Noche de estreno de dos cortometrajes que se acercan a dos realidades complejas, pero habituales en los informativos. Dos cortos que tienen la virtud de contar sus historias en pocos minutos (¡loados los cortos cortos!). Noche de fiesta y de gracias, muchas gracias.
Esta semana hemos tenido otra noche de estreno, con la presentación de dos cortometrajes en pantalla grande. Las noches de estreno son extrañas, pero al mismo tiempo tópicas. La última no fue menos. Se presentaban Lágrimas en el café, de Irene Golden y Juan Rivadeneyra, y Cuestión de suerte, de Jorge Laplace. Las noches de estreno de las películas que se van a estrenar en cines y las de los cortometrajes que nunca vamos a ver en el cine son diferentes. Y tienen objetivos distintos.
En el caso de las películas comerciales, se trata de una estrategia de promoción. Los directores y los actores difícilmente se quedan a ver la película, en parte porque ya la han visto, y en general porque a algunos directores y a casi todos los actores no les gusta el cine. Conozco pocos actores que de verdad disfruten viendo una película. A pesar de trabajar delante de la cámara, son los espectadores más perezosos e incultos que he visto. Como Megan Fox, que dicen que se cabreó porque el director de Transformers 2, Michael Bay, la obligó a ir de excursión a ver las pirámides de Gizeh. No nos extrañemos tanto, en España hay muchos de eso.
En los cortometrajes, se trata en realidad de una reunión casi familiar, formada en buena parte por el equipo de un corto que ya casi ni se acuerda que había participado en el rodaje (con el tiempo que suelen tardar en terminarse los cortos), y que realmente sí tiene ganas de ver el resultado (entre otras cosas porque difícilmente van a volver a ver el corto en un cine). La noche pasada no fue distinta. También hubo lo habitual: los que están en todas partes y no sabes quién les ha invitado, los que se cuelan porque pasaban por allí, los que creen que en el estreno de un corto hay tantos medios de comunicación como en los de un título comercial (ni de coña, claro), y los que esperan impacientes a las copas (habitualmente escasas) que se suelen dar después de la proyección.
Pero sobre todo es una noche de gracias (no las divinas, sino las de agradecimiento). Todos se dan las gracias a todos. El cine español en general es muy dado a dar las gracias. Pero también es muy desagradecido. Conozco gente que ha trabajado como extra, malpagado, aburrido hasta la extenuación en rodajes pesadísimos, que luego no han recibido ni una puta invitación para ver la película. "¡Si quieren ver la película, que paguen, coño!", diría el productor. Por mucho que se den las gracias en la presentación de un estreno, el cine es una profesión que ningunea a muchos de los que se acercan a él con la inocencia de quien piensa en fastos y estrellas.
P.D. ¡Qué gusto da escribir mientras escuchas a Emiliana Torrini!
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