Nuestra última crónica de Atlàntida. Festival de Mallorca, que se ha celebrado de forma presencial hasta el pasado fin de semana, está centrado en las distancias, físicas y psicológicas, que recorren los protagonistas de esta selección de películas. Las migraciones del siglo XIX encuentran su reflejo en las que se producen en la actualidad, mientras que la exploración de las emociones desde la niñez y la adolescencia también se plantean como recorridos personales que marcan las distancias con los adultos.
EarwigLucille Hadžihalilović, 2021 | Atlàntida Premiere | ★★★★☆ |
En las anteriores películas de la directora Lucile Hadžihalilović (1961, Francia) se establece un viaje que no siempre es estrictamente físico, sino que implica un crecimiento personal desde la adolescencia como en Innocence (2004) y sobre todo Evolution (2015). Pero en su adaptación del libro Earwig (2019), un cuento surrealista escrito por Brian Catling (1948, Inglaterra), el protagonista es un hombre, Albert Scellinc (Paul Hilton) que permanece durante casi todo el tiempo en una casa donde parece ser el cuidador de Mia (Romane Hemelaers), una niña que tiene los dientes de cristal. De su cometido solo sabemos detalles por una llamada telefónica en la que se le comunica que la niña está preparada para salir de la casa y que durante las próximas semanas deberá dedicarse a prepararla para el mundo exterior. En su primer proyecto fuera de Francia, la directora y su co-guionista Geoff Cox, con el que también colaboró en Evolution, eliminan parte del pasado del protagonista, y en una decisión que parece metafórica, como reflejando los elementos de los que ya no tenemos información, también le quitan una letra a su nombre, que en el libro es Aalbert. El hecho de que Earwig (Lucile Hadžihalilović, 2021), que ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián 2021, sea su primera película anglosajona tampoco tiene mucha importancia porque hay pocos diálogos, es una historia compuesta por silencios, pero sobre todo por leves sonidos, como el crujir de un viejo suelo de madera o el chasquido de una puerta. Aunque también se ha eliminado el escenario concreto del relato, que ocurre originalmente en la ciudad de Lieja, hay una sensación de que nos encontramos en una ciudad centroeuropea en decadencia.
Un elemento importante de la historia es un viejo cuadro de una mansión que luego descubriremos que también forma parte de la historia personal de Albert, en cuya contemplación Mia se muestra ensimismada, y cuyos detalles están abiertos a la interpretación del observador. Igualmente, la película está abierta a múltiples interpretaciones, a través de una atmosférica mirada kafkiana a unos personajes alienados, deteniéndose en la leve iluminación amarillenta de las velas o en la monótona existencia de Albert y Mia dentro de una casa oscura y semiamueblada. Confiesa la directora Lucile Hadžihalilović que una de sus referencias para mostrar esta convivencia en cierta medida forzada es la película japonesa El embrión es un cazador furtivo (Kôji Wakamatsu, 1966), en la que un hombre mantiene secuestrada a su novia adolescente para humillarla. Y aunque no se ejerce una violencia explícita en este caso (excepto en una escena truculenta con un gato), el encierro forzoso de Mia y su dentadura de cristal, que debe someterse a revisiones periódicas, puede ser un reflejo de la fragilidad de lo femenino frente a lo masculino. En otro momento de la historia, cuando Albert acude a un bar también semioscuro, un extraño (Peter van den Begin) comienza una conversación incómoda y el forcejeo con él acaba hiriendo accidentalmente a la camarera Celeste (Romola Garaï), deformando su rostro. Ella es el tercer vértice de una historia que parece cómoda en la creación de una sensación inquietante, nunca específicamente terrorífica, que parece esconder tantos secretos como pocas respuestas recibe el espectador.
Pero la falta de explicaciones no es necesariamente un elemento que disturbe la fascinación que provoca esta película, cuyo tercer acto está precisamente marcado por un viaje en tren en el que también el paisaje se difumina fugazmente en la niebla. Por supuesto, encontramos reflejos del cine de David Cronenberg o David Lynch, aunque no sean conscientemente referenciados, mientras que el abrigo rojo de Mia cuando, en una salida al bosque, cae accidentalmente a un lago nos recuerda al impermeable rojo que llevaba la niña que se ahoga en la primera escena de Amenaza en la sombra (Nicolas Roeg, 1973). ¿Son quizás dos historias a las que les une el sentimiento de pérdida? Que una película en la que la dentadura es tan importante concluya con un mordisco que es casi vampírico supone una reivindicación de cierta rebeldía, un hambre insaciable por la libertad.
Los emigrantesErik Poppe, 2021 | Atlàntida Literary | ★★☆☆☆ |
El escritor e historiador Vilhelm Moberg (1898-1973, Suecia) está considerado como uno de los que mejor ha reflejado la Historia de Suecia a través de la mirada de los ciudadanos, con una trayectoria que incluye numerosas obras de teatro y novelas. Pero la que mayor trascendencia ha tenido ha sido su tetralogía Utvandrarna (Los Emigrantes), escrita durante diez años (1949-1959) y dedicada a un grupo de personas de la región de Småland que, como más de 1 millón de suecos, decidieron emigrar hasta el Estado norteamericano de Minnesota en 1850. Entre estos emigrantes se encontraba la propia familia del escritor, pero la narración se basaba principalmente en los diarios de Andrew Peterson, el primer emigrante procedente de Suecia que decidió buscar una vida mejor en Norteamérica. Los cuatro libros fueron adaptados al cine en dos películas, consideradas como dos obras maestras: Los emigrantes (Jan Troell, 1971) y La nueva tierra (Jan Troell, 1972), ambas protagonizadas por Max von Sydow y Liv Ullman. La primera consiguió un hito en la historia de los Oscar que nunca se ha repetido: en 1971 fue nominada como Mejor Película de Habla Extranjera, pero al año siguiente, tras su estreno en las salas de cine norteamericanas, volvió a entrar en competición, siendo nominada esta vez en las categorías de Mejor Película, Director, Actriz Principal y Guión Adaptado. La segunda película también fue nominada al Oscar en 1973 como Mejor Película de Habla Extranjera. Posteriormente, la historia de Karl Oskar Nilsson y Kristina Nilsson sería nuevamente adaptada como un exitoso musical titulado Kristina från Duvemåla (2007), con música de Benny Andersson y letras de Björn Ulvaeus, dos miembros del grupo ABBA.
La primera pregunta que surge sobre la nueva versión de Los emigrantes (Erik Poppe, 2021) que adapta los cuatro libros en una película de poco más de 2 horas y media, es cuál es la razón por la que con aquellos precedentes tan reconocidos por público y crítica, se ha decidido abordar de nuevo esta historia de emigración. La respuesta parece clara, mostrada de una forma demasiado obvia en los títulos de crédito finales (como si no nos hubiéramos dado cuenta), en los que se insertan imágenes de migraciones recientes, una representación de la necesidad constante del ser humano por buscar nuevos horizontes que mejoren sus condiciones de vida. Si en el siglo XIX aquel millón de suecos decidieron iniciar un duro y peligroso viaje en barco atravesando el Atlántico fue debido a la falta de recursos y el hambre que asolaba Suecia, y esta circunstancia se coloca en paralelo con los millones de refugiados que, huyendo de las guerras o la pobreza, inician un camino hacia un futuro idealmente mejor pero realmente incierto. Por otro lado, la adaptación del director de películas como La decisión del rey (2016) y Utøya: 22 de julio (2018) se enfoca sobre todo en el punto de vista de Kristina (Lisa Carlehed), mientras que la figura protagonista de Karl Oskar (Gustaf Skarsgård) pasa a un plano más secundario. En realidad, este planteamiento es el primer gran error de la película, porque Kristina ya es un personaje fuerte en las novelas y en las películas de Jan Troell (fue el personaje que lanzó internacionalmente a Liv Ullman con una nominación al Oscar), aunque tuviera una posición de esposa y madre principalmente. Pero la fallida adaptación escrita por la actriz y guionista Anna Bache-Wiig y Siv Rajendram Eliassen ambas creadoras de series como Frikjent (Absuelto) (TV2, 2015-2016) y Caza de brujas (Filmin, 2020), incluso traslada escenas protagonizadas en las novelas por Karl Oskar al personaje de Kristina. Es una decisión respetable, pero que finalmente no tiene demasiada trascendencia.
Por otro lado, Los emigrantes (2021) fracasa en la forma de narración de los acontecimientos, y en muchas ocasiones, sobre todo en la primera parte, se siente demasiado apresurada. Por supuesto, se podría pensar que mientras Jan Troell realizó dos películas de tres horas cada una, en este caso hay menos tiempo para resumir una historia que se desarrolla en cuatro libros, pero el musical Kristina från Duvemåla (2007) tenía más o menos la misma duración que esta película y sin embargo consiguió llevar a escena la historia con éxito. El problema de la nueva versión es que elimina partes importantes de la trama, sobre todo en cuanto a la relación entre los personajes principales, y esto difumina el reflejo de una historia que debería ser apasionada y se queda en lánguida y monótona. Tampoco ayuda la puesta en escena que adopta el reconocido director Erik Poppe (1960, Noruega), que llevó a cabo un ejercicio visual poderoso en Utøya: 22 de julio (2018), pero que aquí utiliza grandes angulares, planos secuencia para algunas escenas de diálogo y una atmósfera poética que recuerda demasiado a los soliloquios existencialistas de Terrence Malick. Ni siquiera consigue sacar partido a los paisajes de Rumanía, que simulan adecuadamente el territorio de Minnesota. Algunos personajes secundarios pero importantes como Ulrika, interpretada por la cantante sueca Tove Lo, que es despreciada por su comunidad porque decide prostituirse para conseguir el dinero para emigrar, sufren también el apresuramiento en su desarrollo, mientras que Gustaf Skarsgård, conocido por su personaje de Floki en la serie Vikingos (Netflix, 2013-2020) y uno de los hijos actores del veterano intérprete Stellan Skarsgård, hace lo que puede con un Karl Oskar reducido a simple comparsa de Kristina. Más interesante es el trabajo musical de Johan Söderqvist, que aporta esas dosis de romanticismo y épica que no logra la película.
Igual que las dos películas de Jan Troell tuvieron una edición para televisión en forma de miniserie dividida en ocho episodios, Los emigrantes (2021) se estrenó en Suecia las pasadas Navidades como largometraje, que es la versión presentada en el Atlàntida. Mallorca Film Fest, pero también se ha editado como miniserie de tres episodios, que es como se puede ver en la plataforma Filmin. Se trata de una práctica habitual en los años setenta que ya realizó el mismo Ingmar Bergman con las dos versiones de Secretos de un matrimonio (Ingmar Bergman, 1973), que parece estar recuperándose. Recientemente la película danesa Margrete, reina del Norte (Charlotte Sieling, 2021) se ha estrenado en algunas televisiones públicas como una miniserie.
© Julien Panie (Les Films du Kiosque) Kung-Fu ZohraMabrouk El Mechri, 2022 | Atlàntida Premiere | ★★☆☆☆ |
Cuando Zohra (Sabrina Ouazani) conoce a Omar (Ramzy Bedia) ella vive en un pequeño pueblo de la Cordillera del Atlas, en el Magreb, y es seducida por su amabilidad, iniciando una relación que la llevará a trasladarse hasta un modesto barrio de París, donde su vida parece cambiar a mejor. Pero cuando Omar pierde su trabajo, comienzan las tensiones de la convivencia que llevan a la violencia doméstica. Es decir, Omar no es retratado como un hombre violento, sino que esta violencia surge de la falta de trabajo y la consecuente permanencia en la casa, lo cual ya es un signo preocupante del planteamiento que propone la película Kung-Fu Zohra (Mabrouk El Mechri, 2022), estrenada en la sección VPR Big Screen del IFFR 2022. Cuando en el tercer acto la protagonista se defiende utilizando como armas objetos cotidianos como una plancha, se acaba confirmando que se trata de una película con cierta envoltura feminista pero con un profundo punto de vista machista. La liberación de Zohra no pasa por su autoidentificación como mujer, sino por la utilización de la violencia como respuesta a la violencia. Y aunque esta idea ha sido expuesta en otras películas como Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020), en aquel caso el comportamiento provenía de la exposición del trauma desde el punto un vista psicológico, la venganza surgía del dolor.
En el caso de Zohra, quien parece tener incomprensibles problemas para salir por la puerta sin despedirse, teniendo en cuenta que ella tiene cierta independencia laboral, la propuesta cómica consiste en convertir el hogar en un campo de batalla, un poco a la manera de Sr. y Sra. Smith (Doug Liman, 2005), pero con una puesta en escena realista que no le beneficia. Para reforzar la imposibilidad de emancipación, el guionista y director Mabrouk El Mechri (1976, Francia), responsable de aquel entretenido renacimiento de Jean-Claude Van Damme en la docu-ficción JCVD (2008) y de la gélida película de acción La fría luz del día (2012), inventa una hija con la que Omar utiliza el chantaje emocional jugando el papel de buen padre para evitar la huida de Zohra. Este abuso de la paternidad es uno de los mejores hallazgos de la película, más realista y descriptivo de la maquiavélica personalidad del hombre que el resto de la historia. Comenta Mabrouk El Mechri en el dossier de prensa que "quería que mi hija tuviera su propio Rocky con el nombre de su abuela, Zohra", como un referente cultural pero en este caso femenino. Y hay un acercamiento estructural a la película Rocky (John G. Avildsen, 1976) en las secuencias del entrenamiento de Zohra, pero al tratarse de un entrenamiento en artes marciales manejado por el dueño del gimnasio, Chang Sue (Tien Shue), acaba pareciendo más cercano a otra película del mismo director, Karate Kid (John G. Avildsen, 1984). La puesta en escena utiliza claroscuros que reflejan la misma sensación de una vida que podría ser feliz si no estuviera compartida con un enemigo, pero la propuesta de utilizar una narradora externa, la conductora del autobús que Zohra toma todos los días para ir al trabajo, Binta (Eye Haidara) no termina de funcionar, apareciendo y desapareciendo según las necesidades de la historia. Kung-Fu Zohra se arriesga a utilizar el sentido del humor para tratar un tema muy serio como la violencia doméstica, y aunque trata de elaborar una cierta reflexión sobre cómo surge esta violencia y, sobre todo, cómo es permitida, acaba fracasando rotundamente en sus objetivos.
Petit natureSamuel Theis, 2021 | Sección Oficial | ★★★★☆ |
Hay otro viaje interior en la inteligente y valiente propuesta que encontramos en Petit nature (Softie) (Samuel Theis, 2021), una historia que habla de una lucha personal del protagonista, un niño de diez años, por encontrar un lugar en la sociedad sin asumir el aparente destino al que su vida parece enfocarle. Al igual que en su anterior película Party girl (Mil noches, una boda) (Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger, Samuel Theis, 2014), ganadora de la Cámara de Oro en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 2014, el director utiliza los recuerdos de su infancia en la región de Lorraine para describir un entorno familiar que parece precipitarse hacia una cierta imposición de una realidad a la que no puede hacer frente. La clase social se convierte en una prisión, y la pequeña ciudad de Forbach, en la frontera entre Francia y Alemania, es percibida como una isla, un espacio que se cierra sobre sí mismo, y que describe Johnny (Aliocha Reinert) en el poema que escribe para la escuela: "Islas silenciosas. Islas inmóviles. Islas inolvidables y sin nombre". Es el momento en el que el profesor Jean Adamski (Antoine Reinartz) descubre que hay algo más en su alumno, una cierta percepción especial que le convierte en candidato a romper la dinámica de su propia situación. Esta sensación de inmovilidad está presente durante toda la película, como cuando el profesor, que ha llegado desde Lyon, pide a sus alumnos que expresen cuáles son sus sueños, dónde les gustaría estar cuando sean mayores. Y que Johnny contesta con una impertinente pregunta: "¿Su sueño de joven era mudarse a Forbach y ser profesor?", constatando ese fracaso vital que le ha llevado a dar clases en una escuela perdida de una ciudad olvidada. El hecho de que Forbach sea fronteriza es también significativo, en mitad de dos países y dos idiomas, con una lengua propia franconia que refuerza una identidad dividida.
La historia de Johnny es la de la resistencia a esta inmovilidad, que estalla en forma de frustración cuando se enfrenta a su familia: "Os sentáis aquí sin hacer nada todo el día, esperando que el tiempo pase. No soporto miraros a la cara. Sois unos muertos vivientes". Pero al mismo tiempo su fragilidad, que se representa en el título internacional, menos acertado que esa "pequeña naturaleza" a la que hace referencia el título original de la película, se confronta con ese código de masculinidad que trata de inculcarle su madre (Melissa Olexa), como cuando le defiende de un grupo de chicos que están abusando de él: "¡Tienes que dejar de ser tan frágil!". El director Samuel Theis (1978, Francia), que nació en la ciudad de Forbach, hace un trabajo extraordinario en la descripción de ese sentimiento de estar atrapado que refleja la personalidad de Johnny, y ese despertar sexual que le lleva a malinterpretar las señales del joven profesor, sintiendo que la atención que le dedica es una forma de enamoramiento. Y que plantea una reflexión sobre la compleja relación entre los adultos y los niños que ha acabado contaminada por los abusos: "Hay que tener en cuenta que los profesores están sumidos en un clima de ansiedad. Las aulas ya no están cerradas, un profesor nunca puede estar solo en una habitación con un alumno. Hay mucha tensión en torno a estos temas hoy en día, que los niños también sienten muy probablemente", comenta el director. Esta atmósfera enrarecida en la que los gestos y las acciones pueden ser interpretadas de formas distintas, ha acabado abriendo una brecha profunda en esta relación, pero también hay una responsabilidad mayor en la forma en que los adultos permiten traspasar determinados límites.
Posiblemente Petit nature es una película que aborda algunas realidades ya presentes en otras películas, pero consigue capturar con especial precisión esa trascendencia que los niños encuentran en muchos aspectos que pueden parecer superfluos a los ojos de los adultos, y que tiene reminiscencias de La infancia desnuda (Maurice Pialat, 1968) en la descripción profunda y sin concesiones de esa compleja coyuntura a la que se enfrenta el mundo infantil frente a la sociedad.
Girl pictureAli Haapasalo, 2021 | Atlàntida Premiere | ★★★★☆ |
Aunque se trata de historias diferentes, hay un elemento en común entre Petit nature y Girl picture (Ali Haapasalo, 2021) en cuanto al tratamiento del despertar sexual sin que la perspectiva de la identidad se presente como estrictamente problemática. Y esto es importante porque ha regresado a los medios audiovisuales una cierta tendencia a la representación de la victimización de la comunidad LGBTIQ+, como podemos ver por ejemplo en la reciente revisión de la serie Queer as folk (Peacock, 2022-). Lo que consiguen las guionistas y la directora de Girl picture es hacer una película de adolescentes evitando los lugares comunes y contar una historia de amor entre dos chicas sin caer en los tópicos. El título original, Tytöt, tytöt, tytöt, es la triple repetición de "chicas", y tres son las protagonistas de esta hermosa y profunda película que se acerca a una representación de esa etapa entre la juventud y la madurez en la que hay un comportamiento adulto en medio de algunos destellos de adolescencia. Por tanto, no se trata de una película de crecimiento en la que la madurez es el destino final, sino más bien de una mirada cercana a una etapa compleja en la que hay responsabilidades pero también espacio para las emociones desbordantes.
Mimmi (Aamu Milonoff) es una joven de diecisiete años que está plenamente emancipada (ese tipo de independencia que parece exclusivo de los países nórdicos), pero al mismo tiempo esconde una cierta carencia emocional que acaba encontrando en Emma (Linnea Leino), una joven patinadora profesional que se encuentra en plena crisis personal porque no sabe si ha desperdiciado su infancia enfocándose únicamente en el deporte. Mimmi trabaja en un puesto de batidos en un centro comercial junto a Rönkkö (Eleonoora Kauhanen), el tercer vértice de la historia que aborda su propia búsqueda del placer a través de relaciones con diferentes chicos. Este hedonismo que la guía en sus encuentros sexuales se convierte también en su principal carencia emocional, lamentándose de ser solo heterosexual en una conversación con Mimmi, restringida por sus propios deseos. Es un personaje inteligentemente construido, una mirada muy acertada a algunas de las obsesiones de la adolescencia. Se podría decir que la película ofrece una visión demasiado positiva, nunca simplista, de las relaciones entre estas jóvenes, que no son víctimas ni se sienten oprimidas o amenazadas. Incluso el mundo adulto que las rodea, sobre todo la madre (Cecile Orblion) y la entrenadora (Sonya Lindfors) de Emma, están ahí para apoyar, nunca para juzgar. Pero este es uno de los aspectos más interesantes de una película que se enfoca en las relaciones personales y en una historia de amor que, por supuesto, sufre altibajos. Tanta es la atención que quiere prestar a sus personajes Ali Haapasalo (1977, Finlandia) que la historia se estructura a lo largo de tres fines de semana, lo que le permite eliminar todos los elementos superfluos de la vida cotidiana para centrarse en las protagonistas.
Ganadora del Premio del Público en el Festival de Sundance y presentada en la sección Generation del Festival de Berlín, pocos dudan que Girl picture pueda ser la representante de Finlandia para las nominaciones de los Oscar. La directora hace referencia al documental All this panic (Jenny Gage, 2016), que retrataba las preocupaciones de un grupo de adolescentes, como una de las influencias de su película, para la que utiliza un formato 4:3 que de alguna forma representa esa burbuja en la que viven las jóvenes, y se deja llevar por las tres espléndidas actrices a lo largo de los diferentes escenarios, acompañando su vitalidad con cámara en mano para hacerse estática cuando son los diálogos los que expresan sus sentimientos. Hay que destacar en esta efervescencia visual la colorista fotografía de Jarmo Kiuru y el excelente trabajo de edición de Samu Heikkilä, que juega con una cuidada selección musical de artistas femeninas que comienza con la cantante norteamericana Sneaks y termina con la canción "Tytöt" que interpreta el dúo finlandés SOFA para la película. Esta positividad y desinhibición puede hacer parecer que esta historia es menos trascendente, pero se trata de todo lo contrario, una visión profunda de las emociones en una etapa complicada de la vida, que afronta un futuro incierto pero vive un presente emocionante.
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