Presentada en el pasado Festival de Sitges, esta producción sueca de animación nos introduce en una Europa en bancarrota pero interconectada a través de gigantescas redes de metro. La concepción visual está entre lo más sorprendente que se ha hecho en el género de animación.
Puede que el planteamiento de Metropia no sea especialmente original, y que incluso su estilo de animación nos pueda resultar conocido, pero la película de Tarik Saleh tiene un poder de fascinación que supera a otras producciones por el estilo. Desde Europa surgen las propuestas de animación más originales pero también las menos secundadas por el gran público (recordemos la hermosa producción irlandesa The secret of Kells). Suecia nos propone en Metropia un viaje futurista-pesimista que nos sitúa en el año 2024, en una Europa global pero al mismo tiempo autoritaria, conectada por una gigantesca red de metro que traslada a los ciudadanos por un continente sin fronteras. El punto de partida es interesante, aunque evidentemente abunde en el mundo orwelliano que tantas veces ha sido objeto de fábulas futuristas. El protagonista, un hombre gris que trabaja en una oficina gris, se ve envuelto en una conspiración para controlar las mentes de los ciudadanos.
Metropia no es una película de animación para todos los públicos. Es oscura, tétrica, a veces cansina en su planteamiento argumental. Pero la técnica digital utilizada, de un realismo impresionante (aunque se juegue con las formas y las dimensiones de los personajes) resulta deslumbrante. Se trata quizás de una de las películas que mejor consigue trasladar un mundo claustrofóbico a la pantalla, lleno de túneles y paisajes fríos. En mitad de esta crisis a la que nos han conducido los representantes de esa Europa de cartón piedra que ahora intentan sacarse el euro del culo mientras hace unos años nos lo vendían como oro, resulta interesante acercarse a esta historia que nos dibuja una Europa triste, patética, asqueada de sí misma.
Metropia juega también la baza de adornar el trabajo de animación con voces de actores conocidos, en este caso utilizando intérpretes norteamericanos como reflejo de su condición de coproducción internacional para el mercado internacional. Eso sí, Vincent Gallo y Juliette Lewis no se pueden considerar precisamente actores en lo más alto de sus carreras, pero en este sentido también resulta curiosa la elección de personalidades que siempre se han movido al margen de las alfombras rojas, aunque hayan acabado tan apartados que resulta difícil seguir su renqueante carrera cinematográfica. Les acompañan el sueco Stellan Skarsgard, su hijo Alexander Skarsgard (actor en la serie True blood) que por cierto volverán a coincidir juntos en Melancholia, la próxima película de Lars von Trier, y el inefable, imprescindible y prolífico Udo Kier, al que algún día habrá que dedicar un homenaje merecido, aunque sólo sea por ser uno de los actores más iconoclastas del cine internacional.
Al margen de las propuestas tradicionales de cine de animación, otras producciones con vocación de riesgo apuestan por un público más abierto, más dispuesto a dejarse sorprender y emocionar de forma distinta. Producciones como The secret of Kells, Mary and Max o Metropia nos demuestran que aún se pueden encontrar joyas de la animación, aunque las distribuidoras se nieguen a postar por ellas.
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