22 marzo, 2019

Love, Death + Robots = +/- técnica - interés narrativo

Cada vez que Netflix apuesta por un género o propuesta narrativa surgen todo tipo de comentarios y polémicas. Lo cual, para la plataforma, es una interesante forma de palpar qué es lo que más llama la atención de sus usuarios. En esta ocasión, y de la mano de Tim Miller, director de Deadpool (Tim Miller, 2016) y, de David Fincher como productor, la propuesta pasa por ofrecer una serie de cortometrajes de animación para adultos en los que el sexo y la violencia son parte esencial de una propuesta que, en todo caso, se queda a medio camino entre la virtuosidad técnica y la escasa originalidad narrativa. Deudora de los planteamientos reflexivos sobre la relación entre los robots y los seres humanos que encontramos en autores como Philip K. Dick o Brian W. Aldiss, Love, Death + Robots (Netflix, 2019-) propone dieciocho historias que, como suele suceder en estos casos, alcanzan resultados irregulares. El problema que encontramos es que, aunque técnica y visualmente puedan ser historias atractivas (aunque nada rompedoras), narrativamente están entre lo mediocre y lo puramente banal. Solo encontramos propuestas interesantes en dos de los cortometrajes, y en todo caso la mayor parte de ellos están a años luz de muchas de las historias cortas que podemos ver en festivales como Annecy. Sin ir más lejos, esta semana se estrena en España el ganador del Premio a Mejor Largometraje en el festival francés del año pasado, Funan (Dennis Do, 2018) que, desde su propuesta de animación tradicional, propone una mirada adulta y contundente a la masacre que provocaron los jemeres rojos en Camboya. 


Como es ya habitual, la difusión de la serie por parte de Netflix ha estado rodeada de cierta polémica, especialmente en torno a la opacidad de los criterios de selección y presentación de su catálogo a los usuarios. ¿Utiliza Netflix datos personales para difundir sus producciones? ¿Qué algoritmos se tienen en cuenta para "invitarnos" a ver sus películas y series? Como es sabido, la plataforma hace uso de diferentes propuestas de carteles para presentar su catálogo a los usuarios, dependiendo del comportamiento de éstos y de su selección. Hasta ahí, todo parece normal. El problema radica en que, en realidad, no sabemos de qué tipo de información dispone Netflix. Igual que los datos reales de visionados, la transparencia en este sentido no es precisamente la mayor virtud de la plataforma.

El pasado mes de octubre, una serie de usuarios afroamericanos denunciaron una segmentación de los rótulos promocionales del catálogo de Netflix. De esta forma, para usuarios de raza negra se resaltaban los intérpretes de raza negra, aunque su participación en la película en cuestión fuera secundaria. ¿Es esto ético? Netflix siempre ha negado que utilice datos demográficos para segmentar su catálogo, y afirma que solo lo hace en función del comportamiento de estos a la hora de seleccionar sus productos. Justificando esta afirmación en el hecho de que no tienen datos de raza u orientación sexual de sus clientes. Recientemente, un usuario británico homosexual resaltó que en el orden que él había visto la serie Love, Death + Robots, se le había propuesto como primera historia Sonnie's edge (Dave Wilson, 2019), que incluye una relación lésbica, mientras que para amigos suyos heterosexuales el orden incluía como primera propuesta el cortometraje Beyond the Aquila rift (Léon Bérelle, Dominique Boidin, Rémi Kozyra, Maxime Luère, 2019), que incluye un de las escenas de sexo heterosexual más explícitas de la serie.


Si bien es cierto que Netflix ha lanzado cuatro órdenes diferentes de la serie de cara a sus usuarios, la plataforma ha salido al paso de las acusaciones de utilizar datos demográficos como la orientación sexual o la raza para difundir su catálogo, afirmando que el orden en el que los usuarios pueden ver los cortometrajes de la serie es aleatorio o, en todo caso, se basa en su propio comportamiento selectivo. Pero esto, debido a la falta de transparencia que rodea en general a las plataformas digitales, nunca lo sabremos con exactitud.

Ya en el terreno estrictamente narrativo, hay que decir que Love, Death + Robots acaba siendo una notable decepción. Porque, en realidad, la propuesta aporta poco a las técnicas de animación y casi nada a la narración de género fantástico. Lo que pudiera haber sido una serie de interesantes reflexiones en torno a los conceptos habituales de la ciencia-ficción se queda en una serie de propuestas anecdóticas que tienen escaso valor desde el punto de vista narrativo. Lo es sobre todo en el caso flagrante de innecesarios y huecos trabajos de alarde técnico que están sin embargo vacíos de contenido, como el caso de la aburrida secuencia de acción que se plantea en Blindspot (Vitaly Shushko, 2019) o la visualmente atractiva pero narrativamente superficial Fish night (Damian Nenow, 2019). 

Love, Death + Robots se presenta como una serie de animación para adultos, pero este concepto es malinterpretado, reduciéndolo a escenas de violencia explícita y desnudos que en la mayor parte de los casos no tienen una justificación narrativa. En este sentido, son más adultos los guiones de Toy story (John Lasseter, 1995) o de WALL-E (Andrew Stanton, 2008) que los de cualquiera de estas historias. Por poner un ejemplo de historias que tienen una consistencia narrativa perfecta y utilizan, sin abandonar el target infantil, resortes de guión que conectan directamente con fórmulas de mayor madurez. No es el caso de esta serie, que confunde la violencia y el sexo con la edad de sus espectadores, y en muchos casos incorpora una cierta masculinización de los personajes aunque estos sean de género femenino, como ocurre en Helping hand (Jon Yeo, 2019) o en Lucky 13 (Jerome Chen, 2019). Es otro de los conceptos que malinterpreta la serie: no por hacer protagonista a un personaje femenino se evitan las propuestas de cierto aire machista, si es que estos personajes al final tienen un comportamiento estrictamente masculino. 


Uno de los principales errores de esta propuesta de Netflix es ofrecer una serie de historias que, al margen de no aportar demasiado desde el punto de vista técnico (cada año vemos cortometrajes que contienen planteamientos visuales mucho más interesantes) ni de incorporar reflexiones que puedan ser más o menos interesantes en torno al género de ciencia-ficción, son narraciones que parecen sacadas de historias más largas, casi como fragmentos que no aportan apenas información sino simplemente funcionan como reclamo para elaborar alardes técnicos más o menos logrados. Es el caso de Sucker of souls (Owen Sullivan, 2019) o la hormonada historia bélica Shape-shifters (Gabriele Pennacchioli, 2019). A pesar de que algunas historias tienen un planteamiento inicial interesante que acaba siendo abandonado para caer en la mera anécdota de cierto aire humorístico, como ocurre en la mayor parte de los cortos de representantes españoles, como en When the yogurt took over (Víctor Maldonado & Alfredo Torres, 2019), que podía haber sido un excelente cortometraje, pero acaba siendo un simple chiste, o Alternate histories (Víctor Maldonado & Alfredo Torres, 2019), una auténtica tontería que resulta larga a pesar de sus escasos ocho minutos de duración. Entre las aportaciones de estos dos directores, los únicos que incluyen tres cortometrajes, solo Three robots (Víctor Maldonado & Alfredo Torres, 2019) tiene algo de consistencia, y en cierto modo conecta con las historias de Philip K. Dick, especialmente interesante en su uso del humor para describir ese mundo posapocalíptico y la visión de los robots protagonistas en torno a la extinguida raza humana. Pero al final se nos explica poco de dónde vienen y a dónde van los personajes principales, y la resolución es anecdótica y escasamente atractiva. 

Desde nuestro punto de vista, solo hay dos historias que merecen la pena en el plano  narrativo. Por un lado, The witness (Alberto Mielgo, 2019), del también español Alberto Mielgo, que realiza una propuesta visual fascinante, llena de matices y con escenas de acción de gran fuerza, y que se plantea realmente como un cortometraje en el que la narración contiene todos los elementos necesarios para construir una historia con principio y final coherentes. De este director nacido en Madrid, pero con una amplia trayectoria en departamentos de animación de diversas producciones internacionales, esperamos ver este año su muy sugerente cortometraje The windshield wiper (Alberto Mielgo, 2019). Por otro lado, la que para nosotros es la propuesta más redonda, Zima blue (Robert Valley, 2019), quizás el único de todos los cortometrajes de la serie Love, Death + Robots que realmente plantea una reflexión adulta en torno al concepto de arte y la artificiosidad de la creación artística. Su planteamiento visual también es arriesgado y conceptualmente impresionante, y consigue de la zona de confort en la que se encuentra el resto de la serie, lo que le convierte en sí mismo en un corto que podría competir en los principales festivales de animación del mundo. 





Love, Death + Robots se puede ver actualmente en Netflix
Funan se estrena en cines el 22 de marzo 

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