La celebración del décimo aniversario del atentado que convirtió el 22 de julio de 2011 en el ataque terrorista más grave de la historia de Noruega, mostró los peligros de un pensamiento extremista que es minoritario pero que puede producir asesinos. Pero Noruega no ha sabido (o no se ha atrevido) a abrir el debate real en torno a la necesidad de atajar estos pensamientos racistas, xenófobos e islamófobos, y en cierta manera se ha maquillado de libertad de expresión lo que en realidad es una cierta tolerancia con las actitudes fascistas, incluso dentro del propio gobierno. Algunas de las series y películas que han abordado este ataque terrorista, ofrecen una imagen clara de sus consecuencias.
El pasado lunes 19 de julio un hombre disparó a otro en el centro de Oslo, cerca del Ayuntamiento de la ciudad. Los primeros comentarios en las redes sociales se quejaban de que la violencia había aumentado en Noruega con la llegada de más inmigración. Pero la policía confirmó que se trataba de una rencilla personal entre dos hombres noruegos, que acabó con la vida de uno de ellos, dos viejos conocidos de las fuerzas del orden que habían sido detenidos anteriormente por robos en tiendas del centro de Oslo.
La primera respuesta de un cierto sector de la sociedad noruega cuando hay un acto de violencia en un país que se siente orgulloso de ser pacífico es la de culpar a los extranjeros, especialmente a los musulmanes y africanos. Es lo mismo que ocurrió hace diez años, cuando una bomba explotó en la zona donde se encontraban algunos de los ministerios del gobierno noruego, que provocó 8 muertos. Poco después Anders Breivik se dirigió a la isla de Utøya, donde se reunían en un campamento de verano las juventudes (UAF) del Partido Laborista (Ap), que presidía el gobierno. El terrorista llegó disfrazado de policía para ganarse la confianza de los jóvenes, iniciando un tiroteo que duró 79 minutos y que acabó con la vida de 69 personas. La película que mejor refleja la angustia de esa hora de terror es Utøya, 22 de julio (Erik Poppe, 2018), rodada en un ficticio plano secuencia que transmite con rotundidad la tragedia que se vivió en la isla. La figura del asesino aparece siempre difuminada, a lo lejos, pero amenazante siempre. La cámara permanece tan cerca de los jóvenes que la sensación de peligro y horror se palpa de una forma casi física, lo que le valió el Oso de Oro en el Festival de Berlín.
Las primeras hipótesis sobre el atentado efectivamente apuntaron a un ataque islamista, aunque no había ningún indicio que señalara esa posibilidad. Poco después se supo que el terrorista era un hombre noruego de extrema derecha que había lanzado un manifiesto plagiado de numerosas fuentes y que pretendía promover sus ideas fascistas. Anders Breivik se convirtió en la cara visible de una mentalidad xenófoba e islamófoba, en contra de la multiculturalidad, que estaba arraigada en parte de la sociedad noruega, y que en estos diez años, a pesar de ser la causante del mayor atentado de su historia, ha aumentado considerablemente.
La periodista Åsne Seierstad realizaba en el libro "Uno de los nuestros" (Ed. Crítica, 2015) un perfil de Anders Breivik que reflexionaba precisamente sobre lo fácil que resultaba difundir sus ideas extremistas (aún se dilucida si hubo más de un cómplice ideológico). Pero sobre todo el título refleja el shock que produjo en la sociedad noruega que el mayor atentado de su historia lo cometiera "uno de los suyos", un noruego que asesinó a noruegos. El libro sirvió como base para la película 22 de julio (Paul Greengrass, 2018), que ganó una Mención Especial en la Mostra de Venecia y además puso de manifiesto que Noruega no había sido capaz de abordar aún, siete años después, una mirada cinematográfica hacia los atentados. No les gustó la visión hollywoodiense del ataque terrorista, porque además estaba centrada en la figura de Anders Breivik (Anders Danielsen Lie), una figura que el país se negaba a representar, como si no hablar de él borrara sus huellas.
Efectivamente, se consiguió que no pudiera utilizar el juicio contra él para difundir sus arengas extremistas (su intervención no fue televisada), pero hacer eso y tolerar otras manifestaciones extremistas no parece ser muy coherente. En la actualidad, Anders Breivik cumple 21 años de condena, que podrían convertirse en cadena perpetua (aunque esta figura no existe en la legislación noruega), nunca se ha arrepentido y el periódico británico The Sun afirma que está escribiendo sus memorias y ha escrito un guión cinematográfico, que ha enviado a una veintena de directores de cine, al que ya ha puesto precio: 8 millones de euros.
El 22 de julio se celebraron varios actos en conmemoración de esta tragedia, que incluso contaron con la presencia de la familia real, dada la significancia de este décimo aniversario. Pero se trataba de un acto principalmente político, en el que las víctimas y los supervivientes han quedado en segundo plano, frente a los discursos vacíos de las principales fuerzas políticas noruegas. Algunos de los supervivientes han tenido voz en documentales como Reconstruyendo Utøya (Carl Jáver, 2018), en el que describían en un escenario vacío el drama que vivieron en la isla mientras eran perseguidos por el asesino. Se trata de un acercamiento psicológico que habla del trauma y de la forma de superarlo.
La actitud de los políticos ha sido responsable de que el extremismo en la sociedad noruega esté más presente que nunca. Kjetil Ansgar Jakobsen, profesor de Ciencias Sociales de la Universidad de Nord, señalaba a Euronews: "Stoltenberg optó por no decir duras verdades políticas sobre los atentados, ya que éstas habrían conllevado, sin duda, contraargumentos sobre la responsabilidad del gobierno laborista por los flagrantes fallos de seguridad que hicieron posible un desastre de esta magnitud". Jens Stoltenberg (Ap) era el primer ministro de Noruega en 2011 y actualmente es Secretario General de la OTAN. La serie 22 de julio (NRK, 2020) tiene un episodio titulado 30 minutter (S1E4), que son exactamente los minutos de más que tuvo Anders Breivik para seguir matando debido al retraso de la policía en llegar a Utøya.
Pero, ¿no fue el atentado un ataque político? El objetivo era el Partido Laborista, cuya política de inmigración (que tampoco es especialmente progresista) molesta a los sectores más conservadores. Kjetil Ansgar Jakobsen sigue diciendo: "Paradójicamente, en los años posteriores a 2011, hubo un fuerte y exitoso movimiento para proteger y promover los derechos civiles y la libertad de expresión de los islamófobos y los extremistas de derecha. Como efecto secundario, su visibilidad en el espacio público ha aumentado". Los grupos neonazis son aparentemente pequeños en Noruega, pero tienen vía libre para expresarse, y cuando lo hacen la reacción de la policía es más que tibia. El principal grupo visible es el Movimiento de Resistencia Nórdico, que ha protagonizado algunos actos públicos, como en octubre de 2020, cuando difundieron mensajes antisemitas en la sinagoga de la localidad de Bærum, cerca de Oslo. En esta misma localidad, en agosto de 2019, Philip Manshaus, un joven noruego de 21 años, asesinó a su hermana (en lo que se considera un asesinato racista, porque ella había sido adoptada en China) y después entró en la mezquita del centro Islámico con la intención de seguir matando, aunque sus disparos no causaron víctimas antes de ser reducido. Mientras tanto, cada cierto tiempo las calles de Oslo son el escenario de manifestaciones violentas de SIAN (Stop Islamism in Norway), un grupo racista a cuyo líder incluso se invita a debates en la televisión pública.
El actual gobierno noruego que encabeza Erna Solberg, líder del Partido Conservador Høyre (H), ha contado con el apoyo del Fremskrittspartiet (FrP), un partido de extrema derecha en el que militó Anders Breivik cuando era joven, aunque la coalición se rompió en 2020 por las desavenencias en torno al regreso de una mujer noruega y sus hijos que había huido a Siria en 2013, y que se sospecha que formó parte del Estado Islámico. Las discrepancias entre ambos partidos conservadores (FrP es al Høyre lo que Vox es al PP en España) respecto a la política de inmigración han sido notables, y la primera ministra Erna Solberg ha permitido varias salidas de tono racistas de sus socios de gobierno. Algunos de los supervivientes de Utøya, como Eivind Rindal, han manifestado que Erna Solberg no debería haber estado en los actos de homenaje. El joven comentaba hace unos días en el periódico VG: "Siento que es incómodo participar en el homenaje con un jefe de gobierno que, en lugar de prevenir el terrorismo de extrema derecha, ha contribuido a que el panorama ideológico se pueda desarrollar más". Y continúa diciendo: "En los últimos ocho años con Erna Solberg en el gobierno, ha sucedido muy poco para prevenir el extremismo de derecha y la propagación de teorías de conspiración. Hay teorías de conspiración sobre los socialdemócratas, la izquierda en general y la supuesta islamización de Noruega y Europa. Es lo mismo que en su tiempo inspiró a Anders Behring Breivik".
Hace unos meses se estrenaba en la cadena pública noruega la serie documental Frontkjempere (NRK, 2021), con una fuerte polémica, ya que ofrecía el punto de vista de los soldados noruegos que lucharon junto a los nazis durante la II Guerra Mundial. El gobierno noruego incluso estableció una formación militar que estaba compuesta por soldados que ayudaron a las Waffen-SS en sus campañas bélicas. La controversia viene dada porque los soldados supervivientes a los que se entrevista en la serie ofrecen una visión algo naïf de su colaboracionismo con los nazis, señalando que eran muy jóvenes y no tenían una conciencia realmente antisemita. Pero la actual ideología neonazi proviene de esas intervenciones.
Diez años antes de los atentados de 2011, en enero de 2001, el joven Benjamin Hermansen, un adolescente noruego de origen guineano, fue apuñalado hasta la muerte por tres neonazis en la localidad de Holmlia, en Oslo. Se considera uno de los primeros asesinatos abiertamente racistas que se han producido en Noruega, y supuso también un shock en la sociedad que, a pesar de los antecedentes, nunca se ha considerado racista. Años después, una estatua dedicada al joven conmemora su recuerdo, y el pasado martes 20 de julio apareció con una frase pintada: "Breivik fikk rett" (Breivik tenía razón).
La última controversia se produjo en torno a la demolición de un edificio considerado histórico que albergaba cinco murales del artista español Pablo Picasso realizados en hormigón por su colaborador el escultor noruego Carl Nesjar, que los esculpió en 1958, año de construcción del edificio. El gobierno de Erna Solberg decidió demoler todo el espacio, pero se defendió respecto a las obras de Picasso afirmando que le encontrarían otro emplazamiento. El problema es que los murales y edificio formaban un conjunto único. En la revista de diseño y arquitectura AD, la profesora de Historia y teoría de la Arquitectura afirmaba: "El edificio y su programa de arte fueron concebidos como un todo integrado. Mantener el arte sin el edificio no tiene sentido". Pero recordemos que Noruega parece estar más cómoda borrando las huellas antes que preservarlas para que sean un recuerdo de lo que nunca debe repetirse. Graham Bell, miembro de Europa Nostra, una organización que lucha por la preservación del patrimonio cultural europeo, decía en AD: "Si se borraran todos los lugares de Europa donde se hubiera producido una tragedia catastrófica, ocuparíamos un paisaje postapocalíptico, desinfectado y sin memoria, aunque doloroso. La eliminación nunca puede curar el trauma, pero la reconciliación con los eventos es una terapia".
El próximo 13 de septiembre se celebran elecciones parlamentarias en Noruega, y una encuesta de NRK realizada en el mes de junio proporcionaba un ligero aumento del Partido Laborista (Ap) y un ligero descenso del Høyre (H), el partido en el gobierno. Pero ambas fuerzas están tan igualadas que los conservadores podrían volver a gobernar si tuvieran el apoyo, nuevamente, de la extrema derecha, el FrP que baja en intención de voto pero se mantiene como fuerza decisiva. El problema es saber qué concesiones habría que hacer al FrP, que decidió abandonar la coalición, para que vuelvan a mostrar su apoyo. De nuevo, las fuerzas políticas xenófobas y racistas siguen teniendo un papel fundamental en la democracia noruega.
El documental Generasjon Utøya (Aslaug Holm, Sigve Endresen, 2021), que fue seleccionado en HotDocs y ganó el Premio al Mejor Documental en el Human Rights Festival de Oslo, se centra en cuatro jóvenes supervivientes de la masacre que decidieron continuar en la política, dentro del Partido Laborista. Estrenada en NRK el pasado jueves 22 de julio, se puede decir que aborda por primera vez el ataque terrorista desde un punto de vista político, y reflexiona sobre por qué las ideas extremistas y el discurso del odio aún no se han abordado de una forma clara en la sociedad noruega. Kamzy Gunaratnam, que actualmente es teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Oslo, consiguió huir nadando; Ina Rangones Libak recibió tres disparos de Anders Breivik; Line Hoem intenta superar las consecuencias psicológicas que le provocó la situación que vivió a través del trabajo con una terapeuta; mientras que Renate Tarnes ha trabajado restaurando parte de la isla de Utøya. Estas jóvenes, que tenían entre 18 y 19 años cuando sobrevivieron a la masacre, han seguido comprometidas de una forma activa desde una mirada política.
En el documental se menciona un desafortunado post que publicó Sylvi Listhaug (FrP) en su página de Facebook cuando era Ministra de Justicia, en el año 2018: "El Partido Laborista cree que los derechos de los terroristas son más importantes que la seguridad nacional", como respuesta a la negativa de los laboristas de votar a favor de la intención de revocar la ciudadanía a los extranjeros acusados de terrorismo. La respuesta de su socia de gobierno, la primera ministra Erna Solberg, fue más bien tibia, por no decir nula. En el fondo de ese post estaba una cierta rabieta por no haber conseguido su objetivo, pero sobre todo una búsqueda del apoyo del sector más radical de la sociedad noruega con el argumento de que la "islamización de la sociedad noruega" provocaría más violencia. Aunque, como hemos visto, los protagonistas de los ataques más graves de terrorismo en la reciente historia del país han sido ciudadanos nacidos en Noruega.
El documental plantea la necesidad de una clara reflexión sobre el discurso del odio, y en cierta manera propone un debate sobre de qué forma se justifican con la "libertad de expresión" argumentos que son claramente xenófobos y fascistas. "Los políticos deben aceptar una mayor responsabilidad", dice Ina Libak. Pero hay una sensación desde el sector de la derecha de que el Partido Laborista se ha apropiado del victimario de los atentados. El mismo jueves 22 de julio, el ex-alcalde conservador de Oslo, Fabian Stang (H) publicaba en Facebook un mensaje en el que acusaba a los laboristas de convertir el homenaje en política partidaria, porque uno de sus líderes, Jonas Gahr Støre (Ap) pidió a la derecha que se alejara de los extremistas. Pero, ¿no fue el atentado un ataque principalmente político e ideológico contra el Partido Laborista? Fabian Stang, que retiró finalmente el post, ha recibido el apoyo de la extrema derecha, a través de su líder, Sylvi Listhaug (FrP). En cierto modo, parece que, enaltecidos por las encuestas positivas y con las elecciones a la vuelta de la esquina, el Partido Laborista (Ap) está lanzando ahora los mensajes que no se atrevió a lanzar en 2011, respecto a la responsabilidad del auge de la extrema derecha en la tolerancia recibida desde la derecha democrática. Pero llegan diez años tarde.
Noruega no solo no ha resuelto el debate en torno al racismo, la xenofobia y la islamofobia que ha provocado los atentados más graves de su reciente historia, sino que se ha vuelto más conservadora y todavía está enfrascada en discusiones sobre qué tipo de monumentos conmemorativos deben realizarse. El camino sigue sin construirse.
Utøya, 22 de julio, Reconstruyendo Utøya y 22 de julio (serie) se pueden ver en Filmin.
22 de julio se puede ver en Netflix.
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