Las referencias de esta película son variadas, especialmente en títulos clásicos del cine callejero de los años ochenta. Pero Drive consigue crear una personalidad propia gracias sobre todo al perfecto trabajo de dirección.
Que una película como Drive, de aparente envoltura comercial, se colara en la Sección Oficial del Festival de Cannes sorprendió a muchos. Pero solo hay que verla para justificar sin dudas su presencia en la competición de esta muestra internacional. Drive es el debut en Hollywood del director danés Nicolas Winding Refn, el que fuera responsable de una de las trilogías más violentas y sugerentes del cine europeo de los noventa: Pusher, auténtico precedente de posteriores incursiones literarias y cinematográficas en el trasfondo de una sociedad escandinava aparentemente madura que esconde sin embargo profundas heridas.
Con Drive reconocemos de nuevo a un director que sabe crear atmósferas opresivas. Aquí lo hace con un certero homenaje a ese cine de la calle que en los setenta y ochenta nos descubrieron las cloacas de la sociedad. Viendo Drive se nos viene a la cabeza no solo la maestría de Taxi driver sino también el cine callejero de William Friedkin o de Walter Hill. Pero también encontramos en este solitario e hierático protagonista a un alter ego del Steve McQueen de Bullit. Nicolas Winding Refn logró, creemos que merecidamente, el Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes.
Las películas se hacen cine con mayúsculas en nuestra memoria. Cuando no eres capaz de quitarte de la cabeza determinadas escenas comienzas a darte cuenta de que lo que acabas de ver ha dejado esa huella que solo los grandes títulos acaban marcando. Con Drive ocurre eso. No solo recordamos esa atmósfera tensa que se mantiene durante todo la historia, sino que algunos momentos (el atraco inicial, la persecución de coches...) se nos quedan en la retina de forma imborrable. Y sobre todo nos atrapa este personaje hermético, imperturbable hasta que explota, que encaja perfectamente con los protagonistas del cine "noir" de Jean-Pierre Melville como Hasta el último aliento (1965) o El silencio de un hombre (1967). Aquí también los silencios juegan un papel fundamental.
A esta atmósfera de tensión constante contribuye la banda sonora, que contiene espléndidos temas musicales como el "Nightcall" que publicó el músico parisino Kavinsky en 2010, con la producción de uno de los componentes de Daft Punk. Mención especial merece la utilización del tema "Oh, my love" que escribió Riz Ortolani para el inicio de la película Adiós, tío Tom (1971), interpretado por la maravillosa voz de Katyna Ranieri. Pero al mismo tiempo incluye un trabajo musical de Cliff Martínez (habitual colaborador de Steven Soderbergh) al que hacía tiempo que no veíamos tan acertado, en esa concepción electrónica que resulta por momentos hipnótica.
Oh, my love (Riz Ortolani feat. Katyna Ranieri)
Y finalmente un reparto encabezado por ese actor que es capaz de crear personajes tan dispares como los de Half Nelson (2006) o Lars y una chica de verdad (2007), Ryan Gosling, aquí magnífico en su aparente hieratismo, secundado por intérpretes no menos inspirados: Carey Mulligan (An education), Bryan Cranston (Breaking bad), Albert Brooks, Ron Perlman o Christina Hendricks (Mad men), que contribuyen a dar contundencia a un guión casi expresionista, a pesar de algunos retazos de violencia extrema que parecen ticks del director, pero que nos convencen menos que esa violencia "en off" que resulta mucho más desasosegante.
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