Se celebra una nueva edición de la Berlinale, el Festival de cine con mayor proyección internacional en los primeros meses de cada año. Desde En primera Fila iremos ofreciendo crónicas de lo que acontece en el festival.
La Berlinale suele tener
preferencia por historias relacionadas con la denuncia social o medioambiental.
Por eso cada año encontramos en su programación películas que tienen una
marcada carga social. Es el caso de Promised
land, uno de los títulos presentados este fin de semana, que nos devuelve a
un M.D. alejado de los títulos de acción que últimamente ha venido protagonizando.
En cierto sentido, Promised land es
una especie de vuelta a los orígenes: en 1997 Matt Damon y Ben Affleck se
dieron a conocer (y ganaron el Oscar) con el guión de la película El indomable Will Hunting, que ellos
mismos protagonizaron bajo la dirección de Gus Van Sant. Ahora, Matt Damon
co-escribe también el guión de Promised
land junto a otro actor, John Krasinsky (conocido por su interpretación en
la serie The office) y ha encargado
al director Gus Van Sant que ponga imágenes a esta historia.
El resultado de Promised land es una película bien
hecha, aunque sin grandes momentos cinematográficos. La llegada de dos agentes
de una compañía de gas a un pequeño pueblo para conseguir el permiso de los
vecinos para realizar excavaciones de extracción de gas acaba siendo lo que se
espera desde el principio. Un film denuncia contra las grandes corporaciones y
el fraude provocado por sus estrategias de engaño y persuasión, sin tener en
cuenta los desastres medioambientales que esto provoca. Quizás en nuestro país
esta realidad es menos palpable, pero documentales como Gasland (2010), de Josh Fox nos han demostrado que en Estados
Unidos la devastación ambiental que están provocando las perforaciones para la
extracción de gas natural es una realidad preocupante.
De ahí que la denuncia de esta
película quizás nos resulte algo lejana, y tampoco el guión termina de cuajar
una narración que defina a la película por encima de una solvente pero poco
definitoria historia de denuncia. Hay que reconocer en Damon y Krassinski la
capacidad de construir personajes con trasfondo (el que interpreta
espléndidamente Frances MacDormand), pero otros se quedan en meros soportes de
guión que no tienen demasiada profundidad (los de Hal Holbrook y Rosemarie
DeWitt).
Tras la cancelación de la notable Boss (mejor la primera temporada que una segunda con demasiados altibajos), Gus Van Sant regresa al cine con ese oficio que suele tener, y que cuando se aparta de remakes imposibles y de amaneramientos bergmanianos acaba dando buenos resultados. Pero el oficio no es suficiente cuando se trata de dar solvencia a una historia.
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