusa que detona el comportamiento de la protagonista (una infidelidad) es sólo eso, una excusa que no necesita de muchas explicaciones, que se plantea con trazos sutiles, breves, con pinceladas de diálogos, con frases rotundas pero demoledoras ("De ahora en adelante te voy a decir que no"). Ann, una pianista de renombre con una vida matrimonial intuimos que monótona, decide acabar con todo de forma radical, desembarazarse de su vida actual, destruir su pasado y su presente para construir un futuro impredecible que ella misma desconoce.
Y en esta aventura existencial y física, Ann descubre un lugar paradisíaco que la transporta a esa soledad buscada que se convierte en el punto de referencia de su nueva vida. Ahí es cuando esta Ann de Villa Amalia conecta con aquella Anna hastiada de La aventura, de Michelangelo Antonioni, que desaparecía sin dejar rastro justo después de decir que necesitaba “estar sola durante un tiempo”. Como si Jacquot nos colocara en la piel de ese personaje que protagonizaba también una desaparición inexplicable. Ann y Anna son dos personalidades equidistantes.
Benoît Jacquot confiesa que no sabe hacer cine sobre hombres, que no le interesa descubrirse a sí mismo, que hace cine para conocer a las mujeres. De ahí que su filmografía esté compuesta por películas que hablan de las relaciones, pero adoptando siempre una mirada hacia la mujer, hacia sus deseos y su forma de enfrentarse a la vida. Lo fascinante del trabajo de Isabelle Huppert en Villa Amalia es que no intenta en ningún momento que su personaje nos resulte simpático, que empatice lo más mínimo con el espectador. Ann es fría, distante, apática en algunos momentos. Pero al mismo tiempo resulta admirable su arrojo a la hora de acabar con todo y resucitar desde la nada; ese par de ovarios que la convierten en una heroína de la soledad.
Aunque finalmente no termina de arrojar todo el lastre. Por la presencia constante de la muerte (que se convierte en la lucha por controlar el final de la vida) y por la conexión de la protagonista con un pasado que permanece, que se manifiesta al principio como el único nexo con su anterior existencia (la relación amistoso-amorosa con el amigo de la infancia) y se exterioriza al final como cicatrización de una herida emocional. Benoît Jacquot consigue construir una película hipnótica, que nos seduce gracias a un personaje sugerente que convierte su huída en una catarsis de libertad.
Publicado en El Giraldillo, Julio 2010
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